lunes, 2 de mayo de 2016

EVOLA: EL VERDADERO CORPORATIVISMO

EL VERDADERO CORPORATIVISMO


Texto sumamente vigente para los tiempos actuales de lucha de clases. El sindicalismo se ha convertido en una potencia económica de primer nivel que de la misma manera que el empresario sediento de riquezas pretende a través de la lucha y el conflicto ocupar cada vez más espacios de poder dentro de un contexto puramente economicista en el cual el Estado es un convidado de piedra. Aberraciones tales como el derecho de huelga, es decir el derecho a apretar y presionar y no a ganar el salario justo, son hoy en día instituciones generalizadas y aceptadas sin chistar por nuestros contemporáneos. Un corporativismo que conciba a la empresa como una unidad orgánica subordinada por principios éticos y viriles y en donde el Estado actúe como árbitro incuestionable en caso de conflicto entre trabajadores y empresarios. Éste es el modelo aportado por Evola en esta nota. 

De acuerdo a ciertos ambientes hoy en boga el corporativismo es una de las principales ideas a ser revalorizadas en una obra de reconstrucción nacional. No podemos menos que adherir a este punto de vista, en tanto que la idea de corporación ha tenido, en el ventenio fascista, el valor de una de aquellas reivindicaciones de los principios de un ordenamiento sano y normal que, si hubiesen sido adecuadamente desarrolladas, habrían podido hacer frente a procesos económico-sociales deletéreos.
Sin embargo debe destacarse que un tal desarrollo no ha tenido siempre el curso deseado, y hoy en día si se tuviese que volver asumir como consigna verdaderamente antidemocrática y antimarxista, sería necesario proceder sin más a una revisión y a una adecuada interpretación.
En primer lugar debe ponerse bien en luz que el concepto de corporación tiene un valor efectivo en cuanto posee un carácter tradicional. Por lo tanto deben ser rechazadas sin más ciertas valorizaciones historicistas respecto del corporativismo, como aquellas que querrían hacer del mismo un quid medium o, de acuerdo a una conocida jerga, una ‘síntesis dialéctica’, una ‘tercera posición’ entre una ‘izquierda’ y una pretendida ‘derecha’ en materia económica, entre liberalismo y marxismo, o análogas oposiciones. Tales juegos conceptuales no pueden hacer nacer sino confusiones peligrosas, descuidando situaciones de hecho que ni siquiera dejaron escapar los teóricos del ‘materialismo histórico’; puesto que, junto a éstos, se debe reconocer irrebatiblemente que el liberalismo –sea a nivel económico como en otros ámbitos- no ha sido sino una fase preliminar de disgregación del orden tradicional, la cual tenía que paulatinamente dar lugar a resoluciones clasistas, socialistas y proletarias. Con el corporativismo no se trata pues de combinar en forma conjunta aquello que no son dos instancias direrentes –liberalismo y colectivismo- sino en cambio dos fases de un único proceso descendente; se trata en cambio de despejar el terreno y de volver a los orígenes: de retomar a nivel de idea formativa y dadora de sentido, un principio que fue viviente y eficiente antes de que interviniesen los procesos disolutorios de la era ‘moderna’.
En el corporativismo fascista ha actuado en su momento una exigencia de tal tipo: sin embargo diremos que lo hizo en una forma semiconciente y por lo tanto con insuficiente radicalidad. En efecto, en el corporativismo fascista subsistió, a pesar de todo, un residuo marxista, puesto que la concepción clasista fue parcialmente reconocida. Es decir, permaneció la idea-base de dos encuadramientos que fueron reconocidos como tales y que se trató tan sólo de armonizar en las estructuras, lamentablemente muchas veces tan sólo burocráticas, del Estado corporativo. De acuerdo a nosotros, con esto no se atacó en forma cabal el mal en sus raíces. No resulta privado de interés en cuanto a la dirección a tomar tener presente la forma con la cual la idea corporativa trató de realizarse en Alemania.
Aquí la tendencia fundamental fue justamente la de partir el encuadramiento clasista a través de un sistema en el cual la superación de la antítesis marxista tenía que realizarse en lo interior de la empresa. En la empresa misma en donde el marxismo la había derogado, la unidad debía ser reconstituida. Y la idea tradicional de la corporación se volvió a presentar en la forma moderna de la hacienda comprendida como unidad orgánica, en la cual capital y trabajo, poseedores de los instrumentos productivos y maestranzas, resultan íntimamente vinculados en una comunidad de voluntad y de finalidad que tiene un carácter menos económico que ético y –en el más vasto marco de la nación- político. Ni capitalistas, ni obreros proletarios, sino ‘jefes’ y ‘secuaces’ (tal era justamente la terminología) en la empresa, en una solidaridad variadamente garantizada y tutelada que no excluye la jerarquía y que desde la una y la otra parte presupone la facultad de elevarse más allá del interés puramente individual como una formación militar y guerrera.
Ahora bien, no diferente era el espíritu de las antiguas corporaciones, incluso a partir de las romanas: puesto que éstas, de acuerdo a una expresión característica, estaban constituidas ad exemplus reipublicae, es decir a imagen del Estado, y en las mismas designaciones (por ejemplo en las de milites o milites caligati para los simples adscriptos a la corporación) y reparticiones (decurias, centurias) reflejaban en su plano el ordenamiento militar. Y este espíritu se conservó en el Medioevo germano romano, en donde, mientras se ponía de relieve la dignidad de un ser libre entre quienes pertenecían a una corporación, se reafirmaba el orgullo de cada uno por pertenecer a la misma y por el amor hacia el trabajo concebido como un arte y una expresión de la propia personalidad y a la entrega del inferior le correspondía el cuidado y el saber de los ‘maestros’ y el compromiso de los superiores para el acrecentamiento y la elevación de la unidad colectiva. El problema de la ‘propiedad’ no aparecía aquí para nada, tan natural era el concurso de los diferentes elementos del proceso productivo en el fin común.
Todo esto puede ser liberado de las formas ligadas a la economía del pasado y vuelto a traducir en adecuadas formulaciones modernas, tal como en Alemania se había tratado de hacer. Pero en cuanto al espíritu – lo que equivale a decir: en cuanto a la idea formativa superior y anterior a cualquier problema técnico- el mismo no sería diferente de una verdadera reconstrucción. El punto fundamental está constituido por el momento ético. La íntima finalidad de la idea corporativa tradicional es la de elevar el plano de aquellas actividades inferiores que se vinculan al dominio productivo y al interés material, al plano más alto que en el mundo antiguo correspondía a la casta de los ‘guerreros’ que se encontraba puesta por encima de la de los ‘siervos’ (proletariado) y de los ‘mercaderes’ (capitalistas).
Porque cuando la empresa-corporación, una vez superada la idea clasista, se organiza, tomando como ‘ejemplo un Estado’, y a la responsabilidad del compromiso y al sentido del honor de los jefes –los cuales deben encontrarse en el centro de su unidad y no ser los consumidores parasitarios de provechos y dividendos, en detrimento del complejo productivo- se corresponde el compromiso y la fidelidad de los subordinados, entonces se refleja también en el dominio de la economía algo de la ética clara, viril y personalizada, propia de un mundo guerrero.
Y entonces, en el mismo ambiente desfavorable propio de la civilización moderna de la máquina, el hombre, sea en lo alto como en lo bajo, podrá readquirir su rostro y su acción recabará un sentido: en especial luego si una acción política se conjunto se abocará a truncar las excrecencias teratológicas del capitalismo y de la finanza sin patria, y a propiciar una adecuada articulación de los grandes complejos de la producción. Aquí el proceso negativo de proletarización, sobre el cual el marxismo se asienta, podría ser sensiblemente reducido mediante la aplicación del principio corporativo en espacios más restringidos, en modo tal que la unidad de conjunto de la empresa-corporación resulte de una coordinación y jerarquización de varias unidades menores de análoga estructura: en síntesis, el punto fundamental es introducir en el seno de la empresa y convertir en orgánicas a aquellas instituciones unificadoras que en el corporativismo fascista se encontraban afuera de la empresa misma, tenían un carácter burocrático estatal y mantenían una dualidad de encuadramientos generales.
Éstos naturalmente no son sino esbozos, comprendidos para indicar una dirección, sobre todo en orden a un principio sobre el cual nunca se insistirá lo suficiente, es decir, la mutación de mentalidad, la reintegración del hombre en formas de sensibilidad normales y, en donde sea ello posible, superiores, es la base de todo. La desproletarización, más que tratarse de un fin social, es una tarea interna. Implica la capacidad de aquella ética viril de la corporación tradicional, de la cual se ha hablado, y que es el único verdadero cimiento para las unidades de una economía orgánica. En cuanto a los diferentes problemas, técnicos y estructurales, que hoy en día se ponen en un primer plano, tales como la coparticipación en las ganancias, comisiones internas, consejos de gestión, y otros similares, éstos son problemas a los cuales debe arribarse, y no problemas de los cuales tengamos que partir. Deben resolverse en un clima diferente, antimarxista, justamente ‘corporativo’ de acuerdo a un desarrollo interno natural, en un espíritu que los libere de cualquier tendenciosidad de ‘clase’.
Hoy no deberíamos detenernos en la simple palabra ‘corporativismo’, sino profundizar y reformular todo aquello que, en el sentido aquí mencionado, había ya comenzado a tomar forma en Italia y en Alemania. En los ambientes en los cuales se quiere preparar un renacimiento político italiano, sería necesario que se hallaran personas calificadas para ello, para un estudio sistemático serio y para una orientación que hoy se siente más necesaria que nunca.
En efecto se ha hecho manifiesta en especial en Italia, una situación de desorden, malamente contenido a través de medidas parecidas a aquellas de quien, limitando la erupciones epidérmicas, pensara arribar a una fiebre debida a la intoxicación de la sangre. Esta intoxicación, que ha contaminado a gran parte del estrato trabajador, es el marxismo o socialismo, es la mentalidad clasista, es la tan pregonada y artificiosa ‘conciencia de clase’.
La fiebre hoy serpentea en la forma ‘sindical’; sus erupciones endémicas son los desórdenes, las agitaciones, las huelgas, convertidas en cosa normal y natural, para prostrar a nuestra nación hasta el punto deseado por las formas extremas de la subversión mundial.
Únicamente confiriendo al ideal corporativo el significado orgánico, articulado de unidad casi guerrera que tuvo tradicionalmente, y dando a los intereses superiores mayor fuerza antes que un brutal y materialista impulso, el mal podría ser atacado en sus raíces: y, en la misma ‘época de la economía’, podrán ser mantenidos valores vinculados a una más alta concepción del hombre y de la vida.

Julius Evola
Il Meridiano d’Italia, 04/12/1949



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