lunes, 10 de mayo de 2010

BICENTENARIO Y MATRIMONIO GAY


Nadie ha reparado en el hecho de que la cercana celebración del bicentenario de nuestra ‘independencia’ ha coincidido con la reciente aprobación por parte del parlamento democrático de la ley de matrimonio homosexual, es decir aquella normativa que iguala los derechos de tal minoría con los del resto de nuestra población.
Digamos al respecto que tal hecho no resulta una simple coincidencia temporal sino que es coherente y profundiza el principal postulado de la Revolución de Mayo y hasta podría decirse -y es de lamentar que ningún diputado lo haya dicho- que tal acto legislativo ha sido el mejor homenaje que se le ha podido rendir a dicha gesta.
En Mayo de 1810, con la excusa de obtenerse la independencia, se sembraron una serie de gravísimos errores conceptuales cuyo despliegue y desarrollo histórico posterior nos han llevado a la situación que se vive en nuestros días. Comenzando principalmente por el que es requisito indispensable para toda democracia que es el de la ‘noble igualdad’ que incluso está presente como un explícito postulado de nuestro himno nacional; principio abstracto encargado de sustituir en su trono al destituido monarca y que, en tanto ha sido capaz de sortear con el transcurrir del tiempo una serie de prejuicios desigualitarios existentes en el seno de la población, acaba de plasmarse finalmente aun en la esfera de la sexualidad.
Es de destacar que algunos que apoyan críticamente tal acontecimiento, especialmente desde el ámbito del revisionismo histórico güelfo, para disminuir el alcance subversivo de la gesta de Mayo de 1810, en una clara concordancia con la política vaticana del ralliement, es decir de querer cristianizar al movimiento moderno, han dicho que en realidad la misma no se trató propiamente de una revolución, sino de un ‘movimiento emancipador’ y han puesto un especial énfasis en las diferencias que podía haber habido entre algunos de sus gestores, como por ejemplo Saavedra y Moreno, o Monteagudo y el Deán Funes, etc. Lo cual no era otra cosa que querer elegir entre girondinos y jacobinos en la Revolución Francesa o entre mencheviques y bolcheviques en la Rusa. El mal no se encontraba en alguna de las manifestaciones menos extrema que otra, sino en los principios que allí se sustentaban. Más todavía, habitualmente es preferible que éstos se presenten en su radicalidad a fin de hacerlos más claros y ostensibles para no llamar a la confusión y poder así combatirlos mejor.
La organización social que regía antes de la Revolución de Mayo se sustentaba justamente en el principio opuesto al de la ‘noble Igualdad’ en la medida que concebía la función de gobierno, sea a nivel colectivo como en el seno de las diferentes estructuras sociales, como propia de una élite diferenciada. Se consideraba en ese entonces que no todos estaban calificados para ejercerla, sino que los seres humanos eran desiguales y por lo tanto no poseedores de los mismos derechos, en tanto que había algunos que eran superiores y por ende debían ser más libres que otros en la medida que tenían la capacidad de gobernarse a sí mismos, por lo que de ellos emanaban prerrogativas diferentes a las del resto. Así como hoy en día todavía se acepta que el padre tiene derechos diferentes al de los hijos en tanto éste debe mandar y estos últimos le deben obediencia, sucedía exactamente lo mismo en un contexto social en donde había algunos más calificados que otros por lo que debían ejercer la función de gobierno y era tan absurdo suponer que tuviesen que ser elegidos por una mayoría circunstancial y sin conocimientos adecuados, del mismo modo que hoy lo sería para cualquiera (no sabemos aun por cuanto tiempo) considerar que fuesen los habitantes de los diferentes barrios de una ciudad los que eligiesen a quienes deben ser los médicos o los arquitectos.
Durante la institución del virreynato que rigiera en nuestras tierras antes de la constitución de nuestra democracia, en un proceso que ya lleva 200 años de existencia en una casi coincidencia temporal con el que se inaugurara en Europa con la Revolución Francesa, el gobernante no era elegido por el pueblo, sino que era directamente el rey el que lo hacía y su elección a su vez era efectuada no por un capricho ocasional sino entre aquellos que hubiesen pertenecido a una determinada orden de la que participaban personas calificadas y educadas para tal función. Recordemos que tal forma organizativa duró sin mayores inconvenientes en nuestras tierras por más de 300 años y aun antes de la llegada de los españoles las grandes civilizaciones pre-colombinas tampoco se destacaron por ser igualitarias y democráticas en modo tal que, como hemos dicho en otras oportunidades, mientras que el Imperio ha sido milenario en América, nuestra democracia, con tantos altibajos sufridos, productos todos ellos de sus profundas incoherencias y errores, apenas lleva 200 años.
Se alegó en tiempos de la Revolución de Mayo que la Monarquía había sido una institución ineficaz para la Patria recordándose allí la traición del monarca de turno quien, lejos de defenderla, se subordinara al usurpador francés. Alguien desde la esfera eclesiástica alegó entonces, basándose en la doctrina del jesuita Suárez, que el poder del rey emanaba de Dios pero por la intermediación del pueblo y que cuando aquel hubiese cesado en sus funciones el mismo retornaba a su fuente que eran las diversas Juntas. A lo que el obispo de Lue, representante vaticano, en ese entonces defendió el principio monárquico tradicional sosteniendo que un mal rey pasa, pero un sistema equivocado puede llegar a ser un castigo de siglos. Es lo que lamentablemente aconteció. Lo que sucedía era que en la Iglesia de esa época aun había jerarquías que defendían la Santa Alianza como un medio para detener la subversión que quería sustituir a monarquías legítimas por el dogma abstracto de la soberanía del pueblo.
Nuestros demócratas ante la suma de males que se suceden diariamente con su sistema, el que tiempo atrás fue amenazado en su misma existencia con la masiva consigna de ‘que se vayan todos’, suelen decirnos que el mismo funciona mal porque todavía no tenemos suficiente. Por ello conjuntamente con más democracia tendremos cada vez más ‘noble igualdad’. Ahora luego de la igualdad de derechos entre adultos homo y heterosexuales la habrá también en lo sucesivo entre padres e hijos, tal como la ha habido ya entre esposo y esposa. Así como se llamó a votar tiempo atrás para preguntarle a la gran mayoría televidente de Gran Hermano si quería, además de que algún participante se retire o no de un programa, que una parte de nuestro territorio fuese entregada a un país extranjero, también se le preguntará con el tiempo si Dios existe o si lo que rige en nuestro sistema solar es la física cuántica o la de Newton, y así como ahora ellos nos eligen a quiénes serán los gobernantes, es decir a las personas que saben en materia de política y de gestión de una nación, nos podrán elegir también y con mayor razón a los médicos, a los ingenieros, a los directores de escuela, de hospital, etc. Recordemos pues el dicho de que así como la democracia se cura con siempre más democracia, la igualdad sólo será realmente ‘noble’ y la veremos plenamente en el trono cuando sea absoluta. Falta poco.

Marcos Ghio
10/05/10

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