miércoles, 8 de febrero de 2017

RAMÍREZ: SU MAJESTAD EL NÚMERO

SU MAJESTAD EL NÚMERO




Una de las características más notables del mundo moderno es su tendencia incesante hacia privilegiar la cantidad. Vivimos bombardeados por encuestas y por estadísticas. Gobiernos, políticos, economistas, investigadores sociales y empresas se refieren constantemente a ellas. La sacrosanta democracia se funda en la cantidad y el sufragio universal es prueba de ello. A las personas se las valora por la cantidad de dinero que poseen y los multimillonarios son personas admiradas y envidiadas por el vulgo, que quisiera ser como ellos. La cantidad de dinero es el sostén de las modernas oligarquías fundadas en la economía y las finanzas.

Los medios de comunicación y la publicidad instan constantemente a las masas a consumir cada día más, no importa qué, pero a consumir y aumentar así su cantidad de bienes; importa así el tener y nó el ser.

En los países pobres algunos movimientos de ilusos creen que aumentando el consumismo se solucionan los problemas, pero la realidad demuestra que las nuevas capas de consumidores, alcanzado cierto nivel, demandan mucho mayor consumo. Y para evitar malas interpretaciones de ningún modo debe justificarse el infra-consumo, ajeno a las más elementales necesidades humanas, sino que queremos decir que el aumento en la cantidad de bienes, que no esté orientado hacia principios tradicionales y en una sociedad en la cual no tenga hegemonía lo sobrenatural, podrá lograr superar el demonismo de la cantidad.

De la cantidad jamás podrá surgir la calidad como de lo inferior no podrá emerger lo superior. Una de las falsificaciones del marxismo pretendió hacer creer eso, o sea, que aumentando la cantidad se llegaba a la calidad. La experiencia histórica ha dado un rotundo mentís a esa falsedad. Hoy dia algunos nacionalismos están convencidos que solucionando los problemas económico-sociales se soluciona lo más importante y que lo demás puede esperar. Craso error, si esos nacionalismos no son portadores de principios tradicionales están condenados al fracaso, porque lo primero que hay que hacer es adoptar una actitud de total rebeldía contra el mundo moderno, y esa rebeldía debe nacer de una profunda interioridad de rechazo a todo lo que es burgués y proletario. Es así como observamos a muchos que pretenden ser contestatarios de palabra, pero que en su vida cotidiana se comportan como personas perfectamente acondicionadas a la modernidad. Muchas de esas personas aceptan la ley del número predicando la democracia, la peor de todas las formas de gobierno y de estilo de vida.

La ley de la cantidad se extiende por doquier, destruye todas las diferencias, en pos de la igualdad aplica el rasero sometiendo a toda manifestación superior y nos conduce al colectivismo y al estado totalitario que en todo interviene y en todo se mete, y a medida que aumenta el desorden social, más tiene que sancionar leyes, decretos, ordenanzas y resoluciones de toda índole. Hay ingenuos que se quejan que los legisladores no sancionan leyes, que no trabajan, como si el Congreso Nacional fuera una fábrica para que crezca una montaña de legislación. Tenemos muy mal concepto de esas pandillas llamadas diputados y senadores, pero creer que deben sancionar leyes sin ton ni son, en forma permanente y continua es de tontos.

Una de las últimas mnifestaciones del moderno estado totalitario la tenemos en la Argentina. Hay un proyecto de ley - que no sabemos si ha sido sancionado o nó en medio del desorden legislativo previo al receso del Congreso Nacional - conforme al cual es obligatorio el preescolar para niños a partir de los tres años de edad. A partir de esa edad el niño es alejado parcialmente de su familia con el pretexto de su "socialización" lo que redundará en una búsqueda de la igualdad y en un borrar diferencias. Vuelve a triunfar el número. Como es de esperar la enseñanza estará a cargo de docentes modernísimos y "progres" embuídos de democratismo y de prejuicios neomarxistas. Se trata de un ataque directo contra la familia y su rol fundamental en la educación, sin perjuicios que muchos padres, también muy modernos, estarán contentos que de sus críos se ocupe el estado y así poder dedicarse a frívolas diversiones y entretenimientos.

Esta crítica que hacemos al estado totalitario de ninguna manera debe confundirse con elogio alguno al estado liberal, el cual haciendo de la libertad una bandera abstracta, tras un falso humanismo, conduce día a día al desorden y al caos.

El Estado Tradicional que propugnamos, presidido por una concepción sobrenatural del mundo y de la vida no es ni liberal ni intervencionismo, es Estado Orgánico.



San Carlos de Bariloche, 5 de diciembre del 2016.



JULIÁN RAMÍREZ


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