viernes, 31 de octubre de 2014

AFGHANI: ACERCA DEL WAHABISMO Y EL SALAFISMO

ACERCA DEL WAHABISMO Y EL SALAFISMO

por Mahdi Al Afghani

(El Fortín Nº 70, Julio-Agosto 2013)



Entre las múltiples modas asumidas por el occidente crepuscular nos encontramos hoy en día con una descalificación, generalizada y formulada en forma totalmente dogmática, respecto de dos importantes expresiones del Islam cuales son el wahabismo y el salafismo. Debemos decir al respecto que la opinión pública, que por lo general jamás ha leído nada en forma directa de tales doctrinas, todo lo que dice de las mismas es a través de las críticas que los distintos movimientos sufís, que se han expandido en el Occidente, han efectuado de ellas. Acotemos que dicho sufismo, muy popular especialmente en los EEUU, es un intento de presentarnos un Islam digerible y adecuable a la mentalidad del mundo moderno, de la misma manera de lo que ha sucedido respecto del hinduismo y buddhismo tradicional con diversas expresiones relajadas y potables de los mismos para los hombres de tal universo degradado, muchos de los cuales buscaban, a través de tales adaptaciones, cuanto más técnicas terapéuticas y medicinales para curarse de los stress producidos por el agitado mundo moderno de los negocios.
Digamos al respecto que el wahabismo es una doctrina originada en Arabia, habiendo sido fundada por Muhammad ibn 'Abdel Wahab, en el siglo XVIII mucho antes del surgimiento del victorianismo del que habitualmente se lo acusa y que surgiera en un momento de relajamiento de las costumbres propias del mundo islámico pregonando sin más un retorno a las antiguas reglas de dicha religión protegiéndola de distintas desviaciones modernas tales como el liberalismo, el materialismo y la democracia. El carácter piadoso de su prédica hace que se lo confunda muchas con el puritanismo y el protestantismo calvinista; sin embargo ésta es una visión sumamente superficial. Téngase al respecto presente el carácter profético del protestantismo anglosajón, de lo cual carece todo movimiento islámico, de la misma manera que el primero también se caracteriza por un carácter sexófobo que no está presente en cambio para nada en dicha religión por cuanto el Corán enseña que el sexo es bueno y que el placer que conlleva ha sido otorgado por Allah. Si bien hay normas que condenan la inconducta aun en tal terreno, es de recordar que el musulmán no es célibe, no practica el ascetismo, excepto los sufíes en algunos casos, que existe el matrimonio poligámico de hasta cuatro esposas y que se permiten también concubinas, todas las cuales son consideradas valiosas y como poseedoras de los mismos derechos. Lo que sí puede decirse es que el wahabismo, lo mismo que su par el salafismo, fueron movimientos reformistas en el seno de la propia religión, en tanto deben ser concebidos como intentos por retornar a las formas originarias del Islam que habían entrado en un período de relajamiento. Pero en modo alguno se lo puede reputar como protestante, si entendemos por tal cosa un movimiento puramente moralizador y desgajado de cualquier carácter sobrenatural y metafísico. Puede ser que no sea excesivamente especulativo en tal esfera, pero su carácter sumamente trascendente está vinculado estrechamente con el campo de la acción. El ejemplo más vivo de todo ello lo tenemos hoy en día en forma por demás multitudinaria en el gran despertar de amor y deseo de jihad o guerra santa que acontece en el seno de sus seguidores, lo que pertenece a su vez a lo mejor de la tradición católica medieval. La guerra santa implica la conquista del cielo por la vía heroica, cosa que obviamente está descartada totalmente en la posturas predestinacionistas del estilo de Lutero o Calvino para los cuales es en última instancia pecaminoso el deseo y el accionar por obtener la salvación o gracia de Dios, la que solamente sería una decisión soberana de éste, quedándole simplemente al hombre la posesión de una fe separada de prácticas religiosas y que, trasladada a la esfera de la acción, se encuentra totalmente apegada al trabajo y a la moral burguesa, habiendo de este modo sido la forma religiosa propia del capitalismo depredador y democrático. El wahabistmo y el salafismo son en cambio posturas guerreras y no burguesas, que se emparentan más con la tradición gibelina del catolicismo que con el protestantismo de los mercaderes, tal como dicen los desinformados y falsificadores de siempre.


martes, 28 de octubre de 2014

GHIO: NAPOLEÓN BONAPARTE Y LOS ATENTADOS

II-

NAPOLEÓN BONAPARTE Y LOS ATENTADOS 



Continuamos con la publicación de notas pasadas aparecidas en El Fortín y relativas a la polémica con los montajistas que asignaban a los EEUU e Israel la comisión de los famosos atentados del 11S y otros similares.

Tiempo atrás se escribió una obra muy voluminosa en la que se trataba de demostrar que Napoleón Bonaparte había efectuado todas sus campañas militares para impresionar a su mujer Josefina. Tras una muy minuciosa investigación efectuada a lo largo de todo el siglo pasado, de la que participaron principalmente los judíos, se ha logrado demostrar también que la obra Los Protocolos de los Ancianos Sabios de Sión era un plagio de un panfleto escrito por un francés de apellido Joly publicado al menos cincuenta años antes de que dicho texto se editara por primera vez.
Sin embargo, aun aceptándose que todo ello sea cierto, los hechos que no pueden rebatirse son los siguientes. Que Napoleón, gracias o a pesar de sus inconvenientes sexuales, fundó un gran imperio y de tal forma expandió por el mundo entero los principios de la Revolución Francesa y que Los Protocolos, con independencia de que hayan sido un plagio, se han venido cumpliendo de manera asombrosamente cierta en todos estos años. Éstas, que son circunstancias históricas irrebatibles, por supuesto que no niegan ni rechazan los resultados que pueda recabar la ciencia psicológica cuando quiera demostrar los alcances a que puede llevar un trauma o una patología. Pero, como aquí nos encontramos ante una esfera humana en donde rige el principio de la libertad y no el de la necesidad, resulta irrebatible también constatar que no todo enfermo se convierte en un emperador, ni tampoco que todo plagio literario traiga aparejado necesariamente un plan de operaciones exitoso.
Todo esto que decimos viene a colación respecto de una polémica de antigua data que un miembro de este Centro de Estudios viene sobrellevando con un muy empeñoso ingeniero de nombre Petrosino, radicado en la ciudad de Luján, el cual desde hace cerca de 12 años sostiene, mediante la exhibición de pruebas que así lo acreditarían, que el atentado de la AMIA fue hecho por los mismos judíos, demostrando con ello un tesón muy parecido al que éstos tuvieron en su momento cuando finalmente lograron demostrar que los Protocolos fueron redactados y copiados por miembros de la policía secreta del zar. A su vez él además nos viene manifestando desde hace cinco años, y basándose esta vez en otras “investigaciones”, que los atentados de las Torres Gemelas, del Pentágono, de Atocha, de Londres y muchos más también habrían sido inducidos por los mismos norteamericanos y judíos. Digamos al respecto que a Petrosino como ingeniero, esto es como hombre perteneciente al campo de las ciencias fácticas, más que interesarle conocer las causas finales por las que se producen los hechos, le preocupan principalmente las causas eficientes: ¿Quién fue, cómo se hizo? Esto es lo que a él le interesa fundamentalmente, no tanto el por qué, las razones por las que el hecho se produjo y a quién es que en última instancia favorece lo acontecido. Por supuesto que él siempre acudirá a algún tipo de explicación, por ejemplo nos dará la notoria respuesta de que todo ha sido realizado para sembrar el terror entre las naciones y producir un justificativo a fin de generar determinadas invasiones (Irak, Afganistán, principalmente). Pero cuando se le hace notar que si ello podría por ejemplo pensarse respecto de las Torres (aunque también aquí habría objeciones por hacer), de ninguna manera se lo puede hacer respecto de Atocha, pues el resultado a recabar sería justamente el contrario en tanto que con tal atentado se obtuvo la salida de un país de una guerra y no su entrada como podría haber sido el verdadero justificativo si se hubiese aceptado su hipótesis, todo esto no resulta sin embargo para él suficiente para modificársela. Nada de tal tenor es lo que lo preocupa a Petrosino y a personas parecidas a él (que las hay y numerosas), sino simplemente las “pruebas” y si de éstas no se recaba un fin que sea coherente con las mismas, él de ninguna manera suspende su juicio, sino que simplemente manifiesta que quizás se le escapen las razones de lo acontecido, pero que ello ha igualmente sucedido como él dice. Es decir que si extrapoláramos la lógica de Petrosino al campo opuesto de los judíos, al tema relativo a los Protocolos, para él lo principal serían siempre las “pruebas” que han demostrado que son un plagio y no que se vienen cumpliendo puntualmente, de la misma manera que también lo sería el hecho de que Napoleón era un macho frustrado y no un conquistador de Imperios.
La analogía establecida es perfectamente aplicable a su tema predilecto. Supongamos que él tiene razón y que fueron los norteamericanos los que se hicieron estallar las Torres y el Pentágono, que Bin Laden sea un agente de la CIA o una invención de ellos. ¿El resultado de todo esto ha sido acorde en cuanto a sus fines con la acción efectuada? Todo lo contrario. Si bien ha habido países que fueron invadidos y ocupados, inmediatamente a ello le ha sobrevenido una guerra interminable y poco exitosa que en manera alguna justificó la acción realizada. Es decir, el resultado obtenido (la causa final) contradijo al que supuestamente lo realizó (la causa eficiente).
Del mismo modo, si es cierto que fueron los judíos los que se hicieron estallar voluntariamente la Embajada y la AMIA. ¿El resultado obtenido ha sido favorable a sus intereses? De ninguna manera tampoco lo es en este caso. Si la razón del atentado fue fortalecer la causa israelí en la sociedad argentina, justamente la reciente negativa de este país a participar de una acción “pacificadora” en el Líbano alegando el gran trauma producido por los atentados ratifica lo contrario y que, más que haberlos beneficiado a ellos, lo ha hecho en cambio con los árabes pues les han sacado del medio a un Estado enemigo y beligerante. Por lo cual, en tanto las “pruebas” que se han presentado son, como todas las pertenecientes al campo fáctico, dudosas y no concluyentes, desde el punto de vista de los resultados sería mucho más posible pensar, a la inversa de Petrosino y semejantes, que ha sido el fundamentalismo islámico el que ha hecho todos los atentados. Pero si a pesar de ello se quisiera insistir en la veracidad de las hipótesis de tales “investigadores”, le correspondería entonces a aquel agradecer a los norteamericanos y judíos por haberles trabajado gratuitamente a su favor.

Buenos Aires, 18-08-06

RAMÍREZ: LA CULTURA COMO OPIO DE LOS PUEBLOS

     LA  CULTURA  COMO  OPIO  DE  LOS  PUEBLOS



     El marxismo definió a la religión como el opio de los pueblos. Algunos, y con razón, afirmaron que el opio de los pueblos es la economía. Nosotros agregaremos que la cultura moderna en su conjunto es el veneno que en dosis creciente destruye paulatinamente lo poco que queda de superior en el hombre.
     Entendemos por cultura el conjunto de ideas, artes, técnicas, costumbres y pautas de comportamiento propias de un pueblo, de una sociedad o de una civilización. La moderna ha ido desarrollando su propia forma de ser a partir de la pérdida de todo valor metafísico y religioso y de una incesante lucha contra el espíritu tradicional.
     No se puede enfrentar con éxito a la modernidad sin plantear una dura lucha contra el conjunto de la cultura moderna.
     Por todo esto nos parece positiva la denominación que se ha impuesto el Boko Haram, movimiento islámico fundamentalista que lucha en Nigeria y que en idioma hausa significa “la educación occidental es un pecado”  teniendo en cuenta que la educación es uno de los pilares de la cultura moderna y que en lo que al pecado se refiere se trata del occidente moderno y no de lo fue el occidente tradicional. El conocido por el Boko Haram fue el brutal imperialismo inglés.
     El mundo moderno ha privilegiado la cultura economicista si es que a eso puede llamarse cultura. Así como ya no existen los gobiernos burgueses de los siglos XIX y XX sino gobiernes de parias así también la cultura se ha transformado en una cloaca de excrementos. Hace pocos días la legislatura de la ciudad de Buenos ha declarado como personalidad de la cultura nacional a un empresario televisivo que se caracteriza por sus espectáculos soeces, banales y sexistas. Demás está decir que sus espectáculos cuentan con una vasta y masiva audiencia.
     El discurso de la cultura economicista ocupa todos los espacios posibles en los medios de comunicación. Todos los gobiernos se ocupan de esa temática y las preocupaciones de los pueblos pasan por allí.
    Radio, cine, música, televisión, baile, prensa, telefonitos y teléfonos, educación, pansexualismo, y por sobre todo democracia.
     Lamentablemente muchas personas que compartirían estas ideas insisten en aferrarse a ciertos aspectos de la cultura moderna, como por ejemplo la democracia. Mejor harían en imitar al Boko Haram.

San Carlos de Bariloche, 21 de octubre del 2014.

JULIÁN  RAMÍREZ.  



GHIO: LOS DOS MONTAJES DEL 11S

LOS DOS MONTAJES DEL 11S 


Con este texto que aquí reproducimos y que se editó en el nº 24 de la publicación El Fortín (hoy dada de baja de la web) de mayo del 2005 inauguramos una serie notas escritas en su momento para demoler la teoría del montaje respecto de los atentados y acciones del 11S del 2001 y sus secuelas posteriores, como la actual guerra que exitosamente lleva a cabo el fundamentalismo islámico en contra de los poderes modernos. En aquella época éramos prácticamente los únicos que sosteníamos, ante una avalancha de prensa alternativa que lo negaba, que el 11S se trató de un acto heroico que inició un proceso de guerra de civilizaciones en contra de la modernidad.


Días pasados alguien, que no comparte nuestros puntos de vista respecto a la interpretación de los atentados del 11S y del 11M, nos manifestaba que cada día que pasa nos encontramos más solos en nuestra posición de considerar a tales hechos como acciones de guerra en contra de Norteamérica.
En efecto, simultáneamente con la cotidiana aparición de siempre nuevas “revelaciones” que nos ponen en evidencia de manera ya casi irrebatible para muchos que se ha tratado de un montaje pergeñado por los mismos norteamericanos para encontrar un justificativo a fin de ocupar distintos países del mundo, como Irak y Afganistán, consecuentemente son cada vez más quienes creen en ello, en especial entre los que se encuadran en contra de los EEUU, no habiendo grupo o personalidad política e ideológica que no lo sostenga ya abiertamente.
Sin embargo debemos confesar que, a pesar de ser cierto que en el terreno de lo que ha dado en llamarse como el pensamiento alternativo (1) nos sentimos casi solos en nuestra caracterización de estos hechos y en nuestra aceptación de lo que tales sectores califican como la “versión oficial” sobre los acontecimientos, a veces nos surgen aliados insospechados en nuestras posturas que nos permiten ahondar en las reflexiones y brindarnos más elementos a favor del punto de vista que sustentamos. El conocido escritor liberal peruano Mario Vargas Llosa en un reciente discurso titulado Confesiones de un liberal (La Nación, 29-5-05) nos acaba de entregar un apoyo impensado. En efecto al autor le llama poderosamente la atención, cosa que en cambio no sucede curiosamente con los sectores alternativistas antes mencionados, cómo gran parte de estas posturas antinorteamericanas que ponen el acento en el cinismo del gobierno de tal país, capaz de cometer las acciones de terrorismo más inmorales y sanguinarias con tal de justificar sus intervenciones por el mundo, hayan surgido masivamente en el seno mismo del territorio norteamericano (nos cita entre otros los casos de Oliver Stone, Michel Moore, Chomsky, etc.) y que además, por si ello fuera poco, las mismas gozan de un poder de difusión pocas veces visto. Quienes hoy sostienen por ejemplo que el 11S fue un montaje cuentan con una cantidad de medios para hacerlo como por ejemplo no los tuvieron por décadas enteras aquellos que sostenían que también Pearl Harbour lo fue. Es de resaltar que en la actualidad los libros y publicaciones que nos hablan de la “gran impostura” acontecida en el 2001 son publicados y difundidos por las principales editoriales del planeta en todas las lenguas, convirtiéndose rápidamente en best sellers, y además es dable señalar la paradoja de que tales medios de prensa pertenecen a los mismos grupos económicos que se encuentran también detrás de la política exterior norteamericana. Nosotros podríamos agregar también que no solamente tales pretendidas obras 'antiyanquis' provienen del mismo riñón de los Estados Unidos, sino también una serie de campañas periodísticas, como la reciente de la revista Newsweek, dirigidas hacia la denuncia de torturas en las cárceles de tal país, y otras cosas similares, las que tienen todas una misma matriz. Al respecto no deja de ser llamativa la conclusión que el autor saca en relación a lo aquí relatado. Él opina que en el fondo tal tipo de corriente es antinorteamericana tan sólo en apariencias pues es expresamente fomentada por la misma CIA para poder manipular en función de sus intereses a una opinión pública “tercermundista”, la que siempre le sería adversa, pero que, ante tal circunstancia irreversible, al menos resultaría oportuno dirigirle su protesta hacia un terreno que resulte conveniente para los Estados Unidos.
Merece una atención especial dicho aserto en la medida en que es formulado por alguien que se confiesa admirador de la democracia norteamericana y que por lo tanto de ninguna manera puede ser sospechado como un enemigo de tal país. Es la primera vez que se afirma, mas allá de este Centro de Estudios, que, así como es factible pensar que los atentados fueron un montaje, también se lo puede hacer, en virtud de estos ingentes medios económicos empleados, respecto de quienes se preocupan en extremo por ponerlo en evidencia. Lo único que resultaría irrebatible, a no ser que consideremos que rige el principio de contradicción, es que uno solo de ellos realmente lo es y el otro en cambio no lo es en manera alguna. Y que la inteligencia norteamericana es la primera en estar interesada en convencernos de la veracidad o falsedad de alguno de ellos.
Por tal razón el tema a debatir en la actualidad no es si existe o no un montaje, sino cuál de los dos lo es realmente. Si el que el que manifiesta que fue el gobierno norteamericano el que se destruyó las Torres o el que en cambio sostiene que fue el fundamentalismo islámico quien lo hizo y que el montaje consiste justamente en negarlo. Llamaremos al primero como el montaje de la justificación, en tanto que es aquel que, tal como el nombre lo dice, sostiene que la causa del mismo es la intención de hallar una excusa moral para alcanzar ciertos objetivos. En cambio al otro, que sostiene lo contrario, lo llamaremos como del éxito, en tanto que lo que más le interesa es el triunfo de sus objetivos con independencia de cualquier justificación. Con respecto a los primeros, en razón de las principios que sostienen, diremos que los mismos juzgarían como sumamente inverosímil pensar que Norteamérica quiera que se crea que se destruyó las Torres. A tal objeción contestamos rápidamente que en tanto no es una moral de la justificación lo que moviliza al régimen yanqui, más que preocuparle que se piense que es una nación inescrupulosa (en verdad eso es justamente lo que le interesa), lo que éste desea en cambio es que no se considere la posibilidad de que existe en el mundo un enemigo capaz de infligirle daño alguno de significación. Que se acepte a rajatabla, tal como permanentemente nos mientan sus películas y series de Hollywood, que su tecnología es imbatible y que, si alguien se atreve a franquear los límites que nos ha impuesto, se hace pasible de los males más terribles (entre ellos la tortura y el confinamiento en el campo de concentración de la isla de Guantánamo, incesantemente resaltados por la prensa norteamericana).
A su vez quienes formulan en cambio la hipótesis de la necesidad de un justificativo moral para invadir el mundo tropiezan con una serie de inconvenientes. El primero de ellos es el de considerar que se trata de un país preocupado por convencer más que por vencer. Norteamérica ha sustituido la ética de justificación por la del éxito que emana de la fuerza que esgrime. Vayamos a un ejemplo concreto que sin duda alguna ayudará a desarmar el argumento del montaje en la destrucción de las Torres. Se sabe que cuando se invadió Irak se esgrimió la excusa de la existencia de “armas de destrucción masiva” por parte del régimen de Saddam. Luego, una vez que fuera ocupado tal territorio, se dijo que no se encontraron. Les preguntamos a los del primer montaje ¿cómo explicar que si se tomaron el trabajo de demolerse las Torres, el Pentágono, poner en vilo permanente a la población norteamericana, hasta al mismo Capitolio y a la Casa Blanca, todo para invadir Afganistán, en cambio no fueron capaces o mejor aun no quisieron inventar unas pruebas en el territorio ocupado de Irak? Si la moral de la justificación hubiese sido lo que primaba ésa tenía que haber sido la actitud a tomar en coherencia con el “montaje” del 11S.
Pero como en realidad la única moral que le interesa a Norteamérica es la del éxito, no solamente no inventaron las pruebas sino que tampoco se retiraron ni lo repusieron a Saddam en el poder una vez que se comprobara que no existían las armas aludidas, tal como hubiera correspondido de acuerdo a tal moral. Desde el punto de vista de sus intereses propios de la ética del éxito no se equivocaron en no producir montaje alguno puesto que los países europeos, Rusia y el Vaticano, en un primer momento duros críticos de la acción norteamericana en tanto dudaban de la existencia de tales 'pruebas', tampoco exigieron que así se hiciera, sino lo contrario. Una vez que el ocupante yanqui obtuviera el “éxito” en las elecciones democráticas en Irak, una vez que los medios pudieron mostrarnos la imagen entusiasta de la mujer con el dedo manchado con tinta votando por primera vez, no sólo no se retiraron ni se les exigió que así lo hicieran, sino que hasta recibieron las felicitaciones de los que antes los habían criticado.
Estamos totalmente de acuerdo con los difusores de la teoría del montaje que los norteamericanos son expertos en operaciones de tal tipo y que la guerra principal que ellos han venido realizando es psicológica y cultural más que militar. Discrepamos en cambio con el tipo de montaje que les atribuyen. No es que ellos quieran mostrarnos que hay personas malvadas que hacen atentados a los cuales hay que combatir y eliminar, sino, a la inversa, los montajes se hacen porque esas personas, que son sus enemigos verdaderos, existen y ellos deben mostrarnos que, si bien deben ser combatidos, pueden muy poco en su contra, pues la propia nación es omnipotente.
Finalicemos con otros dos sospechosos montajes lamentablemente no tenidos en cuenta por los teóricos de la justificación. En la semana pasada hubo dos explosiones muy extrañas que inutilizaron por un día entero el funcionamiento completo de la ciudad de Moscú y la sede del Banco Mundial. Si la teoría del montaje en tanto justificativo moral hubiese estado funcionando en las altas esferas del poder que maneja sea a Rusia como a Norteamérica, se tendría que haber dicho que fue Al Qaeda la que efectuó ambas acciones; ello se tendría que haber hecho para seguir sembrando el miedo por el mundo y buscar así “justificativos” para ocupar el planeta entero. En cambio en los dos casos se dijo que fueron accidentes. Si en cambio sostenemos la otra teoría del montaje en relación al éxito podríamos decir que la posibilidad es la inversa. Fue Al Qaeda la que lo hizo, pero a la propaganda no le conviene que se crea tal cosa. Lo cual no deja de ser más verosímil en razón de los simultaneo y misterioso de ambas acciones.



Son muchas las personas afines a nosotros en el pensamiento alternativo que sostienen la teoría del montaje de la justificación. En la Argentina podemos mencionar entre otros al periódico Patria Argentina, a Adrian Salbuchi, en Chile a Miguel Serrano y a la revista Ciudad de los Césares, en España a figuras como Ernesto Milá entre otros. Sin contar a los nutridos grupos de la Nueva Derecha y nacional comunistas desparramados por Europa entera.



Marcos Ghio

Buenos Aires, 30-5-05

viernes, 24 de octubre de 2014

EVOLA: ANTIBOLCHEVISMO POSITIVO

RESPECTO DE LAS PREMISAS DE UN “ANTIBOLCHEVISMO POSITIVO”




Uno de los elementos que parecen caracterizar en mayor medida la política europea más reciente es el hecho de que ciertas ideas comienzan a constituir la base para el entendimiento entre varias naciones. La fase de la tan promocionada política ‘realista’  parece estar llegando a su fin: los Estados, o al menos algunos de ellos, sea por el despertar de una nueva sensibilidad ética, sea por la fuerza misma de las cosas, comienzan a advertir la necesidad de elegir un criterio más alto que el de lo meramente utilitario y de la relativa praxis en base a entendimientos determinados únicamente por la idea de tal utilitarismo y por lo tanto de carácter precarios y mutables. Por otro lado, el mito de la seguridad colectiva se ha disuelto, la farsa jurídico-racionalista societaria llega a su poco glorioso epílogo, fuerzas profundas se sienten nuevamente en estado libre y van a la búsqueda de nuevos centros de cristalización. Que el rol de estos centros sea asumido por ideas fundamentales, y que la nueva lucha acontecerá entre tales ideas mucho antes de que entre las fuerzas materiales por ellas organizadas, ésta, repitámoslo, nos parece ser la característica de los tiempos que se vienen.
Que los dos grandes antagonistas de la historia europea y quizás universal sean el bolchevismo y el antibolchevismo, el algo que ya se ha convertido en un lugar común. E igualmente se está haciendo evidente a todos que las potencias que aun creen en el compromiso liberal y democrático están destinadas a ser expulsadas de las corrientes creativas  de la historia, o bien a convertirse en los instrumentos inconscientes de influencias que terminarán conduciéndolas hacia donde menos piensan. Si bien usadas en un orden diferente de cosas, la fórmula ‘horas de decisión’ se ajusta pues en modo sumamente adecuado a la época actual.
Estas consideraciones generales no pueden sin embargo ser otra cosa que un punto de partida. Detenerse aquí y reducirlo todo a un par de consignas estereotipadas es el error peligroso en el que muchos escritores políticos de hoy suelen incurrir. Es necesario darse cuenta sobre todo de esto: que con actitudes meramente negativas no se va más allá de los límites de una antítesis paralizante. Ser antibolcheviques y anticomunistas es algo evidente para quien tenga aun algún sentido de la tradición europea: pero más allá de un antibolchevismo negativo hay que arribar a uno positivo; y es en estos mismos términos que nosotros hemos ya escrito en esta revista en diciembre sobre el bolchevismo concebido como ‘reactivo’ (1).
No será inútil aquí trazar las líneas fundamentales de un antibolchevismo positivo, recogiendo ideas por cierto no nuevas, pero que no siempre han sido comprendidas en su conjunto y en su justo alcance.
Primero. La personalidad, para el bolchevismo, es un prejuicio burgués. El sujeto no existe. La realidad verdadera es lo colectivo. Lo colectivo tiene el supremo derecho. El mismo es politizado y asume el rostro de la última de las antiguas castas tradicionales, la del esclavo del trabajo: es el mundo de las masas como revolución proletaria en marcha. Sobre tal base, el bolchevismo se proclama antiliberal y antiindividualista. De esto resulta claramente que todo antibolchevismo se reduce a una farsa, cuando no tenga como premisa propia el reconocimiento de la realidad, del valor y de la dignidad de la personalidad humana. Este reconocimiento debe sin embargo ser integrado a través de la más neta distinción entre personalidad e individualidad. La individualidad es la falsificación materialista y secularizada de la personalidad. La personalidad es el hombre que vale sobre todo en función del espíritu, luego de una tradición y finalmente de una específica cualidad, de un específico honor, de una clase o casta propia. El individualismo, al convertir anárquicamente en ‘libre’ al sujeto, lo ha convertido en un átomo sin rostro, destinado a hallarse frente a la masa de los otros átomos, por la cual finalmente termina siendo arrastrado: de allí que su consecuencia sea el colectivismo. Por lo cual entre individualismo y bolchevismo no existe una oposición tan grande, siendo una relación de causa y efecto. El antibolchevismo positivo debe truncar la causa, superando el individualismo a través de la personalidad. Deben considerarse letales para el antibolchevismo positivo todos aquellos ataques desviados en contra del individualismo y dell liberalismo, los cuales, junto a estos fenómenos de degeneración ética y social, también atacan valores espirituales de la personalidad, con el resultado de fomentar un colectivismo ligado a mitos diferentes o también opuestos a los del comunismo, pero, en el fondo, desde un punto de vista más elevado, destructivos por igual.
Segundo. El individualismo ha surgido a través de la negación de la tradición y de la realidad sobrenatural, habiéndolo hecho simultáneamente con el iluminismo, el racionalismo y el cientificismo. El bolchevismo conduce a las extremas consecuencias de todas estas tendencias. Se trata de un humanismo integral y sólo por ello es también ateísmo. Para el bolchevismo no existe sino la masa humana y su evolución a través de los procesos sociales de carácter económico y técnico. Su Dios es la humanidad, su evangelio es el mesianismo técnico. Se sigue de todo esto que ningún antibolchevismo puede tener un alcance serio cuando el mismo no parta de una afirmación de valores, de conocimientos, de derechos que tengan su justificación más allá de lo que tiene una mera naturaleza racionalista, ‘social’, materialista, ‘humanista’. Hay que convencerse, en particular que todo inmanentismo y que toda espiritualización de la ‘vida’, de la ‘naturaleza’ y del ‘devenir’ son fenómenos estrictamente emparentados con el humanismo y el racionalismo, y como tales son incapaces de proveernos un sólido punto de referencia para la reconstrucción antibolchevique. Ciencia y cultura son siempre los últimos baluartes de una civilización, y en tales dominios la revolución antimarxista lamentablemente no se ha asomado todavía, mitos deletéreos conservan aun todo su poder, el materialismo y el racionalismo representan en los principios y los métodos la instancia última. Es sobre este terreno que debe combatirse y no limitarnos meramente a la enunciación de vagas aspiraciones religiosas. Igual reserva debe formularse respecto de toda tendencia a sobrevalorar el factor económico y político desde un plano material. No significa esto que tal elemento deba ser rechazado: el mismo tiene pleno derecho en su esfera específica. Lo que debe hacerse es no ilusionarse en el sentido de que con las conquistas inherentes a tales esferas el hombre pueda convertirse en realmente más cercano a aquello que verdaderamente importa por su grandeza y por la de la civilización de la cual él debe ser su portador. Es entonces que una de las raíces virtuales del bolchevismo es preventivamente extirpada. En modo particular acontece muchas veces que apenas algunas exigencias materiales no son más individuales, sino colectivas o nacionales, que las mismas reciban el sello de la espiritualidad. Esto nuevamente no es sino bolchevismo in nuce: y existen muchas otras maneras para asegurar los derechos soberanos de intereses políticos y supraindividuales, sin tener que recurrir para ello a un tal uso de la palabra ‘espiritual’.
Tercero. El bolchevismo es totalitario, Es adversario de toda cultura pura. No hay nada que pueda caer afuera del Estado bolchevique. Las fuerzas del espíritu tienen que tener una función político-social (naturalmente en función del proletariado) o bien ser extirpadas como venenos disgregadores. Con esto se tiene la inversión de las relaciones jerárquicas vigentes en todo Estado normal y por lo tanto una especie de falsificación diabólica del principio de unitariedad. En efecto el Estado total no es sólo una criatura necesariamente de los tiempos modernos. Todo Estado tradicional fue total, dogmático, autoritario. Pero hay dos maneras opuestas de organizar totalitariamente: en nombre del espíritu o en nombre de la materia, en nombre de aquello que es superior al hombre o en nombre de aquello que, como mero ente colectivo, le resulta inferior y es subpersonal. Ésta es la diferencia entre los grandes Superestados de la antigüedad solar y tradicional y el ideal bolchevique. El totalitarismo bolchevique es organización en función de los estratos sociales más bajos, de sus exigencias materialistas y de su obtuso mito del trabajo. Una vez formulada tal premisa, un antibolchevismo positivo negará por igual toda intelectualidad que se encuentre afuera o contra el Estado, pero tan sólo porque la cultura y el espíritu deben encontrarse en el centro del mismo, como el núcleo inmaterial desde el cual toda jerarquía, toda disciplina, toda lucha recibirán fuerza y justificación superior. Debe denunciarse como equívoca la notoria fórmula: “función política de la cultura”. Una cultura que sea puro estetismo, literatura, vanidad individualista, opaca especulación no puede tener ninguna función política, debería ser más bien combatida por el Estado totalitario antibolchevique, del mismo modo que lo fuera la poesía en el platónico. Pero si de lo que se trata es de una cultura verdadera, es decir de una cultura empeñada en dar expresión directa, poderosa y dominadora a la realidad superior del espíritu, es evidente que la misma no puede ser ‘función’ de nada, sino que figurará como el elemento central y propulsor de cualquier otra actividad, allí donde el materialismo ‘social’ y colectivista sea superado.
Cuarto. Un punto particular que merece no ser descuidado es el relativo al ‘realismo’. Mientras que el bolchevismo es puro humanismo, sin embargo alimenta un desprecio radical por el elemento ‘humano’, dado que por lo ‘humano’, como en la misma época burguesa, se comprenda a todo lo que es subjetivo, sentimental, cerebral, romántico. El bolchevismo afirma haber instaurado, sobre tal base la época de un nuevo realismo. Aquí debemos ser cautos en el juicio. Debemos cuidarnos de que la revolución antimarxista no caiga en el pantano de un nuevo romanticismo. No tiene el sentido de la dirección justa quien no reconoce que el antibolchevismo debe ser por lo menos tan antiburgués como el bolchevismo, pero por esta razón: que el espíritu no tiene nada que hacer con emociones, sentimentalismo, imaginaciones y abstractas idealidades, con poesías y con mitos, el mismo es realidad en sentido eminente y se lo alcanza bajo la condición de una especie de catarsis, de dura y viril ascesis, de clarificación de la mirada respecto de todo lo que es pathos y ‘subjetividad’. También los más grandes ciclos antiguos de cultura, desde la India aria hasta el Medioevo romano y germánico, tuvieron como principio un anonimato, pero fue el gran anonimato de la superpersonalidad y de la tradición espiritual. Por lo tanto nuevamente, una identidad de principio, una decidida polaridad de dirección. Nosotros tuvimos ocasión de escribir: “Con el bolchevismo asistimos a la liquidación definitiva de la fase del irrealismo humanista y romántico y de todas las prevaricaciones individualistas y anárquicas de los tiempos últimos. En el bolchevismo un método razonado y una acción precisa que enrola todo medio y que no retrocede ante nada se dirigen a liberar al individuo de su yo y de su ilusión de lo ‘mío’. Se tiene pues algo semejante a una singular ascesis o catarsis en grande, y de un retorno al principio de la absoluta realidad y de la más decidida impersonalidad, aunque invertida demónicamente, dirigida no hacia lo alto, sino hacia lo bajo, no hacia lo suprahumano, sino hacia lo subhumano, no hacia el organismo, sino hacia el mecanismo, no hacia la liberación espiritual, sino hacia la total servidumbre social” (Ver Rebelión contra el Mundo Moderno, Ed. Heracles 1994).
Quinto. El bolchevismo se declara internacional. También el concepto de patria es relegado por éste entre los prejuicios burgueses y los fantasmas de la subjetividad. Habitualmente como antítesis de esta actitud es formulado el concepto de nación. A la revolución bolchevique le es opuesta la revolución nacional. Éste es un punto más bien delicado que sin embargo merece esclarecerse. Si es cierto que el bolchevismo niega toda unidad definida por la idea de nación es también verdadero que el mismo tiende a una forma más vasta de unidad, definida por un nuevo tipo humano: el proletariado comunista. De acuerdo a la constitución soviética, si un extranjero es proletario comunista, él forma parte de la Unión de los Soviets y goza de todos los derechos políticos y civiles correspondientes, mientras que un Ruso, si no es proletario comunista, es privado de todos estos derechos y considerado domo un paria afuera del Estado y de la ley. Del mismo modo si una determinada nación se profesa como comunista, la misma entra implícitamente a formar parte de la unión soviética, aun cuando con la misma no tuviese frontera alguna en común. Se sigue de todo esto que el bolchevismo, más que internacional, debe ser considerado como supraterritorial.
Oponer al bolchevismo la idea de la simple nacionalidad territorial y el particularismo del simple ser nacional significa por lo tanto no luchar en el mismo plano en el cual se encuentra el adversario, sea doctrinalmente como materialmente (como frente de la solidaridad internacional comunista). Se puede objetar, es cierto, que también la idea nacional y territorial tiene una validez universal, una vez elegida por todo un grupo de pueblos. Pero no por esto tales pueblos se encontrarán ya unidos en un frente común. Se puede es más pensar que cuanto más enérgica e intransigentemente será afirmado el principio de la nación como ley suprema y suprema autoridad, tanto mayor será el peligro de una anarquía, teniéndose una multiplicidad de puntos de vista, principio y fin en sí mismos. O bien esta anarquía conducirá a conflictos entre las naciones que es justamente aquello que el bolchevismo espera para ganar terreno; o bien la misma será frenada por coaliciones en base a intereses ‘realistas’, es decir de alcance temporáneos y pragmáticos. A esta solución le corresponde el estado de cosas que ha existido hasta ayer, un estado de cosas en el cual un verdadero antibolchevismo no es posible, aun porque es lícito preguntarse si toda nación será éticamente tan fuerte de renunciar a la ayuda ofrecida por Rusia, en el caso que ello le resultara útil para abatir a una nación rival y fortalecerse a expensa de ésta.
Aun sin insistir en esta última consideración, permanece firme la idea de que un antibolchevismo positivo es concebible tan sólo sobre la base de una unidad tan supranacional, como la propia del programa bolchevique es en cambio internacional y antinacional. Debe considerarse pues como un error peligroso el de aquel que identifica internacionalismo con universalismo, considerando ilusorio y deletéreo para una nación y para la civilización todo principio que vaya más allá de la nación misma (y tal es el caso de ciertos aspectos del nacionalismo racista extremista antiromano). El verdadero frente antibolchevique no puede ser sino la solidaridad supranacional de las naciones. Lo cual significa que el mismo tiene por condición propia el Imperio.
Sexto. Las consideraciones desarrolladas hasta aquí terminan todas convergiendo. Al hablar de imperio hay que entender esencialmente una idea espiritual y por lo tanto también supraterritorial, una idea, cuyo plano sea sin más diferente del que es propio del concepto y del derecho de la nación. La base del imperio es un determinado tipo humano, plasmado por una cultura común. Por lo tanto este tipo está presente y es dominador allí donde el imperio está presente, por encima de toda frontera y las diferentes naciones se encontrarán comprendidas en una unidad supraterritorial.
Estudiando tales condiciones se encuentra la piedra de toque para penetrar en el verdadero significado de las revoluciones nacionales. Existe en efecto una idea naturalista y una idea espiritual de nación. La primera no es sino una criatura moderna derivada de la revolución francesa –la Nation!– y representa un preludio del bolchevismo en su tendencialidad decididamente demagógica y colectivista. La segunda es la verdadera base de la reconstrucción antimarxista. Lo que mejor distingue a ambas ideas es la distinta relación que existe entre espíritu y nación, que les resulta propia. O es una idea y una tradición lo que determina la esencia de la nación, o es verdadero lo contrario, en el sentido de una formación y de una condicionalidad de lo bajo hacia lo alto, en modo tal que no es el valor superior de ciertos principios lo que define el de una nación, sino el simple hecho de ser nación es el valor supremo de verdad y de justicia para cada principio y, en general para una determinada civilización. El segundo caso es el de una nación comprendida como cerrada unidad colectivista y, al mismo tiempo particularista; en este caso serán mitos y no una espiritualidad verdadera su última instancia. El primer caso remite en vez a una unidad ética, política y social en la cual son satisfechas todas las condiciones internas para un antibolchevismo positivo: es la nación, cuya fuerza se encuentra en la verdad y en el espíritu, en la personalidad y en la tradición, como formación desde lo alto. Ahora bien, en una tal nación las vías hacia lo alto se encuentran abiertas. La pertenencia a la misma no excluye la pertenencia a una superior unidad de acuerdo al espíritu, en vez que de acuerdo a la sangre y el territorio. Procediendo su jerarquía interna de lo particular hacia lo universal, resulta evidente que los ápices jerárquicos de las diferentes naciones se tocarán en un espacio espiritual en el cual deberá tomar forma y vida el concepto supranacional de imperio.
Esto por lo que se refiere a las condiciones abstractas. En cuanto al aspecto político-constitucional del imperio, el mismo no entra en cuestión en este ensayo y de cualquier modo debe ser considerado como consecuencial y a definirse en su momento según las circunstancias. Lo importante es compenetrarse de esta persuasión: que el cimiento del frente antibolchevique debe ser una solidaridad y una distinción entre amigo y enemigo basadas esencialmente en una idea, en la idea que define la unidad misma del imperio. Cuando Carl Schmitt reconoce la esencia del concepto de política en la distinción entre amigo y enemigo, distinción que él reputa como primaria, incondicionada, irracional y subordinadora de cualquier valor, él individualiza en forma sabia el principio de un estado de hecho materialista extremadamente característico en los tiempos últimos, de un estado de hecho que se trata de superar. La anarquía será la última palabra y los pueblos se convertirán en los instrumentos de fuerzas desencadenadas, hasta cuando los encuadramientos irracionales y materialistas entre ‘amigos’ y ‘enemigos’ se encontrarán para determinar todo valor y para dirigir por lo tanto la acción: en modo tal que el ‘enemigo’, simplemente en cuanto tal, será el ‘injusto’ y el ‘amigo’ el justo. Sólo cuando acontecerá lo opuesto, es decir cuando es el ‘injusto’ en cuanto tal, cualquiera que él sea y cualquiera que sea su actitud, se convertirá en el ‘enemigo’ y estarán presentes las condiciones de solidaridad del frente antibolchevique; el cual, entonces, tomará los caracteres de una especie de nueva y creativa Santa Alianza: un bloque de potencias, que declararía sin más como su enemigo a todo aquel que adhiriera a la idea contraria al propio principio, es decir la idea comunista y colectivista. Debería afirmarse no un derecho sino un deber de intervenir allí donde el ‘enemigo’ se manifieste y se insubordine.
Dos consideraciones finales. Las revoluciones nacionales antimarxistas presentan no pocas veces aspectos de centralización, politización, encuadramiento, militarización en todos los planos, que quizás hagan sonreír a alguno ante estas consideraciones. Éste considerará lo que nosotros decimos como simples palabras y será llevado a reconocer la realidad verdadera como una lucha entre los diferentes ‘bolchevismos’, unos regidos por el mito internacional, otros por un mito opuesto, pero, a los efectos prácticos y espirituales, casi equivalentes: en especial cuando se tengan en vista los aspectos autoritarios y casi dictatoriales propios de la nueva constitución soviética. Hay que prever esta cínica objeción para formular la justa respuesta, es decir: en la vigilia de un combate la consigna es la incondicionada disciplina y la incondicionada unidad. La lucha futura es la verdadera y única justificación de aquellos aspectos de los movimientos nacionales, que en apariencia imitan las formas bolcheviques. Pero estos aspectos entre nosotros deben ser considerados extrínsecos, transitorios, nacidos de la necesidad, allí donde en el bolchevismo son en cambio constitutivos, el mecanismo y la centralización destructiva, la política que sirve al espíritu siendo la expresión misma más directa del hombre-masa proletarizado.
Y finalmente. Alguien desearía quizás una mayor determinación en lo relativo al ‘tipo’ espiritual, que debería constituir la base unitaria de la pluralidad nacional referida al imperio. Lo que ya se dijo en lo relativo a la personalidad, sobre sus presupuestos y sobre la tradición europea ofrece perspectivas de fácil desarrollo. Una determinación que debería luego referirse a aquellas fuerzas históricas, que más que las otras pueden considerarse portadoras del espíritu tradicional europeo en renovadas formas y por lo tanto como puntos de partida para la creación del ‘tipo’ en cuestión, nos llevaría sin embargo a un campo que aquí no es posible tratar. Nos limitaremos pues a expresar nuestra personal persuasión en la forma de un enunciado: como es claro que hoy el binomio Roma-Berlín constituye el eje político del movimiento antibolchevique, así para nosotros es claro que una nueva síntesis entre espíritu romano y espíritu germánico constituiría la premisa creativa de un tal problema. Es aquello que ya  hace muchos años entre nosotros hemos comprendido formulando el mito de las ‘dos Águilas’, el águila romana y el águila germánica. Estudiar en cuál forma un tal mito pueda ser realizado significa también proceder en la profundización de la idea capaz de operar como sello definitivo de la unidad del frente de un antibolchevismo positivo.

(1) Lo Stato, XII, diciembre de 1936.

Lo Stato, VIII, enero de 1937.

jueves, 23 de octubre de 2014

EVOLA: ANACRONISMOS FILOCOMUNISTAS

ANACRONISMOS FILOCOMUNISTAS


                                             Stalin el nacional comunista

Una vez más Evola anticipa varios acontecimientos que habrán de suceder con varios años de distancia de sus dichos.
1)    Su crítica dirigida hacia el oportunismo de ciertos fascistas que creen ver en el comunismo stalinista a partir de la alianza Alemania-URSS de 1939 una superación del leninismo y la concertación de un frente nacional bolchevique, anticipa hasta en sus léxicos tal corriente que en nuestros tiempos será asumida por distintas figuras, que hasta se califican a sí mismas como evolianas, y que lo tienen al pensador ruso A. Dugin como su principal promotor.
2)    Denuncia en el comunismo bolchevique una intencionalidad que va más allá de la simple ideología. Se trata de un supercapitalismo de Estado que utiliza las ideologías en provecho propio y para atrapar a ingenuos, tal como sucede ahora con el euroasianismo, calificado en ese entonces por Evola como paneslavismo. La nomenklatura bolchevique cuyo actual exponente es Putin es la misma que existe en Rusia desde la revolución del 17 y que en forma oportunista usa diferentes temas nacionales o aun religiosos para perpetuar sus intereses.
M.G.

El futuro que nos espera será decisivo para una discriminación fundamental entre dos tipos humanos  irreductiblemente opuestos: el tipo de aquel hombre que tiene principios y el de quien en cambio no los posee. También los podemos denominar como tipo viril uno y femíneo en cambio el segundo. Es digno del nombre de hombre –vir – aquel que tiene en sí mismo la propia norma, que permanece activo ante la realidad, que rechaza padecer su violencia, es decir que se adueña de ella o, allí donde esto no sea posible, trata de cerrarle el camino, a fin de que lo que es un hecho no se convierta en un derecho y que lo que es criatura de contingencia y de necesidad no usurpe la dignidad propia de los principios.
Aquel que en cambio ‘se plasma’ sobre la realidad, aquel que siendo interiormente inconsistente y pasivo, no sabe sino adaptarse a las circunstancias y cuanto más, se dedica sólo a explotarlas en forma retorcida para alcanzar la realización de fines cuanto más contingentes y materialistas, este último corresponde a aquello que a nivel superior tiene carácter de femineidad. Es el hombre ‘lunar’, opuesto al ‘solar’, aun cuando su empeño y sus éxitos transitorios puedan darnos la impresión de la ‘actividad’, mientras que la impasibilidad que el segundo, en ciertas circunstancias, puede preferir al compromiso y a la remisión, puedan dar a cualquier observador de escasa sensibilidad moral la impresión opuesta. Esto sin embargo no impide que en una jerga convertida lamentablemente en una cosa corriente en muchos ambientes, el no tener principios signifique ser ‘realistas’, ser un ‘espíritu histórico’, una mente ‘concreta y realizadora’, que se encuentra acorde con los ‘tiempos que corren’, mientras que en cambio tenerlos marcaría a fuego al tipo del ‘soñador’, del ‘idealista’, del ‘utopista’.
Pero por suerte, de estos tipos anacrónicos e idealistas la actual Italia romana y fascista posee muchos en abundancia, y son éstos aquellos que con su rechazo por lo revolucionario, han creado una nación nueva; son éstos aquello que, mediante el desprecio por el hecho cumplido y por la ‘vida cómoda’ y burguesa, serán capaces de adecuar Italia a la misión que se le ha asignado. Éstos y no los otros, superarán las pruebas que nos esperan. Pondrán precisas incompatibilidades de ‘estilo’.
Tales diferencias ya hoy, si bien en tono menor, existen y no son por cierto edificantes ni consoladoras. Aun hoy Italia pulula en oportunistas del momento, en mentes dotadas de cualquier tipo de habilidad transformista, en filosofantes del hecho consumado, siempre listos para espiar el momento en el cual una idea viene a menos o parece venirlo para ‘insertarse’ y hacer valer aquello que su oportunismo había puesto a callar. ¿Es necesario acaso dar cuenta de todos los casos de tal tipo verificados por ejemplo dentro del contexto racista y antisemita del fascismo? Ya lo hacía notar uno de los más notorios exponentes de tal orientación con palabras corajudas que vale la pena resaltar aquí:
“Aquello que está aconteciendo en los últimos meses es simplemente un hecho mortificante. Hombres e instituciones, diarios políticos y revistas de cultura que en materia de cosmopolitismo y anticosmopolitismo, racismo y de antirracismo, tenían una propia postura sumamente clara, hoy extemporáneamente reniegan de ella. Y éste sería un escaso mal si fuese tan sólo el índice de la escasa solidez cultural; pero el mal es que, una vez pasado el Rubicón, todos son magistrados supremos de la doctrina que ayer habían combatido y compiten para ver quién afirma cosas más impactantes. ¡Y cuántas idioteces hoy se dicen con tal de hablar mal del Judío! ¿Pero y el estilo? ¿Qué digo? ¿El sentido de la elemental honestidad cultural y política? La mentalidad hebraica ha operado tan profundamente en las cosas y en los espíritus en modo tal que hoy el mundo es dominio de prestidigitadores, de  acróbatas, de hacedores de coartadas, cuya filosofía es propia de sofistas”. (G. Preziosi, La Vita Italiana, noviembre 1938).
Los acontecimientos europeos más recientes amenazan producir una nueva categoría de personas de este tipo, las que aquí sin embargo desarrollan una táctica sumamente diferente. Se la dan de ‘vanguardistas’ que expresan el sentido de un mundo nuevo y se entregan en nombre del mismo a colmar incompatibilidades y a demostrar que ciertas ideas, las cuales se encuentran en la base de la espiritualidad fascista, han decaído y son revisables, al tratarse de ‘prejuicios burgueses’ que no afectan lo que ellos consideran como lo esencial, destinado a decidir respecto de nuestra conducta futura. Queremos aludir aquí a los ambientes en los cuales hoy se despiertan simpatías filocomunistas y ya superadas y condenadas interpretaciones de ‘izquierda’ del fascismo: se trata de los ‘espíritus realistas’ que se ubican ‘en la marcha de la historia’ y arriban a confirmar su oráculo en un hecho contingente e incluso sospechoso, tal como ha acontecido en la coyuntura ruso-germánica en ocasión de la guerra con Polonia. Al interpretar la impasibilidad de la Italia fascista como una indecisión, éstos creen hoy que poseen un espacio libre para sus elucubraciones, en modo tal que ya se da más de un caso de actitudes efectivamente preocupantes como signo de graves incomprensiones doctrinarias y de frivolidad política. Por lo cual no creemos superfluo hacer aquí una precisa referencia.
El escritor judío Emil Ludwig, en su libro reciente, en el cual invocaba la formación de una nueva Santa Alianza para hacer desaparecer del mundo toda especie de ‘fascismo’, pudo escribir: “Berlín, Roma y Moscú se asemejan si se consideran sus métodos internos. Una ventaja de tal desarrollo es que el espectro del comunismo no le produce más miedo a nadie. Hace cinco años el noventa por ciento de los Europeos creía en este ‘peligro’; hoy sólo quedan los últimos ricos en creerlo” (pg. 76-77 de la edición francesa). Es justamente ésta la tesis que es asumida por parte de los ambientes antes mencionados, los cuales por sus maniobras, hacen alharaca también en la notoria fórmula del antiburguesismo. He aquí los puntos esenciales de esta desviación ideológica:
1) La Rusia de Stalin se trata de una Rusia nueva. Stalin ha liquidado a Lenin y al radicalismo comunista y se ha opuesto decididamente a la tesis trotskista de la revolución permanente y del carácter internacional de la revolución proletaria. El bolchevismo o sovietismo se convierte así en un régimen interno ruso, en un régimen nacional. Como tal, no debe crear un impedimento para un acuerdo diplomático con otras naciones de una ideología contraria en tanto que el régimen soviético ha evolucionado en una normal república democrática.
2) Tiene razón Ludwig, en tanto que el sentido de tal democracia se vincula al de las medidas ‘sociales’ y anticapitalistas y antiburguesas asumidas sea por el fascismo como por el nacional socialismo. A la proletarización soviética de todo bien le corresponde la concepción nazi de la Volksgemeinschaftk y del Erbhof y aquella exigencia del bien común, superior a la del sujeto, que también en Italia tuvo diferentes aplicaciones, hasta la reciente apropiación de latifundios y otras medidas sociales anticapitalistas y antiburguesas.
3) A tal respecto la coyuntura ruso-germánica podría incluso representar el primer esbozo de una solidaridad anticapitalista, que debe comprenderse como un coherente desarrollo de la política del ‘eje’. Y ésta es la dirección de la Europa verdaderamente joven, social y revolucionaria. La palabra ‘comunismo’ no es sino un espantapájaros para enturbiar las aguas y las ideas para beneficio exclusivo de la burguesía capitalista superviviente y reacia en perecer.
Cosa por demás preocupante es que incluso una revista como La Difesa della Razza (nº5 de octubre) ha visto reflejar ideas de tal tipo por esto que allí leemos como réplica a un lector:
“¿No ha visto nuestro anónimo lector cómo se ha portado Rusia en el territorio de la nueva ocupación? ¿O se escandaliza porque ha constituido allí soviets? Con el mismo fundamento los rusos se podrían escandalizar porque nosotros desde hace tres milenios hemos constituido (¿) las comunas… Más bien ¿por qué no considerar que el primer acto de ocupación rusa ha sido la confiscación de los latifundios? He aquí el cambio verdadero… Cuando hemos puesto la riqueza en condición de no poder perjudicar y el pueblo pudiese finalmente respirar… entonces se podrá estudiar si la riqueza no tenga que convertirse en ejercicio de la administración pública”.
Lo cual, en palabras pobres, significaría socializar la tierra y estatizar el capital. Sin embargo tratando de basarse en una obra traducida hace poco por nosotros (La guerra oculta e Malynski y de Poncins, editada al castellano por Ed. Heracles) se cita la reforma que Stolipin había tratado de llevar a cabo en Rusia y con la cual él habría probablemente evitado el bolchevismo, a no ser que no lo hubiese matado un ciudadano de origen judío. En efecto tal como veremos, con el ejemplo de Stolipin se cae, por decirlo así, en laincongruencia y se descubre el verdadero sentido de estas veleidades ideológicas filocomunistas.
El primer punto a resaltar es que, en forma por demás insensible se olvida que el comunismo, sea nacional como internacional, es un sistema ideológico bien preciso, en el cual el elemento económico resulta inseparable de todo lo demás. Y lo demás significa ateísmo y materialismo metódico y razonado, negación del ideal clásico de la personalidad (que tan sólo un ignorante puede confundir con el liberalismo) así como todo móvil sobrenatural o que simplemente trascienda los intereses colectivistas de clase, concepción materialista-mecánica y economicista de la vida y de la historia. La socialización (en parte tan sólo retórica y nominal) de las tierras y del capital en el comunismo no es una cosa más importante que la prohibición de la Navidad, con las relativas persecuciones hacia quienes se nieguen a hacerlo, o el grotesco museo de los cerebros de los ‘grandes hombres’ en el ‘Panteón Rojo’, que en su momento fuera la residencia del Gran Duque Nicolás, o la aun más trivial muestra anti-religiosa en donde las momias de los santos son puestas al lado de los cadáveres disecados de los asesinos. Es mala fe o ignorancia culpable, o narcosis espiritual, no darse cuenta de la solidaridad con todo esto. La praxis económica y ‘social’ del comunismo tiene un sentido y una lógica sólo en lo interior de una concepción materialista y atea del mundo. España así lo prueba, del mismo modo que Méjico, y cualquier lugar en donde el comunismo ha tratado de llevarse a la acción: el odio feroz y sádico por todo lo que es religiosidad, espiritualidad, símbolo de autoridad, ha sido el fenómeno primero, preludio inconfundible, estigma seguro del sentido de aquello que sobre el plano económico debía manifestarse en las medidas ‘sociales’ y ‘antiburguesas’. Se pregunta si nos escandaliza la institución de los soviets en el territorio polaco ocupado. Habría en vez que preguntarse si se tiene conocimiento de noticias, como las que la misma ‘Prensa’ ha reportado, es decir que para solemnizar dignamente tal nueva conquista de ‘justicia social’, han sido masacrados en aquellos territorios, para comenzar, cerca de 200 sacerdotes y oficiales; como otro efecto de la misma ‘justicia’ la nobleza báltica, flor de la raza nórdica-aria, ha debido, incluso por invitación de la Alemania nazi, emigrar de las tierras que poseía desde hace casi seis siglos y que había arrancado a pueblos bárbaros, para exiliarse en Alemania, mientras que Rusia ha reclamado que un cierto número de jefes comunistas, imputado a su vez por delitos de orden público, fuesen liberados.
No se trampee aquí en el juego. El fascismo ha tenido y tiene una plena conciencia de esta contraparte que la denominada ‘justicia social’ posee en el comunismo y en el bolchevismo; conciencia que se expresa en esta precisas definiciones dadas por Mussolini en el Campo di Maggio: “Forma actualizada de las más feroces tiranías bizantinas, inaudita explotación de la credulidad popular, régimen (se note la expresión ‘régimen’) de servidumbre, de hambre y de sangre, forma de degeneración humana que vive sobre la mentira”. En contra de la misma, en la misma ocasión, Mussolini ha invocado la lucha con las palabras y, donde sea necesario, con las armas, agregando: “Es lo que hemos hecho en España, en donde miles de fascistas italianos voluntarios han caído para salvar la civilización de Occidente”. A este último respecto hay que poseer un coraje fascista de la verdad. Que Italianos y Alemanes hayan caído en España para arrancar una tierra no de ellos al bolchevismo y evitar su sovietización, mientras que más allá de los Alpes no se ha hesitado a consentir pacíficamente que un territorio europeo aun más grande que la España roja, el de la Polonia convertida en rusa, sea sovietizado, éste es un hecho triste, que se puede explicar, si bien no justificar, acudiendo a razones de fuerza mayor o de Estado, pero que no puede aducirse como un ejemplo de progreso ‘social’, ante el cual no nos debemos escandalizar, en tanto no se quiera renunciar a cualquier sentimiento de honor.
¡Como si la famosa ‘sovietización’ tuviese algo que ver con la tan remanida y abusada ‘justicia social’! El verdadero hecho nuevo en Rusia, la verdadera superación operada por Stalin, consiste, tal como ha manifestado agudamente Valentino Piccoli, en el hecho de que la revolución, al concentrarse en sí, reniega de sí misma y, dejada a un lado la máscara comunista, se manifiesta como lo que realmente siempre fue, como una exasperación del capitalismo. Es aquello que claramente ha visto Mussolini: “Lo que hoy se denomina bolchevismo o comunismo no es otra cosa que un supercapitalismo de Estado llevado a su más feroz expresión”. Ésta es a contraparte de la ‘nacionalización’ de la Rusia stalinista. Mientras que por un lado las continuas ‘purgas’ sirven para consolidar la absoluta dictadura  no del proletariado, sino de Stalin, por el otro el mito hegemónico internacionalista propio de la dictadura del proletariado en el sentido trotskista, da lugar, en la ‘nueva Rusia’, a un mito hegemónico sumamente más concreto, el supercapitalismo bolchevique que se ha hecho heredero del antiguo paneslavismo y llevando a cabo hoy en día una astuta política imperialista justamente en tal sentido. Y es así como con un nuevo peligro eslavo-comunista se sienten hoy amenazadas no sólo las naciones arias del Báltico, sino también las balcánicas que entran en la más inmediata zona de las influencias  de los intereses italianos; es así que no está excluido que en un mañana la misma Alemania deba temer el mismo peligro y lamentar aquello que la misma ha propiciado ante la necesidad, dado que la historia nos ofrece raramente el caso de un pueblo que no termine cayendo víctima de la subversión que, en un primer momento, para ventaja propia inmediata, había ayudado a crecer.
Podemos además preguntarnos de paso en dónde sitúan los nuevos filocomunistas toda la documentación que sea en Alemania como en Italia ha sido meticulosamente acumulada en lo relativo a la influencia hebraica existente por detrás del marxismo, el comunismo y el bolchevismo. Resulta claro a partir de esto que hay dos posibilidades: o tal documentación es el efecto de una impostura (1), o bien se debe reconocer que aquello por lo cual se descubren hoy nuevas afinidades electivas en base al anticapitalismo y a una presunta justicia social antilatifundista es exactamente una creación hebraica, estrecha y secretamente vinculada con la internacional hebraica del oro. No existe una reducción al absurdo que podría ser más brillante que ésta.
Pero ya es tiempo de pasar al punto fundamental. Todo aquello que hasta aquí se ha resaltado positivamente podría incluso considerarse como no dicho, puesto que basta señalar el equívoco fundamental relativo a la fórmula de la justicia social y de la superación de la tiranía del oro y de la burguesía. Todo esto tiene un doble rostro, c’est le ton qui fait la chanson. Se cae siempre en el mismo error propio de valorar ciertas fórmulas tomadas en sí mismas, en vez de comprenderlas ‘funcionalmente’, es decir en relación con los sistemas, en sí mismos distintos e incluso contradictorios, en los cuales éstas pueden figurar con un significado diferente. Hay sin embargo un punto sobre el cual no puede haber discusión y es que el comunismo se identifica con la ‘dictadura del proletariado’. Ahora bien, hasta un niño puede comprender que allí donde hay una dictadura no puede haber también una ‘justicia social’, más aun cuando todo se reduzca, como en el comunismo y en el sovietismo, a una subversión pervertidora, es decir a un sistema en el cual el poder dictatorialmente es referido a la clase más baja y que se define en función de las formas más toscas y elementales de actividad.
Pasando luego al antiburguesismo, nosotros como tradicionalistas, no podemos sino declararnos sin más en las filas de los que rechazan la tiranía del oro y la servidumbre del capital y las finanzas sin rostro ni patria. Pero nos apresuramos en resaltar que la superación de todo esto se puede efectuar en dos direcciones diferentes, es más, opuestas: en primer lugar, descendiendo hacia lo que es aun más bajo que la clase burguesa, cuestionando a tal clase en nombre de la mera masa, del proletariado, del ‘pueblo’ en el sentido del ente democrático e inasible, ya denunciado por Mussolini. Y es entonces que tenemos el socialismo, el comunismo, el marxismo, el sovietismo originario y todas las variedades de aquellas ideologías subversivas, en las cuales la ‘justicia social’ y en algunos casos, incluso el ‘interés general de la nación’, no son sino el rostro para una tenaz y sádica voluntad antijerárquica y niveladora. La segunda posibilidad es la de superar a la burguesía y a la oligarquía capitalista trascendiéndolas. De acuerdo a su etimología latina trascender significa superar ascendiendo y no descendiendo. Ascender significa aquí restaurar aquellos valores que se encuentran por encima del oro, del capital, de la mera tierra y de la pura posesión, por tratarse en cambio de valores supra-económicos, heroicos, aristocráticos. Es decir son valores de aquella clase o casta, que en las jerarquías tradicionales arias tuvo siempre y en manera legítima una autoridad más allá de la de los mercaderes y de las masas proletarias oscuras (2). En este caso toda cuestión se nos presenta bajo una óptica diferente por lo cual es también distinto el sentido de la justicia social.
Vale la pena hacer mención aquí a las ideas del presidente ruso de los Ministros, príncipe Stolipin, de manera sumamente inoportuna (o bien en forma muy oportuna si es que las intenciones de quien lo ha recordado eran buenas) citado en el pasaje filocomunista recién mentado. El programa de Stolipin era el de superar sea al capitalismo como al marxismo y comunismo, con un retorno a una nueva idea feudal. Se trataba de extender el principio del feudalismo a la comunidad nacional, en vez de convertirlo en el privilegio de una sola clase y luego traducir su principio en términos económicos así como políticos y espirituales. Stolipin no quería abolir los latifundios, sino articularlos, a los fines de una adecuada utilización. Ni socialización, ni estatización, y menos aun tiranía del capital sobre la tierra. Las grandes propiedades debían articularse en propiedades menores, que comprendieran eventualmente a propiedades más pequeñas, en un ordenamiento jerárquico, en el cual un sistema de intercambios y de prestaciones recíprocas y de relativas autarquías estaba destinado a abolir sea la proletarización como la tiranía del capital y a conciliar el principio anticomunista de la libertad y propiedad personal con el antiliberal de una cierta subordinación jerárquica. En un artículo nuestro (3) hemos señalado como muy verosímil el hecho de que Stolipin haya sido asesinado por un judío, que de esta manera truncó la obra grandiosa e inédita iniciada por este insigne espíritu tradicionalista con sorprendentes éxitos: el sistema de Stolipin significaba la destrucción y la superación de los dos principales instrumentos con los cuales actúa el frente de la subversión mundial, sea del socialismo como del capitalismo. Por lo cual el hereje que atentaba en contra del ‘progreso’, tenía que ser suprimido de cualquier forma. Pero ya resulta suficiente esta mención para darnos cuenta de que referirse a Stolipin significa hacerlo con un ejemplo que se encuentra exactamente en las antípodas de quien se empeña en establecer ecuaciones pervertidoras entre comunismo, fascismo y nacionalsocialismo. Es en vez un ejemplo justamente para aquella diferente justicia social que tiene como base el ideal jerárquico y la primacía de los valores aristocráticos, supraeconómicos  y dinásticos, que hemos indicado como superación no negativa, descendente, sino positiva, ascendente respecto de la gangrena capitalista-burguesa. Aquel que no sepa reconocer las tendencialidades que, en tal sentido, están presentes en el fascismo, esta persona no entenderá ni siquiera la esencia del fascismo y estará inducido a confundirlo siniestramente con los fenómenos de la decadencia colectivista plebeya occidental y asiático-occidental. De allí la mencionadas interpretaciones y las prognosis de mentes confundidas y sin principios, es decir, de mentes ‘realistas’.
Las cuales hoy piensan que ha llegado su hora y, debemos reconocerlo, no están totalmente equivocados. El aspecto más trágico del conflicto actual es que en el mismo como móviles con dificultad se podrían descubrir grandes ideas directrices, intereses, que se aparten de una mera voluntad de potencia y de hegemonía. Con todo esto pueden alegrarse todo lo que quieran las mentes antes mencionadas, es decir los especuladores de lo contingente (4); pero sería prudente que los mismos se abstuvieran de consideraciones de alta estrategia y de alta política allí donde tenga que entrar en cuestión también Italia y el fascismo. Nuestra actitud no debe ser confundida ni con la inercia ni con la indecisión. La misma es más bien de una calma atenta, de una frialdad casi diríamos olímpica unida a una prontitud en reaccionar en el momento en que no con una conveniencia ‘realista’ propia de mercaderes nos lo imponga, sino en la cual la niebla se disipe y se nos permita divisar una situación tal de dar a todo sacrificio y a todo heroísmo de nuestra raza una justificación superior, en estrecha coherencia con nuestros ideales, con nuestros principios, con nuestra vocación de afirmadores de la idea romana.

(1) Ya Mussolini tuvo ocasión de indicar las relaciones del bolchevismo con el judaísmo y la internacional judeo-financiera.
(2) En realidad no sabemos cuáles sean las ‘Comunas’ que habríamos constituido ‘hace tres milenios’, de acuerdo a lo manifestado en el pasaje. Pero si de lo que se trata es de las Comunas medievales, advertimos que no estamos para nada dispuestos a seguir las falsificaciones de una cierta ‘historia patria’ de neto corte masónico-jacobino. Y recordaremos aquí que en contra de las Comunas, y por el Emperador, combatieron príncipes muy italianos como los Monferrato y los de la gloriosa casa de Saboya, al no presentarse para nada el Emperador como un ‘extranjero’, sino como el afirmador impersonal del derecho feudal y aristocrático en contra de las prevaricaciones de los centros ya en ese entonces democrático-burgueses y hasta capitalistas en revuelta.
(3) Los ‘si’ de la historia rusa: una víctima de Israel, en Vita Italiana, enero de 1939.

(4) Hasta cuál punto puede llegar la recién mencionada mentalidad, es algo que podrá juzgarse a través de un caso específico. En una revista italiana un escritor italiano que posee grandes méritos, al referirse a los acontecimientos actuales, ha dicho: “Los lectores juzgarán si las guerras y las alianzas se hacen por razones políticas concretas y contingentes o bien por lo impactante de las ideologías que poseen valor tan sólo para soñadores”. Cualquier comentario es aquí superfluo. Sirve sólo para mostrar hasta qué limites ha descendido la sensibilidad moral de los pueblos hasta arribar a un caos de fuerzas brutas y a las combinaciones del más burdo maquiavelismo, como para que estos espíritus positivos e iluminados tengan confirmaciones respecto de la verdad de sus soberbias ‘teorías’.
       
            La Vita Italiana, XXII, octubre de 1939.

martes, 21 de octubre de 2014

RAMÍREZ: ¿IMPERIO O IMPERIALISMO?

     ¿IMPERIO  O  IMPERIALISMO?

     El proceso de absoluta decadencia y degradación en que se encuentra el mundo moderno alcanza todos los órdenes incluido el del significado de las palabras. Vemos así como lo que una palabra significa en una época cambia de significado en otra, así sea en pocos años, incluso con sentido contrario.
     En el mundo moderno todo cambia y a un cambio le sigue otro y cada vez en forma más rápida perdiéndose todo punto de referencia con lo que siempre es.
     Conforme al relato bíblico Dios confundió las palabras de los hombres para que no se entendieran y evitar así que con su soberbia hicieran una torre que llegara al cielo. Un pensador dijo que de la confusión de las palabras vino la confusión en el Estado.
     Hoy nos ocuparemos de la moderna confusión entre las palabras “imperio” e “imperialismo” que suelen confundirse y usarse como sinónimos cuando en realidad se trata de términos antitéticos.
Desde el punto de vista tradicional, que es el propio de los tradicionalistas evolianos, el Imperio es una realidad superior y trascendente, suprema expresión del vínculo entre el cielo y la tierra, plena manifestación de una unidad político religiosa, encargado de conducir las almas hacia un destino superior. Así fueron los grandes imperios tradicionales. En la civilización occidental lo fue el Sacro Imperio Romano Germánico y otros con presencia de la Tradición en mayor o menor medida, el Hispánico, el Austro Húngaro. el Alemán y el Ruso, todos ellos presididos por el Emperador, persona de origen divino con el mando supremo pues era el que más podía. Regía la soberanía de Dios y no el dogma moderno de la soberanía del pueblo. En otra civilización como la islámica, el Imperio estaba representado por el Califato que ahora se trata de reconstruir a través del fundamentalismo islámico.
     Lo que vino después en los tiempos más modernos ya no es el Imperio sino el Imperialismo como el inglés, el francés el soviético, el yanqui y otros menores. Estos imperialismos están fundados sobre lo material, lo económico y lo financiero. Sus objetivos son el poder material y militar presididos por una oligarquía rapaz que a esta altura de los tiempos ya ni siquiera son burgueses sino parias.
     El imperialismo es lo totalmente antitético del Imperio, es el mono de Dios, su negación y su falsificación.
     Por no comprender el significado profundo de estos términos muchas personas de buena fe usan la palabra imperio para referirse por ejemplo a EE.UU. que es el peor imperialismo de todos los tiempos, con  lo cual renuncian a reivindicar al verdadera Imperio en su concepción tradicional. Tal vez haya algún prurito  en usar la palabra imperialista por el uso abusivo que el marxismo y el progresismo hicieron de esta palabra pero ello no quita de hablar claramente y evitar confusiones.
     Somos imperiales y tradicionales,  antiimperialistas y antioligarcas.

San Carlos de Bariloche, 14 de octubre del 2014.


JULIÁN  RAMÍREZ 

EVOLA: LA URSS CONCEBIDA COMO ESTADO FUERA DE LA LEY

LA URSS CONCEBIDA COMO ESTADO FUERA DE LA LEY



Exhumamos un antiguo texto de Evola del año 1938, escrito con una intencionalidad precisa: estaba a punto de consumarse la alianza entre el régimen nacional socialista y el comunismo ruso para repartirse entre ambos a Polonia, estaba por suceder que dos concepciones del mundo en apariencias antagónicas iban a pactar y a ponerse de acuerdo políticamente. Al respecto el autor es contundente en las críticas dirigidas hacia tal sistema y considera que llegar a cualquier tipo de entendimiento con el mismo no representa sino una claudicación.
1)    El comunismo no es sino la manifestación última del movimiento igualitario moderno que concibe como meta una humanidad autogobernada en la cual no exista más el Estado como organismo formativo.
2)    Pero a diferencia de lo acontecido con las demás ideologías y posturas doctrinarias similares, el comunismo es además un plan de operaciones preciso que consiste en tratar de obtener sus metas mediante la práctica de la inmoralidad y del oportunismo. La máxima de Trotsky de que es moral lo que favorece a los intereses históricos del proletariado, representado en su caso por el partido comunista que él dirige, e inmoral en cambio aquello que los contradice, se encuentra ratificada en tal texto por los pasajes de Stalin en donde también en función del triunfo de su causa es lícito para tal ideología disfrazarse de conciliadora, pacifista y humanitaria, pero no porque crea sinceramente en tales cosas sino tan sólo con la finalidad de ganar tiempo a fin de poder organizarse para cumplir sus metas últimas.
3)    Tal oportunismo ha sido favorecido por posturas que, si bien en apariencias discrepantes, han asentado las bases para que el mismo triunfara y pudiese actuar sin problemas en el contexto del mundo burgués a pesar de que, tal como dijéramos, su meta última es de destruir a todo Estado. El positivismo jurídico que juzga al derecho y a lo político con independencia de cualquier norma moral que los trascienda ha sido pues el necesario aliado y antecedente que ha precisado tal ideología deletérea y abiertamente delictiva en sus postulados para poder perpetuarse.
4)    Si bien reconoce en el nazismo de su tiempo un intento de corregir el problema al evitar en tal esfera las posturas meramente formalistas y alejadas del contenido de la acción y de sus metas, no deja de anticipar sus limitaciones consistentes en su particularismo nacionalista y racista el cual no hesitará en función de sus intereses de parte de aliarse al comunismo en el momento antes aludido, tal como luego sucederá. El comunismo, dice Evola,  es el mayor beneficiado de las posturas particularistas de las cuales se aprovecha, como todo proceso subversivo, para poner a unos contra otros. Por el contrario hay que confrontarlo con una concepción que sea por igual universal y no limitada al mero interés de parte, con un plan de operaciones alternativo y confrontativo con el mismo.
Finalizando esta introducción diremos que algunos creen falsamente que el comunismo se ha terminado luego de la caída del muro de Berlín y del desmoronamiento de la URSS, sin embargo esa mentalidad inescrupulosa de acudir a cualquier medio de engaño para hacer triunfar los propios fines sigue más viva que nunca. La antigua nomenklatura soviética, hasta en sus mismos dirigentes, sigue en escena efectuando verdaderas escenificaciones ideológicas con la finalidad de seguir como siempre atrapando a incautos. Y muchos alternativos caen con gran facilidad ante sus cantos de sirena.
M.G.

Un estudio interesante, pero en gran medida olvidado, es aquel que ha analizado al bolchevismo desde el punto de vista jurídico y en especial desde el punto de vista del derecho internacional. Debe reconocerse que, considerado de esta forma, el bolchevismo se nos aparece como un fenómeno nuevo, el cual suscita nuevos problemas jurídicos y más aun invitaría a una revisión de múltiples posturas hoy vigentes, si no fuera porque la mentalidad jurídica occidental hoy se encuentra en un estado de absoluto letargo. Las disciplinas jurídicas actuales se encuentran actualmente bajo el signo de concepciones universalistas, liberales y las denominadas positivistas del pasado siglo. Existen es cierto movimientos de reforma, en lo relativo a los Estados singulares, que se hacen actualmente en países en los cuales la contrarrevolución nacional ha logrado imponerse, como en Italia, Alemania y Portugal.
Pero en cambio por lo que se refiere al derecho internacional, nos hallamos aun a la deriva. La misma denominación oficial italiana de ‘derecho internacional’ es ya significativa en tanto delata premisas a las cuales un derecho basado en la realidad, en la soberanía y en el realismo político de las unidades nacionales es en gran medida extraño. La denominada ‘teoría general del derecho’, del mismo modo que el derecho ginebrino, es formalista y universalista, se basa esencialmente en la separación entre el momento jurídico y el momento ético, político-nacional, social, cultural y económico, que es la característica del liberalismo.
Ahora bien, esta hipóstasis abstracta del ‘derecho puro’ es un anacronismo entre los más peligrosos ante el dinamismo de fuerzas que hoy subvierten al mundo.
El bolchevismo posee entre tales fuerzas  un papel prioritario y un intento de encuadrarlo jurídicamente es sumamente interesante puesto que pone en luz los absurdos del actual ‘derecho internacional’ y la necesidad de una reforma para todo aquel que no quiera superar los límites de la inconciencia y de la irresponsabilidad.
Vale por lo tanto la pena hacer mención a la reciente obra dedicada por parte del jurista alemán E. H. Bockhoff a la oposición entre el derecho de las naciones – Völkerrrecht -  y el bolchevismo y que fuera hecha pública por parte del Ministro de Justicia del Reich, Hans Frank. Digamos enseguida que si bien resulta chocante que esta obra tenga un corte sumamente polémico e incluso agresivo, sin embargo su contraparte positiva es apenas desarrollada y tiende demasiado a encerrar toda perspectiva desde el punto de vista de la táctica de defensa nacional, descuidando la idea superior por la cual ésta podría ser legitimada. Bockhoff sin embargo pone en luz muchos problemas interesantes que deberían valer como una diana saludable para tantos distraídos a nivel del derecho. Por lo cual, dejando a un lado diferentes cuestiones secundarias que aparecen en el libro, consideramos interesante dar aquí su sentido general.
Bockhoff en el fondo se pregunta hasta qué punto un Estado bolchevique pueda pretender ser reconocido jurídicamente, es decir pueda ser susceptible de valer como sujeto del derecho internacional (en alemán ‘derecho internacional’ se dice Völkerrecht, término que resulta más apropiado para precisar el problema, al querer decir ‘derecho de las naciones’. El hecho es que la premisa fundamental del bolchevismo consiste en la negación de la idea misma de Estado, y por lo tanto del sujeto del derecho. El bolchevismo no tiene en vista una determinada comunidad nacional, dentro de la cual limite la validez de su ideología política, el mismo se presenta en cambio como un movimiento mundial y como una ideología de universal aplicabilidad. Parte de un proceso en contra de la idea de Estado en general: todo Estado para el bolchevismo, de acuerdo a la concepción oficial es ‘un órgano de la tiranía de clase, de la opresión de una clase por parte de la otra, un producto del ordenamiento comprendido a reforzar y a dar carácter de ley a esta misma opresión y por lo tanto a sofocar la lucha de clases’. La negación activa y revolucionaria de cada Estado es la idea base del bolchevismo, el cual por lo tanto no se define como una nueva forma política, como un nuevo tipo de Estado opuesto al denominado burgués, sino un puro anti-Estado. Un Estado bolchevique puede existir sólo como el compromiso de un período de transición, por razones tácticas, justificándose entonces como un instrumento para el desarrollo de la revolución mundial, como ‘plataforma’ de un movimiento destinado a hacer saltar por el aire en cualquier país en donde actúe al mismo Estado. Que esta plataforma corresponda hoy al territorio ruso, esto es considerado como un hecho sumamente contingente: Rusia, en la concepción bolchevique no se define en función de su realidad nacional, sino que es aquella parte de la tierra en la cual lo que se concibe desde el punto de vista bolchevique, como condición normal, como ‘estado de derecho’, ha llegado a realizarse, mientras que en todos los otros lugares del planeta, gobernados por Estados ‘burgueses’ y nacionales, regiría en cambio una situación anormal desde el punto de vista bolchevique, antijurídica e ilegal, puesto que, de acuerdo al ‘derecho’ bolchevique, sólo el proletariado a-estatal y a-político es considerado como sujeto de derecho y propietario legítimo de toda la tierra. He aquí algunas citas interesantes recopiladas por Bockhoff. Las mismas pertenecen a Stalin. “La ley de la revolución violenta del proletariado, la ley de la disolución de la máquina estatal burguesa cual condición preliminar de una tal revolución tiene validez para el movimiento revolucionario de los países del mundo entero”. “La dictadura del proletariado no puede surgir como resultado de una evolución pacífica del Estado burgués y de la democracia burguesa, sino puede realizarse sólo luego de la destrucción de la maquinaria estatal, del ejército burgués, del aparato burocrático burgués, de la policía burguesa”. “Sólo el Estado soviético está en grado de preparar la extinción del Estado, que es un elemento fundamental de la futura sociedad comunista a-estatal”. “La revolución victoriosa en un país no debe considerarse como una cantidad en sí, sino como base y ayuda para acelerar la victoria proletaria en otros países”.
Nos encontramos pues en presencia de la más paradojal inversión de conceptos jurídicos tradicionales, ante una antítesis total e irreductible, dado que, desde el punto de vista de las anteriores formas jurídicas, el bolchevismo aparece con esto como directamente anti-Estado, su ‘derecho’ como el ‘anti-derecho’ y su acción internacional como exactamente en el plano de la delincuencia anárquica. El “derecho a la realización de la revolución mundial” es particularmente desarrollado por Stalin que lo concreta en la ‘estrategia y táctica’ y legitima con el mismo cada medio y método apto para obtener el fin revolucionario. Todo aquello que en términos jurídicos ‘burgueses’ tomaría la forma de alta traición, de robo, de homicidio, etc., es legalizado jurídicamente y más aun recibe la aureola propia de una acción en la lucha del proletariado en contra de los ‘explotadores y los imperialistas’. También en el uso de esta última palabra se tiene una paradojal inversión de cualquier sentido.
Al haber el bolchevismo decretado que toda tierra y toda riqueza pertenece por derecho al proletariado internacional, todo los Estados aparecen entonces como ‘opresores’ e ‘imperialistas’, mientras que en las maniobras del comunismo para adueñarse violentamente de todo el mundo, no hay ni siquiera una sombra de ‘imperialismo’ y debería decirse en cambio: guerra santa para la liberación.
Bockhoff  hace notar justamente que en tal perversión de nociones tiene un papel notorio la decadencia del Estado en el mundo moderno. El Estado, respecto del cual el bolchevismo declara su ‘ilegalidad’ y quiere su destrucción, en el fondo no tiene nada que ver con el verdadero Estado, sino que es el Estado democrático y de ‘derecho’ en el cual el poder es apenas una sombra, el gobierno una superestructura, la ley un mecanismo formulista, incapaz de dar forma a un tipo orgánico de sociedad, listo en cambio para sancionar los intereses y prevaricaciones de determinados estratos.
Es justamente este seudo-Estado aquel que ha allanado las vías al bolchevismo. Pero Bockhoff resalta con razón que esta polémica entre democracia, liberalismo o Estado jurídico ‘positivo’, y bolchevismo, a nosotros no nos interesa nada: a nosotros nos interesa en cambio el hecho de que existen Estados, algunos decididamente nacionales, y otros que, cualquiera que sea su régimen, no pretenden en cualquier caso renunciar a su soberanía; y que se ha verificado a tal respecto la mayor de las paradojas pensables: estos Estados han reconocido jurídicamente al bolchevismo en la persona de la URSS, la cual no debería considerarse a sí misma como un ‘Estado’, mientas que la soberanía de aquellas naciones, es decir su capacidad de ser sujetos de derecho, es teóricamente no admitida por el ‘derecho bolchevique’, pues éste, tal como se ha dicho, reconoce como legítima solamente la soberanía del proletariado internacional.
En esta estridente paradoja se manifiesta plenamente la incongruencia del formal procedimiento del ‘derecho internacional’ vigente que en su ‘formalismo’ y en su característica escisión del momento político respecto del jurídico, se encuentra en un estado de absoluta indefensión ante la situación nueva creada por la aparición del bolchevismo y sobre todo ante las jugarretas de sus emisarios, habilísimos prestidigitadores en la casuística del derecho liberal. La ‘estrategia y táctica’ del bolchevismo desarrolla en efecto aquí un evidente doble juego. Al jurista bolchevique Korovin se le deben a tal respecto declaraciones características en lo relativo a lo que concierne al ‘período de transición’. También respecto de la idea jurídica societaria él hace notar  que la misma implica un ‘pluralismo jurídico’, en modo tal que el mismo sistema inter-soviético de la revolución mundial podría ser acogido junto a los otros. Otro ideólogo soviético, Pshukanis, se expresa en la manera que sigue: “En la época de la lucha entre el sistema económico capitalista y el comunista el derecho internacional será una de las formas de esta lucha”, y él agrega que en los compromisos y acuerdos del gobierno soviético con los Estados burgueses no se debe ver una contradicción, es decir una renuncia a la tesis de la revolución mundial de parte del bolchevismo, sino hechos dictados por razones de oportunidad y provistos de valor ‘jurídico’ verdadero y propio, por lo tanto pertenecientes a la famosa ‘estrategia y táctica’ stalinista. Esto equivale a decir que el reconocimiento del derecho internacional por el lado bolchevique tiene meramente un carácter pragmático. Son justamente palabras de Makarof las siguientes: que el “derecho internacional es un catálogo de instituciones jurídicas de las cuales se puede recabar lo que es políticamente más conveniente para nuestros intereses”.  Pashukanis nos instruye respecto del sentido de la adhesión de los Soviets a la Sociedad de las Naciones, celoso paladín de la ‘paz’ y del ‘derecho’; “La lucha por la paz, conducida por la Unión Soviética, es uno de los medios para prolongar una pausa que necesitamos para completar la construcción socialista, para ganarnos a todas las masas obreras que, por más que aun no estén maduras para aceptar la idea de la destrucción revolucionaria del capitalismo, sin embargo en la actualidad se encuentran confrontadas con las guerras imperialistas (¡)”.
Se manifiestan aquí, a nivel internacional, las extremas consecuencias del liberalismo. De la misma manera que en lo interior de un Estado determinado la constitución liberal estaba dispuesta para reconocer como partido político ‘legal’ también al de los socialistas y de los anarquistas, cuyo programa era la negación misma del Estado que les acordaba tal reconocimiento, también en el plano internacional una sociedad de las naciones reconoce y acuerda personería jurídica a un Estado es un anti-Estado para el cual su meta principal es la destrucción de todas las demás naciones. Lo más insólito es que estas naciones parecen dispuestas a dejarse atrapar en un truco incluso vulgar, que es el de la distinción bolchevique  entre la intervención oficial del ‘Estado’ soviético y la propaganda comunista, con los relativos Komintern. La nueva constitución soviética, con sus apariencias democráticas que arriban hasta una división de poderes y otras cosas similares, tal como lo hace notar agudamente Bockhoff, no es sino una puesta en escena para atrapar a ingenuos y se encuentra totalmente privada de cualquier tipo de correspondencia con la realidad soviética. En la misma, un elemento fundamental es la separación del partido respecto del Estado, cual “autodominio del proletariado”. Sobre tal base acontece que, mientras la URSS se presenta hipócritamente y de manera burguesa como “el régimen oficial de Rusia”, y como tal se encuentra lista para firmar pactos de no intervención, de no agresión, etc., la URSS, como partido comunista y Komintern se dedica a desarrollar tranquilamente su acción fomentando y sosteniendo cualquier revuelta, organizando el terror rojo internacional. Así pues, mientras Moscú ‘quiere’ la paz y ‘respeta’ el derecho internacional, especialmente el de Ginebra, es decir hace de este derecho ‘apolítico’ y ‘objetivo’ todo el uso que puede para perseguir ‘diplomáticamente’ y ‘legalmente’ sus planes, Moscú, al mismo tiempo, en vestimenta no oficial, como ‘partido internacional’ diferenciado del ‘régimen oficial ruso’,  dirige un frente interno de ataque mundial y de revolución permanente.
Tiene pues razón Bockhoff al declarar que perdurando un tal estado de cosas se manifiesta una cuota inexplicable de irresponsabilidad, de la cual no existe vía de salida si no se decide de manera drástica liberarse de la concepción liberal, ‘formal’ y apolítica del derecho internacional. Cuando luego se pasara a una nueva concepción jurídica concreta, activa, articulada, que tuviese como premisa las comunidades nacionales, es decir unidades inescindibles entre Estado (régimen) y nación y que tutelen el derecho de tales comunidades para asegurarse la propia vida y el propio porvenir, se pondría por vez primera como problema jurídico el de la no existencia de un Estado en razón de su ilegalidad, en lo relativo a la URSS en tanto Estado bolchevique. Este Estado debería ser considerado como lo que es de acuerdo a la concepción ortodoxa comunista: ya no como ‘Estado ruso’ o ‘régimen dominante en Rusia’, sino como la plataforma de la revolución mundial, como la parte ya actuada, autoconsciente, de la lucha proletaria, la cual no puede cumplirse totalmente sin la destrucción violenta de todo Estado. Desde este punto de vista, por más que pueda camuflarse, falta la base misma para poder reconocer a la URSS como un sujeto de derecho y un ‘Estado’. Para defenderse de la misma, dice en forma drástica Bockhoff, no hay medio que pueda considerarse ilegítimo ni acción que, en relación a los ‘soviets de los delincuentes mundiales’, pueda considerarse como antijurídica y ‘delictiva’. Hasta que la URSS exista, nos dice, nos debemos sentir, desde el punto de vista del derecho internacional, en una especie de ‘estado de sitio’, es decir en una situación anormal en la cual, en nombre de la salud pública y del orden, las garantías propias de las formas jurídicas normales se encuentran suspendidas y sustituidas por la ley militar. Sería pues necesario crear un nuevo tipo de jurisprudencia activa, que sirva entre otras cosas para definir en términos internacionales,  la correspondencia con aquello que, en lo interior de un Estado determinado, tiene figura jurídica de traición o de alta traición. Y no debemos limitarnos a estigmatizar a los traidores activos, sino también a aquellos que traicionan a través de su pasividad, su irresponsabilidad, su inercia, su prontitud en el compromiso oportunista. El derecho viviente de los pueblos no puede acordarse con el oportunismo: el mismo presupone la claridad, la lealtad y una valiente conciencia. La actual crisis jurídica –dice Bockhoff– hace una misma cosa con la crisis interior, ética y política propia de un derecho apolítico. Los secuaces de un tal derecho no tienen más la fuerza necesaria para juzgar y decidir jurídicamente. El bolchevismo ha actuado como un verdadero reactivo para convertir en bien visible el alcance de esta deficiencia e inconsistencia que se viste bajo el manto de ‘derecho puro’ y ‘objetivo’.
Con todo esto no podemos menos que estar de acuerdo. Pero, tal como decíamos, habría que agregar algo más para arribar a algo verdaderamente positivo. Todo aquello que dice Bockhoff puede tener que ver con medidas a ser tomadas justamente en un ‘estado de sitio’ internacional, pero no puede valer como base para la construcción de un nuevo derecho en un estado normal de cosas. Bockhoff no deja de señalar que el entendimiento italo-germánico-japonés en contra del comunismo marca una primera fase constructiva de los pueblos conscientes de las condiciones de su vida; dice también que la intervención legionaria en España constituye una fase ulterior en este desarrollo. Pero sería necesario ir más adelante, es decir arribar a las condiciones de una unidad que sea superior a la determinada simplemente por la necesidad de una defensa común. Que Bockhoff no proceda en tal dirección es algo que no nos asombra, puesto que sus horizontes parecen comenzar y terminar en el punto de vista de la nación –Volk-  concebida como extrema razón en sí misma. Resulta ser un punto de vista en extremo peligroso, puesto que convierte en contingente y en el fondo puramente utilitario cualquier posible entendimiento entre naciones y por lo tanto es incapaz de proveer una base concreta, ética y espiritual y también una política inspirada en un nuevo derecho internacional. Si las naciones son concebidas como la extrema razón en sí misma, si ellas rechazan reconocer la validez de cualquier principio superior, puesto que de acuerdo a la concepción racista nacional, con las fronteras de la sangre y del Volk son también puestos límites a cualquier verdad y norma, ¿qué especie de unidad supranacional se podrá concebir para ellas? Cuanto más una unidad de defensa, como el caso actual en que ha surgido un enemigo internacional como el bolchevismo, pues de otra forma se volverá a caer necesariamente en formas incorpóreas y contingentes de entendimiento y de derecho, dirigidas tan sólo a regular las diferentes coyunturas de intereses. Para poder afirmar la exigencia de un derecho internacional verdaderamente nuevo y orgánico sería necesario pues superar el punto de vista del particularismo nacionalista, pasar en cambio a la concepción de formas superiores de unidad, que presuponen a las naciones, pero que al mismo tiempo vayan más allá de cualquiera de ellas, puesto que las remiten a un más alto punto de referencia constituido por una idea común, por una común espiritualidad, por un común ideal humano. Lo cual vale lo mismo que decir que no se podrá arribar a una verdadera superación del ‘derecho internacional’ heredero de la democracia y del liberalismo, antes de que en Europa vuelva a asomarse, en una manera u otra, la antigua tradición espiritual del ‘imperio’. Y será entonces que el encuadramiento internacional del bolchevismo se encontrará confrontado con otro, capaz verdaderamente de hacerle frente en todo y para todo.

La Vita Italiana, octubre 1938.