domingo, 17 de junio de 2012


MALVINAS

A 30 AÑOS DE UNA VERGONZOSA DERROTA


El pasado 14 de junio se cumplieron 30 años de uno de los hechos más infaustos de nuestra historia cual fuera la derrota militar y consecuente rendición en la guerra de Malvinas.  
En la medida que nos hallamos en un contexto moderno en el cual los léxicos utilizados conllevan la aceptación previa de determinados principios calificados como irrebatibles, consideramos que es justamente en el recuerdo de esta fecha el momento oportuno para efectuar una disquisición previa respecto a lo que debe entenderse por guerra.

a)   Guerra de naciones y de civilizaciones

De acuerdo a la óptica moderna, en donde la economía y los meros intereses materiales que de la misma nacen es lo que prima en el hombre, la guerra es concebida como aquella instancia extrema de resolución de un conflicto en el cual incurre la política a través de las naciones, concebidas como las únicas protagonistas y sujetos de la historia, en el momento en el cual el diálogo y la diplomacia han agotado ya todas las instancias posibles de resolución. Desde tal óptica en tanto que el ‘interés nacional’, y por lo tanto burgués, resulta el factor prioritario, las guerras en tal instancia son siempre un hecho limitado en su accionar y solamente cesan en el momento en que el mismo se vea satisfecho en alguna medida, en tanto pueda arribarse a un buen arreglo comercial que sea en tal caso independiente de los principios que hayan de sustentarse. Habitualmente cuando un burgués resuelve hacer una guerra previamente a ello efectúa un ‘cálculo’ respecto de las ventajas e intereses que la misma le puede reportar. En tanto que se trata de una clase económica, para éste la vida reducida a su elemento más bajo y material es el factor prioritario y la guerra debe concebirse en tal aspecto como un reaseguro para la adquisición de una ‘vida’ cada vez más cómoda y placentera que permita disponer de una buena cantidad de recursos y objetos conquistados en función del bienestar. Por ello lo que la determina es última instancia el grado de riquezas que se pueden adquirir en el momento en el que se decide acudir a tal ‘procedimiento extremo’. De allí que en la época crepuscular en la que nos encontramos las guerras sean habitualmente por el petróleo, por el agua o por algún que otro recurso natural y que sea habitual argumentar su inutilidad o emitir proclamas pacifistas cuando de lo que se trata es de la defensa de un territorio inútil económicamente*. Agreguemos también a ello el elemento aparentemente paradojal de que a pesar de que el burgués ha subordinado la guerra a la vida placentera, concibiendo a la primera como un hecho excepcional, nunca la humanidad ha conocido tantas guerras y al mismo tiempo nunca ha sucedido que éstas llegaran a ser tan sanguinarias y genocidas como las actuales en que nos gobierna la pacífica clase burguesa, estando además habitualmente disfrazadas en forma hipócrita con motes humanitarios y pacifistas, como la guerra por la democracia, por los derechos humanos y otras tantas imbecilidades en las que, a pesar de que nadie afortunadamente ya cree, igualmente se nos mientan para distraer nuestra atención de lo esencial y someternos a una serie de discusiones inútiles.
Absolutamente diferente de todo ello es la concepción tradicional de la guerra. Para ésta la misma no es una situación excepcional consecuencia del fracaso de un diálogo entre mercaderes, o entre políticos astutos, sino por el contrario es la situación normal en que debe encontrarse un hombre que tenga por meta hacer triunfar en sí su parte superior de persona por sobre lo que es mero individuo que se expresa en todo lo que es mera vida biológica y material. Dicho combate ascético que debe llevar a cabo el hombre en contra de su enemigo interno, constituido por ese conjunto de impulsos y pasiones que tienden a conducirlo hacia lo que es más bajo y material, en tanto debe ser absoluto, ilimitado y sin pausas de ningún tipo, no queda reducido al interior de sí, sino que se expande hacia fuera, ya que en un plano más alto del combate desaparece la diferenciación entre lo que es simplemente interno y lo externo, en modo tal que bajo una forma superior de objetivación la lucha contra el enemigo interior se remite también en contra del que está afuera y que se encuentra expresado en el antes aludido espíritu burgués. La concepción tradicional de la guerra es comprendida pues como la lucha incesante contra el enemigo moderno que anida sea en uno mismo, sea exteriormente a través del espíritu materialista y economicista propio de la edad burguesa hoy vigente. Ante la vida materialista y hedonista por la que se agita el hombre de la edad crepuscular, consistente en una raza de seres fugaces y efímeros, el hombre de la tradición sostiene en contraste lo que es más que la vida, la supravida, y en la adquisición de tal meta la guerra, comprendida como la exteriorización de la lucha ascética, es para él el instrumento apropiado para alcanzarla.
Por ello hay dos tipos de guerra posibles: o la guerra de naciones en donde priman los materialismos y los intereses de parte y que tiene por meta la adquisición de ciertos bienes materiales, o la guerra de civilizaciones en donde los que en cambio contrastan son los principios en vez de los meros intereses. En ella combaten dos tipos de hombre diferentes: el moderno que ha puesto como eje existencial los fenómenos puramente vitales y el hombre tradicional que tiene en cambio por meta lo que es más que vida, el espíritu y la trascendencia.
Esto por supuesto conlleva a categorías diferentes. Para la guerra de naciones el enemigo es el extranjero que simplemente usurpa un territorio o el que representa un obstáculo insalvable para el logro del propio bienestar. Para la de civilizaciones en cambio lo es aquel que contrasta de acuerdo a los principios y desde tal óptica enemigos pueden ser tanto connacionales como extranjeros, aconteciendo lo mismo con los amigos y esta guerra, en tanto es total y no sesgada, en la medida que significa el triunfo de un principio sobre otro contrapuesto, solamente tiene por resultado posible la victoria o la muerte en el combate por conseguirla. Diferente es en cambio la guerra para el burgués, en tanto es la vida el valor supremo, éste nunca estará dispuesto a perderla vanamente si se le propone en cambio una buena negociación.

b)   Argentina e Inglaterra en Malvinas

Si bien, tal como hemos dicho, para la tradición la guerra es entre civilizaciones es posible también que en un determinado momento de la historia tales principios tiendan a manifestarse de manera plena en ciertas naciones diferentes. Así pues resulta a todas luces indubitable que el espíritu moderno masónico y materialista ha tenido como expresiones arquetípicas a lo largo del tiempo a dos tipos de naciones solidarias entre sí. Por un lado Inglaterra y por otro los EEUU, que ha sido históricamente su gran creación y la expresión extrema de sus puntos de vista esenciales.
Inglaterra ha sido la matriz del materialismo, de la revolución burguesa e industrial que sobrevino primero en su país y luego se extendió hacia los mismos EEUU con su constitución de Estado inspirado en principios claramente burgueses. A lo largo de la historia en nuestro continente Inglaterra en su guerra incondicional en contra del imperio español, concebido como la expresión de un espíritu antimoderno, ha sido la verdadera partera de todas nuestras revoluciones. De la Revolución de Mayo por la cual logró implantar el libre comercio, restringido por el virreinato español, infundiéndonos las semillas del liberalismo burgués, luego con la plasmación más plena de tales principios que sobreviniera tras nuestra derrota de Caseros por la que se implantó el Estado masónico y materialista que rige hasta nuestros días con diferentes variantes. Claro que hubo reacciones que llegaron al plano militar. En el siglo XIX en dos sucesivas batallas en 1806 y 1807 fueron derrotados los ingleses en sus respectivas invasiones, luego en 1845 en la Vuelta de Obligado y Tonelero se pudo romper el boicot marítimo-militar que trataron de imponer a nuestra navegación. Sin embargo en ningún caso, en gran medida por la carencia de una doctrina verdaderamente tradicional y principalmente por la deserción de la Iglesia católica que ya en el siglo XIX había sucumbido ante la modernidad, logró establecerse una continuidad y radicalidad en la lucha ni el enemigo británico infiltrado en nuestra cultura logró nunca ser derrotado plenamente. Es desde tal perspectiva que puede comprenderse la presencia inglesa en las islas Malvinas desde 1832 la que debe ser concebida como una acción de vigía y de control sobre nuestro país a fin de que la herencia ‘colonial’ hispánica y tradicional, no materialista ni burguesa, no pudiese volver a cundir en nuestro suelo.

c)    La justificación plena de la guerra de Malvinas

A diferencia de los distintos plumíferos del sistema nosotros somos defensores incondicionales de la decisión de haber invadido las Malvinas en 1982 y hasta diríamos que lamentamos que esto no hubiese acontecido mucho antes. Para nosotros mucho más importante que recuperar las islas Malvinas es derrotar a los ingleses pues una guerra en serio llevada a cabo en contra de Gran Bretaña tal como se perfilara en sus comienzos iba a dar como resultado la extensión del conflicto a la totalidad del territorio y por lo tanto la extirpación de la cultura y civilización británica del seno de nuestra sociedad.
Por las razones antes mentadas y por no haber existido en nuestro país una alternativa verdaderamente tradicional ante la deserción manifiesta de la Iglesia católica güelfa que actuó en plena guerra como una quintacolumna de los ingleses, esa guerra no pudo profundizarse y el espíritu mercantil invadió a nuestras mismas fuerzas armadas las que en especial en sus mandos y oficialidad se rindieron en forma por demás cobarde en algunos casos sin haber luchado en razón de la especulación buguesa y liberal que había penetrado en sus filas. Así pues mientras la Iglesia católica a través de su papa invitaba a ‘luchar por la vida y la paz’ en plena contienda en Puerto Argentino, los mandos militares haciéndose eco de tal pedido se rendían sin combatir. Hemos hecho notar que el informe Rattenbach puso bien en evidencia tales actos de cobardía los que por supuesto contrastaron con las acciones heroicas de tantos soldados que supieron cumplir con su deber. La flota, con la excusa de que los ingleses contaban con submarinos atómicos, no salió del puerto, antes de ello el capitán del único barco que fuera hundido no siguió con el destino de su navío. El Gral. Menéndez, en vez de luchar hasta morir con un grupo de oficiales, hizo la opción por la vida que le sugería Su Santidad, olvidando hasta su gorra en el momento de rendirse. Lo curioso es que los ingleses invadieron solamente una de las dos islas, la otra, la Gran Malvina, que contaba con guarnición argentina se rindió sin que hubiese desembarcado un solo británico. Más vergonzosa fue la rendición del capitán Astiz en Georgias que fue sin haberse disparado una sola salva de cañón y ante una tímida y convencional intimación británica de esas que se hacen antes de iniciar cualquier combate. Queda el triste recuerdo de las justificaciones dadas por el mando militar antes de rendirse justificando tal canallesca acción. “Si hubiéramos sabido que los ingleses contaban con armas semejantes ni locos nos mandábamos esta invasión”. Con tal mentalidad San Martín no habría nunca cruzado los Andes y los talibanes jamás habrían hecho frente a la invasión de EEUU y 45 países satélites.
En la medida que el pez se pudre siempre por la cabeza resulta obvio que hoy en día nuestra ‘presidente’ manifieste, siguiendo el mismo espíritu, que nunca más habrá una guerra con Gran Bretaña pues la Argentina solamente quiere la paz. Así es como opina nuestra maldita burguesía que primeramente fue militar y ahora es política. Es de esperar que la experiencia nos haya servido de algo y que una nueva camada de argentinos aprenda a rescatar el espíritu de la guerra con un sentido tradicional y no moderno.




·       Un recordatorio claro de cómo la mentalidad burguesa había invadido nuestro país como consecuencia de la debacle de Malvinas lo tuvimos cuando al poco tiempo de la derrota se efectuó un plebiscito entre los habitantes en el cual la mayoría de nuestra clase política principalmente radical y peronista, con el fatídico Menem a la cabeza y su gran aliado, el clero güelfo compuesto de muchos ‘nacionalistas’, llamaron a votar por la renuncia a la soberanía de unas islas en litigio con Chile con el argumento hedonista de que se trataba de zonas poco ricas económicamente.

Marcos Ghio