martes, 8 de marzo de 2016

EVOLA: EEUU COMO ARQUETIPO DE DECADENCIA

 Los Estados Unidos como arquetipo de decadencia y descomposición




La mediocridad materialista yanqui ejemplificada en forma espontánea y paradigmática por el candidato Trump ratifica lo manifestado por la Tradición en el sentido de que EEUU es la vanguardia de la decadencia y de la sociedad del paria. Se agrega además el hecho singular de que su contraste con su pretendido rival, la Rusia eslava ayer crudamente bolchevique y hoy con tintes 'nacionalistas', también ha desaparecido en el hecho de que primero con Obama y ahora con tal candidato ambas naciones concuerdan en un frente en contra del fundamentalismo islámico, tal como ayer aconteciera con el fascismo. Trump ha manifetado al respecto su admiración por Putin la cual fue retribuida con un acto de reciprocidad. Por tal razón distintos exponentes del 'nacionalismo' sea europeo, como yanqui y ruso (Le Pen, Duke y Dugin) hoy concuerdan calurosamente en su apoyo a dicho candidato exponencial.

Si el bolchevismo, según las palabras de Lenin, consideró en el mundo romano-germánico “el mayor obstáculo para el advenimiento del hombre nuevo” y, recabando ventaja del enceguecimiento de las naciones democráticas en “cruzada”, ha tenido manera de eliminar prácticamente a aquel mundo en lo referente a la dirección de los destinos europeos, éste, en tanto ideología ha visto en los Estados Unidos una especie de tierra prometida. Habiendo partido los antiguos dioses, la exaltación del ideal técnico-mecánico tenía que tener como consecuencia una especie de “culto de la América”. “La tempestad revolucionaria de la Rusia soviética debe unirse al ritmo de la vida americana”. “Intensificar la mecanización ya en acto en América y extenderla a todos los campos, es el deber de la nueva Rusia proletaria”, han sido directivas prácticamente oficiales. Así Gasteff había proclamado el “superamericanismo” y el poeta Majakowsky había dirigido a Chicago, “electro-dinamo-mecánica metrópolis”, su himno colectivista. Aquí evidentemente Norteamérica como la odiada plazoleta del “imperialismo capitalista” pasa a un segundo plano respecto de Norteamérica cual civilización de la máquina, de la cantidad y de la tecnocracia. Las referencias a una congenialidad, lejos de ser extrínsecas, pueden hallar confirmación en elementos de muchos otros dominios.
Cuáles y cuántas sean las divergencias entre Rusia y Estados Unidos en materia étnica, histórica, de temperamento, etc., ello es conocido por cualquiera y no necesita ser puesto de relieve. Tales divergencias no pueden sin embargo nada frente a un hecho fundamental: partes de un “ideal”, que en el bolchevismo no existe todavía que como tal, o es impuesto con medios crudos, en Norteamérica se han realizado por un proceso casi espontáneo, tanto de revestir caracteres de naturaleza y de evidencia. Así en un ámbito también más vasto de lo que pensase Engels se ha realizado una profecía suya ya recordada, o sea de que justo el mundo del capitalismo habría ido a allanar el camino al del Cuarto Estado.
También los Estados Unidos, en el modo esencial de considerar a la vida y al mundo, han creado una “civilización” que representa la precisa contradicción de la antigua tradición europea. Ellos han introducido definitivamente la religión de la práctica y del rendimiento, han puesto el interés por la ganancia, por la gran producción industrial, por la realización mecánica, visible, cuantitativa, por encima de cualquier otro interés. Ellos han dado lugar a una grandiosidad sin alma de naturaleza puramente técnico-colectiva, privada de cualquier trasfondo de trascendencia y de cualquier luz de interioridad y de verdadera espiritualidad; también ellos han opuesto a la concepción en la cual el hombre es considerado como cualidad y personalidad en un sistema orgánico, aquella en la cual él se convierte en un mero instrumento de producción y de rendimiento material en un conglomerado social conformista.
Mientras que en el proceso de la formación de la mentalidad soviético-comunista el hombre masa, que ya vivía místicamente en el subsuelo de la raza eslava, ha tenido una parte de relieve, y de moderno no tenemos sino el plan para su encarnación racional en una estructura política omnipotente, en Norteamérica el fenómeno deriva del determinismo inflexible por el cual el hombre, en el acto de desapegarse de lo espiritual y de darse a la voluntad de una grandeza temporal, más allá de cualquier ilusión individualista cesa de pertenecerse a sí mismo para convertirse en parte dependiente de un ente que él termina por no poder dominar más, que lo condiciona de manera múltiple. Justamente la conquista material como ideal rápidamente asociado al del bienestar físico y de la “prosperity”, ha determinado las transformaciones y la perversión que presenta Estados Unidos. Justamente ha sido dicho que, “en su carrera hacia la riqueza y el poderío, América del Norte ha desertado del eje de la libertad para seguir el del rendimiento... Todas las energías, comprendidas las del ideal y hasta de la religión, conducen hacia el mismo fin productivo: se está en presencia de una sociedad de rendimiento, casi como de una teocracia del rendimiento, la cual tiende más a producir cosas que hombres”, o hombres, sólo en cuanto más eficaces productores de cosas. “Una especie de mística exalta, en los Estados Unidos, los derechos supremos de la comunidad. El ser humano, convertido en medio más que en fin, acepta esta parte de rueda de la inmensa máquina, sin pensar un instante que pueda ser por ella disminuido”, “de allí pues un colectivismo de hecho, el cual, querido por las élites y desprejuiciadamente aceptado por las masas, en forma subrepticia mina la autonomía del hombre y canaliza así de manera estrecha su acción, de modo que, sin sufrirlo e incluso sin saberlo, confirma él mismo su propia abdicación”. De aquí, “ninguna protesta, ninguna reacción de la gran masa americana contra la tiranía colectiva. Ella la acepta libremente, como una cosa que va por sí misma, casi fuese justamente lo que le conviene”.
Sobre esta base, afloran temas iguales, en el sentido de que también en el campo más general de la cultura se determina necesariamente y en modo espontáneo una correspondencia con los principios informadores del nuevo mundo soviético.
Así pues si EE.UU. no piensa en proscribir todo aquello que es intelectualidad, es sin embargo cierto que en lo relativo a ésta, y en la medida en que no se traduzca en instrumento para algo práctico, alimente un instintivo desinterés, casi como hacia un lujo, en el cual no debe emplearse demasiado quien está empeñado en cosas más serias, que serían el go to get quick, el service, la campaña en nombre de ésta o de aquella ridiculez social y así sucesivamente. En general, mientras los hombres trabajan, son sobre todo las mujeres, en EE.UU., las que se ocupan de “espiritualismo”: de allí su fuerte porcentaje en las mil sectas y sociedades en las cuales espiritismo, psicoanálisis y doctrinas orientales falsificadas se mezclan con el humanitarismo, el feminismo y el sentimentalismo, puesto que, además del puritanismo socializado y el cientificismo, no muy distinto es el nivel yanqui de “espiritualidad”. Y aun cuando se vea a EE.UU. acaparando con sus dólares a exponentes y obras de la antigua cultura europea, y ésta se use gustosamente para el relax de los señores del Tercer Estado, el centro verdadero se encuentra siempre afuera. En EE.UU. es un hecho que el inventor y el descubridor de algún nuevo utensilio que multiplique el rendimiento será siempre más considerado que el tipo tradicional del intelectual; que todo lo que es ganancia, realidad y acción en sentido material nunca sucederá que en la balanza de los valores tenga menor peso con respecto a lo que puede venir de una dirección de dignidad aristocrática. Así pues si EE.UU. no ha puesto, como el comunismo, en proscripción a la antigua filosofía, ha hecho algo mejor en cambio: por boca de William James ha declarado que lo útil es el criterio de lo verdadero y que el valor de cualquier concepción, incluso metafísica, debe medirse por su eficacia práctica, la cual luego, en el marco de la mentalidad norteamericana, termina casi siempre queriendo decir económico-social. El llamado pragmatismo es uno de los signos más característicos para la civilización yanqui; y se vincula con estos signos también la teoría de Dewey y el llamado behaviorismo: es la correspondencia exacta de las teorías recabadas, en la URSS, de las visiones de Pavlov acerca de los reflejos condicionados y, como ésta, excluyente de todo el Yo y de la conciencia como un principio sustancial. La consecuencia de esta teoría típicamente “democrática” es que todos pueden llegar a ser todo a condición de un cierto adiestramiento y de una cierta pedagogía, o sea que el hombre, en sí mismo, es una sustancia informe plasmable de la manera como el comunismo quiere que sea, cuando, en biología, considera como antirevolucionaria y antimarxista la teoría genética de la cualidades innatas. La potencia que en Norteamérica tiene la publicidad, el advertising, se explica por lo demás con la inconsistencia interna y la pasividad del alma americana que por tantos aspectos presenta las características bidimensionales, no de la juventud, sino del infantilismo.
El comunismo soviético profesa oficialmente el ateísmo, Norteamérica no llegó a tanto, pero, sin darse cuenta, es más, estando muchas veces convencida de lo contrario, corre a través de una pendiente en la cual nada más queda de lo que en los mismos marcos del catolicismo había significado religión. Se ha ya visto aquello a lo cual con el protestantismo se reduce la religiosidad: rechazado todo principio de autoridad y de jerarquía, liberada de cualquier interés metafísico, de dogmas, ritos, símbolos y sacramentos, ella se ha rebajado a un mero moralismo que en los países anglosajones, sobre todo en EE.UU., pasa al servicio de la colectividad conformista.
Con razón revela Siegfried que “la sola religión americana es el calvinismo, como aquella concepción para la cual la célula verdadera del organismo social no es el individuo, sino el grupo” y en donde al ser considerada la misma riqueza a los ojos de sí mismo y de los demás como un signo de elección divina, “se convierte difícil discernir entre aspiración religiosa y mera caza de la riqueza... Se admite así como moral y deseable que el espíritu religioso se convierta en factor de progreso social y de desarrollo económico”. Consecuentemente las virtudes requeridas para cualquier fin sobrenatural terminan apareciendo inútiles y nocivas. A los ojos de un yanqui puro el asceta no es sino un perdedor de tiempo, un parásito de la sociedad; el héroe en el sentido antiguo, no es sino una especie de loco peligroso al que hay que eliminar con oportunas profilaxis pacifistas y humanitarias, mientras que el moralista puritano fanático es rodeado de una fúlgida aureola”.
¿Todo ello quizás está muy lejos del principio de Lenin de eliminar “toda concepción sobrenatural o aunque fuese extraña a los intereses de clase”; de destruir como un mal contagioso cualquier resto de espiritualidad independiente; no nos encontramos quizás en el mismo camino del hombre terrenalizado omnipotente que —en EE.UU. como en URSS— toma la forma de la ideología tecnocrática?.
También el punto siguiente debe ser tomado en consideración. Con la NEP (* Nueva Política Económica) en Rusia no se había abolido el capitalismo privado sino para sustituirlo por un capitalismo de Estado: se tiene así un capitalismo centralizado sin capitalistas visibles, lanzado, por decirlo así, hacia una mastodóntica empresa sin fondo. Teóricamente, todo ciudadano soviético es simultáneamente obrero y accionista del trust omnipotente y omnicomprensivo del Estado socialista. Prácticamente, él es sin embargo un accionista que no recibe dividendos: prescindiendo de lo que le es dado para vivir, lo recaudado de su trabajo va al Partido que lo vuelve a lanzar en otras empresas de trabajo y de industria sin permitir que se detenga y haciendo en vez que el resultado sea siempre la más alta potencia del hombre colectivo, no sin una precisa relación con los planos de la revolución y de la subversión mundial. Ahora bien, se recuerde lo que se dijo acerca de la ascesis del capitalismo —fenómeno sobre todo norteamericano—, acerca de la riqueza que en EE.UU. en vez de ser el fin del trabajo y el medio para una grandeza extraeconómica, o tan siquiera para el libre placer del sujeto, se convierte en medio para producir nuevo trabajo, nuevos provechos y así sucesivamente, en procesos en cadena que se llevan siempre más allá y que no permiten detenerse. Teniendo presente esto, se llega nuevamente a constatar que en USA, por aquí y por allí, de manera espontánea y en un régimen de “libertad”, viene a afirmarse el mismo estilo que de manera violenta las estructuras del Estado comunista tienden a realizar. Por lo tanto, en la grandeza desfalleciente de las metrópolis yanquis en donde el sujeto  —“nómade del asfalto”— realiza su nulidad ante el reino inmenso de la cantidad, de los grupos, de los trusts y de los estandards omnipotentes, de las selvas tentaculares de rascacielos y fábricas, mientras que los dominadores son encadenados a las cosas que ellos dominan, en todo ello lo colectivo se manifiesta más todavía, en una forma aun más sin rostro que en la tiranía ejercida por el régimen soviético, sobre elementos muchas veces primitivos y abúlicos.
La estandarización intelectual, el conformismo, la normalizacion obligatoria y organizada en grande son fenómenos típicamente norteamericanos, pero sin embargo colindantes con el ideal soviético de un “pensamiento de Estado” con valor colectivo. Ha sido justamente resaltado que todo norteamericano —se llame Wilson o Roosevelt, Bryan o Rockefeller— es un evangelista que no puede dejar en paz a sus semejantes, que constantemente siente el deber de predicar y de darse ocupación para convertir, purificar, elevar a cada uno al nivel moral estándar de los Estados Unidos, que él no duda que es el más alto. Se ha comenzado con el abolicionismo en la guerra de secesión y se ha terminado con la doble “cruzada” democrática wilsoniana y rooseveltiana en Europa. Pero también en pequeña medida, aunque se trate de prohibicionismo, de propaganda feminista, pacifista o naturista hasta el apostolado eugenésico y así sucesivamente, el espíritu es siempre el mismo, siempre la misma es la voluntad de estandarizar, la intrusión petulante de lo colectivo y de lo social en la esfera individual. Nada más falso es suponer que el alma norteamericana sea “abierta”, desprejuiciada: no existe otra que tenga tantos tabúes. Pero ella los ha incorporado de un modo tal que ni siquiera se da cuenta.
Se ha ya mencionado que una de las razones del interés alimentado por la ideología bolchevique hacia EE.UU. derivaba del hecho de que ella había visto de qué tan buen modo contribuya el tecnicismo de esta última civilización al ideal de despersonalización. El estándar moral corresponde al espíritu práctico del norteamericano. El confort al alcance de todos y la superproducción en la civilización de los consumos que caracterizan a EE.UU. han sido pagadas con el precio de millones de hombres reducidos al automatismo del trabajo, formados según una especialización a ultranza que restringe el campo mental y embota toda sensibilidad. En lugar del tipo del antiguo artesano, para el cual cada tarea era un arte, de modo de que cada objeto llevaba una huella de personalidad y, en cada caso, al ser producido por sus mismas manos, presuponía un conocimiento personal, directo, cualitativo de aquel oficio, se tiene una horda de parias que asiste estúpidamente a mecanismos de los cuales uno solo, el que los repara, conoce los secretos, con gestos automáticos y uniformes casi como los movimientos de sus utensilios”. Aquí Stalin y Ford se dan la mano y, naturalmente, se establece un círculo: la estandarización inherente a todo producto mecánico y cuantitativo determina e impone la estandarización de quien los consume, la uniformidad de los gustos, una progresiva reducción a pocos tipos, que va al encuentro de aquella que se manifiesta directamente en las mentalidades. Y todo en Norteamérica concurre para este fin: conformismo en los términos de un matter-of-fact, likemindedness, es la consigna, sobre todos los planos. Así pues, cuando los diques no se hayan roto por el fenómeno de la delincuencia organizada y por otras formas salvajes de “supercompensación” (hemos ya mencionado la beat generation), aligerada con cualquier medio del peso de ser una vida remitida a sí misma, llevada por el sentir y el actuar sobre las vías ya hechas, claras y seguras de Babbit, el alma americana vuelve simple y natural como puede serlo una hortaliza, fuertemente protegida contra cualquier preparación trascendente por los parantes del “ideal de animal” y de la visión optimista-deportiva del mundo.
Así para la masa de los Norteamericanos se podría bien hablar de una confutación en grande del principio cartesiano “Cogito, ergo sum”: ellos “no piensan y son”, es más, no pocas veces, son como seres peligrosos, y en varios casos sucede que su primitivismo supere en gran medida el del eslavo no totalmente formado como “hombre soviético”.
La nivelación, naturalmente no deja de extenderse a los sexos. La emancipación soviética de la mujer concuerda con la que en EE.UU. la imbecilidad feminista, extrayendo de la democracia todas sus lógicas consecuencias, había ya desde hace tiempo realizado en correlación con la degradación materialista y practicista del hombre. Con los divorcios en cadena y en repetición, la disgregación de la familia en EE.UU. tiene un ritmo análogo al de esperarse en una sociedad que conozca sólo “compañeros” y “compañeras”. Mujeres que, habiendo abdicado de sí mismas como tales, creen ascender al asumir y ejercer la una o la otra de las actividades masculinas; mujeres que parecen ser incluso castas en su impudicia y sólo banales aun en las perversiones más avanzadas, y aquellas que piden al alcohol la manera de descargarse de las energías reprimidas o desviadas de su naturaleza; jóvenes y muchachas, en fin, que en una promiscuidad de camarada y deportiva parecen no conocer más que muy poco de la polaridad y del magnetismo elemental del sexo. Estos son fenómenos de pura marca americana, aun si su difusión infectiva en casi todo el mundo ya no deja más recordar el origen. En el estado actual, si una diferencia hay a tal respecto con la promiscuidad deseada por el comunismo, ésta se resuelve sólo en sentido peyorativo: está representada por un factor ginecocrático, en EE.UU., como en los países anglosajones en general, cada mujer y cada muchacha considera como algo totalmente natural que se le reconozca por derecho una especie de preeminencia y de intangibilidadad moral.
En los inicios del bolchevismo había habido quien había formulado el ideal de una música de base rumorista-colectiva para purificar también este campo de las concepciones sentimentales burguesas. Es lo que Norteamérica ha realizado en grande y ha difundido en todo el mundo con un fenómeno extremadamente significativo: el jazz. En las grandes salas de las ciudades yanquis en donde centenares de parejas se sacuden como fantoches epilépticos y automáticos ante los sincopados negros, es verdaderamente un “estado de muchedumbres”, es la vida de un ente colectivo que se vuelve a despertar. Es más, quizás pocos fenómenos son expresivos como éste, para la estructura en general del mundo moderno en su última fase: porque para tal estructura es característica la coexistencia de un elemento mecánico, sin alma, hecho esencialmente de movimiento, en una clima de turbia sensación (“una selva petrificada contra la cual se agita el caos” —H. Miller). Además, lo que en el bolchevismo había sido programado y realizado, ahora en un lugar, ahora en otro, al modo de representaciones “teatralizadas” del despertar del mundo proletario a los fines de una activación sistemática de las masas, en Norteamérica ha encontrado desde hace tiempo su equivalente en una más vasta escala y en forma nuevamente espontánea: es el delirio insensato de los meetings deportivos, centrados en una degradación plebeya y materialista del culto de la acción; fenómenos de irrupciones de lo colectivo y de regresión en lo colectivo, éstos, por lo demás, como es sabido, han surcado desde hace tiempo el océano.
Ya el norteamericano Walt Witman, poeta y místico de la democracia, puede ser considerado como un precursor de aquella “poesía colectiva” que empuja a la acción, que, como se ha dicho, es uno de los ideales y de los programas comunistas: pero un lirismo de tal tipo en el fondo, empapa muchos aspectos de la vida yanqui: deporte, activismo, producción, service. Así como en la URSS hay que esperar sólo que adecuados desarrollos resuelvan los residuos primitivos y caóticos de la antigua alma eslava,  en los Estados Unidos sólo hay que esperar que los residuos individualistas del espíritu de los rangers, de los pioneros del Oeste, y cuanto aun se desencadena y busca compensación en las gestas de los gangsters, de los existencialistas anárquicos y en fenómenos similares, sea reducido y retomado en la corriente central.
Si éste fuese el lugar, sería fácil ir más allá en la constatación de análogos puntos de correspondencia, los cuales permiten pues ver en Rusia y Norteamérica dos rostros de una misma cosa, dos movimientos, que, en correspondencia con los dos más grandes centros de poder del mundo, convergen en sus destrucciones. La una, realidad en camino de conformarse, bajo el puño de hierro de una dictadura, a través de una completa estatización y racionalización. La otra: realización espontánea (por ende todavía más preocupante) de una humanidad que acepta ser y quiere ser lo que es, que se siente sana, libre y fuerte y llega por sí misma a los mismos puntos, sin la sombra casi personificada del “hombre colectivo”, al que sin embargo tiene en su red, sin la entrega fanático-fatalista del eslavo comunista. Pero detrás de la una como de la otra “civilización”, detrás de una y otra grandeza, quien ve, reconoce igualmente los pródromos del advenimiento de la “Bestia sin Nombre” *.
No obstante ello, hay quien todavía se solaza con la idea de que la “democracia” norteamericana sea el antídoto contra el comunismo soviético, la alternativa del llamado “mundo libre”. En general, se reconoce el peligro cuando éste se presenta en la forma de un ataque brutal, físico, desde lo externo; no se lo reconoce, cuando éste toma los caminos que pasan desde lo interno. Europa desde hace tiempo ya que padece la influencia de Norteamérica, es decir de la perversión de los valores y de los ideales ínsitos en el yanqui. Ello por una especie de fatal contragolpe. En efecto, como alguien ha justamente dicho, Amé-rica no representa sino un “extremo Occidente”, el desarrollo ulterior hasta el absurdo de las tendencias-básicas elegidas por la moderna civilización occidental en general. Por esto, no es posible una verdadera resistencia cuando alguien se mantenga firme en los principios de una tal civilización y sobre todo en los espejismos técnicos y productivos. Y con el desarrollo de esta influencia aceleradora podrá pues acontecer que, al cerrarse la tenaza desde Oriente y desde Occidente alrededor de una Europa que, después de la segunda guerra mundial, privada ya de cualquier verdadera idea, ha cesado también políticamente de tener rango de potencia autónoma y hegemónica mundial, y no sea capaz ni siquiera de advertir un sentido de capitulación. El triunfo final podrá no tener siquiera los caracteres de una tragedia.
El mundo comunista y Norteamérica, en su actitud de estar persuadidos de tener una misión universal, expresan una realidad de hecho. Tal como se ha dicho, un mismo eventual conflicto entre ellos valdrá en el plano de la subversión mundial, como la última de las operaciones violentas, que implica el holocausto bestial de millones de vidas humanas, para que se realice a pleno la última fase de la involución y del descenso del poder de la una a la otra de las antiguas castas, hasta la más baja de éstas, y el advenimiento de una humanidad colectivizada. Y también, si no tuviese que verificarse la catástrofe temida por algunos en relación al uso de las armas atómicas, al cumplirse un tal destino toda esta civilización de titanes, de metrópolis de acero, de cristal y de cemento, de masas pululantes, de álgebras y máquinas encadenadoras de las fuerzas de la materia, de dominadores de cielos y de océanos, aparecerá como un mundo que oscila en su órbita y se dirige a desligarse de ella para alejarse y perderse definitivamente en los espacios, donde no hay más ninguna luz, salvo la siniestra encendida por la aceleración de su misma caída.

(Rebelión contra el mundo moderno, pgs. 425-434)


lunes, 7 de marzo de 2016

EVOLA: NORTEAMÉRICA NEGRIFICADA


              NORTEAMÉRICA NEGRIFICADA



Reproducimos a continuación partes del capítulo IV de la obra de Julius Evola, El Arco y la Clava, en la cual se ocupa de analizar caracteres propios del alma del norteamericano, al que califica acertadamente como el pueblo arquetípico de la decadencia. En tal sentido lo interesante a destacar es que, si bien ha esclavizado primero y luego ha segregado al negro en su sociedad, no ha dejado sin embargo de asumir sus hábitos y costumbres en modo tal de haber asimilado a lo negro como componente esencial de la propia alma. Por supuesto que habría que agregar que al negro primitivo y en situación de esclavitud, pues como bien explica el autor no es lo negro un condicionamiento biológico que signifique necesariamente inferioridad. Las músicas negras que en el seno de una sociedad libre pudieron tener hasta un sentido religioso y sagrado, en el contexto de esclavitud y servidumbre impuesto por el mundo norteamericano se han convertido por el contrario en elementos de decadencia y descomposición.
Distinto hubiera sido si el norteamericano hubiera tomado al piel roja como su antecedente, respecto del cual es mucho más lo que hubiera podido aprender en razón del carácter tradicional que el mismo expresara en sus costumbres. En cambio en Norteamérica se han combinado dos elementos de decadencia generando así una civilización pervertida. Por un lado la negritud producto de una situación de esclavitud que ha producido el clima de primitivismo, infantilismo y culto por la fuerza bruta que hoy se vive y por otro las sectas protestantes más fanáticas, expulsadas del suelo inglés por su extremismo, tales como los cuáqueros y puritanos, lo que lo ha impulsado a lo largo de la historia a querer imponer compulsivamente y por todas partes sus propios valores a los que reputa como los únicos buenos y verdaderos. Este cóctel de elementos dispares ha dado lugar a esta auténtica anomalía que es la civilización norteamericana.



Respecto de los Estados Unidos se ha usado, no equivocadamente, la imagen de un crisol. Ellos nos muestran efectivamente uno de los casos en los cuales, a partir de una materia prima cuanto más heterogénea, ha tomado forma un tipo humano que presenta características en gran medida uniformes y constantes. Hombres de los pueblos más diferentes, al transferirse a tal país, reciben por lo demás la misma huella; es raro que luego de dos generaciones éstos no pierdan casi todas sus características originarias y no reproduzcan un tipo bastante unitario como mentalidad, sensibilidad y modo de comportarse: el tipo del norteamericano.
Al respecto aquí no se compaginan ciertas teorías, como las formuladas por Frobenius y por Spengler, los cuales han supuesto una estrecha relación entre las formas de una civilización y una especie de “alma” vinculada al ambiente natural, al “paisaje” y a la población originaria. Si ello fuese así, en Estados Unidos una parte esencial habría tenido que tenerla el elemento indígena, constituido por los Amerindios, es decir los pielesrojas. Los pielesrojas eran razas que presentaban una fiereza con su estilo, con una dignidad, una sensibilidad y una religiosidad propia; no erradamente un escritor tradicionalista, F. Schuon, ha hablado de la presencia en su ser de algo de carácter “aquilino y solar”. Y nosotros no tememos en afirmar que, si hubiese sido su espíritu el que hubiese impregnado en forma sensible en sus mejores aspectos y en un plano adecuado, la inmensa materia del “crisol norteamericano”, el nivel de dicha civilización sería posiblemente más alto 1.
En vez, prescindiendo del componente puritano-protestante (el cual, a su vez, en razón de su valorización fetichista del Antiguo Testamento, expresa no pocas tendencias judaizantes), parece que justamente el elemento negro, en su primitivismo, haya sido el que dio el tono a los aspectos relevantes de la psiquis norteamericana. Es ya característico el hecho de que, cuando en Norteamérica se habla de folklore, es a los negros que se refieren, casi como si éstos fuesen los habitantes originarios del país. Por lo cual, como una obra clásica que se habría inspirado en el “folklore norteamericano” en los Estados Unidos es considerado el famoso Porgy and Bess de Gerschwin, que trata exclusivamente de negros. El mismo autor declaró en su momento que, para ambientarse, transcurrió un cierto período entre los negros norteamericanos.
Pero aun más impactante y generalizado es el fenómeno constituido por la música ligera bailable. No puede negársele la razón a Fitzgerald el cual ha dicho que, en uno de sus principales aspectos, la civilización yankee puede ser denominada como una civilización del jazz, lo cual significa que se trata de una música y una danza negrizadas o negrificadoras. En tal dominio unas muy singulares “afinidades electivas” han llevado, a través del camino consistente en un proceso regresivo y de primitivización, a Norteamérica a inspirarse justamente en los negros, casi como si para buscar ritmos y formas frenéticas como eventual compensación justificadora por la mecanizada y sin alma civilización mecánica y material moderna, mucho mejor no hubiesen podido ofrecer múltiples fuentes rastreables en el área europea. En otra ocasión hemos mencionado, por ejemplo, los ritmos de danza de Europa sud-oriental, que muchas veces poseen algo dionisíaco. Pero Estados Unidos ha hecho su elección inspirándose en los negros y en los afro-cubanos, y de tal país el contagio se ha extendido poco a poco a todos los demás.
El componente negro en la psiquis norteamericana había sido ya notado en su momento por el psicoanalista C.G. Jung. Vale la pena referir algunas observaciones suyas:
“Lo que me asombró sobremanera en los Norteamericanos fue la gran influencia del negro. Influencia psicológica, puesto que no quiero hablar de ciertas mezclas de sangre. Las expresiones emotivas del Norteamericano y, en primer lugar, su manera de reír, se pueden estudiar perfectamente en los suplementos de los diarios yankees dedicados a la society gossip. Aquel modo inimitable de reír, de reír a lo Roosevelt, es visible en su forma original en el negro de ese país. Aquella manera característica de caminar con las articulaciones relajadas, o bien balanceando las caderas, que se ve en forma tan habitual en los yankees, deriva de los negros. La música norteamericana le debe a los negros sus principales inspiraciones. Las danzas yankees son danzas de negros. Las manifestaciones del sentimiento religioso, los holy rollers y otros fenómenos anormales norteamericanos están en gran medida influidos por el negro. El temperamento extremadamente vivo, que en general no se manifiesta tan sólo en el juego del base ball, sino también y en manera particular, en la expresión verbal, el flujo continuo, ilimitado de las charlas que caracteriza a los diarios norteamericanos, es un ejemplo notable de ello; no deriva por cierto de los progenitores de estirpe germánica, sino que se asemeja al chattering de aldea negra. La casi completa falta de intimidad y de vida colectiva que todo lo retoma y divulga nos recuerdan, en los Estados Unidos, a la  vida primitiva en las cabañas abiertas en donde reina una completa promiscuidad de todos los miembros de la tribu”.
Continuando con sus observaciones Jung termina preguntándose si los habitantes del nuevo continente pueden todavía ser considerados como Europeos. Pero tales relieves pueden ser desarrollados con más amplitud.
Aquella brutalidad que es uno de los aspectos innegables del Norteamericano puede bien definirse como de origen negro. En los felices días de aquello que Eisenhower no se preocupó por denominar como la “cruzada en Europa” y en los primeros períodos de la ocupación se han podido observar formas  típicas de tal brutalidad, es más, se ha visto que a veces el norteamericano “blanco” ha ido aun más lejos que su compatriota negro, con el cual, en muchos aspectos compartía muchas veces el infantilismo.
En general el gusto por la brutalidad parece ya ser algo connatural al alma norteamericana. Es verdad que el más brutal de los deportes, el boxeo, ha nacido en Inglaterra, pero es en los Estados Unidos que el mismo ha tenido los desarrollos más aberrantes y que se ha convertido en el objeto de un fanatismo colectivo, muy pronto transmitido a los otros pueblos. Con respecto al gusto de ir a las piñas o a las manos en la manera más salvaje, es suficiente por lo demás considerar una gran cantidad de películas, series y de gran parte de la literatura yankee “amarilla”: el pugilato minúsculo es allí un tema constante, evidentemente porque ello responde al gusto de los espectadores y de los lectores de tal país para los cuales parece haberse convertido en un símbolo de gran virilidad. La nación-guía norteamericana en vez ha relegado, más que cualquier otra, entre las antiguallas ridículas europeas, aquella forma de arreglar las cosas por el camino de una controversia, siguiendo normas rigurosas, sin recurrir a la fuerza bruta y primitiva del simple brazo o puño, lo cual podía corresponder al duelo tradicional. No es necesario subrayar el estridente contraste entre tal rasgo norteamericano y lo que fue el ideal de comportamiento de gentleman de los Ingleses, los cuales sin embargo han constituido un componente del pueblo originario de los Estados Unidos.
El hombre occidental moderno, que en gran medida es un tipo regresivo, puede ser comparado en muchos de sus aspectos a un crustáceo; es tan “duro” en su aspecto exterior del comportamiento de hombre de acción, de emprendedor sin escrúpulos, de organizador, etc., del mismo modo que es “blando” e inconsistente como sustancia interior. Ahora bien, todo esto es verdad de manera eminente en el Norteamericano, en cuanto éste representa al tipo occidental desviado llevado hasta los extremos. Pero aquí se encuentra otra afinidad con el negro. Un sentimiento caduco, un pathos banal, en especial en las relaciones sentimentales, acercan al norteamericano con el negro mucho más que con el Europeo verdaderamente civilizado. A tal respecto, a partir de numerosas novelas norteamericanas típicas y también nuevamente de canciones, además que del cine y de la vida privada corriente, el observador puede extraer fácilmente testimonios indubitables.
Que el erotismo del Norteamericano sea tan pandémico cuanto, técnicamente hablando, primitivo, ello ha sido deplorado también por las mismas jóvenes y mujeres de los EE.UU. Lo cual remite a otra convergencia con lo que es propio de las razas negras, en las cuales, la parte, a veces obsesiva, que desde los orígenes han tenido el erotismo y la sexualidad se ha asociado justamente a un primitivismo; así estas razas, a diferencia de los Orientales, del mundo occidental antiguo y de otros pueblos, no han conocido un ars amatoria digna de tal nombre. Las ensalzadas altas prestaciones sexuales negras en realidad no tienen más que un grosero carácter cuantitativo priápico.
Otro aspecto importante del primitivismo norteamericano se refiere al concepto de la “grandeza”. Werner Sombart ha felizmente resaltado este punto diciendo: they mistake bigness for greatness, frase que se podría traducir así: ellos confunden la grandeza material con la grandeza verdadera, espiritual.  Ahora bien, este aspecto no se lo encuentra en todos los pueblos no-europeos o de color. Por ejemplo, un Árabe auténtico de antigua raza, un Pielroja, un extremo-oriental no se dejan impresionar demasiado por todo lo que es tan sólo grandeza externa, material, cuantitativa, comprendida la vinculada a las maquinas, a la técnica y a la economía (prescindiendo naturalmente de los elementos ya europeizados). Para ello era necesario una raza en verdad  primitiva e infantil como la negra. No es exagerado decir que el tonto orgullo de los Norteamericanos por su “grandeza” de carácter espectacular, por los achievements de su civilización se resiente pues también ello de la psiquis negra.
En este contexto se puede mencionar una de las estupideces que muchas veces se sienten repetir, es decir, que los Norteamericanos serían una “raza joven”, lo cual tiene como tácito corolario que a ella le pertenecería el provenir. Sólo una mirada miope puede fácilmente confundir los rasgos de una efectiva juventud con los de un infantilismo regresivo. Por lo demás, en rigor, siguiendo la concepción tradicional, las perspectivas son invertidas. A pesar de las apariencias, los pueblos recientes, al haber llegado por último, por haberse en mayor medida alejado de los orígenes, deben denominarse como los más viejos y por lo tanto crepusculares. Ésta es una concepción que por lo demás halla una correspondencia en el mundo de los organismos 4. Ello explica el paradojal encuentro de los presuntos pueblos “jóvenes”, en el sentido justamente de pueblos que llegaron por último, con razas verdaderamente primitivas, que han permanecido siempre afuera de la gran historia, explica el gusto por lo primitivo y el retorno al primitivismo. Lo hemos ya resaltado por la elección hecha por los Norteamericanos, en razón de una verdadera afinidad electiva, de la música negra y sub-tropical; pero el mismo fenómeno es visible también en otros dominios de la cultura y del arte más recientes. Nos podremos referir por ejemplo también a la valorización de la négritude de parte de existencialistas, de intelectuales y de artistas “progresistas” en Francia.
Por lo demás una conclusión a extraer de todo esto es que los Europeos y también los epígonos de civilizaciones superiores no europeas demuestran, a su vez, la misma mentalidad del primitivo y del provinciano cuando admiran  los Estados Unidos, cuando se dejan impresionar por tal país, cuando se norteamericanizan tontamente y de manera entusiasta creyendo que ello signifique ponerse en el rumbo del progreso, de dar prueba de una mente libre y abierta.
Así es como tenemos que también el “integracionismo” social y cultural negro se está difundiendo en la misma Europa y que incluso en Italia es propiciada una acción hipócrita en especial a través de películas importadas (en donde negros y blancos aparecen mezclados en las funciones sociales, como jueces, abogados, policías, etc.) y la televisión, en espectáculos con bailarinas y cantantes negras puestas junto con las blancas, a fin de que el gran público se acostumbre poco a poco con la promiscuidad y pierda cualquier remanente de natural sensibilidad de raza y de sentido de distancia. El fanatismo ha suscitado aquella masa informe y aullante de carne que es la negra Hella Fitzgerald en sus exhibiciones en Italia, lo cual es un fenómeno tan triste como indicativo. También lo es el hecho de que la más abierta exaltación de la “cultura” negra, de la négritude, se deba a un alemán, Janheinz Jahn, en el libro “Muntu” publicado por una digna antigua casa editora de Alemania (¡el país del racismo ariano!), que un conocido editor de izquierda, Einaudi, se ha apresurado a difundir en traducción en dos ediciones. En tal libro delirante se llega a sostener que la “cultura” negra sería un óptimo medio para sanear la “civilización material” de Occidente...
Con respecto a las afinidades electivas norteamericanas, queremos mencionar todavía un punto. Podemos decir que si en EE.UU hay algo que parecía salvarse y que dejaba esperanzas, era el fenómeno constituido por aquella generación que se había convertido en una sostenedora de una especie de existencialismo rebelde anárquico, anticonformista y nihilista: la denominada beat generation, los beats, los hipsters y semejantes, sobre los cuales hablaremos luego. Y bien, la confraternización con los negros y una verdadera religión del jazz negro, la deliberada promiscuidad, también sexual y femenina, con los negros, son características como un aspecto esencial de tal movimiento. En su conocido ensayo, Norman Mailer, que ha sido uno de los principales exponentes del mismo, había establecido una especie de equiparación entre el negro y el tipo humano de la generación aludida, definiendo nada menos a este último como the white Negro, es decir, el “negro blanco”. Con mucha razón Fausto Gianfranceschi ha escrito a tal respecto: “Por la fascinación ejercida por la ‘cultura’ negra en los términos descritos por Mailer, se asoma enseguida un paralelismo –irrespetuoso– con la impresión que suscitó el mensaje de Federico Nietzsche a caballo de dos siglos. El punto de partida es la misma ansia por romper todas las fosilizaciones conformistas con una inmediata toma de conciencia del dato vital y existencial; pero ¡cuánta confusión, si el negro, tal como hoy se ha visto, con el jazz  y el orgasmo sexual, es elevado al pedestal del ‘superhombre’!”.
Pour la bonne bouche terminaremos con un testimonio significativo de un escritor norteamericano en nada banal, James Burnham (en The struggle for the world): “En la vida norteamericana hay rasgos de una desnuda brutalidad. Estos rasgos se revelan tanto en los linchamientos y en el gangsterismo en la propia patria cuanto en la vanidad y en la bellaquería de los soldados y de los turistas en el exterior. El provincialismo de la mentalidad norteamericana se expresa en una falta de comprensión por cualquier otro pueblo y cultura. Hay en muchos norteamericanos un desprecio de campesino por las ideas, por las tradiciones, por la historia, unido al orgullo por las pequeñas cosas vinculado al progreso material. ¿Quién, luego de haber escuchado una radio norteamericana, puede reprimir un temblor ante el pensamiento de que el precio por la supervivencia (de una sociedad no-comunista) sea la norteamericanización del mundo?”. Tal como lamentablemente en gran medida está sucediendo.

1 Un literato con pretensiones intelectuales, Salvatore Quasimodo, repudiando las ideas “racistas” expuestas aquí, nos ha acusado entre otras cosas, de contradicción porque, mientras estamos en contra de los negros, tributamos un reconocimiento a los amerindios. Él no sospecha que un “sano racismo” no tiene que ver con el prejuicio de la “piel blanca”; se trata esencialmente de una jerarquía de valores, en base a la cual decimos “no” a los negros, a todo lo que es negro y a las contaminaciones negras (las razas negras en tal jerarquía se encuentran apenas por encima de los primitivos de Australia, de acuerdo a una conocida morfología corresponden principalmente al tipo de las razas “nocturnas” y “telúricas”, en oposición a las “diurnas”), mientras que hubiéramos estado sin más dispuestos a admitir una superioridad respecto de los “blancos” de los estratos superiores hindúes, chinos, japoneses y de algunas estirpes árabes a pesar de la piel no blanca de los mismos, dado aquello a lo cual estaba ya reducida la raza blanca en la época de la expansión mercantilista-colonial.


jueves, 3 de marzo de 2016

EL FORTÍN Nº 79

http://juliusevola.com.ar/

Nº 79 ( Noviembre 2015-Marzo 2016)

LA LÍNEA HISTÓRICA CISNEROS, ROSAS Y MALVINAS


por Juan Garayalde



Precisamos de una doctrina metapolitica que logre limpiar tantas confusiones y errores cometidos a lo largo de tantos años y que han hecho de nuestro país algo peor que una colonia. Exige que examinemos los cimientos de la historiografía y que borremos pretendidas lineas "nacionales" que sólo sirvieron para llevar al poder a políticos corruptos que solo construyeron un poder sobre si mismos, una "patria" para pocos, una "patria" que enriqueciese a otros, y una "patria" que hace que la pobreza sea el principal agente alimentador de la Democracia como forma de vida.

Esta historiografia que debe reescribirse, se lo efectúa analizando todo nuevamente con una nueva lupa: la doctrina TRADICIONAL. Debe partir de la España de los Austrias, la herencia imperial que llegó a América, y que quedara representada en nuestra historia por el ultimo Virrey del Río de la Plata, Baltasar Hidalgo de Cisneros, quien fue depuesto por revolucionarios que tomaban como doctrina al pensamiento jesuítico (Mariana y Suárez) que instauraban la "soberania popular" (desplazando la concepción tradicional de la Monarquia) y la justificación del "regicidio".

La segunda etapa, la encarna el mas grande argentino que pisó estas tierras, el Brigadier General Don Juan Manuel de Rosas, el que doblegó a las potencias mas importantes del siglo XIX (Francia e Inglaterra) y fue el ultimo bastión contra el imperialismo liberal. En su vejez, escribió cartas que son testimonios de un verdadero representante de la cosmovisión política del tradicionalismo.

Finalmente, MALVINAS, la última cruzada de los ARGENTINOS y americanos por lograr despertar el espíritu guerrero de estas tierras contra el enemigo causante de nuestra decadencia espiritual, cultural y material.

Esta linea histórica, tuvo sus derrotas: 1) 25 de Mayo de 1810, se depone al Virrey Cisneros. Este abandona la Argentina en julio de 1810, y en España se pone al servicio del Rey Fernando VII hasta los últimos dias de su vida. Fallece en 1823. 2) 3 de Febrero de 1852, el traidor de Urquiza aliado con el ejercito del Brasil, derrota a Juan M. de Rosas en la batalla de Caseros, debiendo abandonar el poder en nuestro pais. 3) 14 de junio de 1982. Fecha de cese el fuego entre el ejercito argentino y el ejército britnico en la Guerra de Malvinas. A pesar de la superioridad numérica del Ejercito Argentino en las Islas y el triunfo de la Aviación en varias operaciones de guerra, nuestro país decide deponer las armas. Una nuevo puñal se clava en la espalda de la argentina tradicional. Nuestro Versalles, fue finalmente la llegada de la Democracia.

Dentro de este contexto histórico de derrota y resistencia quien engloba el punto mas alto alcanzado en TODA nuestra América Hispana, es el Mariscal Francisco Solano Lopez, el hombre que luchó y murió junto a su pueblo por los principios de la LIBERTAD Y EMANCIPACIÓN DE SU TIERRA respecto del imperialismo británico y brasileño. Gloria y Honor al mas grande americano. En esta tierra tuvimos nuestro Gotterdammerung, y su protagonista fue ese inmortal pueblo del Paraguay que dio su vida por PRINCIPIOS que en nuestro país y en el resto de América se traicionaron repetidas veces. Es hora de pensar diferente, de lo contrario, seremos aún peor de lo que hoy lamentablemente hemos llegado.





LA ENEMISTAD HISTÓRICA DEL PAPADO CONTRA EL IMPERIO ESPAÑOL
O
EL MITO DE QUE CASTILLA FUE EL BRAZO ARMADO DE LA IGLESIA





por Francisco Núñez Proaño




LA SECESIÓN DE CATALUÑA Y LOS 'ALTERNATIVOS'
ELECCIONES ARGENTINAS: EL TRIUNFO DEL LIKUD


EL 'NACIONALISMO' MACRISTA


EL NACIONALISMO PROYANQUI
EVOLIANOS Y NACIONALISTAS II
CARTA ABIERTA AL CORONEL SEINELDIN


CRÓNICA DE PAYASOS

CIRILO Y FRANCISQUITO






por Marcos Ghio


EL ESTADO ISLÁMICO ES EL MOVIMIENTO MÁS EUROPEO DE TODOS






SOMOS EVOLIANOS


LOS GÜELFOS RUSÓFILOS


¿QUÉ HACER?


EL EJÉRCITO DE FRANCISCO


EL VALOR DE LA VIDA


NUESTRA ACTITUD FRENTE A LA ECONOMÍA


¿ESTÁ LLEGANDO EL PUNTO DE DETENCIÓN?






por Julián Ramírez

miércoles, 2 de marzo de 2016

RAMÍREZ: ACLARANDO LAS PALABRAS​ II

ACLARANDO  LAS  PALABRAS​ II

     En el mundo moderno las palabras tienden cada día más a confundir que a aclarar. Lo que antes significaba una cosa hoy día significa otra. Constantemente aumenta la ambivalencia de algunos términos. Y esto no es una casualidad. Consciente o inconscientemente es un arma de la subversión y consiste en que no se hable claro,  que se pierda toda referencia a lo Superior, que se establezca la duda, y que ser caiga en la confusión- Algún clásico dijo que de la confusión en las palabras vino la confusión a la ciudad.
     Sabemos que las palabras son un instrumento limitado como lo es la razón, que no pueden expresar las primeras y últimas verdades que son inexpresables. Para ello está la intuición intelectual; pero dentro de ese espacio limitado las palabras sirven como orientación y guía para la mayoría. Por lo contrario sirven a los demagogos, a los políticos corruptos y para todo aquel que quiera engañar.
     Para los que defendemos los principios tradicionales la palabra es un instrumento para hablar claro. Cuando no se habla claro estamos ya en presencia de la subversión y del engaño, y con esto no se transa.
     Y yendo al motivo de esta nota veamos el significado en política de las palabras "derecha" e "izquierda". Ya nos hemos ocupado en otras notas enviadas a esta radio de la cuestión, pero aunque seamos reiterativos no está demás insistir dada la vigencia del tema.
     Ser de Derecha significa defender los principios tradicionales, porque la Tradición nos vincula con lo sobrenatural, lo trascendente, lo Superior, con Dios y con la inmortalidad en el "post mortem".  Ser de Izquierda significa  vincularse exclusivamente con lo material, lo económico, lo físico, lo biológico,al consumismo y a negar toda entidad espiritual y a disolverse en el más allá. Así es el mundo moderno y con él no se puede transar; no se puede servir a dos señores como reza el Evangelio. Ahora bien, toda aquel que defiende a la modernidad es de Izquierda, el que se confiesa democrático es de esa calidad por más que sus palabras pretendan negarlo. Hay muchos que adoptan un compromiso con lo que llaman la realidad y así dicen  que hay una democracia "buena" y una democracia"mala". Personas así son frecuentes hoy día, no avisoran nada más allá y se someten a la realidad visible y sensorial.
     Hubo en estas tierras argentinas un caudillo político, el Gral. Perón, que repetía constantemente: " la realidad es la única verdad". Sus seguidores hoy día hacen lo mismo y como ven democracia por todos lados se someten a ella porque consideran que es la "realidad".
     No hay democracia "buena" o "mala", hay una sola: la peor forma de gobierno de todos los tiempos. ¿ Y porqué es la peor? Porque la democracia se funda en el falso dogma de la soberanía del pueblo y en las no menos perversas banderas de la revolución francesa como ser la libertad individualista para hacer cada uno lo que quiera y  la igualdad que es una utopía que no existe en ningún orden de la existencia.
     El pueblo no puede ser sujeto de la soberanía que pertenece únicamente a Dios, la libertad no es para hacer lo que se quiera sino para hacer lo que se debe querer de acuerdo a la naturaleza de cada uno.
     La democracia es una de las más recientes subversiones de la modernidad y por lo tanto es siempre y en todo lugar de izquierda. Todos aquellos que de una u otra manera la aceptan son izquierdistas aunque no quieran reconocerlo y protesten en nombre de su religión, de su patriotismo y de sus convicciones más íntimas.
     Finalmente hagamos una aclaración para evitar confusiones.Lo que decimos es todo lo contrario de lo que sueñan los nostálgicos de los golpes militares que azotaron nuestros países hispanoamericanos y que instalaron dictaduras de neto corte liberal en defensa de privilegios económicos y al servicio de imperialismos mundiales. Todos esos golpes, aunque parezca sorprendente, desde el punto de vista tradicional también fueron de Izquierda ya que implantaron una ideología subversiva como es el liberalismo y todos prometieron reinstaurar la democracia, cosa que cumplieron.

San Carlos de Bariloche, 8 de febrero del 2016.


RAMÍREZ: REFUTANDO MENTIRAS DE CÓMO SE FINANCIA EL ESTADO ISLÁMICO

REFUTANDO  MENTIRAS  DE CÓMO  SE  FINANCIA  EL  ESTADO  ISLÁMICO


     

Desde la acción de guerra que derribó las Torres Gemelas el 11-9-01 diversos sectores de distinto origen, progresistas, neomarxistas,  nacionalistas, identitarios, montajistas, conspiracionistas y rusófilos, cuando no de periodistas y medios venales, han tratado de convencer a la opinión pública que el fundamentalismo islámico es una creación del mismísimo imperialismo yanqui, de Israel y de diversos servicios de informaciones, con el objetivo de crear condiciones para el desarrollo de la tercera guerra mundial y lograr así el domino mundial.
     Con la aparición del Estado Islámico dichas falsedades se han incrementado a un nivel enfermizo y psicótico propio ya de la desesperación, e intentan centrar la atención en plantear cómo se financia ese Estado con la asistencia yanqui, sionista y de otras fuentes externas.
     Contradiciendo todo esto una información fechada en Nueva York el 13-12-15 y recogida por Europa Press, nos da a conocer declaraciones de Adam Szubin, subsecretario del Tesoro para Terrorismo de EE.UU.
     Con esto de ningún modo caeremos en la ingenuidad de creer en los dichos de un funcionario yanqui, y menos en una guerra mundial en que es fundamental el uso de las informaciones, pero no se puede negar que hay ciertos datos dados por el enemigo que resultan verosímiles, aclaran el panorama y son coherentes con la perspectiva del mundo y de la vida del Estado Islámico.
     El citado funcionario dice que el 43% del presupuesto del EI procede del petróleo el cual es destilado por pequeñas destilerías a cargo de particulares. Y lo más sorprendente, ese combustible casi en su totalidad es comprado por el gobierno de Assad a precios más módicos que los del mercado internacional. Y dice Szubin: “Solo una pequeña parte de sus ingresos proceden de mecenas extranjeros, es una organización que extrae sus ingresos de los territorios que controla”. El EI no necesita extraer más petróleo que alrededor del 10% de lo que se producía antes de la guerra con lo cual, si fuere necesario, aumentaría su producción.
     Otra fuente de ingresos del EI está dada por los impuestos internos que percibe y que alcanzan a un 20% del total del presupuesto y se aplican al suministro de electricidad, telefonía, internet, textiles, industria,  agricultura y muchos otros servicios. Un 50% del presupuesto – según estas fuentes yanquis – se obtiene a través de confiscaciones y a lo obtenido a través de los bancos que han pasado al control total del EI. El 7% restante proviene de diversas actividades particulares y del transporte, siempre según esas fuentes yanquis. Sobre Turquía, a quién se acusa por parte de Rusia y otros países de traficar con el petróleo que vendería el EI, no hay prueba alguna fehaciente.
     La misma información nos dice que EE.UU. está cooperando con el gobierno de Irak para asegurarse que las decenas de entidades bancarias controladas por el EI queden incapacitadas para acceder a los mercados financieros internacionales.
     Como vemos nos encontramos frente a una guerra total en la cual el frente del mundo moderno, no solamente en forma militar sino que en lo económico también, pretende ahogar al EI.
  Toda empresa política o militar necesita contar con un sostén material y en este sentido el EI no deja de asombrarnos con su capacidad tanto en el plano militar como en el económico. Se fundamenta en la austeridad, en el anticonsumismo , en la máxima autarquía posible y en aplicar los recursos que tiene a fines prioritarios como ser sostener a la población civil. Está luchando en el plano material por romper la dictadura internacional de la usura que agobia a los pueblos y es así un ejemplo para muchos a quiénes se tiene engañados de que la única solución es pedir prestado a  los buitres internacionales.

San Carlos de Bariloche, 14 de diciembre del 2015.


JULIÁN  RAMÍREZ 

RAMÍREZ: ¿ESTÁ LLEGANDO EL PUNTO DE DETENCIÓN?

¿ESTÁ LLEGANDO EL PUNTO DE DETENCIÓN?


     
Conforme a las doctrinas tradicionales nos encontramos en la era del Kaliyuga, la edad de a la obscuridad y las tinieblas conforme a doctrinas hinduistas, edad del hierro para la tradición grecorromana, edad del lobo para la tradición nórdica. Otras tradiciones también han enseñado esta manifestación del ciclo que comienza con la edad de oro, luego la edad de plata, después  la del bronce y finalmente la del hierro, es decir el Kaliyuga. Todo ello compone el ciclo completo: el Manvatara luego del cual comenzará un nuevo ciclo.
     El Kaliyuga marca el final de la manifestación cíclica de lucha entre el espíritu tradicional y el mundo moderno. El que sepa interpretar este proceso en base a los principios tradicionales no dejará de advertir los signos de los tiempos presentes. Desde los siglos VIII ó VI a.c. se aprecia la aparición de tendencias modernas, pero todavía contenidas por el espíritu tradicional, pero desde la Revolución Francesa ya se advierta en forma desembozada y continua el avance cada vez más acelerado del mundo moderno.
     Para el observador moderno pareciera que las fuerzas materiales, económicas y bélicas se imponen en un mundo donde lo espiritual, lo trascendente, lo suprahumano, lo sobrenatural, lo metafísico y lo religioso han desaparecido, que lo esencial ya no existe, y que domina totalmente el devenir y el constante cambio, donde se vive para tener y consumir y no para ser. Es lo que corresponde para el final del Kaliyuga. Pero la materia no podrá nunca eliminar totalmente al espíritu, su triunfo es aparente, es el gigante con pies de barro conforme al relato bíblico. Y cuando parece que todo está perdido se manifiestan fuerzas con fundamentos tradicionales que se oponen al mundo moderno.
     Esas fuerzas tradicionales se manifiestan hoy a través del fundamentalismo islámico como podrían manifestarse a través de otras religiones. Detrás de la lucha del fundamentalismo islámico se advierte sin dificultad que se trata de un enfrentamiento entre el espíritu tradicional y el decadente mundo moderno. El no querer ver esto es propio de tontos o de individuos de mala fe o de aquellos que defienden apetitos inconfesables. También están los que cegados por la modernidad han perdido toda posibilidad de intuir lo superior. El Estado Islámico, caso único en el mundo moderno, muestra claras señales de espíritu tradicional como ser: 1) unidad del poder político y de la autoridad religiosa en el califato, como lo fue en nuestro mejor medioevo con el Sacro Imperio Romano Germánico; 2) leyes civiles basadas en la religión como lo es la "sharia"; 3) correcta interpretación de la naturaleza propia del hombre y de la mujer; 4) antidemocracia, antiliberalismo, antiprogresismo y antimarxismo,todas ellas perversas ideologías de la modernidad; 5) mártires, que en contrario de lo que hacían los mártires cristianos no se entregan mansamente a que los devoren los leones en el circo romano, sino que mueren luchando. El mundo moderno no tiene mártires ni los tendrá, solo las causas superiores conocen el martirio de sus mejores; 6) subordinación de la economía a pautas religiosas que permite atender a las  necesidades de la población sin  consumismos alienantes.
     Sea cual sea el futuro del fundamentalismo islámico podemos afirmar que ya ha triunfado dando un empuje decisivo hacia la desintegración a la modernidad en agonía.

San Carlos de Bariloche, 1º de febrero del 2016.

JULIÁN  RAMÍREZ


RAMÍREZ: NUESTRA ACTITUD FRENTE A LA ECONOMÍA

NUESTRA  ACTITUD  FRENTE  A  LA  ECONOMÍA



     En el mundo moderno la economía ha llegado a constituirse en lo más importante de la sociedad. Todo se mueve en torno a ella. Las preocupaciones diarias del hombre actual giran en torno al dinero, los gobiernos han privilegiado las cuestiones económicas por sobre cualquier otra actividad. Los temas relativos a tipos de cambio, inversiones, productividad, finanzas, reparto de la riqueza, movimiento de capitales, impuestos, precios, salarios, estadísticas, ocupan el más amplio espacio en las conversaciones y en los medios. El mundo moderno ha hecho propias las palabras de Lenin: "La economía es nuestro destino".
     Esto es lo que corresponde a la época de obscuridad y de tinieblas en que se vive, el Kaliyuga, en la cual la materialización está llegando a sus instancias finales, y la economía, que es pura materia, parece imponerse por sobre todo otro valor.
     Frente a todo esto se impone considerar cuál debe ser la actitud del hombre de la Tradición y de un movimiento tradicional en relación al conjunto de la economía. El maestro Julius Evola nos ha dado en su obra "Los hombres y las ruinas" claras orientaciones al respecto. Allí nos dice: "No es el valor de un determinado sistema económico, sino el de la economía lo que debe ser puesto en cuestionamiento." Y esto es así puesto que la economía debe estar totalmente subordinada a la política, pero no a cualquier política, sino a una concepción política tradicional, en la que tengan primacía y hegemonía valores espiritualmente superiores y heroicos y con la cual el Estado cumpla con su verdadero rol, que es ni más ni menos que conducir las almas hacia lo que es más que vida puramente material y física.
     Como bien se señala constantemente en esta radio, vivimos un proceso de guerra de civilizaciones,, enfrentamiento que nada tiene que ver con teorías geopolíticas al estilo de Huntington o Alexandre Dugin. Una de las tesis fundamentales de la geopolítica señala que el enfrentamiento histórico se daba entre potencias terrestres y potencias marítimas. Esta es toda una falsedad. Hoy vemos como se coaligan las potencias marítimas con las terrestres para enfrentar al fundamentalismo islámico. EE.UU., Rusia, Inglaterra, Francia y varios más, son potencias cuyos anti-valores son de orden primordialmente económicos contra quienes, como el fundamentalismo islámico, plantea una concepción del mundo y de la vida en la cual priman valores religiosos.
     La verdadera guerra es pues la del espíritu tradicional contra el mundo moderno, la civilización que defiende lo superior contra la civilización cuyas bases son las económicas y materiales. Así están planteadas las cosas pese a todos aquellos que no quieren verlas o miran hacia otro lado y que pretenden que con tal o cual programa económico cambiarán la situación.
     La actitud del hombre tradicional frente a la economía debe ser totalmente distinta, con la subversión no se transa, y entrar a discutir sobre problemas económicos es totalmente superfluo si no se anteponen valores superiores que sean llevados adelante por quiénes los encarnen, organizados en una Orden heroica, viril y guerrera.
Pero esto de ningún modo significa estar desconectados de la tierra y ésa es la verdadera función del verdadero Estado: servir de puente, y el mismo Evola nos marca dos orientaciones generales que pueden transitar ese puente. La primera es la austeridad, o sea el anticonsumismo, prescindiendo de todo lo inútil que nos ofrece materialmente el mundo moderno, y que diariamente a través de una apabullante publicidad nos invita a comprar para así lograr la "felicidad".
     La segunda orientación nos invita a buscar la máxima autarquía posible, vivir con lo nuestro, con nuestros recursos, sin andar mendigando por el mundo préstamos y capitales que nos endeudarán cada día más con la consiguiente subordinación a los prestamistas.
     Agreguemos una tercera orientación: lucha implacable contra la usura en sentido amplio. El combate contra el interés de un préstamo dinerario, sea del 1% o del 100%.
     La lucha contra la usura formó parte de lo mejor de nuestra civilización durante el Medioevo del ecúmene cristiano. La destrucción del Sacro Imperio Romano Germánico y el protestantismlo abrió las puertas a esa patología que hace creer que el dinero produce dinero porque sí. Hasta la misma Iglesia Católica que combatió la usura hoy guarda silencio y la tolera cuando no la practica.
     Fnalmente, la lucha contra la democracia es otra orientación a seguir. La democracia es el mejor vehículo para sostener el reino de la economía. Se vota con el bolsillo: cuando está lleno, por el que gobierna; cuando está flaco por el demagogo que más promete.