lunes, 30 de septiembre de 2019

GRETA Y PLATÓN

GRETA Y PLATÓN


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Modernidad y Tradición fueron a lo largo del tiempo, tal como dijera Julius Evola, dos modalidades diferentes y antagónicas de concebir la realidad expresadas a su vez en dos formas religiosas antitéticas. Remitiéndonos a los tiempos y léxicos más recientes podemos decir que en su embate en contra del pensamiento tradicional en el siglo XVIII el iluminismo expresó aquella que prima aun en nuestros días, que es el deísmo, postura contraria y opuesta a la sostenida por el catolicismo y por cualquier religión tradicional, que es en cambio el teísmo. Mientras que este último sostiene que Dios no solamente ha creado el cosmos sino que continúa su obra a través de una tarea de conservación, el deísmo en cambio afirma que esto último no le corresponde ya a Dios, sino a aquel que Él ha producido con sus mismos atributos, que es el hombre. Por lo cual el Creador viviría en un séptimo día permanente contemplando seguro y confiado en que su obra marcha por su buen rumbo debido a que hay otro, un producto suyo, que hace las cosas en su lugar. Acotemos además que esto no fue tampoco un invento de los tiempos actuales, de la misma manera que el debate aquí surgido entre teístas y deístas que continúa aun en nuestros días. Remontándonos a 500 años antes de nuestra era podemos verlo en el que sostuvieran los sofistas contra los filósofos, representados principalmente por Sócrates y Platón. Decía al respecto Protágoras, el padre de aquella escuela: “El hombre es la medida de todas las cosas, de las que son en tanto son y de las que no son en tanto no son”. En pocas palabras el ser humano, y no una entidad superior a la que llamamos Dios, es el que establece cómo deben ser las cosas, es decir cómo debe conservarse nuestro planeta. No hay nadie que se encuentre por encima de él, si bien no se ha producido la existencia, sino otro; al encontrarse en esta dimensión, se halla totalmente solo y sin tutores por lo que tiene a su disposición la facultad de organizar el mundo. Ahora bien, de la misma manera que ahora, los sofistas tuvieron un vasto debate en la propia escuela al tratar de interpretar las palabras de su maestro. Hubo algunos más extremos, como Gorgias, que llegaron a decir que cuando Protágoras se refería al hombre lo hacía con cada uno de nosotros en particular, por lo cual inauguró así el liberalismo y su vertiente extrema que es el anarquismo. En el individuo, estando librado a su total arbitrio y voluntad, aun cuando ésta pueda representársenos en apariencias bajo la forma del egoísmo y la codicia, debido a la naturaleza divina heredada, sus acciones se revierten luego en bienestar y progreso de la humanidad toda; lo cual es el equivalente a la salvación de la que hablaban las sagradas escrituras. Que el único obstáculo que puede impedir tal proceso irreversible es que haya algunos que por ineducación les pusiesen frenos a tal impulso benéfico y llamasen en su auxilio al fetiche de Dios representado a través del Estado el cual, según el anarquista Bakunin, es la idea de la Divinidad sublimaba en la tierra y por lo tanto el obstáculo para el progreso del hombre. Por supuesto que aun en la escuela gorgiana hubo matices, pues en algunos casos se aceptó su existencia pero graduada hasta límites insignificantes.

Sin embargo, en una actitud diferente de la anterior, hubo otros sofistas que en cambio dijeron que cuando el maestro Protágoras se refería al hombre estaba hablando de éste no en cuanto individuo, sino en cuanto especie, la cual en sus manifestaciones tangibles se expresaba en formas grupales a través de sociedades y naciones. Ésta fue pues la otra vertiente sofística que se opuso al individualismo liberal: el socialismo nacional. Para el mismo la libertad y medida del hombre se expresan a través de las distintas sociedades nacionales, y son éstas las que deben ser soberanas en forma ilimitada y no el mero individuo aislado que liberado y sin frenos se dirige en cambio a la disolución y la anarquía.

Más allá de este falso e insignificante antagonismo entre sofistas individualistas y liberales y sofistas socialistas y nacionalistas hay una característica común que a todos los une: el hombre, o como individuo o como grupo, se basta por sí mismo, no es necesario que haya un poder que lo limite y conduzca. Y así como el liberal, expresión extrema de la sofística, rechaza al Estado o lo reduce a una forma caricaturesca, el nacionalista en cambio hace lo mismo con el Imperio universal, es decir aquel poder supranacional y supraindividual expresado por aquellos que, en tanto representantes de Dios, ponen límites precisos a los apetitos exagerados e irreflexivos sea de las naciones como de los individuos singulares.

En la antigüedad fue justamente Platón el filósofo de la antisofística. Él sostenía que ante las multitudes desaforadas y promiscuas expresadas sea en grupos como en sujetos aislados, debía ser el filósofo, en tanto aquel privilegiado que contempla las Ideas, es decir Dios en nuestro léxico, aquel encargado de gobernar y cuya soberanía no tuviese límite alguno.

Por supuesto que la plebe denostó, como más tarde lo harían personas como Marx, a tal figura del Estado sacerdote, es decir del Estado como guardián de la idea. El socialista manifestó que se trataba de un opio para justificar la explotación del hombre por el hombre, pues la economía es el destino universal y no lo sacro.

Hoy en día la sofística tiene a sus exponentes puntuales. Hemos presenciado hace un par de días en la ONU discursos como el del Sr. Bolsonaro y de Trump que nos muestran una sintonía perfecta con tal forma de pensar que proviene de Protágoras y concluye en Carlos Marx. Dijo el Sr. Trump. “Debe ser el patriotismo (es decir la defensa a ultranza de nuestro interés nacional) lo que nos rija y no un poder extraño al mismo y globalizador”. Y mientras manifestaba tal cosa nos enterábamos cómo aun en su mismo territorio había ciudades que se inundaban por el descongelamiento del polo Norte producido por la contaminación ambiental generada por un nacionalismo absoluto. Y dijo también Bolsonaro. “Déjennos quemar libremente el Amazonas que es nuestro territorio, pues sólo bregando por nuestros propios intereses beneficiaremos a la humanidad toda”. Un famoso escritor de tal escuela, Guy Sorman, había dicho tiempo atrás que la técnica moderna no solamente no perjudicaba la naturaleza, sino por el contrario era parte de un ciclo divino que permitía que ésta se pudiera mantener. Dios, tal como pensaba Protágoras, debe seguir durmiendo tranquilo su siesta pues el mundo se encuentra en buenas manos.

Y así como antes sucedía con Marx, los secuaces de los nuevos sofistas imputan a aquellos que descreen de que los seres humanos librados a su total arbitrio sean capaces de preservar el planeta, ser emisarios de poderes financieros, como Soros y otras yerbas, que perpetuarían la explotación del hombre por el hombre.

Hoy lamentablemente no lo tenemos a Platón, la humanidad está nuevamente en manos de los sofistas que no consideran que tienen que existir verdades superiores que limiten la libertad del hombre pues éste no se basta a sí mismo y puede poner en riesgo la misma creación. A Trump y a Bolsonaro sólo le pudo contestar una adolescente en la ONU: “Los Estados no deben decidir por sí mismos, sino subordinarse a lo que dice la Ciencia”.

Parece mentira que una verdad tan de Perogrullo y acorde con el pensamiento mismo de Platón hoy tenga que ser emitida por una chica de 16 años.




Marcos Ghio

miércoles, 25 de septiembre de 2019

EVOLA: EL DOBLE ROSTRO DEL NACIONALISMO

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MÁS SOBRE EL NAZISMO DE IZQUIERDAS II


En la nota antes mencionada el aludido nazi bolchevique nos espeta lo siguiente: "Evola es anti-nacionalista. Pero ningún pretendido fascista puede ser antinacionalista sin incurrir en el ridículo."
Dejemos pues al respecto que sea el mismo Evola quien le contesta en qué sentidos se puede ser nacionalista. Un nacionalismo plebeyo, tal como el del aludido bolche, o uno aristocrático tal el sustentado por Evola y Mussolini en su gobierno.


EL DOBLE ROSTRO DEL NACIONALISMO


Ya hemos hecho mención a que uno de los deberes principales que se le imponen a las nuevas fuerzas de reconstrucción es el de una adecuada discriminación y precisión de las ideas básicas que debe asumir un movimiento fascista. Entre las mismas se encuentra con seguridad el de Nación y de Corporación. Queremos ocuparnos brevemente de la primera.

El punto de partida es aquí la distinción entre nación y nacionalismo. Mientras que la nación es un dato natural siempre susceptible de operar como fundamento para un sano organismo político-social, el nacionalismo es en cambio un mito, algo construido y en el fondo, reciente, que puede tener dos significados opuestos, negativo uno y positivo el otro.

Es verdad que remitiéndonos a los procesos que han dado lugar a la formación del mundo moderno, el nacionalismo se nos presenta como un fenómeno regresivo. Los Estados nacionales surgieron en el ocaso de la Edad Media, en función antiaristocrática, niveladora y cismática, surgieron en el fondo cuando el sentimiento natural de la nación se debilitó y los Reyes, en tanto se separaron del vínculo constituido por la autoridad supranacional del Sacro Imperio y por la unidad ecuménica europea, se entregaron a una obra de centralización que finalmente debía terminar cavándoles a ellos mismos la propia fosa. De este modo se ha con justicia señalado que por una lógica precisa Francia, que fue la primera, partiendo de Felipe el Hermoso, en seguir esta dirección, fue también la primera en conocer la revolución que abatió a los Reyes. Los poderes públicos que la tarea absolutista y centralizadora de los monarcas había preparado, debían convertirse en el instrumento y el órgano en las manos de la “nación” concebida como Tercer estado y luego como masa.

Es justamente en este momento que se asiste al nacimiento del nacionalismo como fenómeno demagógico, de la idea de nación como unidad colectivista, en la cual un dato meramente natural, como la pertenencia a una determinada estirpe, se transforma en algo místico que se eleva a la condición de valor supremo, solicitando al sujeto individual, el citoyen y el enfant de la patrie, una subordinación y un reconocimiento incondicionados.

A tal respecto, teniendo en perspectiva los valores superiores de la personalidad, la tradición y la calidad, decimos que el nacionalismo, separado del valor sano y normal de la nación es un fenómeno regresivo. Es notoria al respecto la función revolucionaria que, en estrecha conexión con el liberalismo y las distintas democracias, el mito nacional tuvo en los distintos movimientos subversivos que se verificaron en Europa como consecuencia de la Revolución Francesa.

En relación con esto, no resulta irrelevante el hecho de que hoy el leninismo interpretado por Stalin, mientras que por un lado condena al nacionalismo como fenómeno ‘antirevolucionario’ en el área bolchevique, tiene por principio favorecer y ayudar al nacionalismo por afuera de su propia esfera, aun cuando se presente como anticomunista. La justificación táctica de esto es la disolución del denominado por ellos ‘imperialismo capitalista’. Pero hay también una aun más profunda y es que se percibe que el nacionalismo plebeyo y demagógico representa ya un grado de aquel proceso de colectivización, respecto del cual el bolchevismo constituye la última etapa.

Sin embargo, a pesar de todo esto, puede haber un significado de la nación que resulte positivo, anticolectivista, en modo tal de operar como premisa para un movimiento de reconstrucción. Allí donde los procesos de disgregación individualista, de internacionalismo, de estandarización, de proletarización tiendan a conducir hacia el reino de la pura cantidad, resulta evidente que reafirmar la idea de nación significa poner una barrera, un saludable límite; no obstante ello es necesario que dentro de este límite se produzca una obra ulterior de diferenciación cualitativa, con la reafirmación de las diferencias, de dignidades precisas, de relaciones, de jerarquía. Sólo así es como se puede volver a despertar un orden normal.

Mientras que en el primer caso la dirección del nacionalismo es la de un estado de masas, en donde a un determinado demos divinificado justamente como ‘nación’ le es dada una primacía incondicionada y se busca afanosamente cualquier procedimiento emotivo y pasional para reforzar este vínculo colectivo, en el segundo caso el ser de una determinada nación se convierte en la cualidad elemental que debe articularse en función de valores espirituales, éticos y políticos, así como también y en forma eminente en función de los valores de la personalidad dominadora. Puesto que si la nación vive en todos los pertenecientes a una determinada comunidad étnica, la misma no vive sin embargo en cada uno en el mismo grado y manera, es más, se actualiza en verdad solamente en muy pocos; y estos pocos, en los cuales la ‘nación’ vive real y eminentemente, son los Jefes. Es en éstos, hacia el vértice de la pirámide y no hacia lo bajo, en el ‘pueblo’ como unidad promiscua, que debe ser buscada la nación. Éste es el presupuesto para una idea sana, antidemagógica y constructiva del nacionalismo, de la nación comprendida como mito cualitativo y antidemocrático. Ahora bien esta dirección ya correspondió en su momento a un aspecto preciso de la doctrina fascista. El fascismo concibió en efecto a la ‘nación política’, es decir a la nación que es inconcebible por afuera del Estado, representando ella en el Estado a la simple materia, siendo aquí el Estado representado en vez como la fuerza unificadora, formativa y dadora de sentido al puro demos. Pero a su vez el Estado no puede ser concebido en modo abstracto e impersonal. El mismo se hace concreto en una élite, en un grupo de Jefes capaces de encarnar y de afirmar, según una precisa conciencia y en los modos de una acción eficaz, aquello que en los estratos inferiores, en el ‘pueblo’, vive sólo como potencialidad confusa y que no posee el crisma conferido por una cierta altura ética y espiritual.




No consideramos que poner bien en claro esta doble posibilidad del nacionalismo sea una cosa tan sólo teórica y peregrina. Hoy en día resulta una cosa de suma importancia práctica, si es que no se quieren descuidar las lecciones de un pasado reciente y funesto. Hacer uso hoy en día a los fines de una acción política del simple mito de la nación puede ser algo útil y necesario, dado el estado de postración y la disolución en que se encuentra la conciencia de los italianos. Pero al mismo tiempo sería necesario crear límites y marcos bien precisos. El hecho de que un cobarde o un traidor sea de nuestra misma nación no puede en efecto convertírnoslo en más cercano y hacerlo sentir a nosotros como perteneciente a nuestro mismo frente. En modo más preciso, si hoy se asoman exigencias varias de ‘reconciliación’ nacional, superar un inútil sectarismo no debe ser equivalente a promiscuidad: no es posible considerar a una sustancia como azufre, cuando la misma en una determinada prueba de reacción ha demostrado por ejemplo las cualidades del mercurio.

Bien sabemos en qué terminaron las frenéticas concentraciones de la ‘nación’ ante el Palacio Venecia. Bien sabemos que ‘nuestra estirpe’ es también aquella que se ha manifestado en los que traicionaron al Duce el 25 de julio y en el frenesí irracional de los crímenes y el sadismo de 1945. Todo esto no puede ser olvidado en nombre de un mito promiscuo de ‘nación’. En todo pueblo siempre habrá un subsuelo, consistente en fuerzas listas para desencadenarse cuando la pirámide se quiebra y el poder formativo y refrenador viene a menos. Esto la experiencia de ayer nos lo debe hacer recordar, tanto a nivel de doctrina como de praxis, a los fines de una dirección antidemagógica por la reconstrucción nacional.

Es hacia lo alto que debe mirarse, con firmeza y, digámoslo también, en manera inexorable. Una nación no resurge sino cuando la misma se despierta en la superior conciencia y en el poder de un grupo de hombres, en función más que de un Partido, de una Orden: hombres en los cuales, tal como dijéramos, la cualidad nacional se debe integrar con una determinada estatura interior sobre un plano ético y espiritual. Tan sólo en tal caso la base será firme, allí sólo el elemento ‘subterráneo’, irracional y no confiable del elemento masa y demos, fémina por excelencia, será contenido y ordenado y la función formativa y viril del verdadero Estado se podrá también manifestar.




El Meridiano de Italia, 13/11/1949





ACERCA DEL NAZISMO DE IZQUIERDAS I

ACERCA DEL NAZISMO DE IZQUIERDAS I



Hay actualmente dos corrientes nazis, una de izquierdas y strasserista, crudamente antievoliana, asumiendo a tal respecto el mismo estilo virulento de las SA en sus debates, tal como podemos leer en los gratificantes epítetos que nos dedica su exponente hispano. La otra en cambio, más ortodoxa, identitaria y rosembergiana, ha hecho un verdadero pasticcio incluyendo a Evola entre sus mentores. Nos quedamos, aun con todos los insultos recibidos, con la primera pues es cierto que Evola tiene poco o nada que ver con el nazismo y sus exponentes nos hacen un favor pues nos ayudan a evitar confusiones. En el debate sostenido con uno de ellos respecto de Mussolini hemos tenido que retomar pasajes vertidos por éste en su fundamental Doctrina Fascista en donde repudia la Revolución Francesa por ellos defendida en tanto futuristas y sostenedores de los tiempos nuevos que serían mejores que los de la Edad Media afortunadamente superada por el progreso repudiando así al 'reaccionario' Evola. Lo gracioso es que digan que Mussolini fue contrario a la monarquía. Parece ser que los 25 años compartidos en el poder con el rey Víctor Manuel III habrían sido hechos sumamente irrelevantes para estas personas comparados con los escasos meses que duró la fantasmal República Social Italiana. (Continuará).


jueves, 12 de septiembre de 2019

EL FORTÍN Nº 93

EL FORTÍN


Nº 93(Julio-Septiembre 2019)

25 AÑOS DE REBELIÓN
rebelion

En octubre de 1994 presentamos, junto a quien aquí me acompaña, el profesor Horacio Cagni, la edición castellana de la muy postergada obra esencial de Julius Evola, Rebelión contra el mundo moderno. Decimos postergada pues tuvieron que pasar 60 años para que tal cosa sucediera por razones que tuvimos en su momento ocasión de comentar.

Ya cuando efectuáramos aquella presentación en un ambiente reducido y en un local perteneciente a la colectividad italiana de ideología fascista, debido a que Evola era aun reducido a la condición de un mero autor afín a la misma, explicamos que lo principal de Evola se encontraba en las respuestas que nos daba a ciertos interrogantes que teníamos en ese entonces. Habíamos sido formados por un tradicionalismo católico integrista cuyo principal expositor en nuestro medio había sido el padre Julio Meinvielle, aderezado a su vez con ciertas categorías de la obra de René Guénon, según el cual la crisis en que había incurrido el mundo moderno se había originado en la Edad Media por la revuelta de la clase política respecto de la sacerdotal, representado este hecho con la famosa cachetada de Anagni en donde el papa Bonifacio VIII, secuestrado por el rey Felipe el Hermoso, era asesinado, produciéndose de ese modo la sublevación del poder político contra el sacerdotal y el inicio así del proceso de caída del ciclo histórico, lo cual, según la terminología guénoniana, significaba la revuelta del khsatriya contra el brahmán y por lo tanto el comienzo de la decadencia que daría lugar luego a otras dos revoluciones: la de la burguesía contra la clase aristocrática con la revolución francesa, y finalmente la del proletariado en contra de la misma burguesía con la revolución rusa. (SIGUE)


por Francisco Galarza (México)
por Usama Ben Haifa (Chile)
por Juan Manuel Garayalde
LEONARDO DA VINCI (en italiano)
por Adriano Colangelo (Brasil)