martes, 30 de diciembre de 2014

GHIO: EL PERONISMO YA ES UN CUENTO CHINO

EL PERONISMO YA ES UN CUENTO CHINO



 Yo siempre recuerdo que tiempo atrás viviendo en la Patagonia y cuando, finalizando la década del ochenta, estaba por eclipsarse la democracia vino a visitarme alguien que se me presentó como representante del coronel Seineldin, en quien muchos creíamos ver al gran gestor de una gran revolución nacional. Se me dijo que esta vez no se iba a incurrir en la misma trampa del año 1955 en donde el nacionalismo puso el cuerpo y luego los liberales, es decir el sistema, se quedaron con lo logrado. Que de lo que se trataba ahora, a fin de evitar volver a cometer el mismo error, era de infiltrar al peronismo al que se iba a poder apabullar a través de la fuerza militar con la que se contaba. Yo me acordé de Codreanu quien en circunstancias similares habría contestado lo siguiente: el peronismo es como el Mar Negro, por más que a él confluyan millares de vertientes de agua dulce, siempre permanecerá salado. Nunca quise embarcarme en tal aventura a la que daba por descontado como fracasada y recuerdo haber dicho en su momento que el peronismo era para mí un gran cuento chino.
Los años fueron pasando y además de haber visto al coronel preso y fracasado en sus proyectos iniciales, ‘traicionado’ por quien iba a infiltrar, presencié los vergonzosos acuerdos con Gran Bretaña sobre la rendición en Malvinas y una inaudita ola de privatizaciones de la totalidad de las empresas del Estado. Estando en España pude comprobar que llamar por teléfono a la Argentina costaba 10 veces más barato que hacerlo a la inversa desde nuestro país y por la misma empresa y también pude enterarme de que los contratos firmados eran tan leoninos que permitían que la totalidad de las ganancias, que indudablemente eran muchas, se pudiesen trasladar sin inconvenientes mayores a los países originarios. Sin necesidad de ser expertos economistas y sin embarcarnos en los intríngulis que tejían nuestros liberales consideré que si multiplicábamos esta experiencia vivida por varios miles y centenares de miles en poco tiempo el país habría de quebrarse. Entre la clase política engordada por las licitaciones y las empresas extranjeras que se nos llevaban absolutamente todo se podrían explicar con el tiempo fenómenos posteriores como el de los cartoneros, el corralito, la patria financiera, todo hecho por un gobierno peronista y los que luego lo imitaron en sus mismas políticas. Pero no, se me seguía insistiendo a pesar de todas estas evidencia en que esto no era peronismo, que el verdadero fue el que se nos relata del tiempo pasado, del mismo modo que el que habría de venir en el futuro. Yo recordé a ese artista al cual le encargaron pintar el cruce del Mar Rojo por parte de Moisés y se presentó con una gran mancha amarilla. ‘¿Dónde está el Mar Rojo?, le preguntaron, Fue abierto por Moisés. ‘Y los judíos? Ya pasaron. Y los egipcios? Todavía no llegaron’. ¿Dónde está el peronismo bueno? El primero de todos ya pasó, y el segundo todavía no vino, pero mientras tanto concentrémonos en la gran mancha amarilla y no perdamos nunca la fe. Pero para nosotros la misma sigue y seguirá siendo amarilla como el gran cuento chino.
Aunque ahora pareciera ser que el nuevo gobierno peronista, al que algunos se afanan aun en decir kirchnerista como antes decían menemista, acaba de darnos totalmente la razón. En el día de ayer se acaba de firmar y aprobar parlamentariamente un gran acuerdo económico… con China. Vaya, nunca creímos que íbamos a acertar tanto en nuestros pronósticos. De acuerdo a lo publicado por el periodista Pagni en La Nación, nos enteramos de que el mismo resulta aun más leonino que los que Menem firmara con los europeos. Además de poder llevarse todas sus ganancias en los emprendimientos se nos dice que no están obligados a emplear a argentinos en los mismos, sino que tienen libre franquicia para traer a sus compatriotas al país. Es decir que ni Telefónica, ni Telecom ni tantas otras nos llenaron el país de sus connacionales como en cambio ahora amenazan hacerlo las empresas chinas. Y recordemos al respecto que China hace poco acaba de suprimir la odiosa prohibición de tener un solo hijo por familia.
Si creíamos que los únicos chinos que íbamos a ver eran los dueños de supermercados, suponiendo que con esto se repetía el fenómeno de los tintoreros japoneses del pasado siglo, nos equivocamos. Anticipando la firma del tratado, ya en Río Negro la localidad de Sierra Grande se encuentra inundada de chinos pues hay una compañía de tal origen que está tomando a su cargo la mina de hierro ya existente. Y parece ser que la Patagonia, en gran medida por sus territorios vastos e inhabitados, ha sido puesta especialmente en la mira. En la provincia de Neuquén ya hay una cierta base militar china ‘de investigaciones climáticas’ respecto de la cual todo es secreto y como el régimen infame por la constitución del 94 le ha dado a las provincias plena autonomía para administrar sus recursos, ya las empresas pactan con los gobiernos provinciales a los cuales se puede comprar más fácilmente que a los nacionales. Y se podría continuar.
Nos hemos preocupado mucho por el plan Andinia, pero de aquí en más nos tendremos que ocupar de otra inmigración. Pues ya no cabe duda de que el peronismo en cualquiera de sus variantes es un verdadero y propio cuento chino.

Marcos Ghio

30/12/14

sábado, 20 de diciembre de 2014

GHIO: PRESENTACIÓN DE LA OBRA DE EVOLA, 'EL HOMBRE COMO POTENCIA'


Presentación del Libro "El Hombre como Potencia" de Julius Evola (Editorial Heracles) -Conferencia del Lic....
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lunes, 15 de diciembre de 2014

RAMÍREZ: LOS NÚMEROS COMO SIGNO DE LOS TIEMPOS

LOS  NÚMEROS  COMO  SIGNO DE  LOS  TIEMPOS


     Una de las características de los tiempos modernos es la preponderancia y la presencia de los números en todas las actividades de la sociedad. Hablar de números es hablar de matemáticas y éstas son una disciplina muy abstracta, tanto que solamente tienen como fundamento a la cantidad. Hoy día todo se reduce a la cantidad, no solamente en materia de la moneda que tenemos en los bolsillos sino también en otros órdenes de la vida, y entre ellos nada menos que en la conformación del poder del estado.
     Como la soberanía de Dios ha sido reemplazada por la soberanía del pueblo y el pueblo es cantidad no cabe otra cosa que recurrir a los números y entonces tenemos las elecciones para contar las supuestas voluntades que se inclinan por uno u otro de los candidatos. Entonces triunfan los números y así se consagran los gobernantes que durante algún tiempo han de engañar y saquear al mismo pueblo que los votó.
     La democracia se basa pues en el número, es decir en la cantidad y no en la calidad. Calidad y cantidad son antitéticas. Es totalmente falsa la tesis marxista que dice que la cantidad puede transformarse en calidad puesto que de lo inferior no puede nacer lo superior, y éste es precisamente el fundamento de la democracia.
     Algunas personas que todavía no avizoran una alternativa superior y tradicional o simplemente por oportunistas sin sólidos principios, discursean en torno a que hay  una democracia buena y una democracia mala. Craso error, la democracia en cualquiera de sus formas es la peor forma de gobierno que jamás haya existido, e insistir en ella es promover ilusiones y recurrir a lo que reiteradamente ha fracasado.
     Cuando se pretenden aplicar los mismos remedios que antes han fracasado a las mismas enfermedades no cabe esperar sino los mismos resultados.
     Y la cosa no termina aquí. Los políticos mediocres, superficiales y corruptos viven pendientes de las encuestas, es decir que no se guían por principios a los que son ajenos, sino por el humor y estado de ánimo de las masas que por su naturaleza femínea son cambiantes y llevadas por sentimientos y emociones.
     Y las consecuencias son nefastas. En nuestra desgraciada Íberoindoamérica se suceden los gobiernos oligárquicos y populistas sin solución de continuidad. Cada uno de ellos prepara las condiciones del que haya de suceder: los oligárquicos crean las causas para los populistas, y éstos preparan las de los oligárquicos y por sobre todos ellos la gran mentira de la democracia. Estamos pues en un verdadero círculo infernal en el cual cada forma de gobierno alimenta al que haya de sucederle.
     Se trata pues de tomar al toro por las astas, de recuperar el sentido de la calidad por sobre el número y para eso está la verdadera alternativa que es la Tradición que es la única que puede superar a oligarcas y populistas, a liberales y a marxistas.

San Carlos de Bariloche, 8 de diciembre del 2014.
JULIÁN  RAMÍREZ


GHIO: UNA ESVÁSTICA FLAMEANDO EN LA ARGENTINA

UNA ESVÁSTICA FLAMEANDO EN LA ARGENTINA




Se aproxima de a poco un nuevo acto electoral en la Argentina y ya se perfilan los nuevos candidatos. Como siempre nuestra línea es al respecto invariable desde que se inaugurara la democracia como forma de vida hace 31 años *. No hay que brindar la más mínima colaboración a la misma, no hay que participar de ninguna elección, no hay que apoyar a ninguno de los candidatos existentes y menos aun formar partido político alguno en tanto representa una claudicación en los principios. También debe evitarse a cualquier precio la teoría del mal menor. El mal que es menor es simplemente un mal tímido que aun no se ha desplegado en forma desfachatada e inescrupulosa, por lo que respaldarlo implica ayudarlo en tal despliegue. Por lo tanto, una vez más y tal como dijera el Maestro Evola: ser convidados de piedra del sistema, establecer profundas distancias con el mismo, no formar parte de sus diferentes ‘alternativas’.
Arribados a este punto cabría preguntarse entonces si con esto es suficiente, si con tal postura no estamos de algún modo incurriendo en un cierto fatalismo por el cual se considera que a nuestra no acción y no compromiso le seguirá irreversiblemente un resultado conveniente a nuestros fines, consistente en una consumación final de los tiempos, o en una nueva edad de oro por venir, respecto de la cual nuestro privilegio consistirá simplemente en habernos anticipado en prever su efectiva realización. De ningún modo es que lo sostenemos. Simplemente pensamos que es indispensable buscar otras alternativas que escapen a los marcos estrechos que nos brinda el sistema. De la misma manera que para nosotros la democracia no es nuestro lugar propio, el punto de partida para nuestra acción no son los sagrados intereses de la República Argentina o de alguna otra nación, o de nuestra ‘civilización occidental y cristiana’, sino algo más universal y vasto: la Guerra de Civilizaciones, esto es, el gran combate por el que contrastan el mundo moderno y el mundo tradicional, el cual actualmente sólo se está desarrollando en el universo islámico tras la aparición del movimiento fundamentalista. Tal como hemos dicho varias veces, partimos del siguiente aserto: el mundo moderno, es decir aquel en el cual vivimos, compuesto de máquinas, de masas y de puros individuos, que ha dado cabida a la democracia y en donde la economía y el dinero representan el destino obligado del hombre no desaparecerá solo, será indispensable para ello la acción de una fuerza que contraste con tales principios y la misma no pertenece a ninguna patria, ni raza en exclusividad. Así como no creemos en la superioridad de nuestra nación tampoco lo hacemos con la raza blanca. Si bien podamos aceptarle logros e importantes creaciones en el ámbito de la cultura también debemos reconocer que ha sido de la misma desde donde se ha generado la gran decadencia moderna en la que vivimos, habiendo sido en su seno que se constituyeron estas dos grandes anomalías históricas: capitalismo y comunismo, las que pergeñaron la actual democracia. Por lo tanto no somos ni racistas ni tampoco nacionalistas en el sentido exclusivista y moderno. Creemos con Evola en una raza del espíritu consistente en una dimensión superior que se encuentra en potencia y en grados diferentes, como una semilla a brotar, en el seno de todas las etnías hoy existentes, y del mismo modo somos nacionalistas en tanto adherimos a una patria, pero tan sólo a la que se expresa esencialmente a través de ideas y de principios y no por la mera pertenencia a un espacio geográfico.
Formulado tal aserto valen aquí las siguientes reflexiones. Si bien somos católicos y argentinos, en tanto no somos provincialistas y en la medida en que para nosotros son los principios lo más importante, estamos más cerca de Bagdadi que propone el imperio y en consecuencia la soberanía de lo sagrado sobre lo profano en el campo político y social que del papa Bergoglio que, en tanto adhiere a los principios modernos y a la democracia, sostiene combatir a tal adversario irreconciliable. Y podríamos decir lo mismo respecto de nuestra actual clase política en tanto representante del sistema crepuscular. Una vez más nuestra alternativa no es aquí catolicismo a cualquier precio o Islam, sino democracia o imperio, pues consideramos que tan sólo en esto último se expresa la sustancia de nuestra religión y patria y estaremos siempre allí en donde se encuentre. Fundados pues en tales premisas consideramos que es dable buscar en el seno de nuestra vida social a aquellas fuerzas que, aun sin ser de nuestra religión, raza o nacionalidad, tal como acontece en el caso del fundamentalismo islámico, sin embargo están mucho más cerca de nuestra propia sustancia que aquellas personas que se califican también como católicos y como argentinos pero que en los hechos, de manera conciente o no, colaboran con el mundo moderno.
Esto viene al caso porque días pasados en una ciudad de la provincia de Neuquén se suscitó un gran conflicto de carácter ‘nacionalista’ cuando se supo que su Concejo Deliberante había resuelto permitir que, junto a la bandera argentina, flameara también la de la colectividad mapuche. El tema resultaba sumamente delicado puesto que se concatenaba con dos cosas: por un lado los intentos de segregar la Patagonia de la Argentina, el famoso plan Andinia, con la presencia de mochileros judíos y de terratenientes de tal nacionalidad que compraron grandes espacios en la región y por el otro las tradicionales apologéticas del indigenismo y de la reivindicación de los ‘derechos humanos’ como factores de disgregación nacional. Dejando por un momento a un lado el primer punto y yendo específicamente al segundo, es dable hacer notar que, si bien existe un indigenismo emparentado con las ideologías de extrema izquierda que formula una apologética puramente telúrica y comunista del pasado precolombino, hay otro en cambio que lo hace exaltando valores tradicionales y jerárquicos que existieron en nuestras tierras y respecto de lo cual la dinastía incaica fue un claro ejemplo. Al respecto queremos recordar que tiempo atrás, cuando el movimiento mapuche exhibió por primera vez su bandera, el partido provincial gobernante en Neuquén, caracterizado por una tendencia claramente economicista y moderna que lindaba abiertamente con el separatismo, lo criticó por haber presentado en la misma y entre sus símbolos, a una conflictiva esvástica. Dicha insignia bien sabemos que trasciende totalmente el uso que le diera en Alemania el nacional socialismo y simboliza el movimiento solar consistente en un punto que se mueve circularmente sin desplazarse en el espacio. Es pues el símbolo de la eternidad y de la autosuficiencia, en contraste con la luna y la tierra que significan el tiempo y el devenir mutable en tanto que reciben de otro la luz y el movimiento. En su momento no prestamos atención suficiente a tal ‘denuncia’ y supusimos que la esvástica en la bandera mapuche era un símbolo más que allí aparecía casi como un descuido de las partes. Pero hoy, al verla exhibida por la publicidad, percibimos que estábamos equivocados, que la misma ocupa un lugar central en el emblema. A esto se asocia también el hecho de que es en la misma provincia donde está a punto de llevarse a cabo una de las principales depredaciones del medio ambiente asociadas a grandes negociados, como ser la explotación del recientemente descubierto yacimiento de Vaca Muerta utilizando el cuestionado procedimiento del fracking que es reconocidamente contaminante de las reservas de agua dulce. Es de destacar que los distintos movimientos indigenistas se han opuesto a tales depredaciones invocando muchas veces argumentos espirituales y religiosos, los que se enmarcan perfectamente en un contexto tradicional para el cual al no ser la economía el destino del hombre la naturaleza no es por lo tanto concebida como un campo de batalla a depredar y vencer, sino un contexto con el cual debe armonizarse. Es cierto que existen los proyectos separatistas impulsados por el sionismo en la región, pero habría que preguntarse si los mismos no son favorecidos más por aquellas fuerzas que en su momento criticaban la presencia de la esvástica en la bandera mapuche y que hoy quieren depredar nuestra naturaleza para obtener dinero o un movimiento que en cambio promueve, como el mismo catolicismo raigal, que la economía sirva al hombre y no el hombre a la economía.


·        En diferentes oportunidades hemos explicado que lo que aconteció en 1983 en la Argentina fue una verdadera y propia revolución; la democracia, que antes era simplemente una forma de gobierno, de repente se fue extendiendo a todas las demás manifestaciones sociales pasando así a constituirse como una verdadera y propia forma de vida. Tal revolución es permanente, de acuerdo al modelo marxista y gramsciano, de a poco y como un verdadero virus, a través de sucesivas trampas semánticas en las cuales participan los distintos estamentos del país, se va extendiendo absolutamente a todo hasta lograr el fin último que es la desaparición lisa y llana del Estado y de la nación argentina.


Marcos Ghio

15/12/14

viernes, 12 de diciembre de 2014

DE PLATÓN A EVOLA:
CABALGANDO EL TIGRE



En estos días habrá de producirse el relanzamiento a nuestra lengua de una de las obras esenciales de Julius Evola que es Cabalgar el tigre, texto que tradujéramos hace 15 años y que fuera publicado por Ediciones Heracles en una edición más limitada y para un público especializado. En tanto que junto a Metafísica del sexo se trata de la obra más compleja de nuestro autor y que puede dar lugar a algunas imprecisiones respecto de su sentido último, hemos querido aquí señalar algunos conceptos esenciales a fin de que la misma, al tratar de lanzarse hacia un público más vasto, no dé lugar a confusiones. Así como Metafísica del sexo no debe ser comprendida como una manera de hallar un justificativo para incurrir en el demonismo por tal actividad  propio de la modernidad en sus momentos terminales, pero dándole a ello un pretendido barniz tradicional, pasa exactamente lo mismo  en un plano superior de la acción con Cabalgar el tigre. Algunos han querido ver en la misma un justificativo para la propia inercia y resignación ante un mundo moderno tan vertiginoso y poderoso frente al cual no habría forma de contrarrestarlo, sino simplemente lograr en un plano interior que ‘aquello contra lo cual nada puedo no pudiese nada en nuestra contra’. Lejos de significar simplemente tal cosa y si bien es cierto que Evola se mostrara pesimista en su momento respecto de posibilidades inmediatas de rectificación de los acontecimientos, no debe en modo alguno esta obra caracterizarse  por la formulación de una especie de escapismo respecto de las posibilidades de la acción y un mero justificativo para sumergirse en el fatalismo respecto de la irreversibilidad del final del mundo moderno al cual se lo termina finalmente aceptando. Para evitar tal mala interpretación y teniendo en cuenta que esta obra fue escrita especialmente para élites de hombres que, aun participando de este mundo, en lo interior no se sienten como formando parte del mismo, sino en cambio como gestores de su proceso de disolución, hemos querido dar las precisiones que señalamos a continuación.

                                                           I

Existe una línea de pensamiento que parte desde Platón y que ha formulado filosóficamente el siguiente aserto: el hombre es su alma y ésta, desde el momento en que decidiera encarnarse, ha padecido el olvido de tal situación, sucediendo que, por haberse tratado de realidades opuestas y contrastantes, hubiese acontecido algo así como si, tras recibir un impacto tremendo, se le hubiese generado un estado de extrañamiento y olvido absoluto respecto de las razones por las cuales resolviera encontrarse aquí. La existencia consiste pues para el filósofo griego en un incesante preguntarse y en un tratar de resolver respecto del sentido que ha tenido esta decisión trascendental de haber resuelto estar en este cuerpo, en este lugar, en este tiempo, es decir en un esfuerzo por poder recordar, que es la tarea propia y esencial de la filosofía. Aunque la mayor parte de los hombres y de los filósofos nunca llegan a formularse esta pregunta esencial y, luego de escasas indecisiones y dudas, terminan resignándose con prontitud a su situación aceptando la condición en la que se encuentran como una fatalidad irreversible de la que no sólo es imposible escapar mientras se permanezca vivo, sino tampoco dudar.
Esta actitud en la que ha caído la mayoría ha consistido en atribuir esta decisión de encarnarse a una potencia ajena a nosotros mismos, tal como puede ser la misma Vida, por lo que, a veces con cierta dosis de resignación, deciden dejarse llevar por ésta para poder ser ‘felices’ y a su vez ésta, en tanto su ser consiste en regenerarse ilimitadamente, sería aquella que nos habría lanzado aquí con la finalidad de perpetuarse utilizándonos como simples medios para tal fin. Pero también los hay aquellos que dando un paso más en tal cavilación y pretendiendo diferenciarse de los hombres vulgares, aunque sin salirse de tal situación de resignados, consideran que ésta no es la única entidad posible, sino que existen otras ‘superiores’, de carácter ‘metafísico’, es decir que trascenderían lo que es meramente visible. Los mismos se han dividido a su vez en dos bandos diferentes: por un lado están los que atribuyen tal cosa a un Ente supremo de carácter personal al que denominan Dios, el cual habría resuelto crearnos junto a la vida misma, la que ha puesto a nuestra disposición por un acto de voluntad propia, pero en cuya decisión, de la misma manera que en el caso anterior, nosotros nunca habríamos intervenido ni tampoco habríamos sido consultados, encontrándonos así de golpe y ‘desde la misma nada’ ante esta realidad existencial. Y por otro están también aquellos que atribuyen tal decisión superior a otras entidades pero esta vez impersonales, sino entes universales, tales como la Historia, la Sociedad, la Raza, la Geopolítica, el Sexo, etc., todas las cuales, también para llevar a cabo sus fines, nos habrían utilizado como sus mediaciones propias, en donde una vez más nuestra voluntad última resultaría subordinada o inexistente corriendo el riesgo, en caso de querer evadirnos de tal situación, de ingresar al reino de la nada o de la infelicidad.
Todas estas posturas, a pesar de sus diferentes contrastes, representan modos diferentes de señalar una misma situación: que el sujeto no es libre sino que sólo lo sería limitadamente dentro de los marcos de un ente que se le sobrepone y que condiciona y determina en su existencia, la cual termina simplemente siendo un producto de una causa superior, llámese ésta Dios, o aun la Vida misma, o cualquier otro ente impersonal. Esta situación que es contraria a lo formulado por Platón y que fuera graficada magistralmente en forma crítica en La República al narrarnos el debate por el cual los prisioneros encadenados de la caverna cavilaban respecto de la dimensión y sentido diferente que tenían las sombras que se les presentaban proyectadas en la pared de la prisión y a las que ellos se veían reducidos, no cuestionándose respecto del por qué y de la razón por la cual se encontraban encadenados y del lugar hacia donde se deberían dirigir, terminó coronándose en la formulación contundente de un filósofo que representa la cúspide y culminación de tal condición moderna (una forma de pensar en la cual diferentes modalidades del ser que no somos nosotros determinan a nuestro yo). ‘Todo lo real, es decir lo que existe, es racional y todo lo racional es real’, o también que ‘todo lo que es ha debido ser así forzosamente’.  Dios y la Vida no son pues cosas contrastantes, sino que todo estaría regido por una sabia inteligencia que haría en modo tal que necesariamente nos condujésemos por el buen camino, significando ello que si el sujeto quería ser explicado y pretendiera hallar el fin hacia el cual dirigirse debía hacerlo reconociendo el devenir dialéctico y contradictorio de la historia que se desenvolvía fatalmente, en medio de tropiezos y conflictos, hacia un fin último necesario y del cual nunca podríamos evadirnos: el triunfo del bien sobre el mal, de la razón sobre la sin razón, de la civilización sobre la barbarie. Aquel que quisiese salir del proceso y que se irguiese ante el mismo en rebeldía sería reputado sin más como una conciencia infeliz, ahistórica y generaría las mismas carcajadas que suscitaran a los prisioneros encadenados aquellos que le hicieran ver que tal condición no significa libertad, sino esclavitud e impotencia.
Algunos pensadores intentaron reaccionar en contra de tal optimismo propio de presos encadenados. Este mundo en el que vivimos no necesariamente es el mejor de todos los posibles, no nos dirigimos obligatoriamente hacia un fin superior que plenifique y gratifique a nuestro ser, no existe un Dios que se ocupe especialmente de nuestro bien luchando en lugar de nosotros para salvarnos y hacernos felices. Tales fueron los casos arquetípicos de Schopenauer y de Nietzsche a fines del siglo XIX quienes cuestionaron este optimismo por la Idea formulado en la culminación de la filosofía moderna por Hegel. Pero Nietzsche erradamente atribuyó a Platón la causa de tal desvío así como también al cristianismo, al que calificó despectivamente como platonismo del pueblo, al haber sido el generador de alucinógenos consistentes en duplicaciones inútiles y esquizofrénicas de lo real que funcionaban como evasivos respecto de nuestro ser, de la misma manera que todos los demás fetiches modernos. Esta misma temática fue recogida por el existencialismo y por su consecuencia última que es la postmodernidad, filosofía propia de los tiempos últimos y terminales, pretendidamente opuesta a la modernidad, pero, tal como veremos, su consecuencia última. Para éstos, siguiendo tal orientación, desde Platón hasta Hegel, pasando por todos los movimientos que transcurrieron en el proceso de la historia universal, el sujeto habría sido anulado en su libertad y esclavizado a entes superiores a él que lo mediatizaron. Pero estos movimientos ignoraron la gran diferencia que existiera entre la metafísica de Platón y las desviaciones modernas. En Platón el yo en cuanto alma, lejos de armonizar con lo existente, pretendiendo explicarse, se yergue frente al mundo y a la vida a los que no acepta como fatalidad, sino en cambio como su propia creación, como el lugar que ha sido elegido especialmente para poder trascenderse, reconociendo un fin ulterior al mismo que ha sido puesto por nosotros. En cambio los movimientos postmodernos, inspirados principalmente en pensadores existencialistas como Heidegger y Sartre, consideran a la existencia como un dato fatal e independiente de nuestra voluntad, concordando en esto con los movimientos modernos posteriores por ellos criticados. Esto lo ha hecho notar un pensador olvidado del siglo XX que es Julius Evola en su obra magistral Cabalgar el tigre, que en estos mismos días se reedita en nuestra lengua. De acuerdo a tal óptica Postmodernidad (en este caso a través de la expresión del existencialismo) y Modernidad no discreparían en lo esencial. En ambos el yo es un simple objeto que se encuentra en este mundo sin haber sido consultado y habiendo sido lanzado allí como el producto de una fatalidad. Podrá el ‘existencialista’ discrepar con el moderno al considerar que esta situación no se resuelve en ‘relatos’ que lo expliquen y trasciendan haciéndole olvidar tal situación de mortalidad en la que se encuentra lanzado, pero el hecho indubitable es que sea el moderno como el postmoderno concuerdan en la circunstancia de que en ningún momento hemos resuelto estar aquí, sino que existir ha sido un acto ajeno a nuestra voluntad como el producto azaroso de un abrazo nocturno en donde nosotros nunca resolvimos, habiéndosenos así lanzado aun a pesar nuestro. La diferencia estriba en que mientras que el moderno, en tanto no se ha cuestionado por tal situación, no ha renunciado plenamente a la metafísica, es decir a la formulación de una instancia superior a la mera existencia, el postmoderno en cambio considera que en esta misma, en su situación limitada y mortal, debe encontrarse el sentido propio, el cual debe ser asumido y vivido como si se tratase de un verdadero y propio absoluto. De allí pues la exaltación del presente, del carpe diem, que como bien sabemos resulta ser una realidad efímera e irreal, pues al decir de San Agustín, es tan sólo una línea ideal trazada entre lo que ya fue y lo que aun no es, ya que en el mismo momento en que estamos diciendo la palabra presente ya nos encontramos en el pasado.
Frente al moderno y su consecuencia, el postmoderno, se yergue aquí como alternativa el hombre tradicional, el platónico propiamente dicho. Para éste la vida no nos ha sido impuesta ni como un don ni como un castigo, sino que nosotros la hemos elegido y la existencia consiste en hallar las razones últimas de tal elección trascendental efectuada antes de la existencia misma. Así pues si la metafísica propia de la modernidad lo ha reducido todo a esta existencia o en todo caso a una postexistencia, el platonismo propio de la Tradición pone en cambio el eje en una preexistencia, en un antes en donde, si bien intuido por el existencialismo cuando se cuestiona respecto de quién nos preguntó si queríamos vivir (Sartre), la diferencia estriba en que tal decisión fue nuestra y no una cosa impuesta. Nuestra alma era inmortal en tanto que no conocía el mundo de la muerte consistiendo su condición propia en un tiempo infinito e ilimitado que nunca tenía fin. Para salir de tal condición y alcanzar un plano superior, el de la eternidad, en donde no existe ni el devenir ni la sucesión temporal, ella debía hacerse efectuando un acto de conquista, pasar pues por el mundo de la muerte, o por aquello que conocemos como esta vida, lo que podría significar tanto una mera conclusión (el ser para la muerte propio del existencialismo), como también una purificación y un cambio de estado. Allí debíamos sobrellevar un gran combate y un desafío en el cual podían existir dos resoluciones posibles: o ser arrastrados por la vida y ésta es la condición moderna, en cualquiera de sus variantes posibles, o trascenderla, venciendo las limitaciones materiales y temporales impuestas a nuestra especie y en esto último es que consiste la vía de la Tradición.

                                                       II

Si la vida es concebida como un combate y no como la situación estable y fatal a la que nos debemos resignar, se trata pues de formular el modo en que éste debe llevarse a cabo. El hombre de la tradición se yergue frente al mundo a la manera de un estratega, como un general que debe conquistar una fortaleza enemiga. En primer lugar de lo que se trata es de abatir el estado moderno de extrañamiento que se nos ha impuesto y penetrado como un lastre desde el mismo momento en que hemos resuelto encarnarnos  cayendo así en el olvido. Doblegar aquellas limitaciones temporales y materiales propias de nuestra especie consiste pues en ello la gran tarea ascética de cabalgar el tigre. El tigre es la representación simbólica del mundo moderno y el acto de cabalgarlo indica la tarea de dominarlo sin que éste nos arrastre en su vorágine. Pero sería absurdo si tal lucha se formulara tan sólo en nuestra propia interioridad pues en el estado de eternidad al que se aspira no existen los límites entre lo interno y lo externo, entre lo objetivo y lo subjetivo, entre el pasado y el futuro. La gran guerra interior debe ser solidaria con la gran guerra externa. Se trata pues de llevar a cabo un gran combate para doblegar al tigre representado por mundo moderno sea en lo interno como en lo externo de nosotros mismos.
Aquí es donde Evola encuentra cómo esa línea platónica de pensamiento ha estado presente en las grandes religiones, en especial en su núcleo esotérico fundamental. No rechaza pues como Nietzsche a los ‘platonismos del pueblo’, en tanto concibe a la religión como un gran movimiento social compuesto por diferentes jerarquías de seres, tal como formulara Platón nuevamente en La República. Se encontraban en su cúspide aquellos que saben y por debajo de éstos aquellos que simplemente creen sin poder ver ni comprender las verdaderas razones, pero en el fondo todos los seres que la componen se dirigen hacia el mismo fin consistente en el triunfo de la trascendencia, de lo sacro sobre lo profano, de Dios sobre lo simplemente humano y efímero. La religión es pues el camino hacia lo trascendente que es la dimensión negada por  el mundo moderno. Los hombres que saben y que alcanzan a conocer la propia alma comprenden que esta vida no es todo, sino simplemente un tránsito que ha sido elegido en función de elevarse y trascender y que el mismo es vivido por cada uno en manera diferente. Están los que comprenden la totalidad y el porqué y los otros que solamente lo intuyen a través de la fe, pero en los dos casos el camino es el mismo. Sin embargo una de las características esenciales de los tiempos últimos y terminales es que, en razón del impulso universal asumido por el movimiento moderno, en la religión la elite de los que saben ha sido suplantada por una simple burocracia sin metas superiores y afincada en el fondo en valores puramente mundanos, tal como sucede en nuestros días con las diferentes manifestaciones modernistas, en especial la católica. Entonces lo que acontece es que las mismas han perdido totalmente su sentido superior y sería incluso preferible que no existiesen para nada. Por ello ante esta situación de hecho en la cual las grandes religiones han perdido a través de sus élites dirigentes su rol de ser el lugar que agrupa a los hombres de la tradición es cuanto más debe establecerse un diálogo y acuerdo interreligioso entre los exponentes metafísicos de las mismas a través de lo que nuestro autor recomienda adhiriendo a la consigna de unidad trascendente de todas las grandes religiones y tradiciones espirituales. Ante el gran frente moderno establecido en organismos internacionales como la ONU o los grandes encuentros ecuménicos interreligiosos, pero comprendidos en un plano mundano y secular, debe establecerse un gran acuerdo entre todas aquellas élites de las más diferentes extracciones espirituales en donde el valor suprema sea lo que es más que vida por sobre la simple vida, la búsqueda de la eternidad por encima de los valores temporales. Ser capaces de obtener tal meta esencial que es también de carácter ecuménico y universal pero en un sentido metafísico, es la otra manera de poder cabalgar el tigre.

Marcos Ghio


martes, 9 de diciembre de 2014

RAMÍREZ: DOS FRENTES DE RELIGIONES

DOS  FRENTES  DE  RELIGIONES


     

    La reciente visita del Papa Francisco a Turquía nos da la ocasión de hacer algunas reflexiones sobre su significado.
     Allí tuvo expresiones muy claras. Más allá del lenguaje oblicuo y sibilino que es típico de las jerarquías eclesiásticas católicas, esta vez las palabras fueron muy claras. Fue muy concreto al justificar la guerra contra el fundamentalismo islámico, que él designa como terrorismo. Critica las supuestas matanzas de cristianos, haciéndose eco de las grandes mentiras de los medios de comunicación internacionales manejados por las centrales imperialistas del mundo moderno, pero calla sobre los bárbaros bombardeos de los EE.UU. y sus socios que se suceden a diario ante la indiferencia de las masas idiotizadas del mundo moderno. Ni una palabra sobre los drones que bajo pretexto de matar algún yihadista arrasan con poblaciones enteras de civiles.
     En nombre de qué Francisco convoca a un diálogo interreligioso y multicultural, ¿qué es lo que quiere defender? Y esto es lo que calla. Y como él no lo dice lo diremos nosotros: el Papa pretende erigir a la Iglesia Católica en portaestandarte pseudo espiritual de una gran coalición del conjunto del mundo moderno contra la única manifestación visible y manifiesta hoy día de la Tradición. Ese mundo moderno con su letales democracias, su liberalismo, su marxismo, su progresismo, su ateismo y agnosticismo, su individualismo, su gobierno de la usura y sus perversiones de todo orden incluido el invento de varios sexos que según Francisco, pueden aportar valores rescatables. Para defender todo esto y mucho más Francisco convoca a un frente contra la Tradición.
     Se va así cerrando un círculo iniciado en Occidente hace ya muchos  siglos durante los cuales la Iglesia Católica fue dejando de lado lo sagrado y lo trascendente para transformarse hoy día en una institución política y social que se dedica a la caridad pública y a un pacifismo femíneo.
     Al final de un ciclo se reproducen de manera invertida las estructuras que le dieron origen. Por eso hoy tenemos imperialismo y no imperio. Como alguien acertadamente dijo es “el mono de Dios”, que lo imita pero de manera invertida y antitética.
     Desde nuestro punto de vista de católicos tradicionales también pretendemos un ecumenismo, pero de signo totalmente opuesto y fundado en la unidad trascendente de las religiones, una unidad por lo superior y sagrado y no por lo inferior como lo pretendieron los últimos Papas y Francisco quiere ahora ejecutar.
     En ese sentido superior actúa el Frente Cristiano Islámico al que se están incorporando fieles de otras religiones pero que concuerdan  en que hoy día la única alternativa posible al mundo moderno es oponerle una unidad mundial basada en valores metafísicos y religiosos, contrarios tanto a la globalización material, financiera y económica como también a los falsos ecumenismos eclesiásticos.

San Carlos de Bariloche, 1º de Diciembre del 2014. 

JULIÁN  RAMÍREZ