lunes, 2 de mayo de 2011

ARGENTINA: A PROPÓSITO DE LA NUEVA DISYUNTIVA ELECTORAL

DEMOCRACIA E IMPOSTURA


Si las cosas no son modificadas a último momento con algún imprevisto, ya sabemos con anticipación de varios meses que los argentinos deberán ‘elegir’ para las próximas elecciones entre dos figuras que llevan los apellidos de los principales líderes políticos de los últimos años de democracia. Y en tanto no queremos entrar en mayores detalles respecto de un tema que nos interesa relativamente en cuanto a su valor, digamos que como nos encontramos con un sistema que para existir debe basarse en la impostura esencial de que el pueblo puede gobernarse a sí mismo, como consecuencia de la misma todo aquí resulta mentira y corrupción, así como deben ser también corruptos sus principales mentores.
Nunca podré olvidar al respecto que cuando enseñaba resultaba prácticamente imposible explicarles a jóvenes que no lo habían vivido que cuando el presidente Illia fue tumbado por una rebelión militar, además de percibirse en toda la sociedad una sensación de gran alivio por haberse liberado de un inepto, salvo unos 20 exaltados que lo rodearon en señal de apoyo en el momento de ser detenido, las plazas del país en unanimidad estuvieron silenciosas y hasta el principal jefe del partido de oposición llamó a respaldar al nuevo gobierno militar a fin de no quedar descolocado ante los nuevos hechos. Claro, ¿cómo se podía responder con esta evidencia irrebatible frente a la impostura televisiva que mostraba por el contrario, para referirse al mismo hecho, plazas colmadas, represiones, matanzas y otras sagas similares elaboradas meticulosamente por una intelectualidad servil que, lejos de seguir los postulados propios de su función que es la de indagar y difundir la verdad, se ocupa en cambio, a la manera sofista y mercantil, de utilizar todos los medios tecnológicos a su alcance para hacer triunfar el discurso predominante fundado en la mentira y en la intención de perpetuarse. Y esto se hace extensivo a la gran mayoría de nuestros historiadores que se encargan de relatarnos hechos que, en tanto no los hemos vivido tampoco nosotros, resultan aun mucho más fáciles de deformar.
Pero la impostura hoy llega a límites insospechados siempre gracias a los aludidos medios de desinformación y estupidización colectiva. Cualquiera con un mínimo de conocimiento sabe y es un lugar común aceptado por todos, que la clase política democrática que nos gobierna es corrupta ya que, además de pensar en su propio beneficio, para poder perpetuarse en el poder debe sobornar a gran parte de sus electores a fin de que los sigan votando. Que esta exacción de patrimonio público, que según cálculos optimistas alcanza a unos 20.000 millones de dólares anuales, debe traducirse forzosamente en endeudamientos, encontrándose allí el verdadero origen, que suele habitualmente ocultarse, de nuestra deuda externa. Y también se sabe, en tanto se lo ha vivido, que estas verdaderas exacciones cada tanto suelen pagarse con crisis galopantes que pueden llevar a caídas estrepitosas de los gobiernos habiendo sido precedidas por verdaderos actos de violencia producidos por la desesperación que tiene la gente por no tener siquiera para poder comer al día siguiente. En lapsos muy breves de tiempo la Argentina vivió 2 de estas crisis terminales, en 1989 cuando gobernaba Alfonsín y en 2001 cuando lo hacía la dupla De la Rúa-Cavallo, recordando que este último, con su famoso plan de convertibilidad, había sido previamente impuesto por el peronista Menem (1). En ambos casos la situación llegó a un plano de dramatismo nunca visto antes en nuestra historia habiéndose las dos veces puesto en duda seriamente la continuidad del sistema. Y en las dos circunstancias los gobernantes tuvieron que huir del poder entregándolo en forma anticipada y, como la situación fue agudizándose cada vez más, en el último caso la fuga fue más dramática pues literalmente el presidente tuvo que escaparse en helicóptero con la plaza ocupada por manifestantes enfurecidos dispuestos a hacer justicia con sus manos. Ahora bien, en ambas situaciones en las que la democracia entró en crisis el país tuvo oportunidades adecuadas para liberarse definitivamente de este sistema y suplantarlo por otro que se base en la verdad y no en la impostura, en aquel que haga ver que la función de gobierno debe ser ejercida por una elite calificada y que su fin debe ser más que el de expresar el de transformar la voluntad del pueblo para convertirla en libre. Es decir, liberarla de imposturas, comenzando por aceptar la realidad tal como es y no como la que se ha venido construyendo a través de constantes actos de demagogia. Y es aquí en donde hay que hacer notar la carencia lamentable que hemos tenido de una élite capaz de sostener tales principios que fuesen alternativos al sistema. Cuando en plena crisis del gobierno de Alfonsín se sublevara el coronel Seineldín y las circunstancias se hicieran parecidas a las que se vivieran en 1966, el aludido, lejos de cumplir con el deber que le exigían los grandes acontecimientos que se vivían, consistente en transformar el sistema rectificando el rumbo de manera radical, entró en enjuagues políticos con el partido de la oposición para gestar una nueva salida electoral y democrática. Pero para esto hay que explicar que dicho militar respondía a una vertiente muy arraigada en nuestras fuerzas armadas de sectores vinculados al clero católico. Los mismos llevaron adelante la postura asumida en forma expresa por la Iglesia en el Concilio Vaticano II de conciliar con el mundo asumiendo sus valores intentando ‘cristianizarlos’; por ello tal institución, incluso antes de este acontecimiento, no negó nunca la democracia, sino que pretendió vanamente ‘espiritualizarla’ con los resultados que hoy se encuentran a la vista (2). De este modo el régimen, a pesar de tal intento por ser ‘cristianizado’ y ‘nacionalizado’, pudo así seguir hasta con sus mismos nombres y Alfonsín que llevara el país al colapso de 1989 fue a su vez gestor junto al peronista Menem del más gran desfalco de nuestra historia que se consumara en 1994 cuando, con la excusa de prolongar el mandato del presidente y tener más senadores y cargos para repartir, la nación argentina renunció al ejercicio de la soberanía sobre sus recursos naturales dando así cabida a la aparición de oligarquías de provincias, especialmente patagónicas como la que hoy nos gobierna, que manejan a su antojo recursos multimillonarios.
Pero la gran tarea de reblandecimiento colectivo ejercida sobre un pueblo que como tal no está capacitado para ejercer ningún tipo de soberanía política, sino que en cambio necesita ser gobernado, hace que no sólo puedan transformarse los hechos del pasado que no se ha vivido, sino aun los del que se ha padecido en forma reciente y de manera dramática. Resulta ser que el líder político que llevó al país a una de sus peores catástrofes hoy resulta, luego de su muerte, convertido en un gran prócer en modo tal que su hijo, en vez de vivir apartado y avergonzado por llevar tal apellido, tal como hubiera sucedido en situaciones de normalidad, hoy puede se nominado como candidato presidencial incluso sin internas solamente por tener el ‘privilegio’ de portar ese nombre. Ni qué decir de la esposa del otro finado líder, verdadero producto de las grandes debacles que viviera el país como la convertibilidad que lo encontrara como uno de sus principales defensores, así como la reforma de 1994 que le permitiera usufructuar de beneficios económicos inconmensurables tales como los que le permitieran candidatearse sin necesidad de ayudas foráneas (3).
En fin aquí la disyuntiva que a los que quieren cambiar verdaderamente las cosas les queda es o esperar que se cumpla fatalmente el mandato histórico de la nueva crisis de los 10 o 13 años o por el contrario, rompiendo tal cadena, tratar de cambiar el sistema definitivamente comenzando ya desde ahora con la constitución de una nueva elite que se formule seriamente plantear un orden alternativo a la democracia, lo cual por supuesto, aunque resulte redundante decirlo, no tiene nada que ver con los acontecimientos del pasado, es decir los distintos golpes de Estado, que lejos de querer sustituirla se formularon meramente sanearla, lo cual, tal como se ha visto hasta el hartazgo, es una cosa imposible pues se basa en una profunda impostura.


(1) En realidad, para ser rigurosos, las crisis del sistema que concluyen con la caída estrepitosa de gobiernos en la Argentina se producen siempre en un lapso que dura entre 10 y 13 años con desenlaces dispares. 1930, 1943, 1955, 1966, 1976, 1989, 2001. Esta situación de verdadero absurdo ha hecho que varios analistas económicos, con una desfachatez sin igual, aconsejen por los medios invertir en nuestro sistema bancario hasta 10 años después de la última crisis porque después no se sabe lo que pueda llegar a suceder.
(2) En otras oportunidades hemos hecho notar cómo ninguna de las corrientes que pretenden expresar a la derecha católica en nuestro país –y tomamos los casos sintomáticos de Beccar Varela y Caponnetto que se ensartaron en un debate sobre el tema- niegan la democracia en forma absoluta y radical. El caso más sintomático es el de Caponnetto en su obra La perversión democrática en donde, a pesar del acertado título empleado, dedica largas páginas para explicarnos la democracia buena que defiende la Iglesia en su magisterio. Digamos que en esto no discrepan en lo esencial con las distintas variantes de toda la intelectualidad izquierdista que hoy debate acerca de la crisis del sistema y que concuerda con los autores anteriores en considerar que se trata de algo que debe ser resuelto con una forma mejor de la misma; para personas como Caponnetto obviamente dentro de los cánones de lo que propone tal magisterio, mientras que para el marxista lo es dentro de el de la doctrina de Carlos Marx, pero siempre lo que se acepta es alguna forma de democracia.
(3) Es de destacar que antes de la aludida reforma constitucional que provincializara el subsuelo, Menem para poder llegar a ser presidente, además de la ayuda del católico Seineldín, la tuvo del líder libio musulmán Gaddafi quien subvencionó muy generosamente su campaña. Kirchner en cambio no tuvo necesidad de tales ‘aportes’ pues ya para el 2003 se había aplicado el ‘federalismo’ y habían ido a parar a sus arcas unos mil millones de dólares por regalías. Y no sólo eso, en un informe reciente publicado en la revista Noticias se explica que en una reunión sostenida en Santa Cruz, cuando nadie apostaba nada por él ya que era un ilustre desconocido, le compró su candidatura a Duhalde. Tal como vemos en la democracia para poder hacer política hay que tener mucha plata.

Marcos Ghio
2/05/11

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