domingo, 28 de agosto de 2016

LUCIFER Y SATANÁS

LUCIFER Y SATANÁS


El padre Julio Meinvielle, de lejos principal doctinario del nacionalismo güelfo en la Argentina, quien conociera bastante a fondo la obra de René Guénon aunque nada la de Evola, al analizar el texto del primero El reino de la cantidad, solía resaltar las críticas de éste al mundo moderno al que calificara como satánico; pero aclaraba enseguida que si bien Guénon era contrario al satanismo era sin embargo un pensador luciférico. 
Para quienes no son duchos en las diferencias entre estas dos tipos de demonología recordemos lo que se viene diciendo desde San Agustín. Lo demoníaco tiene dos manifestaciones diferentes e incluso antitéticas. Lucifer es el ángel preferido de Dios que se rebela contra la soberanía de éste sobre el mundo creado, pero que no niega sin embargo el orden de este último. Lucifer por ejemplo acepta que los valores espirituales deben primar sobre los materiales pero no que Dios sea el principio y fuente rectora de todo lo que existe. Aquella filosofía que como el deísmo sostiene que Dios creó el mundo y que luego se desentendió de éste dejándolo al cuidado del hombre es lo que más se aproximaría pues al luciferismo. Sin embargo San Agustín decía que si se desconoce la actuación y soberanía de Dios en todas las cosas y especialmente en la historia, como sujeto activo que no solamente crea sino que también conserva su obra, la consecuencia de ello no es el triunfo de lo espiritual sobre lo material, sino a la inversa que lo que es materia se termina sublevando en contra del espíritu. Sin lo sobrenatural no se tendría lo natural, sino lo infranatural, es decir que la sublevación de Lucifer conllevaría en forma necesaria la última de todas que es la de Satanás.
El luciferismo pues sería el hombre que ocupa el lugar de Dios y el satanismo en cambio el descenso de lo humano en las esferas más bajas del ser en donde las zonas más sórdidas del yo ocupan el lugar primordial.
Pero Meinvielle efectúa una transposición ilícita, la de considerar solamente a la Iglesia como la expresión de Dios sobre la tierra y a todo apartamiento respecto de su postura como signo inequívoco de luciferismo. En la misma tónica que el padre argentino, Giuseppe Montini, futuro papa Paulo VI, contestará al texto de Evola, Imperialismo Pagano, con una categórico artículo titulado Respuesta a Satanás, aunque en verdad, de acuerdo a la óptica aquí mentada debería haber sido mejor respuesta a Lucifer. 
Sin embargo debe destacarse aquí lo siguiente. No se convierte necesariamente en luciférico aquel que se aparta del rumbo histórico impreso por la Iglesia. No fue luciférico Federico II el emperador gibelino, ni lo han sido Evola y Guénon en tanto que éstos no han negado la soberanía de Dios sobre el mundo, sino que simplemente han descreído de que la Iglesia güelfa hubiese sido la expresión y señal del mismo, es decir que hubiese expresado a la persona del Espíritu Santo. Tal concepto debe ser más vasto y no puede ser encerrado forzosa y burocráticametne en una institución determinada. El gibelinismo al respecto sostiene que dos son los pontífices: el papa y el emperador. Es decir que el Espíritu Santo. la tercera persona divina, no se expresa en uno solo sino arquetípicamente al menos en dos figuras. Dios no puede estar encerrado en las paredes de un templo, sino que está en todas partes.
¿A qué quedaría pues reducido el luciferismo? Significa pues concebir la divinidad y endiosamiento del hombre pero a partir del mismo hombre y no desde la figura superior de Dios. El hombre es en este caso hipóstasis de lo divino, pero lo es a través de un Dios superabundante que lo incluye en la segunda persona del Verbo. 
El Renacimiento que ha humanizado a lo divino es la expresión más clara del luciferismo. Frente al mismo el gibelinismo representa en cambio la divinización de lo humano en la figura arquetípica del emperador. 
Rudolf Otto supo ver esta diferencia acuñando dos conceptos antitéticos y fundamentales: panteismo y teopantismo. Panteismo significa que todo es Dios pero a partir del mundo en una vertical que parte de lo bajo para elevarse hacia lo alto. Es pues el mundo, a través de su figura más elevada que es el hombre, el que se diviniza en una acción parecida a una sublimación. Teopantismo es en cambio Dios mismo que sobreabunda y excede sus límites a través del hombre, lo que acontece en la encarnación del Verbo y posteriormente en la aparición de figuras providenciales y divinas como el emperador, el santo y el héroe, expresiones del Espíritu Santo encargadas de conducir lo humano hacia lo divino.

1 comentario:

Anónimo dijo...

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