lunes, 30 de septiembre de 2013

RAMÍREZ: EL FALSO OBJETIVO DE LOS EUROASIÁTICOS

EL  FALSO  OBJETIVO  DE  LOS  EUROASIÁTICOS

   

 En 1904 el geógrafo británico Halford Mackinder, en una conferencia titulada “El pivote geográfico de la historia”, teorizó sobre  la importancia de la geografía en la política de los estados. Su planteo puede resumirse así:  quién domine Europa del este domina el “corazón de la tierra”, quién domine el “corazón de la tierra” domina la “isla mundial”, quién domine la “isla mundial” domina el planeta. Por “isla mundial” entendía el conjunto de Europa, Asia y África y por “corazón de la tierra” una zona indeterminada que comprendía Europa del este y gran parte de Rusia. Los que dominaran esta región serían potencias territoriales que se opondrían a las potencias marítimas, es decir, a EE.UU. y Gran Bretaña. Pese a su indudable fracaso, como sucedió durante la segunda guerra mundial , cuando vimos que potencias territoriales como Rusia se aliaban con potencias marítimas, EE.UU. y Gran Bretaña, en estos últimos tiempos hay movimientos ideológicos que pretenden resucitar estas ideas geopolíticas. Euroasiáticos, identitarios, neonazis, neofascistas, se desarrollan en Europa y en Rusia pretendiendo así oponerse a los EE,UU. y a Gran Bretaña, en una reedición de Mackinder: potencias continentales contra potencias marítimas. Como ejemplo de esta posición veamos que nos dice el ensayista y publicista italiano Claudio Mutti en el reportaje que le hicieron en la universidad estatal de Moscú en abril del año pasado. Mutti es director de “Eurasia. Revista de estudios geopolíticos” y concurrió a Moscú para asistir a una conferencia internacional organizada por el “Movimiento euroasiático”.
     Tras manifestar que el poderío yanqui se fundamenta en su potencial económico, militar y cultural, Mutti nos dice: “ La hegemonía estadounidense PUEDE SER DESAFIADA SOLAMENTE POR UNA POTENCIA O POR UN BLOQUE DE POTENCIAS en posesión de aquellos mismos requisitos que han permitido a los EE.UU. escalar el poder mundial: dimensiones continentales, fuerza demográfica, desarrollo tecnológico e industrial, armamento atómico…SÓLO LA UNIÓN EUROASIÁTICA Y CHINA pueden constituir el punto de apoyo de un bloque continental capaz de expulsar a los EE.UU. de nuestro hemisferio”. Este pensamiento de Mutti puede extenderse a todos los demás euroasiáticos. Se fundamenta en  el naturalismo geográfico, económico, militar con abstracción de toda referencia a lo tradicional y espiritual. En vez de nutrirse de lo mejor de las tradiciones europeas, como débiles mujercitas buscan una ayuda y para eso recurren a meter el zorro en el gallinero, a Rusia, potencia imperialista,  materialista, que combate a la única alternativa tradicional de estos tiempos, a sea, al fundamentalismo islámico; un país presidido por un criminal de guerra como Putin. Acotemos también que todos esos euroasiáticos son duros críticos de los yihadistas y en esto concuerdan totalmente con EE.UU. y Rusia. En la actual guerra de civilizaciones han optado totalmente por la decadente y femínea civilización moderna y en contra de la civilización tradicional. Necesitan un “papito” fuerte que los sostenga y ayude y no tienen mejor idea que refugiarse con el oso ruso cuyo abrazo puede ser fatal.
     Y algo más nos dice Mutti: en el mundo que propone, EE.UU. tendría su lugar y “volvería a ser una entidad política exclusivamente norteamericana”.
     ¿ Y nosotros, los hispano-luso-indo-americanos? Bien, gracias : como buenos eurocéntricos,   consideran que no existimos.

San Carlos de Bariloche, 24 de septiembre del 2013.


JULIÁN  RAMÍREZ      

GHIO: LAS ESCUPIDAS DEL VIEJO VIZCACHA

CENTRO EVOLIANO DE AMÉRICA

TÉCNICAS DE GUERRA OCULTA

LAS ESCUPIDAS DEL VIEJO VIZCACHA


El viejo Vizcacha es un personaje famoso del Martín Fierro, el poema nacional de la Argentina, y representa a un anciano pícaro quien, en una circunstancia, para quedarse con un asado que efectuaban unos paisanos en el campo, lo escupe, convirtiéndolo así en incomestible para éstos, aunque no para sí mismo.
Pensamos al respecto que con seguridad los frustrados comensales de tal afrenta, si bien no lo dice el Martín Fierro, luego de este hecho lamentable, no volvieron nunca más a invitar al aludido a asado alguno. Pero esto, que pertenece al sentido común, no es en cambio lo que acontece hoy en día en la realidad en donde presenciamos paradojalmente cómo el procedimiento del viejo Vizcacha es una táctica usual empleada en forma recurrente por aquella entidad promotora del orden moderno en el cual nos encontramos viviendo, por lo cual cualquier hecho o causa noble e interesante, en tanto es escupida por éste, se convierte sin más en una cosa descartable como el mal habido asado de los paisanos del campo, aunque lo más grave y absurdo del caso es que, a diferencia de éstos, la mayoría, luego de haber descartado el asado, vuelve a invitarlo nuevamente a un evento similar permitiéndole así volver a escupir siempre de manera habitual y consuetudinaria.
Los ejemplos de ello son abundantes. Sin ir demasiado lejos en el  tiempo recordemos cómo, luego de haberse producido un atentado exitoso un famoso 11 de septiembre, que puso por primera vez en jaque la seguridad de los habitantes del tal sistema en sus principales ciudades, de manera casi inmediata se produjo la escupida por parte de éste en el momento en que se sembró la famosa doctrina del montaje consistente en convencernos de que el mismo había sido inducido con la finalidad de ocupar el mundo entero y someterlo a un régimen de tremendos controles, puesto que, así como nadie más puede comerse el asado que ha sido escupido, no existe en el planeta poder alguno que le pueda producir nunca daño de importancia. En modo tal que aun hoy en día, luego de que se produjeran derrotas resonantes por parte de ese poder en Irak y Afganistán, en tanto se cree todavía en la famosa escupida de Vizcacha, se piensa que, en tanto el asado efectuado por los talibanes o por los militantes de Al Qaeda se ha convertido en incomestible, no estaríamos entonces dispuestos a consumirlo como los antes aludidos paisanos.
Y esto también lo vemos en la guerra civil en Siria. ¿De qué manera se puede favorecer a un bando y perjudicar a otro? En este caso Vizcacha, que pueden ser aquí tanto EEUU como Israel, produce su letal escupida denostando a aquel a quien en el fondo estima y por el contrario simulando un apoyo al que en cambio pretende perjudicar. EEUU nunca condenó formalmente a los rebeldes, sino que por el contrario simuló apoyarlos y hasta los invitó a lanzarse al combate, pero sin brindarle otra ayuda que no fuera la verbal, en cambio el bando denostado recibió todas los auxilios posibles en el campo militar. Y aparte, para convertirlo en ‘antiimperialista’, lo amenazó con incesantes ataques y bombardeos que nunca ha efectuado. Y la misma cosa sucedió con Irán al que por 20 años amenazaron con invadir, pero hoy ya se sabe que ello no va a suceder luego de que se han hecho públicas las negociaciones, que antes fueran secretas, entre los gobernantes. La escupida dio nuevamente resultado en este caso pues los ‘antisistema’, así como antes se la pasaron exhibiendo sagacidades respecto de los montajes habidos un 11S, ahora en cambio lo hicieron alertando todo el tiempo sobre eventuales bombardeos e invasiones a Siria e Irán, las que, en tanto no fueron nunca ni son los verdaderos enemigos, nunca sucedieron y en cambio hicieron un silencio absoluto respecto de los bombardeos e invasiones reales que se efectúan a diario en otros países en contra de la organización que verdaderamente los combate, como en Pakistán, Yemen, Somalia, Malí, etc. y hasta han llegado a atribuirle a ésta los motes más descalificadores como ‘mercenarios’ o ‘agentes’ del mismo enemigo que los combate y asesina. Tal como vemos, en este mundo del nuevo Martín Fierro, Vizcacha puede seguir consumiendo todos los asados que desee.
Pero hoy, si bien ya resulta demasiado notorio este procedimiento, todavía hay muchos que continúan actuando con una ingenuidad peor que la de los aludidos paisanos del relato. Y esto lo hallamos en un hecho similar respecto de un tema tan sustancial como el ecológico. La ecología bien sabemos que es una ciencia que ha surgido y tomado impulso a partir de un hecho real e irrebatible cual ha sido los tremendos daños producidos al medio ambiente por parte de un mundo totalmente volcado hacia el consumo y la producción ilimitada de bienes. Demás está resaltar aquí el estado de verdadera hecatombe que estamos viviendo y que con seguridad, de no hacerse nada al respecto, como en verdad se percibe a diario, nuestras generaciones subsiguientes y en un lapso bastante breve, sufrirán las consecuencias de todo ello. Desde el punto de vista de un pensamiento alternativo y tradicional, las banderas del ecologismo son absolutamente rescatables y deberían ser parte esencial de nuestro bagaje de consignas programáticas. Si bien podamos no compartir  muchas de las posturas de ciertos movimientos ecologistas que pretenden solamente subsanar los efectos y no remontarse a las causas reales del problema, para nosotros sería suficiente aquí con decir que el planeta se derrumba porque es el sistema moderno el que lo está haciendo. Que un orden que lo ha basado todo en la economía y la materia no puede en manera alguna resolver ni siquiera esta dimensión inferior, pues negando la trascendencia y lo espiritual, todo se convierte en caótico e inhabitable. Desde tal perspectiva todas las protestas que hoy realizan grupos del estilo de Greenpeace u otros que han sufrido represiones reales por parte del sistema, como el caso de los activistas hoy presos en Rusia por haber pretendido invadir una plataforma petrolífera que contaminaba las aguas del Ártico, que es uno de los principales reservorios de agua dulce del planeta, deben recibir nuestro más absoluto apoyo, brindando además las orientaciones adecuadas demostrando que todo este mal que se vive es la consecuencia de un mundo decadente y consumista cuyas causas reales vienen de lejos. Pero henos aquí que ni siquiera en esto Vizcacha se queda quieto, a sabiendas una vez más de que hay paisanos lo suficientemente cándidos capaces de dejarse escupir siempre el asado. Ha bastado con que la empresa Rockefeller o algún otro gran capitalista financiara a los movimientos ecologistas, o que esto le sucediera a Rusia, que según los montajistas escupidos sería el tremendo enemigo que tienen los EEUU, el cual contamina por igual el planeta, para que enseguida esta causa pasara a convertirse sin más en una cosa descartable y hasta repudiable como el famoso asado del pícaro anciano. Y para esto y no abundar demasiado en detalles remito al respecto al ‘debate’ surgido en el diario Clarín de Buenos Aires http://www.clarin.com/sociedad/Rusia-preventiva-Camila-Speziale-Greenpeace_0_1000100345.html    en ocasión de haberme atrevido a manifestar mi apoyo a los activistas hoy presos y enjaulados en Rusia por el aludido hecho. No faltó al respecto quien alegara un pretendido pasado o presente nazi por parte de mi persona, lo cual si bien no es cierto, por lo menos puede servir como un anticipo de lo que puede llegar a venir. Así como el Sr. Putin ha acusado de fascistas a los fundamentalistas islámicos por el simple hecho de querer un mundo fundado en Dios y no en la economía, no sería de extrañar que en poco tiempo también se recuerde el componente ecologista que tenía el nazismo en donde su principal líder, además de vegetariano, era amante de la naturaleza y de los animales. En fin, tal como vemos, es una característica actual de nuestros tiempos el tener que estar padeciendo los efluvios interminables de las escupidas del viejo Vizcacha.

Marcos Ghio
30/08/13


viernes, 27 de septiembre de 2013

EVOLA Y RUSIA

EVOLA Y RUSIA


Con la finalidad expresa de evitar ciertas confusiones que han querido establecerse por ignorancia entre el pensamiento evoliano y una cierta apología de Rusia así como de ciertas figuras del nefasto régimen comunista, entre ellas la del Sr. Stalin, reproducimos aquí un fundamental texto de Julius Evola que pertenece a la última parte de su fundamental obra Rebelión contra el mundo moderno (pgs. 421 y sig.). En el mismo, además de condenarse al comunismo al que se considera como la etapa final de la decadencia más sórdida en que ha ingresado el Kaliyuga, en tanto representa propiamente lo que Guénon calificara acertadamente como contratradición, hace precisas analogías entre tal sistema y ciertas características peculiares del alma rusa, las que, en tanto pervertidas por el comunismo, pueden llegar a los extremos por todos conocidos y lamentablemente en algunos casos aun vigentes.


a) Rusia



Ya la revolución bolchevique ha presentado rasgos típicos dignos de relieve. Ella tuvo en escasa medida los caracteres románticos, tempestuosos, caóticos e irracionales propios de las otras revoluciones, sobre todo la francesa. Le ha correspondido en vez una inteligencia, un plan bien meditado y una técnica. El mismo Lenin, desde el principio hasta el fin, estudió el problema de la revolución proletaria así como el matemático puede enfrentar un problema de cálculo superior, analizándolo fríamente y con calma en los mínimos detalles. Sus palabras son: “Los mártires y los héroes no son necesarios a la causa de la revolución: es una lógica lo que se necesita y una mano de hierro. Nuestro deber no es el de rebajar la revolución al nivel del diletante, sino el de elevar al diletante al plano de un revolucionario”. Ello tuvo como complemento la actividad de Trotsky que hizo del problema de la insurrección y del golpe de Estado una cuestión, no tanto de masas y de pueblo, cuanto justamente de técnica, que reclamaba el uso de escuadrones especializados y bien dirigidos 1.

En los jefes se entrevé luego una despiadada coherencia con las ideas. Ellos son indiferentes con respecto a las consecuencias prácticas, a las calamidades sin nombre que procederán de la aplicación de abstractos principios. El hombre, para ellos, no existe. Con el bolchevismo, casi como fuerzas elementales se han encarnado en un grupo de hombres que a la feroz concentración de lo fanático agregan la lógica exacta, el método, la mirada dirigida sólo al medio apto para el fin, propio del técnico. Sólo en una segunda fase, por ellos suscitada y en gran medida mantenida dentro de límites preestablecidos, ha acontecido el desencadenamiento del subsuelo del antiguo Imperio ruso, el régimen de terror de la masa dirigida a destruir y a extirpar frenéticamente todo lo que se ligaba a las precedentes clases dominantes y a la civilización ruso-boyarda en general.

No sin relación con esto, aquí otro rasgo característico es que, mientras las revoluciones precedentes, en su demonismo, escaparon casi siempre de las manos de quienes las habían suscitado y devoraron a sus hijos, ello se ha verificado en Rusia tan sólo en escasa medida: una continuidad del poder y del terror se ha estabilizado aquí. Si la lógica inexorable de la revolución roja no ha hesitado en eliminar y en erradicar a aquellos bolcheviques que tendían a apartarse de la dirección ortodoxa, sin referencia a las personas y sin escrúpulos acerca de la elección de los medios, tampoco en el centro se tuvieron crisis y oscilaciones de relieve. Y éste es un rasgo tan característico como siniestro: se preanuncia la época en la cual las fuerzas de las tinieblas dejarán de actuar, como en precedencia, desde atrás de los bastidores y se harán una sola cosa con el mundo de los hombres habiendo encontrado su adecuada encarnación en seres en los cuales el demonismo se une al más lúcido intelecto, a un método, a un exacto poder de dominio. Una de las características más salientes del punto terminal de cada ciclo es un fenómeno similar.

En cuanto a la idea comunista, se llevará a engaño quien se olvide de la existencia en el comunismo de dos verdades. La una, esotérica, por decirlo así, tiene carácter dogmático e inmutable en los escritos y las directivas del primer período bolchevique. La segunda es una verdad mutable, “realista”, forjada circunstancia por circunstancia, muchas veces en aparente contraste con la primera y con eventuales compromisos con las ideas del mundo “burgués” (idea patriótica, mitigaciones del colectivismo de la propiedad, mito eslavo, etc.). Las variedades de esta segunda verdad son puestas a un lado no apenas hayan cumplido con su finalidad táctica; ellas son puros instrumentos al servicio de la primera verdad y son sumamente ingenuos quienes en cualquier momento supusiesen que el bolchevismo sea “superado”, que éste haya “evolucionado” y vaya al encuentro de formas normales de gobierno y de relaciones internacionales.

Pero también en lo relativo a la primera verdad no hay que engañarse: el mito económico marxista aquí no es el elemento primario. El elemento primario es la negación de todo valor de orden espiritual y trascendente: la filosofía y la sociología del materialismo histórico son simples expresiones de una negación similar, derivan de ella, y no a la inversa, así como la correspondiente praxis comunista no es sino uno de los métodos para realizarla sistemáticamente. Es importante por lo demás la consecuencia a la cual se arriba yendo hasta el fondo de esta dirección: es la integración, o sea la desintegración del sujeto en lo “colectivo”, cuyo derecho es soberano. Justamente la eliminación en el hombre de todo lo que tenga valor de personalidad autónoma, de todo lo que pueda constituirle un interés desunido de lo colectivo, en el mundo comunista se hace un fin. En particular la mecanización, la desintelectualización y la racionalización de toda actividad, sobre todos los planos, se ubican entre los medios empleados para tal fin —no son más, como en la última civilización europea, consecuencias padecidas y deploradas de procesos fatales. Restringido todo horizonte al de la economía, la máquina se convierte en el centro de una nueva promesa mesiánica y la racionalización se presenta también como una de las vías para liquidar los “residuos” y las “accidentalidades individualistas” de la “era burguesa”.

La abolición de la propiedad y de la iniciativa privada, que subsiste como una idea-base de la doctrina interna del comunismo, más allá de diferentes acomodamientos contingentes, en la URSS a tal respecto representa sólo un episodio y un medio para un fin. El fin es justamente la realización del hombre-masa y del materialismo integral, en cada dominio, en una evidente desproporción respecto de todo lo que puede deducirse de un mito simplemente económico. Pertenece a tal sistema la consideración del “Yo”, el “alma” y la noción de lo “mío” como ilusiones y prejuicios burgueses, como ideas fijas, principios de todo mal y de todo desorden, de lo cual una adecuada cultura realista y una oportuna pedagogía deberán liberar al hombre en la nueva civilización marxista-leninista. Así se procede a una liquidación en bloque de todas las prevaricaciones individualistas, libertarias y humanistas-románticas de la faz que hemos llamado del irrealismo occidental. El dicho de Zinoviev: “En cada intelectual entreveo a un enemigo del poder soviético” es conocido, como es conocida la voluntad de que el arte se convierta en arte de masas, deje de hacer “psicología” y de ocuparse de cuestiones privadas del sujeto, no sirva para deleite de los estratos superiores y no sea una creación individualista, sino que se despersonalice y se transforme en un “poderoso martillo que incite a la clase trabajadora a la acción”. Que la misma ciencia pueda prescindir de la política, o sea de la idea comunista como fuerza formativa, y ser “objetiva”, también esto se rechaza: se ve en ello una peligrosa desviación “contrarevolucionaria”. Característico ha sido el caso de Vasileff y de otros biólogos relegados en Siberia porque la teoría genética sostenida por ellos, al reconocer el factor de la “herencia” y la “disposición innata”, al presentar al hombre de otra manera que como sustancia amorfa que toma forma sólo a través de la acción determinante de las condiciones del ambiente, así como lo quiere el marxismo, no responde a la idea central del comunismo. Lo más avanzado a nivel de materialismo evolucionista y de cientificismo sociológico que hay en el pensamiento occidental es enarbolado como un dogma y un “pensamiento de Estado” para que en las nuevas generaciones se produzca el lavado de cerebro y tome forma una adecuada mentalidad profundamente desarraigada. Acerca de la campaña antireligiosa, que no tiene aquí el carácter de un simple ateísmo, sino de una verdadera y propia contrareligión, se sabe ello en demasía: en ésta se manifiesta a pleno la verdadera esencia del bolchevismo antes indicada, que por tal vía organiza los medios más idóneos para la eliminación de la gran enfermedad del hombre occidental, de aquella “fe” y de aquella necesidad de “creer” que hicieron de sustituto cuando la posibilidad de contactos con el supramundo estuvo perdida. Una “educación de los sentimientos” es también contemplada, en una no distinta dirección para que las complicaciones del “hombre burgués”, el sentimentalismo, la obsesión del eros y de la pasión, sean eliminadas. Niveladas las clases, siendo respetadas sólo las articulaciones impuestas por la tecnocracia y por el aparato totalitario, también los sexos son nivelados, la igualación completa de la mujer respecto del hombre es legislativamente establecida en cada dominio y el ideal es que no existan más mujeres frente a hombres, sino “compañeros” y “compañeras”. Así también la familia, no sólo según lo que representaba en la “era del derecho heroico”, sino también en los residuos propios del período tradicional burgués de la casa con sus sentimentalismos y su convencionalidad, es mal vista. Es sumamente característica la acción múltiple desenvuelta en la URSS a fin de que la educación se haga esencialmente algo del Estado, para que el niño prefiera la vida “colectiva” a la familiar.

Según la primera constitución soviética un extranjero, de rigor, automáticamente pasaba a formar parte de la Unión de los Soviets si era trabajador proletario, allí donde un Ruso, en cambio, si no era trabajador proletario, era excluido, era, por decirlo así, un desnaturalizado, era un paria privado de personalidad jurídica 2. Según la estricta ortodoxia comunista Rusia valía simplemente como la tierra en la cual la revolución mundial del Cuarto Estado ha triunfado y se ha organizado, para expandirse posteriormente.

El pueblo ruso había siempre tenido como propio, junto a la mística de la colectividad, un confuso impulso mesiánico: se había considerado como el pueblo teóforo —portador de Dios— predestinado a una obra de redención universal. Todo ello ha sido retomado en forma invertida y ha sido actualizado en términos marxistas. Dios se ha transformado en el hombre terrestrizado y colectivizado, y el “pueblo teóforo” es aquel entendido como empeñado en hacer triunfar con cualquier medio sobre toda la tierra la civilización. La posterior mitigación de la forma extremista de tal tesis, con la condena del trotskysmo, no impide que todavía ahora la URSS sienta, no sólo el derecho, sino también el deber de intervenir en todas partes del mundo para apoyar al comunismo.

Desde el punto de vista histórico, arribados a la fase staliniana, el mito de la “revolución” en el sentido antiguo, que siempre se ligó al caos y al desorden, aparece ya lejano: es a una nueva forma de orden y de unidad que en vez se apunta con el totalitarismo. La sociedad se convierte en una máquina en la cual hay un único motor, el Estado comunista. El hombre no es sino una palanca o una rueda de esta máquina, y basta que él se oponga para ser inmediatamente arrastrado y partido por el engranaje, en el cual el valor de la vida humana es nulo y cualquier infamia es permitida. Materia y espíritu son enrolados en la única empresa, de modo que la URSS se presenta como un bloque que no deja nada afuera de sí, que es simultáneamente Estado, trust e Iglesia, sistema político, ideológico y económico-industrial al mismo tiempo. Es el ideal del Superestado, como inversión siniestra del ideal tradicional orgánico.

En su conjunto, en el ideal soviético revisten por lo demás para nosotros la máxima importancia los aspectos en los cuales ha buscado o busca afirmarse algo similar a una singular ascesis o catarsis en grande a los fines de una superación radical del elemento individualista y humanista y de retorno al principio de la absoluta realidad y de la impersonalidad, pero sin embargo invertido, dirigido no hacia lo alto, sino hacia lo bajo, no hacia lo suprahumano, sino hacia lo subpersonal, no hacia la organicidad, sino hacia el mecanismo, no hacia la liberación espiritual, sino hacia la total servidumbre social.

Prácticamente, que el primitivismo de la gran masa heteróclita de la cual se compone la URSS, en la cual con las masacres han desaparecido todos los elementos racialmente superiores, rechace hasta un porvenir aun lejano la formación efectiva del “hombre nuevo”, del “hombre soviético”, ello no es cosa de gran importancia. La dirección está dada. El mito terminal del mundo del Cuarto Estado ha tomado forma precisa y una de las mayores concentraciones de poder del mundo está a su servicio, una potencia que es simultáneamente la central para una acción organizada, subterránea o abierta, de incitación de las masas internacionales y de los pueblos de color.




lunes, 23 de septiembre de 2013

RAMÍREZ: EL DERECHO SUPERIOR DE MANDAR

EL  DERECHO  SUPERIOR  DE  MANDAR

    

   Los recientes acontecimientos en Siria nos plantean la pregunta relativa a la validez del pomposamente llamado derecho internacional que para sus cultores tendría su máxima expresión en la Organización de la Naciones Unidas creada después de la segunda guerra mundial. Durante esos años Julius Evola escribió; “…lejos de ser < neutral>,  el < derecho internacional> de la edad más reciente ha sido el dócil instrumento de una política controlada por las naciones democráticas…”.
     Desde entonces ha pasado el tiempo y las cosas se han agravado con el agregado que hoy día las naciones democráticas de las que nos hablaba Evola se han reducido a cinco que tienen derecho de veto sobre cualquier resolución que tome el conjunto de las otras: EE.UU., Francia, Gran Bretaña, Rusia y China, aunque esta última  sería una burla llamarla democrática.
     La gilada internacional cree que pueden existir normas jurídicas al margen de la política. Cree en los tratados, en las conferencias, en los acuerdos, y todos los días se derraman cataratas de verborragia sobre los derechos de los pueblos y de la humanidad. Se olvida que no hay un derecho abstracto, puro, neutro, que todo el derecho sea interno como internacional es político y está en función de intereses concretos y nada inocentes.
     Es así como se pretende resolver la situación siria a través de las Naciones Unidas invocando la paz mundial y otros deseos de la buena gente. Para que la situación se resuelva hay dos caminos que en realidad son uno solo: o el acuerdo de las grandes potencias o el creciente desarrollo del fundamentalismo islámico. Éste último desde hace doce años ha sido el verdadero impulsor de lo más importante que ha ocurrido y ocurre en la política internacional: Afganistán, Irak, Cáucaso, norte de África, Malí, Yemen, Egipto y otros lugares. En términos ajedrecísticos, es el que ha pateado el tablero y derrumbado toda la hipocresía del derecho internacional.
    Las Naciones Unidas guardaron silencio sobre la invasión a Irak. Nada dicen sobre el uso de los drones, apoyaron la invasión a Malí, guardan silencio sobre el golpe de estado  en Egipto. Todo esto significa el derrumbe de todos los presupuestos del derecho internacional si es que alguna vez existieron. Y si ahora muchos están preocupados por el tema de los gases tóxicos, es por el temor de que puedan ser usados en sus propios territorios.
     Frente a todo esto surge en el horizonte la posibilidad de un nuevo derecho, el de los que legítimamente  tienen derecho a mandar, porque su mando se fundamenta en la Tradición, en un derecho asentado  sobre la metafísica y la religión, todo lo contrario del derecho moderno que defiende intereses materiales y privilegios de grandes potencias o de sectores de las finanzas y de la usura.
     Frente a la falsa legalidad del mundo moderno se alza la ley de la Tradición hoy día representada por los emiratos islámicos que van surgiendo en el mundo. Ellos sí tienen el derecho eminente y legítimo de mandar y hacer la guerra.

San Carlos de Bariloche, 10 de septiembre del 2013.

JULIÁN  RAMÍREZ
   



lunes, 16 de septiembre de 2013

EL DERECHO SUPERIOR DE MANDAR

EL  DERECHO  SUPERIOR  DE  MANDAR

     

    Los recientes acontecimientos en Siria nos plantean la pregunta relativa a la validez del pomposamente llamado derecho internacional que para sus cultores tendría su máxima expresión en la Organización de la Naciones Unidas creada después de la segunda guerra mundial. Durante esos años Julius Evola escribió; “…lejos de ser < neutral>,  el < derecho internacional> de la edad más reciente ha sido el dócil instrumento de una política controlada por las naciones democráticas…”.
     Desde entonces ha pasado el tiempo y las cosas se han agravado con el agregado que hoy día las naciones democráticas de las que nos hablaba Evola se han reducido a cinco que tienen derecho de veto sobre cualquier resolución que tome el conjunto de las otras: EE.UU., Francia, Gran Bretaña, Rusia y China, aunque esta última  sería una burla llamarla democrática.
     La gilada internacional cree que pueden existir normas jurídicas al margen de la política. Cree en los tratados, en las conferencias, en los acuerdos, y todos los días se derraman cataratas de verborragia sobre los derechos de los pueblos y de la humanidad. Se olvida que no hay un derecho abstracto, puro, neutro, que todo el derecho sea interno como internacional es político y está en función de intereses concretos y nada inocentes.
     Es así como se pretende resolver la situación siria a través de las Naciones Unidas invocando la paz mundial y otros deseos de la buena gente. Para que la situación se resuelva hay dos caminos que en realidad son uno solo: o el acuerdo de las grandes potencias o el creciente desarrollo del fundamentalismo islámico. Éste último desde hace doce años ha sido el verdadero impulsor de lo más importante que ha ocurrido y ocurre en la política internacional: Afganistán, Irak, Cáucaso, norte de África, Malí, Yemen, Egipto y otros lugares. En términos ajedrecísticos, es el que ha pateado el tablero y derrumbado toda la hipocresía del derecho internacional.
    Las Naciones Unidas guardaron silencio sobre la invasión a Irak. Nada dicen sobre el uso de los drones, apoyaron la invasión a Malí, guardan silencio sobre el golpe de estado  en Egipto. Todo esto significa el derrumbe de todos los presupuestos del derecho internacional si es que alguna vez existieron. Y si ahora muchos están preocupados por el tema de los gases tóxicos, es por el temor de que puedan ser usados en sus propios territorios.
     Frente a todo esto surge en el horizonte la posibilidad de un nuevo derecho, el de los que legítimamente  tienen derecho a mandar, porque su mando se fundamenta en la Tradición, en un derecho asentado  sobre la metafísica y la religión, todo lo contrario del derecho moderno que defiende intereses materiales y privilegios de grandes potencias o de sectores de las finanzas y de la usura.
     Frente a la falsa legalidad del mundo moderno se alza la ley de la Tradición hoy día representada por los emiratos islámicos que van surgiendo en el mundo. Ellos sí tienen el derecho eminente y legítimo de mandar y hacer la guerra.

San Carlos de Bariloche, 10 de septiembre del 2013.

JULIÁN  RAMÍREZ
   



DE NIETZSCHE A BIN LADEN

EVOCANDO EL 11S
DE NIETZSCHE A BIN LADEN


Promediando el fatídico siglo XIX, y entrando ya en su segunda mitad, Federico Nietzsche se sublevó contra el pensamiento occidental que había hecho del hombre un simple esclavo e instrumento de un todo que se le sobreponía, sea bajo la forma de un Dios caprichoso que lo determinaba a la salvación o condena, como de un sistema filosófico respecto del cual el individuo era concebido como una mediación de un todo que lo comprendía, estuviese éste expresado bajo la forma de la especie o de la raza a la que pertenecía, o de algún otro nombre pomposo que se le hubiese querido adosar, tal como la razón universal, o la lucha de clases, o el ello instintivo, o los egoísmos economicistas. No aceptaba, en su repudio a tal hecho, ser reducido a la condición de una conciencia infeliz, o de un sujeto ahistórico y ‘reprimido’, no comprensivo de las leyes fatales que rigen al universo entero y de las cuales resultaría imposible escaparse salvo que se quisiese correr el riesgo de la burla eterna con la que los prisioneros de la caverna platónica convidaban al que cuestionaba sus banales e irrebatibles convicciones. Frente a ello, dos frases lapidarias signaron su filosofía. “Si Dios existe, por qué tengo que renunciar a ser yo también un Dios?” O también: ¿por qué mi libertad debe estar determinada por la de otro? ¿Puede acaso denominarse libertad a tal cosa? Y no siendo así, ¿por qué yo también no puedo ser verdaderamente libre? Y la segunda de ellas: “el hombre (es decir, esa entidad que vosotros aceptáis en forma fatal como parte de integrante y medio de una totalidad superior a él, llámese especie o Estado) debe ser superado”. Y ante ello como meta “Os presento al superhombre. El hombre es apenas un puente entre el animal y el superhombre”. Bajo tales premisas su crítica fue dirigida hacia el cristianismo como el gran veneno de la cultura occidental. Sin embargo los tiempos aun no estaban maduros como para que la rebelión de Nietzsche pudiese ser interpretada plenamente, habiéndole además la locura repentina impedido efectuar las adecuadas precisiones, en modo tal de que no se llegase a confundir lo que fuese un superhombre a la manera plotiniana de un dios en devenir, con capacidad de trascender tiempo y espacio, con el más burdo y crudo evolucionismo racista por el que se lo concibiese como un tipo de animal más perfecto que hubiese desarrollado otras funciones, en la actualidad apenas latentes. O, de manera aun más banal, comprenderlo a Nietzsche como el padre de esa parodia denominada postmodernidad y pensamiento débil, es decir, como lo opuesto exacto de su filosofía, mediante la simple asunción de una verdad a medias, por lo tanto de un error malicioso que conducía justamente a lo opuesto de lo manifestado por éste. Entre otras cosas inverosímiles se confundía su genial doctrina del eterno retorno con el culto por el instante placentero y el ‘carpe diem’. Su rechazo por el judeo cristianismo por la negación de cualquier metafísica y trascendencia. Es decir se llegaba a asumir a Nietzsche como el pensador de nuestros tiempos más evolucionados y cibernéticos.
Así como el hombre debía ser superado, también Nietzsche debía serlo a través de una precisión mayor de su profunda intuición. El paso siguiente y necesario, para evitar la caída en las distorsiones de su pensamiento, fue dado genialmente 25 años después de su muerte por Julius Evola a través de su teoría del individuo absoluto que es en verdad una precisión mayor respecto de la del superhombre. Evola, a diferencia de Nietzsche, no rechaza en su totalidad al cristianismo, sino que precisa, en su crítica a la modernidad, dos tipos opuestos de tal forma religiosa. El mero cristianismo, o judeocristianismo, que es aquel que, en tanto ha enfatizando en el concepto del pecado, ha resaltado el abismo ontológico entre hombre y Dios, siendo éste el origen de todos los males denunciados por Nietzsche, y el catolicismo o heleno-cristianismo, que en su forma histórica se plasmara en la figura del gibelinismo. Aquí en cambio, a diferencia de la figura anterior en donde estaba latente la idea de absoluta dependencia de lo humano respecto de lo divino,  se enfatiza en la del Dios hombre, de la imagen divina que fuera revelada por el mensaje y vida de Jesús, y que estuviera a su vez preanunciado por la religión griega en su concepto de dioses con forma humana. De acuerdo al mismo, sólo Dios es libertad verdadera, pero, en tanto el hombre participa de su esencia, también éste la posee, siendo en este mundo lo que Dios es en el universo entero. Y aquí formula y precisa lo que debe ser propiamente la libertad. Lejos de la conciencia moderna, inficionada de judeocristianismo, la libertad del hombre no es una libertad ‘meramente humana’ y por lo tanto limitada e igual en todos en cuanto a tal condición de carencia y pecado, sino por el contrario ésta es divina, sin límites como la del mismo Dios. La libertad representa el despliegue más pleno y cabal de la voluntad y ésta en alguien que es un dios no puede tener límites, al ser la infinitud lo propio de tal condición. De este modo, Dios no quiere las cosas porque sean buenas, pues en tal caso habría algo superior que limitaría su capacidad de decisión, sino por el contrario éstas son buenas porque él las quiere. Y de la misma manera que no podría haber nunca dos dioses con una igual jerarquía pues la libertad de uno limitaría a la de otro, del mismo modo que libre propiamente sólo puede ser uno, en tanto es aquel que más puede. Y en este caso, así como en el universo sólo puede haber un Dios que gobierna, en el mundo de los hombres solamente puede haber un emperador, el que es verdaderamente libre y en donde su libertad permite a su vez la existencia de la de los otros por participación jerárquica de sus diferentes posibilidades, pues la libertad de cada uno lo es en tanto despliegue de lo que puede positivamente, no siendo en cambio igual en todos de manera indiferenciada y en cuanto a su ‘derecho’, como en los tiempos modernos. Ésta es pues la tesis gibelina magistralmente expuesta en Imperialismo pagano.
El paso siguiente dado por Evola habría de ser el de encontrar las vías y los instrumentos para contrastar con la filosofía del último hombre, del cual había hablado Nietzsche, es decir del hombre moderno que ha agotado sus posibilidades últimas y que se encuentra propiamente en la edad crepuscular y del paria.  El mundo moderno representa un apartamiento de los principios tal como existieron siempre en la humanidad antes de la herejía judeocristiana plasmada y perfeccionada luego por la democracia moderna a partir de la Revolución Francesa. El tradicionalismo es pues el camino para contrastar con la modernidad concibiendo en este caso a la historia en forma opuesta a la concebida por la decadencia judeocristiana, es decir, como un paulatino descenso respecto de un estado originario de perfección. Y henos aquí que, en esta formulación de ideas, Evola debe contrastar ahora con René Guénon, el otro autor tradicionalista de su tiempo quien también había formulado un proceso involutivo y cíclico del devenir histórico. Pero las diferencias entre ambos son sustanciales, si bien en otros aspectos se puedan hallar similitudes y proximidades. Guénon, quien ha fundado su sistema en el Vedanta, se opone a Evola, quien también ha abrevado del Oriente, pero hallando en cambio afinidades con el Tantra. Este último le hace notar a tal respecto que, si bien es cierto que su sistema contrasta con la modernidad en la formulación de un proceso cíclico, sin embargo en el fondo no se diferencia de ésta en cuestiones más esenciales. De la misma manera que un Hegel, Guénon considera también el carácter subordinado e insubstancial de la finitud humana. Si para el primero el hombre, en cuanto a su individualidad, es una simple mediación de la Idea o de Dios que se expresa históricamente, Guénon a su vez lo deprecia de otra forma considerándolo como una forma ilusioria respecto de la Existencia Universal o Brahma. Y consecuentemente, del mismo modo que aquél, el individuo no hace la historia universal, sino que es apenas un simple instrumento de ésta en su proceso irreversible, que en un caso es evolutivo y ascendente y en otro involutivo y descendente. Así pues en Guénon también los ciclos históricos son fatales y necesarios y sus discípulos hasta nos indican fechas respecto de su conclusión y nuevos comienzos. Ante lo cual Evola contrasta formulando una vez más la libertad humana manifestando en forma contundente que ‘el río de la historia (cuyo realizador solamente es el hombre) sigue el lecho que el mismo se ha creado’. Depende tan sólo de la voluntad humana, que en cuanto tal es también divina, que haya un final y un nuevo comienzo. Los ciclos no son pues fatales como en la concepción guénoniana; de la misma manera que en Hegel o en Marx todo proceso es siempre dialéctico y nadie podría escaparse jamás de tal ley irreversible.
Y bien, ante el fatalismo de los tiempos terminales que lo ha invadido todo hasta las mismas concepciones tradicionalistas, valen pues ciertos conceptos y categorías espirituales como el de la guerra santa, presente en manera muy clara en la tradición islámica, del mismo modo que fuera formulada por el catolicismo en las Cruzadas. Hay que abatir al mundo moderno en tanto que éste no concluirá solo, hay que aprender a Cabalgar el tigre, y a permanecer de pié entre las ruinas, temas éstos que serán títulos de otras de sus obras esenciales. Frente a ello pues debe organizarse un gran combate, interno y externo, para abatir a los diferentes enemigos modernos que se encuentran sea adentro como afuera de uno mismo. No existe pues ningún tipo de fatalismo.
Lamentablemente las posibilidades no se plasmaron ni en la guerra que a Evola le tocó vivir y perder, ni en las posteriores manifestaciones de diferentes conatos de tradicionalidad y combate contra el mundo moderno. Los kamikaze japoneses, dirá Evola en uno de sus escritos finales, apenas habrán mostrado un atisbo de rebelión casi agonizante ante un resultado que ya estaba preanunciado, como queriendo mantener el honor hasta el final, pero su secuela ha sido finalmente de ineficacia. Y la Hermandad Musulmana en Egipto y en Siria, si bien ha postulado el retorno hacia el Islam tradicional, de acuerdo a la aun válida doctrina de la unidad trascendente de las grandes religiones, pareciera sucumbir ante los influjos de la modernidad. Ya el catolicismo lamentablemente ha sido también abatido luego del Concilio Vaticano II. El desierto crece.
Como Nietzsche, Evola morirá incomprendido, aunque habrá escrito un libro esencial, El Camino del cinabrio, para brindarnos pistas adecuadas. Sin embrago los deformadores de su pensamiento, de la misma manera que los hubiera con el de Nietzsche, continuaron con su labor corrosiva tratando de hacer triunfar también en su seno los cánones propios de la religión moderna y judeocristiana. Se dijo entonces que no había que alarmarse demasiado por lo que acontecía y que no era conveniente tomarlo a Evola demasiado en serio, que en el fondo no había sucedido nada que entorpeciese el devenir fatal de ciertas leyes, que el hombre continuaba siendo como siempre un instrumento de otra cosa más vasta y universal, que si antes se lo había formulado en conformidad con un solo principio, la idea universal de Hegel, el triunfo de la razón recreado ahora por Fukuyama, la novedoso estribaría en que ciertas nuevas entidades modernas, tales como la raza y la geografía  serían pues ahora esas realidades de las que no nos podríamos evadir nunca, de la misma manera que no se podría dejar de ser una conciencia infeliz, una simple ilusión de Brahma, resultándonos pues imposible impedir el cumplimiento de leyes fatales que ya fueron escritas por otros antes de nosotros. Afíliate pues a un partido o movimiento, estereotipa los valores de tu propia biología y territorio, forma pues parte de un ‘gran espacio’, entrega a estas entidades la totalidad de tu voluntad pues sólo así serás libre.
Pero un día pasó un 11S. Violentándose las conocidas leyes de Hollywood, que nos pintaban la existencia de un imperio de Rambo versátil e invencible, con una inversión de apenas 500.000 dólares y una organización de no más de un centenar de personas, pero decididas y dispuestas a cumplir con la guerra santa, se destruyeron los principales símbolos del imperio universal de la Idea. La Razón fukuyámica resultó conmovida, pero no se resignó sin embargo a la derrota. Siguió insistiendo, a través de sus diferentes medios y corifeos, en decirnos que nadie puede salir de los trechos y senderos que Dios nos ha fijado con antelación, que es imposible transgredir una norma fatal y necesaria. Que sus ejecutores no podrían ser nunca conciencias infelices pues éstas siempre resultan derrotadas por las leyes irreversibles, sino agentes de la Idea que realizan dialécticamente su fin que es el desarrollo y progreso de la libertad universal, o  de lo contrario, de no creerse en ello, en el triunfo de los atlantistas. Pero, a pesar de la propaganda del sistema, éste continuó con una seguidilla interminable de derrotas, cada una de ellas más contundente. En modo tal que, al cumplirse 12 años de tal hecho, los dos líderes modernos, el del mundo uno y el del mundo dual, atlantistas y euroasiáticos, hoy se convocan apresurados a luchar conjuntamente en contra de Al Qaeda y por la seguridad de Israel y el mundo entero.
Ante ello las contundentes afirmaciones del grupo Al Shabaab de Somalia, que si fuesen leídas por Evola le harían corregir ciertos conceptos severos vertidos hacia la raza negra. “Se demostró por primera vez en la historia que el hombre no necesita de institución alguna ni de Estado poderoso para  combatir contra el infiel. Es suficiente la voluntad y decisión inspirada en Allah para hacer cosas santas”.
Decía Proudhon en contraste con Marx: “Esta época se caracteriza porque la Historia se ha confundido con Dios”. Una vez más: “¿por qué yo también no puedo ser Dios?” (Nietzsche).

Marcos Ghio

15/09/13