domingo, 22 de agosto de 2010

LA VERDADERA CAÍDA DEL COMUNISMO
DE MONTMATRE A CHERNOBIL


1) La Comuna de París

Corría 1871, la plebe, azuzada por la burguesía, una vez más se había recluido en una elevada colina con la intencionalidad de rebelarse para siempre. Esta vez en la parisina Montmatre no iba a repetir la experiencia fallida del Aventino hacía 2000 años cuando, luego de una revuelta victoriosa, se dejara seducir por el discurso de un elocuente patricio respecto de la necesidad que ella tenía del Estado, de esa institución sagrada, superpuesta al orden social, encargada de gobernar en la tierra así como Dios lo hacía en el universo.
Sus actuales ideólogos la habían convencido con argumentos contundentes de que no existía ninguna de estas dos cosas, que todo lo que fuese metafísico era un opio inventado a fin de justificar con engaños ‘la explotación del hombre por el hombre’, que solamente existía aquello que nuestros ojos ven o nuestras panzas degluten, es decir la materia que con su oscura necesidad todo lo gobierna y rige más allá de discursos y alucinaciones.
Se había pues tomado el poder de acuerdo a tales premisas, se había profundizado así lo iniciado un siglo antes por la revolución francesa, ¿pero qué hacer ahora? ¿Cómo organizarse en lo sucesivo? Comenzaron entonces las elucubraciones y discusiones al respecto. Dos líderes opuestos, determinados en gran parte por orígenes étnicos dispares, comenzaron a debatir acaloradamente respecto de lo que había que hacerse de aquí en más. El ruso Bakunin, un príncipe renegado y alcohólico empedernido, dijo que si se había hecho verdaderamente la revolución ésta debía significar la liquidación definitiva de esos dos grandes mitos que eran Dios y el Estado sustituyendo al primero por un nuevo culto, el del Hombre, y al segundo por una nueva forma de organización espontánea en la cual cada comunidad se diese la propia ley instaurándose un federalismo universal de acuerdos recíprocos sin necesidad de centralismo, pues el hombre es bueno por naturaleza. A lo cual el alemán Marx lo contradijo diciendo que la nueva divinidad que había que adorar de aquí en más no era el Hombre, sino la Materia, la cual se desplegaba dialécticamente a lo largo de la historia en etapas prefijadas y necesarias, por lo cual aun no estaban dados los tiempos de la desaparición del Estado. Ahora en su fase final de lucha de clases debía ser la plebe misma soliviantada la que ejerciese su dictadura a fin de que una vez que se hubiese concluido definitivamente con la burguesía entonces el Estado desapareciese verdaderamente ‘pasando a formar parte de los trastos viejos de la historia’. La conversación fue subiendo cada vez más de tono. Marx le reprochó entonces a Bakunin su origen de clase aristocrático y su ascendencia rusa, pueblo de eslavos, es decir esclavos, de lúmpenes y sin proletariado industrial, incapaces por lo tanto de haber podido desarrollar una sociedad capitalista como en cambio lo habían ya hecho los sajones ingleses y alemanes. A lo cual el ruso ofuscado le reprochó su origen simultáneamente alemán y judío. ‘Ud. se encuentra influido aun por el idealismo alemán para el cual la vida, es decir lo humano, queda sometida al concepto abstracto, a la Idea que lo reduce y comprende; lo que para Ud. es materia, no es otra cosa que metafísica sublimada, es el mismo Dios que se ha disfrazado con otro nombre. Quiere cambiar el sometimiento a la divinidad teísta por el materialismo dialéctico personificado en su Estado. Este último, lejos de desaparecer como Ud. predica, se volverá cada vez más opresivo con el tiempo, pues es una característica propia del mismo crecer y crecer siempre más.’ Y como los sofismas de su interlocutor se hacían cada vez más pronunciados profirió este legendario anatema. ‘Como buen judío que Ud. es, su Estado no es otra cosa que la manifestación del Jehová vengativo en esta etapa histórica. De la misma manera que éste, se convertirá siempre más en un mecanismo totalitario y opresor que sustituirá la explotación de la burguesía por la de una nueva clase de parásitos, todavía peor que la primera’.
Así en medio de tales desavenencias e interminables discusiones fracasó la Comuna de París.

2) De Montmatre a Petrogrado

40 años más tarde entró en escena un coterráneo de Bakunin de nombre Vladimir Illich, alias Lenin, pero de orígenes muy distintos. No era un aristócrata como el primero, sino un resentido en tanto que el zarismo había colgado a su hermano por subversivo y violento. En el exilio reflexionó asiduamente sobre la polémica entre su antepasado ruso y el filósofo germano y trató de encontrarle solución a este entuerto originado a fin de poder hallar la clave para que no volviera a fracasar una vez más la revuelta de la plebe. En una obra que representa un verdadero manual de facinerosos, titulada El Estado y la Revolución, Lenin desmenuza en detalle la polémica suscitada. Dice que tenía razón Bakunin sólo cuando afirmaba que había que destruir el Estado, pero ¿cuál Estado? Allí es donde está el meollo: se trata del Estado burgués el cual debe ser aniquilado totalmente hasta sus mismas raíces. Esto es lo que no entendían los marxistas alemanes de su tiempo seguidores literalmente de su maestro, como Kautsky y Bernstein. Ellos malinterpretando sus dichos pretendían simplemente ocupar el Estado; de lo que se trata en cambio es de destruirlo, pero para construir uno nuevo, la dictadura del proletariado, la cual luego se habría de extinguir. Aquí Lenin hace un claro distingo entre los verbos ‘destruir’ y ‘extinguir’. El Estado burgués es destruido inmediatamente por la violencia revolucionaria. El proletario en cambio ‘se extingue solo’, se autodestruye. ‘Ahora bien, no me pidan que les indique fechas porque es algo difícil de decir, pueden ser años, siglos o aun milenios. Todo depende del día en que logremos acabar con el último burgués que existe en la tierra’. A todo esto en uno de los capítulos finales de su obra, luego de haber expresado con un maquiavelismo inescrupuloso todos los métodos ‘revolucionarios’ para terminar con la burguesía, nos explica la manera cómo se encontrará organizado el nuevo Estado soviético. Toma como ejemplo concreto a la empresa de correos de los EEUU, demostrando así ya en ese entonces la gran afinidad que siempre habría de existir entre el capitalismo yanqui y el comunismo ruso. ‘Tal maravilla de organización y sincronización será el modelo de nuestro nuevo Estado’. En el mismo se suprimirán las diferencias entre el trabajo intelectual y el manual, todos, a la manera de la empresa yanqui, deberán ‘trabajar’ pues ‘el que no trabaja no come’. Aquí se refiere explícitamente a que todos por igual se convertirán en asalariados de esa gran empresa que es el Estado, desapareciendo así cualquier sesgo de libertad que pueda proporcionar la actividad intelectual independiente de un salario o del dinero. Todos los trabajadores tendrán a su vez la misma remuneración de acuerdo a las necesidades establecidas por el Estado. Aunque no se indica cuánto ganarán los jerarcas que compondrán sus estructuras de mando. Faltaba sólo escribir el capítulo relativo a la manera cómo habría de producirse ese último proceso de ‘extinción’ del cual nos hablaba Lenin en el que iba a desembocarse en la sociedad comunista sin clases sociales, esa especie de paraíso terrenal en donde, sin necesidad de coerciones y luego de una terapia de tonificantes dictaduras, gulags y checas, los hombres gozaríamos al fin de un bienestar inacabable sin tener preocupación de ningún tipo.
Pero henos aquí que en ese mismo momento estalla la Revolución de octubre (en realidad de noviembre según nuestro calendario) y Lenin entonces nos pide a todos disculpas por la interrupción obligada ya que tiene que irse a Petrogrado a organizar los soviets aunque casi burlonamente nos indica al final de su obra que ya nos habremos de enterar de lo que iba a pasar finalmente.

3) Chernobil

Se ha creído erradamente hasta nuestros mismos días en dos profundas falsedades. La primera de ellas es que el comunismo se terminó con la caída del muro de Berlín, la segunda, en función del primer error, es la de considerar por lo tanto que luego de tal caída ha comenzado en Rusia a constituirse un régimen ‘normal’. Ninguna de las dos cosas ha sucedido. En 1989 no se terminó el comunismo no solamente por el hecho de que éste nunca ha llegado a existir, sino porque lo único que ha verdaderamente acontecido es que se ha hecho público un fenómeno que ya se sabía pero solamente entre unos pocos. Que en realidad nunca existió allí verdaderamente un Estado obrero (lo cual por otra parte representa una verdadera utopía), sino de multimillonarios a los que se ha denominado sucesivamente como burocracia, ‘nueva clase’, nomenklatura, etc. pero que en realidad se trata de personas con un nivel de vida que supera holgadamente al de los capitalistas más adinerados. Pero la diferencia entre el comunismo de antes del 89’ y el actual es parecida al fenómeno que hoy se vive por ejemplo en nuestro sindicalismo. Antes los dirigentes gremiales se enriquecían pero cuando iban a las reuniones con sus afiliados dejaban estacionado su vehículo último modelo a 10 cuadras del sindicato para llegar allí en colectivo. Ahora ostentan abiertamente pues, como estamos en una sociedad consumista, los otros simplemente envidian esperando en algún momento llegar a ser como ellos. Ha pasado lo mismo en Rusia: antes la nomenklatura soviética ocultaba sus riquezas ante el gran público sea propio, como del mundo entero, ahora en cambio las ostenta. Entre los varios casos conocidos tenemos el del multimillonario ruso Abramovich, dueño de un club de futbol inglés y regalador de castillos europeos a sus distintas amantes. Esto obviamente no pasaba en la época de la Cortina de Hierro simplemente porque se ocultaba.
Pero resulta obvio hasta para el más lego en cuestiones de la economía que este despilfarro de riquezas debe tener consecuencias forzosas en el resto del país. La destrucción del reactor atómico de Chernobil con su consecuente contaminación del medio ambiente, debido a un simple problema de falta de mantenimiento, cosa inexplicable e imperdonable en una planta de tantos riesgos potenciales para la humanidad toda, representa un claro ejemplo de un Estado ocupado por una clase depredadora que se desentiende de los problemas cruciales de la población en función del propio enriquecimiento. Es de recordar al respecto que tal estallido, acontecido en 1986, significó el equivalente a 500 bombas atómicas de Hiroshima.

4) Conclusión

La verdadera caída del Estado burocrático y depredador inaugurado por Lenin en 1917 no aconteció en 1989 tras la glasnost de Gorbachov y la caída del muro. Ha comenzado primero con Chernobil y se ha acrecentado en estos últimos meses con los incendios forestales que han puesto en evidencia la existencia de un Estado al borde de su extinción. Tal como lo viene informando en exclusividad en nuestra lengua la Agencia de noticias Kali-yuga, reproduciendo lo que en otros lados, en Rusia especialmente, se viene difundiendo a través de distintos blogs independientes, Rusia se encuentra en virtual estado de colapso debido a una serie de incontrolables incendios forestales producidos es verdad en gran medida por los cambios climáticos generados por la polución del medio ambiente (1). Pero a esto se ha asociado la ineficiencia de un gobierno que ni siquiera tenía en condiciones motobombas para apagar los incendios y ni un solo avión para combatirlos. Los resultados han sido algo nunca visto en otras partes. La misma ciudad de Moscú hoy está envuelta en una neblina tóxica que produce según cifras oficiales unas 700 muertes diarias. Pero el problema no se termina aquí, los fuegos incontenibles amenazan ya las mismas plantas nucleares y lo que ya es un hecho los bosques que circundan a Chernobil, depósitos obligados de sustancias tóxicas radiactivas producidas por el estallido de la represa, ya están incendiándose y sus partículas no solamente contaminarán territorio ruso y ucraniano, sino que ya se acercan al de la misma Unión Europea. Alemania ya ha dado la voz de alerta, pero por supuesto se evita alarmar al gran público para evitar escenas de pánico. Es que el Estado ruso creado por Lenin y hoy a cargo de un ex coronel de la KGB, la policía secreta de tal tiranía, hoy sí se está cayendo en pedazos.
Te hemos al fin entendido, Vladimir Illich, habría de extinguirse de esta forma…

(1) Debemos también resaltar, a título de curiosidad, que el problema de la contaminación ambiental producto de la desidia de los distintos Estados modernos y principalmente de las diferentes concepciones materialistas que lo informan, no es solamente un fenómeno ruso. El reciente desastre ecológico del golfo de Nueva Méjico producido por el derrame incontenible de un pozo petrolero en alta mar es el resultado de un sistema que, en función de satisfacer necesidades ilimitadas de consumo, no tiene reparos en hacer perforaciones en zonas de altísimo riesgo, tal como hemos visto con este derrame que no tiene comparación alguna con otros que han sucedido hasta ahora en cuanto a su intensidad y duración en el tiempo. Como dato risueño hemos visto que también el gobierno de EEUU, del mismo modo que el de su par ruso en el caso de los incendios forrestales, tiende a disimular sus efectos ante la opinión pública. Así en esta semana al presidente Obama junto a su hija más pequeña ha estado bañándose en las aguas contaminadas queriendo indicar así que no hay peligro para la población y que todo está bajo control. Tenemos que acotar al respecto dos cosas: que en la foto los aludidos no aparecen con las cabezas mojadas por el agua por lo que muy seguramente se cuidaron de sumergirse y en segundo lugar que la gran sabiduría del pueblo norteamericano de haber elegido a un presidente negro le ha permitido también que, en razón de tal tizne en su piel, no se pudiesen percibir en las fotos las manchas de petróleo que con seguridad deben haber quedado diseminadas por todo su cuerpo.

Marcos Ghio
22/08/10

domingo, 8 de agosto de 2010

A PROPÓSITO DEL RECIENTE ESTRENO DE VINCERE
LA GRAN METAMORFOSIS DE MUSSOLINI




La figura de Benito Mussolini, lo mismo que la de su par Adolfo Hitler, ha sido tratada en abundancia por parte de la filmografía inaugurada a partir de 1945 tras el resultado bélico. En todos los casos, cuando no se ha tratado expresamente de una banalización y burla de las mismas y se ha pretendido en cambio hacer ‘historiografía’, nos hemos hallado siempre con interpretaciones capciosas efectuadas más que con una finalidad científica y objetiva de los hechos con la pedagógica de indicarnos todo que había estado mal y condenable y que por lo tanto no debía repetirse ‘nunca más’.
No ha escapado de esta intencionalidad explícita la obra del autor Marco Bellocchio que aquí comentaremos. Bellocchio pertenece como tantos a esa cultura de izquierda y partisana que ha venido gobernando en unanimidad la cultura italiana en forma sistemática y tediosa desde la victoria de los Aliados en Italia y su consecuente ‘liberación’, mal pudiendo reclamarse de la misma algún acto de revisionismo o intento por no querer seguir con la corriente. Sin embargo es de destacar aquí dos hechos significativos que no deben descuidarse. Por primera vez el cine intenta develar ese acontecimiento misterioso de la historia europea cual fue que la gran y única revolución en contra de la modernidad que hubo en el siglo pasado fuera llevada a cabo por alguien que paradojalmente expresaba una de las manifestaciones más extremas y virulentas de la misma, estando emparentado incluso con la variante más jacobina del socialismo. Y en tal sentido el autor, sin proponérselo explícitamente, da en la clave de cuáles han sido las temáticas de esta verdadera metamorfosis que fuera la revolución fascista la cual tuvo que acontecer, antes que en Italia, en la atormentada alma de Mussolini a través de una serie de conflictos en su personalidad que incursionan incluso sin proponérselo en una esfera metafísica.
Mussolini, antes de ser el Duce era un dirigente socialista de la variante más extrema de su espectro. Era furiosamente antireligioso (1) y contrario totalmente a las reivindicaciones nacionales de su patria a las que calificaba como burguesas de la misma manera que a la Primera Gran Guerra que ya había estallado en el continente. Hay dos momentos fundamentales que aparecen en la película y que son significativos respecto del cambio que habría de acontecer en su conciencia. El primero de ellos es cuando, en un debate al que es invitado, lanza un vehemente desafío a Dios para que demuestre que existe verdaderamente fulminándolo en un lapso de cinco minutos, cosa que por supuesto no sucede, pero que para él sería en ese entonces una señal irreversible de su inexistencia. El segundo es cuando, en un Congreso del Partido Socialista, se produce la ruptura con sus compañeros poniéndose a la cabeza de la vertiente más extremista. Mientras que los socialistas convencionales y reformistas, siguiéndolo a Marx en la consigna de que los proletarios no tienen patria, sostenían que Italia no debía participar de una guerra entre burguesías, Mussolini en cambio afirma que la misma puede llegar a convertirse en un vehículo de aceleración del hecho revolucionario convirtiéndose así en un verdadero boomerang para quienes la habían iniciado. Hasta aquí Mussolini no se diferencia de Lenin quien en su ruptura con los mencheviques rusos sostenía lo mismo. Sin embargo las perspectivas existenciales serán sumamente diferentes entre ambos. El ruso capitaneará desde el exilio una revolución la que, a pesar de no haberse opuesto a su estallido, en última instancia será en contra de la guerra, tratando de aprovecharla para sus fines propios. En efecto, Lenin promovía el ingreso de su país a la contienda, pero con la finalidad de producir deserciones, desestabilizar al régimen, acentuar la lucha de clases, generar conflictos allí donde éstos no existiesen o fuesen simplemente germinales. Mussolini en cambio se siente atrapado por la guerra misma. Es la guerra, y en esto se encuentra el acierto de la película, lo que produce en él el cambio verdadero. Lejos de querer dirigirla desde bastidores, se enrola como voluntario y participa de duros combates. La guerra, en contacto con sectores del movimiento futurista, se convierte así de ‘motor de la lucha de clases’ en ‘una higiene para el alma’. Con Proudhom podría llegar a decir que es ‘como el huracán que sacude las aguas turbias’, concibiéndose así que mal puede destruirse al burgués consumista que está allí afuera si no lo hacemos previamente con el anida en el seno más profundo de nosotros mismos. Y es aquí donde aparece el momento culminante de la película. Mussolini cae herido gravemente en la contienda y la imagen se traslada al hospital de campaña en donde se curan a los heridos del combate. Es precisamente en este lugar donde se le aparece el Dios al cual había desafiado en un debate, a través de sucesivas imágenes en las paredes de la sala. Es como si le hubiese contestado recién ahora, años más tarde, a su desafío. Si hubiese aceptado aparecérsele en aquellos 5 minutos no habría expresado su verdadera esencia, sino solamente satisfecho un capricho tuyo. Una divinidad verdadera no necesita mostrarse todopoderosa para satisfacer la propia vanidad ni la de otros, ella lo es en su extrema sabiduría de saber gobernar los acontecimientos de acuerdo a sus designios. Italia y Europa entera precisaban de un Duce, de un conductor, que hiciese la verdadera revolución restauradora, que la sacudiese, luego y a través de la guerra, del humus burgués y asfixiante inaugurado por la revolución francesa. Los 5 minutos otorgados eran un tiempo muy escaso para sus planes. El Duce entonces, tras salir del hospital modificado y en neto contraste con Lenin, dirigirá un profundo cambio en la sociedad italiana, volviendo a unir sus instituciones quebradas, principalmente la Iglesia y la Monarquía, disociadas desde el siglo anterior tras la toma de Roma. Y resulta verdaderamente curioso cuando no providencial que esta restauración haya sido producida por quien por el contrario proclamaba la destrucción de las mismas.
La película por supuesto, en tanto no escapa al clima de banalidad reinante, pretende poner el acento en el tema de los amoríos de Mussolini con Ida Dahler, una austríaca de Trento, posiblemente de origen hebreo, apasionadamente enamorada de éste y con el cual tiene un hijo, y que se encuentra magníficamente interpretada por la bellísima Giovanna Mezzogiorno. Pero esta relación no puede entenderse sino en el contexto metafísico antes mentado. La austríaca pertenece a ese pasado que el Duce ha superado luego del conflicto religioso. Ella se había enamorado del primer Mussolini expresado en aquella audacia en desafiar las instituciones con una atrapante seguridad en sí mismo y en convicciones que lo llevaban hasta desafiar al mismo Dios. Pero no había sido capaz de percibir, aun en los momentos más intensos de climax sexual, que éste se sentía en verdad atraído por otros llamados de orden superior. Ahora que se ha convertido en el Duce, dejando atrás al Mussolini socialista y subversivo, resulta ya imposible volver atrás. Al respecto podría significarse que a la mayor parte de los espectadores modernos que ven la película les debe haber parecido realmente absurdo que el Duce haya cambiado a la fascinante Dahler-Mezzogiorno por la insulsa matrona Donna Rachele, la esposa que lo seguirá en fidelidad extrema hasta el final de sus días. Pero esta temática hay que entenderla en el seno de lo que el fascismo fue verdaderamente. Si para el moderno, influido por décadas de freudismo, el sexo y la mujer representan metas en la vida, llegando a convertirse en verdaderas obsesiones, tal como singularmente nos ejemplifica Dahler-Mezzogiorno en sus acosos incesantes al Duce ya cuando ha arribado a ser gobierno y la ha ostensiblemente repudiado, el fascismo concibió siempre y aun en el mismo cine que debía ser subordinado a pasiones más altas y elevadas. En Squadrone Bianco, película significativa de aquella época, por ejemplo, aparece como personaje central un burgués que renuncia a un apasionado amorío para irse a la guerra y que luego de su experiencia en los desiertos inhóspitos de Libia repudia a su amante manifestando haber hallado allí a su verdadera pasión.
Los detractores de Mussolini han querido condenarlo por haber pretendido esconder tal relación recluyendo a la Dahler en un manicomio y a su hijo, de nombre también Benito, en un oscuro anonimato. Y hay en la actualidad al respecto toda una bibliografía que enfatiza en las distintas amantes que éste ha tenido a lo largo de su vida. Pero hay que aclarar aquí dos cosas. Que la actitud de Dahler, en sus obsesivos acosos y en su renuncia a querer reconocer la realidad, justificaba plenamente una internación, en especial tratándose la suya no de una simple relación, sino estando de por medio la figura del jefe de Estado. Con seguridad de haberse tratado de Lenin o de Stalin la actitud no habría sido ésta, sino directamente la eliminación física. Y con respecto a las sucesivas amantes de Mussolini, la realidad es que se trató siempre de relaciones pasajeras que en ningún momento pusieron en riesgo ni su matrimonio, ni lo desestabilizaron a él personalmente. Mussolini era alguien que gustaba de las mujeres, pero no era un mujeriego. En esto está la gran diferencia con el actual gobernante italiano Berlusconi con el cual ha querido comparárselo inopinadamente y que algunos al comentar esta película han querido asimilar. Pero podemos decir sin temor a equivocarnos que con seguridad de haberse encontrado en la misma situación del Duce, aquel no habría recluido a Dahler-Mezzogiorno en un manicomio, sino que la hubiera recompensado al menos con un ministerio (2), o que la habría hecho muy famosa, quizás permitiéndole escribir una biografía en la que narraba detalles de su relación, ni seguramente se hubiese casado con Donna Rachele, como tampoco habría hecho de Italia una nación soberana.

(1) Si bien en la película no se menciona, debemos recordar aquí que es de aquella época una obra de Mussolini titulada Los amores de un cardenal, cuyo título habla por sí solo.
(2) Creemos nosotros que no existe insulto más grande que se le pueda hacer a Mussolini que querer compararlo con Berlusconi, quien por el contrario, a diferencia de éste, es un esclavo de su sexualidad, no pudiendo ni siquiera ocultarlo en público. Tiempo atrás tuvo la desfachatez de decir que él no paga por sus relaciones, pretendiendo hacer creer que existe un grado menor de prostitución cuando en vez de recompensarse con dinero líquido, se lo hace con algo mucho más sustancioso como cargos públicos, rating, famas, etc., es decir todo lo que el poder
produce en quienes se le acercan a cambio de favores.

Marcos Ghio
8/08/10