jueves, 24 de noviembre de 2016

RAMÍREZ: EL IMPERIO GIBELINO EN HISPANOAMÉRICA

EL IMPERIO GIBELINO EN HISPANOAMÉRICA




Trataremos un tema que tal vez muchos pensarán que está totalmente alejado de la catarata de acontecimientos que se suceden sin pausa, pero es precisamente cuando aumenta la confusión y el caos que debemos sostener firmemente los principios tradicionales junto con lo que podemos extraer de la elección de nuestas mejores tradiciones históricas.

El tema del gibelinismo y del güelfismo es considerado por los que somos tradicionalistas evolianos como hecho fundamental en el proceso histórico de Occidente: El primero, que se ejemplificó en el Sacro Imperio Romano Germánico buscó la unidad del poder temporal y la autoridad espiritual, con el ápice en la figura del Emperador. El segundo fué el accionar de la Iglesia Católica separando la competencia temporal que entregó al estado, negándole toda intervención en lo espiritual, mientras ella se asignaba el monopolio de lo sagrado y religioso. El triunfo del güelfismo, con su dualidad, ha conducido a Occidente al estado ya no de simple decadencia, sino de verdadera disolución.

Pero la caída no se dió lo mismo en Hispanoamérica, en la cual el Imperio Hispánico, a través de la dinastía de los Hagsburgo, en los siglos XVI y XVII, sostuvo un franco estado tradicional y gibelino en el cual la supremacía del Emperador sobre la Iglesia no admite dudas. En el siglo XVIII, ya con los Borbones en el trono de España, la situación se prolongó pero con evidentes signos de decadencia, que culminaron con la desintegración del Imperio a comienzos del siglo XIX.

Ese sistema que rigió en Hispanoamérica se denominó el derecho de Patronato del Estado Imperial sobre la Iglesia Católica y consistía en los siguientes derechos, que muy bien enumera el historiador mejicano C. Pereira en su obra "Breve historia de América": " El rey creaba obispados, los dividía y variaba sus límites; designaba a los prelados, los nombraba, los presentaba y los enviaba a sus diócesis antes de que fuesen consagrados; y si así lo creía necesario los llamaba a la Corte, suspendiéndolos en sus funciones. La corona presentaba personas para toda clase de beneficios y puestos eclesiásticos. La erección de templos y casa de regulares quedaba al arbitrio del rey. Toda la varia materia de diezmos y rentas eclesiásticas dependía de la corona, con lo que se dice que los individuos del clero eran verdaderos funcionarios...La justicia real estaba sobre la eclesiástica. Las bulas, breves, rescriptos y demás disposiciones pontificias no podían ser ejecutadas sin el pase de la corona. En suma...el soberano era jefe de la Iglesia."

Este carácter gibelino de nuestro imperio no ha sido tomado en cuenta por los historiadores salvo algunas excepciones como la indicada más arriba. Los mismos pensadores tradicionalistas no han profundizado en el tema frenados por su güelfismo y resistiéndose a pensar que hubo una época entre nosotros en que el Imperio estuvo por sobre la Iglesia. El mismo Julius Evola, el gran maestro de la Tradición, calificó de "aventureros" a los que realizaron la portentosa hazaña del descubrimiento y la conquista de América y crearon en estos lares un imperio tradicional y católico ( "Jerarquía y Democracia", pág. 17, Ed. Teseo, Bs. As. 1997). El imperio gibelino no es solamente europeo. Hechó raíces entre nosotros porque España trasplantó su edad media que fué muy distinta de la del resto de Europa, como algunos historiadores, Sánchez Albornoz por ejemplo, lo han considerado. La prolongada lucha contra los musulmanes creó un tipo humano muy especial en el cual religión y nacionalidad llegaron a ser una misma cosa, y en ambos casos con supremacía de lo espiritual.( Vicente D. Sierra, "El sentido Misional de la Conquista de América" ).

Si a todo eso le sumamos las mentiras de la "leyenda negra", invento de anglosajones, y las ideologías liberal, marxista e indigenista, queda cerrado el círculo para destruir una de nuestras mejores tradiciones. La más grotesca interpretación la hizo en la Argentina el Gral. Perón, cuando refiriéndose a algunos nacionalistas, los calificó de "los piantavotos de Felipe II.

Lo que debe quedar claro es que este imperio gibelino es lo opuesto del regalismo, en el cual un estado laico, moderno y desacralizado somete a la Iglesia para conseguir fines materiales que nada tienen que ver con los principios tradicionales.

En momentos en que comienzan a llegar a estas playas hispanoamericanas los rumores de los nuevos movimientos en incipiente desarrollo en Europa, debemos afirmarnos en nuestras peculiaridades históricas para no caer en ideologías eurocéntricas como tantas veces hicimos, y rescatar así la idea de un verdadero Estado Tradicional, aunque hoy no tengamos ni estado tradicional ni iglesia tradicional.



San Carlos de Bariloche, 24 de octubre del 2016.



JULIÁN RAMÍREZ


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