miércoles, 8 de febrero de 2017

RAMÍREZ: ¿NACIONALISMO O IMPERIO?

¿NACIONALISMO O IMPERIO?




Hoy queremos volver a insistir y a riesgo de ser reiterativos - para algunos es un defecto, pero para nosotros puede ser fundamental, máxime cuando se trata de una cuestión que viene en pleno desarrollo y puede afectar a nuestros pueblos hispanoamericanos. Nos referimos al desarrollo de nacionalismos en el ámbito de la civilización occidental.

Partimos de la base que una cosa es la nacionalidad y otra muy distinta es el nacionalismo. Ls primera es legítima, es el vínculo natural que une al hombre con su tierra, su religión, su idioma, su cultura, su familia, su etnia, su historia. Se asocia al sentimiento de patria y de pueblo. Nos diferencia, nos hace distintos e impide que caigamos en esas abstracciones ideológicos tales como "ciudadanos del mundo", todos iguales ante la ley, iguales derechos para todos y muchas tonterías modernas. Así como los hombres no son iguales tampoco lo son los pueblos. A través de la nacionalidad adquirimos cierta entidad que nos identifica y nos diferencia. Las nacionalidades siempre existieron a través de distintas épocas y bajo los más distintas regímenes sociales y políticos puesto que se trata de un hecho natural, y por lo tanto deben ser defendidas frente a las agresiones del moderno alud cultural, economicista, subversivo, agnóstico que hace tabla rasa con toda diferencia.

Otra cosa muy distinta es el nacionalismo. En el ecúmene de la cristiandad medieval los nacionalismos no existían. La idea política superior era el Imperio, en nuestro caso el Sacro Imperio Romano Germánico, y dentro del Imperio sí se ubicaban las nacionalidades, en el todo de una relación equilibrada en un estado orgánico. En esta breve nota no podemos desarrollar la venida a menos de ese formidable edificio y cuyo resultado fué el nacimiento de los estado-nación y de los consecuentes nacionalismos con su cáncer imperialista, puesto que los imperialismos son la consecuencia lógica de la "hybris" egoista y exclusivista de aquellos. Dos grandes guerras mundiales dan prueba de ello.

El fundamento de todos los nacionalismos es la intocable idea del estado-nación y de la patria, como si siempre hubieran existido y seguirían existiendo por toda la eternidad. No existe estado en el mundo que no haya tenido un origen histórico, en un tiempo y un espacio determinados, y en su debido momento también perecerán puesto que se trata de obras humanas. Y hay otro aspecto a tener muy presente: como hecho natural está vinculado a sentimientos y emociones particularmente femíneas. A esos sentimientos y emociones se vinculan las ideas de patria, nación y pueblo. La virilidad espiritual se refiere, por el contrario, a la idea de Estado como sociedad de varones. No es de extrañar que la constante emergencia en el mundo moderno de la feminización, dé lugar, como inevitable consecuencia, a los nacionalismos. Si a todo ello le agregamos la democracia, el rasero de la igualdad y el rechazo a lo que aún queda de Tradición, el círculo se cierra.

La única manera de superar la idea nacionalista es plantearse una perspectiva superior, la idea de Imperio. Con ella entramos en lo metafísico y en la plena manifestación de la virilidad espiritual. Todo lo inferior le queda sometido y el Estado se transforma en lo que debe ser: el intermediario entre el cielo y la tierra, que como se vé nada tiene que ver con el nacionalismo, cuyo fin no va más allá de mero dispensador del bienestar común, y que por lo general tampoco logra esto.

La idea de Imperio Tradicional no está tan alejada de nosotros los hispanoamericanos. Julius Evola nos hablaba que como punto de partida cada pueblo puede elegir como referencia lo mejor de sus tradiciones históricas. Los hispanoamericanos, si nos remontamos dos siglos atrás formábamos parte de un formidable Imperio tan denostado, incomprendido y olvidado: nos referimos al Imperio Hispánico que absorvió también a los Imperios maya, azteca e inca en una síntesis inigualable qur ninguna "leyenda negra" puede destruir. Se trata pués de rescatar el espíritu de ese Imperio con su pléyade de nacionalidades y que providencialmente tienen mucho en común: nada menos que religión, idioma e historia.

Las minorías más preclaras de nuestros países tienen que asumir esa idea y sobreponerla a la charlatanería moderna en torno a patria grande, unidad latinoamericana, Celac, Unasur, Mercosur, todas ellas fundadas en esquemas economicistas y que no van más allá de tibias protestas contra el enemigo común.

Frente a posibles desarrollos nacionalistas en nuestros países pretendemos señalar una alternativa, la única posible. Ya se ha jugado demasiado buscando atajos, falsos caminos y callejones sin salida.

San Carlos de Bariloche, 12 de diciembre del 2016.






JULIÁN RAMÍREZ

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