EL CARNAVAL PERPETUO (en 1988)
Se ha
notado insistentemente en los últimos tiempos el declive que ha tenido la
fiesta del Carnaval entre nosotros y la paulatina sustitución de su significado
originario, por lo que ha adquirido en la actualidad la imagen distorsionada de
una mera comparsa jocosa, o de una
ocasión más para el desenfreno danzante. Tan es así que la supresión de tal
festividad del almanaque no ha hecho sino confirmar ya una costumbre adentrada
en el alma de la población, de desapego e indiferencia hacia la misma. Pero
lejos se estaría, aun con esto, de considerar que ello ha sucedido porque nos
hemos convertido en una nación seria, dispuesta al ejercicio de ocupaciones más
elevadas. Además, como el origen del Carnaval es de carácter precristiano, se
ha notado una cierta satisfacción de parte de algún sector de la catolicidad,
el que habría interpretado este hecho como una especie de consumación
victoriosa de la antigua guerra iniciada en contra del paganismo al que se le
habría quitado ahora su última efemérides. Pero también esto dista mucho de ser
verdad, pues lo real es que se ignora olímpicamente el sentido último que tiene
dicha festividad en cualquier cultura normal. Y más aun, podría decirse, sin
riesgo a equivocarse, que la supresión de la festividad carnavalesca representa
un signo inequívoco más de decadencia y descomposición social.
En toda
sociedad orgánicamente constituida en la que primaba el respeto de las
jerarquías y por el orden natural existían períodos especialmente establecidos
con la finalidad de que ciertas fuerzas impuras latentes en el seno de una
comunidad pudieran salir a relucir y desencadenarse en momentos establecidos
con antelación a fin de que no interfirieran habitualmente con el
desenvolvimiento normal del devenir social. Así pues en la antigua Roma
existieron las fiestas saturnales en homenaje al Saturno ínfero, en las cuales
se operaba lo que hoy llamaríamos como una inversión de roles, pues los
esclavos se convertían en amos y éstos a su vez pasaban a ser esclavos, o los
plebeyos se vestían de patricios, los que a la inversa asumían la función de
plebeyos. En otros casos en cambio se descendía a un estado de indiferenciación
absoluta en el que ya no se trataba de invertir roles diferentes, sino de
hacerlos desaparecer del todo, consumándose así la tendencia desordenada hacia
el igualitarismo.
Esta tradición
también se transfirió a la Edad Media en la que se operaron festividades
carnavalescas de carácter sumamente curioso, como la fiesta del asno o la de
los locos. En el primer caso, por un día entero se rendía culto a un asno, el
que según la Tradición simboliza a una fuerza impura de negación de lo divino,
y se lo hacía subir al altar de la iglesia. En el segundo, más paradojal
todavía, ciertos miembros del bajo clero solían ponerse una vez al año bonetes
de bruja o de asno y proferir en público las peores herejías y burlas hacia la
liturgia. Se trataba así de que el carácter caído de la naturaleza humana,
parte constitutiva de la misma, no interfiriera en la obra cotidiana de
santificación; por lo tanto, canalizando el desorden ínsito en el hombre, se lo
dejaba desencadenar en un determinado día del año a través de una ceremonia
que, a modo de un recuadre simbólico, ponía límites precisos e infranqueables
al desorden convirtiéndolo en inofensivo. El Carnaval tenía pues para el hombre
medieval –el más cercano históricamente para nuestra cultura a una humanidad
normal– un carácter exorcístico de elevadísima función. Por ello también otras
expresiones carnavalescas más cercanas a nosotros, al acudir al uso de la
máscara, por lo general se remitían a figuraciones monstruosas, demoníacas y
grotescas, tendiendo pues a personificar aquellas potencias infernales del alma
humana (lo que hoy en día más se asemejaría al inconsciente freudiano), las
que, desencadenadas en ciertos momentos ordenados con anticipación, no
interferían o moderaban su influencia social negativa durante el resto del año.
De esta manera, como bien se ha señalado, la función de la máscara no era
propiamente la de ocultar a una persona, como vulgarmente se cree, sino por el
contrario, la de poner bien de manifiesto a aquella parte inferior y caótica
del alma humana que habitualmente se disimula y oculta. Si la persona es el
semblante que el hombre construye de sí mismo a lo largo de su vida, la máscara
carnavalesca es en cambio la materialización de esa función prepersonal y
caótica que se intenta esconder y doblegar a través de un largo aprendizaje
ascético.
Señalemos
también que cuando al final del Medioevo tales fiestas carnavalescas fueron
suprimidas o cayeron en desuso, se operó un proceso de inaudito aumento de la
hechicería y –como corolario– una invasión de todas las potencias infernales
latentes en el alma hacia el conjunto del cuerpo social.
Justamente
hoy en día la desaparición de esta fiesta o su desvirtuación por la mera
comparsa o el puro desenfreno danzante, por lo que no adquiere un carácter
diferenciado de otras fechas del año, significa permitir que estas fuerzas
impuras actúen libremente y en el momento menos esperado.
Si hoy
ya no se festeja el Carnaval y se ha borrado tal celebración del almanaque es
por la sencilla razón de que se ha perdido su especificidad y que las fuerzas
del caos que anidan en el cuerpo social, liberadas del encuadre simbólico que
las ordenaba, han invadido todas las instancias del orden social y no precisan
más acudir a una máscara para manifestarse; por lo cual no nos equivocaríamos en
decir que si hoy en día no se celebra la fiesta del Carnaval es por la sencilla
razón de que vivimos en un Carnaval perpetuo y cotidiano.
Marcos Ghio
Revista
Cabildo, Marzo de 1988.
EL CARNAVAL PERPETUO EN 2014
Gobernaba
en 1988 el presidente Alfonsín y nuestra naciente democracia como forma de vida
(antes la había sólo como forma de gobierno), producto de nuestra derrota de
Malvinas, había comenzado recién a desplegarse en su ola de frivolidad y desorden que la
caracteriza y que hoy vivimos en forma abundante y aluvional. El Carnaval sigue
siendo concebido como una cosa de todos los días, pero si antes era algo que no
se decía y ocultaba y no se celebraba la fecha para esconder tal realidad, hoy
en día en cambio tal fenómeno de Carnaval Perpetuo es algo reconocido y exaltado
con asiduidad. De este modo no solamente se lo ha vuelto a instituir como
feriado en la Argentina a fin de recordarnos tal situación, sino que se lo ha elevado
a la categoría superior de modo de vida y de ser por parte de los principales
líderes de tal anomalía. Así recientemente el presidente venezolano Maduro, un
verdadero modelo en sus desplantes payasescos y por lo tanto carnavalescos, ha
manifestado textualmente que ‘El
Carnaval es la antítesis del Fascismo’. Tal afirmación sumamente correcta,
y respecto de la cual debemos reconocer que es en lo único en lo que
concordamos con tal gobernante, merece una serie de consideraciones. Entendemos
como Maduro que mientras que la democracia es algo frívolo y carnavalesco el Fascismo
es por el contrario una cosa sumamente seria. Significa la soberanía del Estado
sobre la nación, de la aristocracia, es decir de lo cualitativo y superior, por
sobre lo numérico e inferior. Mientras que el Carnaval democrático es el
despliegue de todas las zonas inferiores, prepersonales y caóticas del ser, el
fascismo es en cambio orden, jerarquía, elevación del hombre a su condición de
persona. Una sociedad normal será aquella en la cual así como el Fascismo
volverá a ser la forma en que se organizará una nación, el Carnaval volverá a
ser comprendido como un hecho simbólico y necesario siendo reducido solamente a
una determinada fecha del año en la que se produce la purgación de los
elementos inferiores del ser.
M.G.
El Fortín, Marzo 2014.
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