domingo, 31 de julio de 2011

A PROPÓSITO DE LA MASACRE DE NORUEGA

(De pluma ajena)
La pesadilla es vuestra
-Pietrangelo Buttafuoco- 26 de Julio de 2011

En Il Foglio publicación italiana anticonformista

Poneos de acuerdo con vuestras pesadillas, queridos liberales de Occidente. Un masón admirador de Churchill que mata a ochenta y cuatro chicos en Noruega –y estamos hablando de un loco que habla la lengua de quien teme a Eurabia, afortunado eslogan de la llorada Oriana Fallaci –es cosa bien distinta de Osama bin Laden o de Rudolph Hess, dos a los que habéis borrado la tumba justo para hacer todavía más poderosos sus fantasmas, para mayor ganancia del parque de horror que gestionáis.


No vale acercar las fotografías del jeque armado con su kalashnikov a las del rubio biónico igualmente armado. Las dos imágenes no son especulares. Debéis poneros de acuerdo sobre con qué asustar y de qué asustaros porque cada fobia tiene su catálogo, no una misma fenomenología y si os habéis quedado sin el nazi-islam por la evidencia del reo confeso (qué ridícula de hecho todo esa repetición de mullahs de los periódicos liberales, específicamente de derechas, mientras las agencias emitían las noticias de la matanza que se estaba consumando) si entonces no tenéis al musulmán con el cual preparar la persecución, no podéis ahora salir del paso con el nazi-killer porque la sustancia es otra.


Sólo para empezar, ese, el noruego, sus trabajos de logia se los fabrica –o más bien, se los techa – con la Biblia en la mano que es vuestro libro, ¿no? E incluso ese guiño al white power no es la nación aria del Walhalla, no se trata de Thule ni del Carro de Krsna, sino de una variante del KKK, es decir, el racismo biológico de derivación protestante que es cosa cristianísima (incluida la cruz en llamas), óptimo para el folclore americano pero que no tiene nada que ver –en cuestión de filología y de historia –con todas las figurillas de las Legiones SS evocadas sin cuento porque, estas legiones habrán sido incluso el Mal Absoluto, pero eran tropas de asalto de un ejército transnacional compuesto por bosnios, indios, árabes, obviamente alemanes pero también turcomanos, tayikos, chinos, italianos, belgas, españoles, rusos, magiares, rumanos, mongoles, chechenos e incluso chamanes, una unidad de los cuales estaba compuesta por pieles rojas, con los cuales probablemente se habría creado el infierno sobre la tierra pero difícilmente una “nación blanca”.


Poneos de acuerdo entonces, especialmente vosotros, queridos liberales de derivación derechosa, para competir con vuestros exorcismos y resignaos a un hecho evidente: a fuerza de evocar los fundamentalismos, especialmente los inventados artificialmente, os nacen en casa fundamentalismos auténticos. Y con raíces ideológicas generadas por abortos monstruosos como es, antes de nada, la xenofobia. La xenofobia de los viñetistas del Profeta, la de quienes queman el Santo Corán, la de los miserables negocios electorales a los que siempre dais una palmadita afectuosa también vosotros, colegas periodistas de la opinión liberalcapitalista, por el servicial encargo que os hacen quienes luego se convierten en diputados, ministros y administradores del resplandeciente occidente: el de tener lejos a los sarracenos con vuestras fiestas del odio. Era de manual el editorial de Magdi Allam en el Giornale. Explicaba que la culpa de la masacre acaecida tenía que buscarse en la extrema liberalidad de Noruega, demasiado tolerante con los musulmanes y, por tanto, terreno de cultivo de los inquietos incapaces de sostener tanta multietnicidad. ¡Cuando se habla del Abad Vella! (cfr. “Il Consiglio d’Egitto”, Leonardo Sciascia).


Y mientras os ponéis de acuerdo con vuestras propias pesadillas, sin embargo, una cosa: no os equivoquéis hablando, nos soltéis ligerezas como la de colorear la biografía de este loco armado con Odín, con las divinidades nórdicas en general, con el panteón sacrísimo de hielo y luz, porque, precisamente –unicuique suum –Anders Behing Breivik, de hecho, por su parte, había escogido para sí la Biblia. Aquí no se quiere hacer la raposería de pagar con la misma moneda pero que no se venga hablando de citas equivocadas del killer sólo porque no os encaja la pesadilla con el fantasma. Por lo que a nosotros respecta, aquí se trata de poner un freno en nombre de y por la Tradición: el caso de Odín y de las runas no puede por tanto ser considerado como el escroto, casi una cubierta útil para tapar el mal allí donde faltan los utilísimos musulmanes a quienes adjudicar un exterminio. La Tradición, en definitiva, no se plantea nunca el bíblico problema de enderezar la madera torcida de la humanidad. Eso es asunto vuestro. La Tradición, precisamente, no es bíblica y sobre todo no admira a Churchill. Más bien contempla el Sol. Y el Carro de Krsna.

viernes, 22 de julio de 2011

RELIGIOSIDAD INDOEUROPEA

por Julius Evola

INTRODUCCIÓN

Este texto que presentamos a continuación tiene un valor especial en tanto que Evola rechaza aquí lo sostenido por un conocido suyo, el joven y talentoso Adriano Romualdi, muerto tempranamente de manera trágica, y por extensión por el maestro de éste, el pensador alemán Hans Günther importante investigador sostenedor de un racismo biológico.
Lo que ambos autores sostienen es la adhesión a una herencia común a los europeos que trascendería los distintos nacionalismos particularistas, tal es lo que denominan como indoeuropeo y respecto de lo cual se encargan de darnos una serie de caracteres que según ellos serían propios de tal raza. Evola, si bien concuerda con gran parte del valor que se atribuye a los mismos, pone en claro en este texto que él no es racista y que tales valores, si bien pueden haber tenido su manifestación (incluso mejor que en otros casos) entre tales pueblos no son exclusivos de ninguna raza en particular sino que forman parte del patrimonio de toda la humanidad en su conjunto. Es decir que él no cree en la existencia de razas superiores y considera que el fenómeno de la decadencia no es de carácter racial, como el producto de determinados mestizajes, sino que forma parte del mal uso que pueden haber efectuado determinadas comunidades de su libertad.
Y en segundo lugar considera que el término raza solamente tiene valor positivo por su carácter selectivo presente en el seno de cualquier comunidad, representando aquella condición propia de determinadas élites que poseen naturalmente ciertos valores que en los demás en cambio deben ser adquiridos a través de un largo aprendizaje. No es pues una categoría propia y común de un determinado pueblo, en este caso el indoeuropeo, sino que es una cosa que aparece en forma excelente y paradigmática solamente en algunos.
El tercer valor de este texto es el rechazo de Evola hacia la idea de lo indoeuropeo concebido como fundamento doctrinario a utilizar por parte de los pueblos que constituyen una determinada comunidad de naciones, lo que hoy ha dado en llamarse como la Unión Europea. Evola desdeña de tal posibilidad y considera que no es detrás de un ideal racial de superioridad lo que puede darle una unidad a su continente, sino en cambio el rechazo pleno del ideal democrático, aun concebido bajo la forma racista, a fin de que los hombres de raza verdaderos, las élites, sean los que efectivamente gobiernen. Hoy la quiebra de la unidad europea, su inminente colapso monetario, entidad en la que ésta se funda, le está dando plena razón a su escepticismo formulado hace 41 años respecto del ideal de Europa una sostenido en su momento también por los indoeuropeistas. (M.G.)


En el período anterior se sostuvo por parte del movimiento que estuviera en el poder en la Europa central la exigencia justa de que una lucha política no puede ser completa si no se encuentra fundada en una concepción del mundo. El término que habría de convertirse en un estereotipo, Weltanshcaung, significaba la actitud general que el hombre debía asumir no sólo ante el mundo y la vida, sino también en relación a los valores éticos y espirituales, en modo tal de abarcar en una cierta manera los mismos problemas religiosos. Y para llevar a cabo esta lucha en un plano superior se pensó que la mejor fórmula fuese la del retorno a los orígenes, es decir la remisión a las ideas y a la manera de sentir que fueron conocidos antes de que manifestasen todo su poder aquellos factores que han dado forma a la civilización última conduciéndola hacia el spengleriano ‘ocaso’ (espiritual) ‘del Occidente’.
Muchas veces sin embargo la mencionada orientación tuvo un aspecto ‘racista’. Se habló de ‘arianidad’, de herencia nórdica-germánica y de cosas similares. El peligro de una limitación de los horizontes debida sea al racismo, como a una utilización unilateral y tendenciosa de las ideas en función simplemente germánica, resultó algo sumamente evidente. Esto se nos aparece de manera notoria en un libro que en el Tercer Reich tuvo una gran difusión, El mito del siglo XX, de Alfred Rosenberg, el cual en el fondo era apenas una compilación basada en materiales de tercera mano sumamente heterogéneos. Menores reservas en cambio se nos imponen respecto de las investigaciones de un especialista, el profesor Hans Günther, autor de numerosas obras sobre las razas y las civilizaciones antiguas, comprendidas las de Grecia y de Roma. Es digno de mención un ensayo suyo en el cual trató de definir la concepción fundamental del mundo y la religosidad de los pueblos indoeuropeos manteniéndose en un plano desapegado de las contingencias políticas. Este ensayo ha sido reeditado (en una sexta edición) aun después de la guerra y ahora ha aparecido en una traducción italiana (para las Ediciones Ar) a cargo de Adriano Romualdi y Carlo Minutoli. El título originario de la obra era Frömigkeit nordischer Artung, es decir ‘La religiosidad de tipo nórdico’; el italiano es en cambio Religiosidad indoeuropea, modificación esta última que nos parece oportuna y que permite obviar las diferentes reservas que, en razón del uso del término ‘nórdico’, habría que hacerle a las tesis del autor. ‘Indoeuropeo’ es un concepto sumamente más vasto en tanto que el mismo retoma diferentes estirpes y civilizaciones pertenecientes a la raza blanca, comprendidas sus manifestaciones asiáticas (los Indoeuropeos de Irán, de la India, etc.) que son también tenidas en consideración por Günther, aun si nos queda el inconveniente relativo a la tesis respecto de que el núcleo originario formativo de todas estas civilizaciones hubiese sido de origen ‘nórdico’. Aun concediendo que tal término debe ser entendido aquí en manera particular, con referencia a migraciones de pueblos primordiales, en modo tal de no aplicarse meramente a las poblaciones nórdico-escandinavas o germánicas-septentrionales de los tiempos más recientes, sin embargo no puede dejar de haber a tal respecto algunos equívocos.
Los mismos podrían ser favorecidos en parte por el amplio “Ensayo sobre el problema indoeuropeo” de Adriano Romualdi que aparece como introducción del texto de Günther y que en cuanto a su extensión es más del doble del mismo. Se trata de una monografía desarrollada muy seriamente, con una amplia y variada documentación que retoma todo aquello que a partir de investigaciones filológicas, antropológicas, étnicas, históricas y culturales se ha manifestado respecto de los orígenes indoeuropeos, manteniéndose sin embargo la tesis nórdica con un notorio acento racista.
Pero independientemente de ello nos parece apropiado atenerse a la extensión propia del concepto de ‘indoeuropeo’ y no sin relación por lo demás con aquello que ha impulsado a la actual traducción italiana del ensayo de Günther. Se trata a tal respecto de la actitud de retomar la exigencia de la ‘lucha por la concepción del mundo’ en un marco ya no más germánico-nacionalsocialista, sino europeo. Escribe al respecto Romualdi (p. 6):
“Todos nosotros, y en particular nosotros, los de la nueva generación, sentimos que nos encontramos en una encrucijada histórica. Las antiguas perspectivas nacionales, tal como fuimos educados, se quiebran a nuestro alrededor por todas partes. Una autosuficiencia de la patria italiana, o francesa o germánica, y con ésta la particular interpretación histórica sea italiana, francesa o germánica, no existe y no debe existir más. Nacionalistas sin nación, tradicionalistas sin tradición, nosotros buscamos reconocernos todos en una patria y en una tradición más vastas”.
A tal respecto vuelve a proponerse la idea indoeuropea sea como mito de los orígenes comunes, sea como idea capaz de otorgarle un sentido a una unidad europea u occidental que no se reduzca a un conglomerado informe. Pero es justamente por ello que la connotación ‘nórdica’, a pesar de cualquier precisión que se efectúe, aparece como una cosa equívoca. Puesto que la mayoría no puede ser llevada a alguna referencia concreta, entre otras cosas incluso se hace ostensible que son justamente los pueblos europeos nórdicos (comprendidos a esta altura lamentablemente los mismos Alemanes) aquellos que son en la actualidad los últimos en sentir exigencias de tal tipo y en encarnar este tipo de concepción del mundo.
Pero ya a esta altura es necesario decir algo respecto del ensayo de Günther. En general, hay que resaltar que hubiera sido oportuno atenerse sobre todo a una consideración de carácter morfológico reduciendo al máximo los factores raciales, es decir definir sólo una cierta forma de los valores y del modo de sentir y de comportarse, presentándolo sobre todo como un ‘ideal’. En efecto se le podría formular a Günther una muy fundada objeción metodológica, resaltando cómo él muchas veces se mueva en un círculo vicioso. En efecto, él reconoce que las fuentes de su investigación no pueden estar constituidas por el material aportado por los pueblos nórdicos en sentido propio, incluso las antiguas concepciones germánicas habrían sido alteradas por aportes extraños, célticos y ‘druídicos’, incluso la mitología nórdica por excelencia, la de los Edda, sería muy poco utilizable como verdadero documento del espíritu nórdico; Günther considera como fuentes mejores aquellas que se pueden recabar del antiguo mundo helénico, romano, iránico, y en parte también hindú, dentro de cuyo conjunto él sin embargo opera una cierta discriminación: aísla ciertos elementos de otros, que se encuentran presentes pero que no pueden ser remitidos a una idea en el fondo preconcebida en forma apriorística como ‘nórdica’ (o ‘aria’ o ‘indoeuropea’), él los refiere a influencias extrañas, a alteraciones raciales producidas por cruzas, etc.: procedimiento equivalente a aquello que en lógica se define como petición de principio. Tal objeción perdería parte de su fuerza en el caso de que se tratase de una impostación esencialmente ‘morfológica’. Luego las referencias de Günther se refieren esencialmente a élites, y aquí vale como un postulado que es en las élites en donde se habrían conservado los valores de la raza originaria portadora de una superior concepción del mundo. Es así como Günther dice (pg. 116):
“En verdad mucho de aquello que nos es descripto como formando parte de la religión indoeuropea no es otra cosa sino la expresión de castas inferiores que habían aprendido a expresarse en lengua indoeuropea”,
lo cual es una señal del mencionado procedimiento de discriminar a priori. No hay pues duda de que por parte del autor se ha idealizado y generalizado mucho, haciendo silencio respecto de todo aquello que no se conformaba con su tesis.
En cuanto a las características que según Günther no serían indoeuropeas, hallamos la concepción de un Dios trascendente al cual uno se aproxima servilmente y por miedo, así como la concepción del hombre como mera ‘creatura’.
“Puesto que no es el siervo de un Dios soberano, el Indoeuropeo no reza prostrado de rodillas, sino de pié, con los ojos hacia el cielo y los brazos extendidos hacia adelante”. (pg. 122)
Él tiene un sentimiento de vinculación y de familiaridad con lo divino, con los ‘dioses’. El mundo para él no es ‘creado’, sino eterno, ‘sin principio’ y sin fin. No conoce un dualismo entre ‘este mundo’ y el ‘otro mundo’, por lo menos aquel dualismo a través del cual el primero es devaluado respecto del segundo y sólo en el segundo concentra el espíritu. En parte como consecuencia, no es sentido ni siquiera un contraste “entre cuerpo perecedero y alma inmortal, entre la carne y el espíritu”. Carecería pues de la ‘redención’, como del pecado, de la salvación por obra de un ‘Salvador’ y no como una “autoredención del alma que se purifica y se sumerge en lo profundo del propio ser” (tal sería la orientación del misticismo indoeuropeo), como aquella superación de las pasiones en la cual consistiera la vía del primer buddhismo y también del estoicismo. En cuanto al ‘pecado’, en la manera de sentir indoeuropea se sustituiría el concepto de ‘culpa’ por el de responsabilidad que un ‘alma noble’ es capaz de asumir.
Por parte del Indoeuropeo el mundo habría sido concebido como orden y como kosmos, como un todo formado por una ratio superior. Pero esta característica nos parece que no concuerda demasiado con la otra, indicada por igual por Günther, relativa a una concepción ‘agonista’: el mundo como arena de una permanente lucha, en correspondencia con “la vocación hereditaria y congénita al combate” por parte del Ariano o Indoeuropeo. En efecto, esta segunda concepción presupone evidentemente un dualismo, no la existencia de un orden racional universal, sino también la presencia de alguna cosa antitética respecto del mismo, del kosmos, contra la cual combatir. Mayores reservas impone luego la idea, para nosotros errada, de que los Indoeuropeos “habrían tenido siempre la inclinación en ver en la fuerza del Destino una cosa superior a los mismos dioses, sobre todo los Hindúes, los Helenos y los Germanos” (pg. 129).
No vemos cómo pueda fundarse una idea semejante, la cual, en todo caso ha prevalecido en áreas no reputadas propiamente como indoeuropeas (como en la tardía civilización etrusca y en la pelásgica, no-helénica y justamente Bachofen pudo mostrar el origen pelásgico, no-helénico, que en cambio Günther denominaría ‘no-nórdico’, de aquello que en la antigua Grecia se resintió de aquella oscura idea fatalista). Günther en cambio la conserva pues le sirve para indicar, como ulterior característica del hombre indoeuropeo, la aceptación del destino o el mantenerse inquebrantable frente al mismo:
“orgullosa fiereza con la cual se acepta el Destino que incumbe a la propia existencia, que él hace frente de pié manteniéndose así fiel a sí mismo” (pg. 131).
Por lo demás Günther opera un grave menoscabo de la herencia de la espiritualidad indoeuropea al negar y desconocer aquella que podemos denominar como la “dimensión de la trascendencia” en el orden humano no menos que en el divino (en donde reinaría el Destino y no una suprema libertad), no teniendo en forma apriorística para nada en cuenta testimonios múltiples y unívocos en un sentido opuesto. Por suerte Günther no ha insistido en una tesis anterior, según la cual los Indoeuropeos ‘nórdicos’ tan sólo cuando emigraron al Asia y al haber hallado tierras insoportables por el clima y ambiente fueron determinados a invertir su originario impulso de ‘afirmación de la vida’ por uno en el fondo extraño a su raza (artfremd), el de liberarse de la vida, comprendida ahora como ‘dolor’. De hecho un ideal fundamental indoeuropeo ha sido el de la “Gran Liberación”, de la conquista de lo Incondicionado (por ejemplo en el buddhismo de los orígenes), de la salida del ‘ciclo de la generación’ (en la Hélade).
Y esto ha sido así porque en Günther han tenido primacía ciertas preocupaciones ‘racistas’ las cuales a pesar de todo lo que hemos recién mencionado no han podido evitar terminar dándole un carácter naturalista a sus interpretaciones. Así pues, por ejemplo, para él resulta inexistente el hecho de que justamente en la tradición indo-aria la ‘vía de los dioses’ (deva-yana) que conduce hacia lo Incondicionado fue contrapuesta a la ‘vía de los padres’ (pitri-yana) que es la de aquellos cuyo destino es el de perpetuarse en la vida de su estirpe de aquí abajo.
Aquí es donde se hacen sentir las consecuencias de la presunta inescindibilidad entre cuerpo y alma, la cual termina coartando toda superior concepción de la inmortalidad. En el fondo Günther termina reduciendo los horizontes espirituales a una ‘inmortalidad inmanente’ (efímera), que consiste en la perpetuación y continuidad en la estirpe y en la raza, respecto de la cual un sujeto forma siempre parte, lo cual “en el orden de las generaciones produce perennemente la vida” (pg. 147). Si bien con intentos de mitigación, Günther termina viendo en el panteísmo, que implica una negación de toda verdadera trascendencia, un rasgo fundamental de la religiosidad ‘ariana’ (hallamos en él la expresión “inspirado panteísmo naturalista”), lo cual equivale a degradarla arbitrariamente, así como sostener un sospechoso ‘culto a la vida’ como contraparte. Es bueno tener presente que no se debe confundir con el ‘panteísmo’ una concepción sacralizadora del mundo, que fue propia de los orígenes y que debe decirse tradicional en sentido general, y que de ninguna manera debe sostenerse como una prerrogativa únicamente ‘aria’ o indoeuropea.
Es en el campo de la ética que en parte las caracterizaciones de Günther tienen un valor más convincente. Él habla de los ideales de la firmeza y de la grandeza de ánimo, de un natural dominio de sí mismo, de un también natural sentimiento de las distancias y de no promiscuidad, de la desconfianza por todo abandono del alma y por lo tanto hacia un desordenado, anhelante misticismo. Además, el sentimiento del honor, la disposición a la fidelidad y a la lealtad, una medida, consciente dignidad y la humanitas en la acepción clásica, el amor por la verdad y la repugnancia por toda mentira. La libertad es un ideal, sin embargo en la perspectiva indicada por el dicho de Goethe:
“Todo aquello que libera a nuestro espíritu sin elevarnos a un mayor señorío sobre nosotros mismos, nos corrompe”.
La ética que se articula en tales valores, para Günther sería ‘natural’ en el Indoeuropeo, no ligada a preceptos exteriores (así como la religiosidad indoeuropea sería ‘natural’ y no determinada por ‘revelaciones’).
En esto se puede estar de acuerdo tan sólo en parte, pero con referencia a una concepción no-racista de la raza. El ser ‘de raza’ en un sentido superior encuentra justamente como una cosa natural actuar y comportarse de una determinada manera, sin referencias externas. Pero aquí no es el caso de hablar de algo que sea propio de la ‘raza’ indoeuropea. Tales cualidades éticas naturales del ‘hombre de raza’, para dar un ejemplo, están también presentes entre otros pueblos (bastará tan sólo la referencia a la nobleza tradicional del Japón) y la mención a lo ‘tradicional’ no es una cosa extrínseca, a tal respecto se puede considerar también aquello que se convierte en congénito en base a una rigurosa tradición. En cuanto a la ‘nobleza’, resaltémoslo de pasada, es bastante curioso el hecho de que Günther hable frecuentemente del espíritu y de la noble ética de una “aristocracia campesina” (en todo caso, habría que hablar de una aristocracia feudal). Aquí nos parece percibir el eco de un slogan ‘racial’ del hitlerismo, ‘sangre y tierra’, por el cual en nombre de un determinado ‘arraigo’ y de una cierta política era liquidado el precedente mito de las razas arias originarias como las de los cazadores y conquistadores emigrantes ávidos de grandes distancias y de lejanos horizontes.
Se ha ya hecho mención al hecho de que para aislar los elementos ‘nórdicos’ Günther ha debido poner sistemáticamente a cargo de postuladas contaminaciones raciales debidas a cruzas y a influjos exógenos desnaturalizadores todo aquello que en las sociedades indoeuropeas, aun siéndoles cosas presentes de hecho, no correspondería a los mismos valores y comportamientos. Nuevamente esto delata la subyacencia del racismo biológico el cual tiene muy poco en cuenta el hecho de que las mezclas no son el único factor de alteración puesto que son posibles procesos de involución, de decadencia y de colapso en el contexto del mantenimiento de una suficiente integridad originaria de sangre. Ya al comienzo hemos notado que justamente los actuales pueblos mayormente ‘nórdicos’, que se han mantenido tales más que los otros, son particularmente insensibles a los ideales ‘nórdicos’ tal como Günther los define. En el contexto histórico bastará tan sólo recordar este ejemplo. Günther considera justamente como extraño a la línea ‘aria’ el espíritu de la Reforma protestante en razón de su exasperación de los conceptos del pecado y de la naturaleza irremediablemente corrompida del hombre, del confiarse a la sola fe, a la necesidad de la gracia gratuitamente acordada por Dios, de la servidumbre humana (de servo arbitrio- Lutero). Bien, la Reforma hizo pié sobre todo entre los pueblos alemanes y nórdicos, mientras que los pueblos más al sur o al occidente, a los que se reputa como alterados en mayor medida por cruzas, permanecieron refractarios a la misma.
Hacia el final de su ensayo (pg. 172) Günther escribe:
“Con el siglo XX los Indoeuropeos comenzaron a eclipsarse en el mundo de la espiritualidad y de la historia. Hoy en día todo aquello que en la música, el arte, la literatura (se debería agregar: la moral y las formas políticas predominantes) del ‘Occidente libre’ es reputado como particularmente ‘progresivo’ no refleja más una espiritualidad indoeuropea”.
Esto nos parece justo, pero tan sólo si somos capaces tal como dijimos de definir aquello que es indoeuropeo en términos esencialmente morfológicos y generales, sin estrictas referencias étnico-raciales. En cuanto luego a la capacidad de conjunto de los valores ‘indoeuropeos’ (también con el fin de superar alteraciones, unilateralidades o evidentes idealizaciones del tipo de las precedentemente mencionadas) de poder operar como una nueva solidaridad y unidad supranacional occidental, dados los tiempos actuales por los que transitamos, a diferencia de lo que dice Romualdi, somos sumamente escépticos: no creemos para nada que pueda visualizarse algún suelo apto de resonancia y cristalización.
Por lo demás, un análogo sentimiento parece manifestarse en el mismo Günther cuando en el prefacio de la última edición de su interesante ensayo (pgs. 105-106), al referirse “a nuestros tiempos, en la era del ocaso del Occidente Spengler dice: ‘Aun si aquello que permanece en el mundo europeo occidental tuviese que perecer por la carencia de verdaderos Indoeuropeos de raza, es decir de verdaderos Occidentales, permanecerá de todos modos un sentimiento arraigado en la tradicional espiritualidad indoeuropea, aquel sentimiento que fuera ya de los últimos Romanos, Romanorum ultimi, en un imperio ya no más ‘romano’ el sentimiento del carácter inquebrantable ante el destino… por lo cual ya Horacio exhortaba: Quocirca vivite fortes, - fortiaque adversis opponite pectora rebus!”
Una instancia de tal tipo, por lo demás recabable tan sólo por parte de pocos y quizás a ser modulada mayormente en el sentido de una desapegada impasibilidad, nos parece más realista que cualquier optimismo de trasfondo ‘nostálgico’ (en el sentido negativo dado a este término en relación a un cierto aspecto de ciertas orientaciones políticas italianas), con la correspondiente nueva evocación de los orígenes nórdicos.

Il Conciliatore, agosto 1970.