lunes, 30 de mayo de 2011

LA GUERRA TOTAL (en 2011)


Ya Evola y Carl Schmitt en el pasado siglo hicieron notar oportunamente que, a raíz de la irrupción de la modernidad, las guerras habían cambiado notoriamente sus caracteres esenciales en tanto pasaban de ser guerras parciales, acotadas a determinados problemas específicos y a espacios reducidos de territorio, para convertirse en guerras totales en las cuales ya no eran más meramente los ejércitos los que luchaban, ni los campos de batalla determinados con antelación los lugares en donde se desarrollaban los combates, sino el territorio entero, así como la población en su conjunto era la que participaba ahora de la misma. De este modo no nos encontramos más con ejércitos profesionales que combaten con otros de su mismo tenor, sino con la idea arraigada de la totalidad del ‘pueblo en armas’, de la guerra como un hecho que compromete y abarca a la nación entera. Y el enemigo al que se enfrenta ya no es el rival que simplemente disputa con nosotros un determinado espacio o una cierta hegemonía, sino que a partir de ahora pasa a convertirse en el representante del mal, el réprobo al que hay que no solamente vencer haciéndolo retornar a su condición anterior una vez que se ha lavado una ofensa, tal como sucediera siempre en las guerras normales, sino que se trata en cambio de una entidad maléfica a la que hay que aniquilar y destruir y ante la cual cualquier tipo de recurso, incluso reñido con cualquier norma jurídica o moral, resulta justificable en función de tal fin.
Este cambio de hábito y mentalidad, como en todos los casos, no se produjo de golpe sino que se ha venido operando lentamente, de manera sutil, en modo tal que las personas terminasen asumiendo como normal lo que es en cambio una situación de anomalía. El primer cambio se ha producido primero en el lenguaje cotidiano al haberse suprimido la distinción que siempre existiera entre el enemigo privado y el público al cual las lenguas clásicas calificaban con términos distintos: inimicus para el primero, hostis para el segundo. En el primer caso se trataba del enemigo moral, del desacreditado socialmente en tanto transgresor de la norma colectiva y frente al cual debía caberle la caída del peso de la totalidad de la ley en tanto había confrontado contra lo que se reputaba como bueno y el castigo y la sanción, luego de un juicio ejemplar que podía incluso llegar hasta la muerte de acuerdo al mal producido, representaba la secuela normal de tal conflicto. En cambio el enemigo político era el otro, aquel que era diferente de nosotros en tanto nos disputaba un mismo espacio y una condición de dominio y ante el cual, tal como aun se suele hacer en las competencias deportivas, se lo podía combatir con vigor y energía, pero una vez que había concluido la confrontación, con un vencedor y un vencido, con los pertinentes premios y castigos recabados del combate, se lo seguía respetando como tal, no considerándoselo distinto de uno ni transgresor de ley alguna, sino simplemente como aquel al cual la suerte de las armas le había sido adversa o provechosa. Y hasta en algunos casos, a medida que nos retrotraemos más en el tiempo, se juzgaba que en última instancia el resultado de un combate más que estar determinado por la acción del hombre, simbolizaba una elección divina por la cual, a través del mismo, quedaba establecido quién tenía razón y las cosas por lo tanto volvían siempre a la normalidad en tanto sea la victoria como la derrota eran reputados como un ‘juicio de Dios’ en relación al que se encontraba en lo justo ante un diferendo.
Con la modernidad las cosas serán muy diferentes: al haberse suprimido la dimensión de lo político, incluso en el lenguaje cotidiano en donde ha desaparecido ya la distinción con la esfera moral, el enemigo pasa a ser asimilado al mismo grado del transgresor de una norma ética. Y esta concepción, si bien tuvo varios antecedentes, realizará su verdadera irrupción con las dos guerras mundiales, en un grado cada vez mayor y ascendente hasta llegar a nuestros mismos días con una guerra no declarada pero que se está combatiendo en donde tal postura de guerra total ha alcanzado límites de verdadero paroxismo. Ya en la Primera, luego de una vasta campaña propagandística en la que se calificaba a uno de los bandos como asesino y criminal, es decir como inimicus y no como hostis, cuando la misma llegara a su conclusión, en el famoso Tratado de Versailles, se le impusieron condiciones al vencido similares a las que se le aplican a un bandido que ha destruido una hacienda ajena, lo que debe reparar con la totalidad de su patrimonio, hipotecando así el futuro de tal nación y estableciendo así por sus condiciones humillantes y depredadoras, las bases necesarias para que por reacción y resentimiento se produjese el estallido de una Segunda guerra la cual, luego de un transcurso similar e incluso más agravado en su desarrollo y en las demonizaciones pertinentes del enemigo, llegó aun más lejos en los procedimientos implementados contra el vencido, enjuiciando a través de un tribunal establecido ad hoc (hecho inédito en la historia universal del derecho) a los derrotados a los que incluso se llegó a ajusticiar.
Evola hace notar aquí la paradoja de lo que aconteciera en las dos guerras. Las fuerzas vencedoras en los dos casos representaban los principios propios de la burguesía, triunfantes en la revolución francesa, para los cuales la guerra era concebida como un mal en sí mismo que había que llegar a eliminar con el tiempo en tanto significaba un obstáculo para la obtención del bienestar, pero paradojalmente se reputaba que para llegarse a tal situación de paz perpetua y universal, ello debía hacerse a través de la guerra misma la cual, en tanto era concebida como una lucha en contra de la guerra en tanto tal, debía por lo tanto ser total y absoluta como si se tratara del combate final de los últimos tiempos entre ángeles buenos y malos. Mientras que en la antigüedad la guerra se la consideraba como una situación normal en el hombre por la cual se buscaba la resolución de un conflicto que no se podía efectuar por otra vía, ahora por el contrario la misma es reputada en sí misma un mal, una cosa que debe ser eliminada totalmente de la naturaleza humana. Por lo que la guerra se fue perfilando siempre más como un antagonismo absoluto entre dos bandos, el de los buenos y pacifistas que querían el bienestar de la humanidad y el de los malos y militaristas que en cambio buscaban lo contrario. Sucedió así que en los casos de las dos guerras aludidas el ‘enemigo’ representaba aquella fuerza que primeramente a través de la figura del militarismo prusiano y luego del nazismo significaba, por el contrario de lo sustentado por la revolución francesa, la primacía del factor político y militar por sobre lo económico y burgués. El aspecto absurdo pues que se nos presenta es que la ideología pacifista y burguesa, en la medida en que ha hecho de la lucha en contra de la guerra su propia razón de ser le ha otorgado a la misma una carga emocional más que significativa, volcando hacia tal meta una cantidad ingente de recursos y paradojalmente, a pesar de su pacifismo, ha terminado convirtiendo a ésta en total y absoluta no teniendo pues ningún límite en su alcance y aplicación pudiendo abarcarlo absolutamente todo, hasta poblaciones enteras que, en función de tales ‘nobles principios’, son masacradas meticulosamente mediante el empleo de armas letales con secuelas para generaciones futuras en razón de los ‘progresos’ en la energía atómica con daños genéticos irreversibles, pues en realidad las víctimas se estarían sacrificando en función de esa gran meta universal de lucha en contra de la guerra y por la paz perpetua. Resulta curioso al respecto la facilidad con la que se sigue aceptando hoy en día que en función de dicha ‘paz’ y de la lucha en contra del belicismo y por los derechos humanos, la nación que se ha reputado campeona en la defensa de éstos haya sido la única en la historia que haya lanzado dos bombas atómicas sobre indefensas poblaciones civiles produciendo daños que aun hoy se computan y que incluso se haya llegado en su momento a la desfachatez de denominar a tal acción como ‘bomba de la paz’ en tanto de acuerdo a su lógica se trataba de una acción signada por el noble principio de la lucha en contra de la guerra. Y más absurdo todavía resulta que sea esta misma nación y sus satélites las que hoy adviertan al mundo de los grandes peligros representados por el hecho de que alguna fuerza ‘terrorista’ (como si acaso ellos no lo fueran) pudiese hacerse con tales armas que en realidad sólo ellos han sido capaces de usar sin escrúpulo alguno. (1)
Pero esta situación de extrema radicalización de las guerras en una instancia absoluta que no se conociera nunca en la historia universal, a pesar de reputarse a ésta época como la más perfecta y superior a todas las que le han preexistido, nos ha traído otra paradoja. En la medida que las guerras se han hecho cada vez más riesgosas en cuanto a las secuelas que puedan producir por la utilización de armas nucleares se ha llegado así a la situación de que tal procedimiento que antes se utilizaba como una manera efectiva para dirimir un conflicto de un modo definitivo permitiendo así a las partes abocarse a un nuevo asunto tras su conclusión, ahora en cambio por la razón antes apuntada se evita hacer o declarar las guerras por los riesgos que éstas conllevan para el ‘bien de la humanidad’ en razón de su carácter total y deletéreo, sin que por otro lado esto signifique la desaparición de situaciones hostiles entre los contrincantes, sino por el contrario acontece que la no realización de una guerra que permitiría poner punto final a un problema hace que deban sucederse interminables acciones colaterales de hostigamiento y de guerras no declaradas, como por ejemplo la que los EEUU hoy desarrollan en Pakistán, con matanzas sistemáticas, pero no hechas públicas a fin de no sensibilizar en exceso a los organismos de derechos ‘humanos’ muy preocupados con otras cuestiones, de aproximadamente unas 300 personas semanales entre la población civil de este país mediante el uso de aviones inteligentes o ‘drones’ que lanzan sistemáticamente misiles también inteligentes, pero no tanto, contra blancos que se encuentran en poblaciones con la seguridad de que mezclados entre las mismas se esconden también tremendos terroristas, es decir esas personas que representan esa mentalidad belicista que hoy en día interfiere con el progreso y que por lo tanto hay que destruir a fin de alcanzar la meta de la paz perpetua.
Y como la cadena pareciera no tener un límite de contención donde hemos llegado al descontrol absoluto en lo concerniente a situaciones de guerra total y sin reglas de ningún tipo lo tenemos con lo acontecido en estos días con el reciente ‘asesinato’ de Osama Bin Laden. Notemos al respecto que ya en la misma calificación del hecho los medios del mismo sistema, con una desenvoltura alarmante, no hablan ya de ajusticiamiento de una persona. Nadie por ejemplo hubiera dicho hace 60 años que se asesinó a los condenados en Nüremberg cuando tras un juicio parecido a un linchamiento se los ahorcó, sino que en ese entonces, conservando aun alguna forma, se decía todavía ajusticiamiento. Ahora en cambio pareciera que las últimas barreras de la hipocresía se han roto de manera definitiva y que no exista ni siquiera el cuidado por las apariencias utilizándose por primera vez palabras que son más propias de un ilegal que de un sistema basado en la ley y lo más inverosímil es que se lo haga en notoria transgresión del mismo en referencia al tema propio de lo que significaría la defensa de la civilización y los demás valores de la modernidad. Por lo tanto hemos entrado ya a un terreno en el cual, de acuerdo a la lógica propia de la guerra total, todo vale en contra de aquel al que se reputa como enemigo de dicha civilización, aun aquellos procedimientos que de palabra la misma niega enfáticamente y por los que dice estar dispuesta a combatir. No solamente es lícito asesinar a un enemigo indefenso y aun decirlo sin ambages, sino que también lo es torturar a alguien para saber dónde se encuentra el peligroso terrorista al que se va a luego a asesinar. Y más todavía, para evitar que del mismo pueda haber alguna memoria heroica, es decir para completar el acto de asesinato, hasta se lanza el cadáver al mar violando hasta las normas más elementales de la humanidad. La frase de Obama manifestando luego de tal sarta de fechorías que ya más nada le está prohibido hacer a los EEUU, es digna más que de un presidente ganador de un premio Nobel, de Al Capone. Ya en su momento al referirnos a las cualidades extremistas propias de una descendiente de esclavos libertos, como la ex secretaria de Estado de Bush, Condolezza, explicamos cómo en ciertos individuos de la raza negra, atávicamente desposeída y postergada, estas acciones de revanchismo suelen hallarse plasmadas a través de la asunción fanática de los principios de la modernidad.
Hemos llegado pues a la instancia final de la guerra total en la cual la lucha contra el enemigo absoluto no admite más ni siquiera la alegación de la ley, como en cambio se lo hiciera en grados sucesivos en las dos anteriores contiendas mundiales. Todo vale ahora en la guerra total, pareciera haberse llegado al punto del combate final entre dos enemigos irreconciliables en el cual todo es posible hacer con tal de llegarse al aniquilamiento del otro. Ante ello la consideración final que nos queda se refiere a la actitud a asumir por parte de quienes, al no reputarse modernos es decir al no concordar con los valores de tal civilización señera, hoy se encuentran también transitando aun en contra de su voluntad por la condición de ‘enemigos’ y en situación de guerra total. Hemos llegado así a la conclusión de que de que al hallarnos en la etapa última y más aguda de tal circunstancia, habiéndose estereotipado hasta límites extremos el concepto de enemistad política en donde vemos cómo el moderno con tal de hacer valer los principios que él considera como los únicos valederos se encuentra dispuesto aun al exterminio y aniquilamiento de todos aquellos que no quieran compartirlos.
¿Qué hacer entonces cuando la guerra ha alcanzado la condición de total? ¿Cuáles son los medios que debe asumir un hombre de la tradición que conserva aun los valores del heroísmo y del espíritu que informaron a las grandes órdenes de la caballería? Indudablemente de la misma manera que no se puede enfrentar con una lanza un tanque de guerra, tampoco es posible practicar las reglas propias del caballero cuando uno no se encuentra frente a un par. La consigna debe ser pues la que ya formulara en su momento Ernst Jünger en una obra que lleva su mismo nombre: la movilización total. Se trata aquí de movilizar en el hombre todas aquellas grandes energías especialmente las que han sido postergadas en un mundo abismal en cuanto a la negación del ser y de todos los valores; frente al nihilismo que el mismo conlleva se trata de efectuar una afirmación absoluta de sí mismo. Y la idea tendría que ser aquí que si el moderno en la guerra total ha movilizado la totalidad de sus medios para hacer frente a quienes lo niegan en su esencia en modo tal de no medir ningún tipo de acciones ni reglas, estando dispuesto a utilizar absolutamente todo lo que encuentre a su alcance, aquí habría que hacer hincapié en aquello que posee la tradición y de lo cual en cambio carece el moderno, que es propiamente la vía de la trascendencia. Al respecto Julius Evola en un texto significativo, al analizar el fenómeno kamikaze en Japón durante la segunda guerra, lo concibió como un procedimiento idóneo para destruir el poderío de la sociedad de la máquina y de la mera vida sustentada por la modernidad. El kamikaze, representa justamente aquella instancia de la movilización total de la persona en la contienda bélica, se trata de aquel que es capaz de poner en juego una dimensión superior de la que el moderno carece, que es la de la trascendencia, de aquello que es más que simple vida. Justamente una de las características propias de la guerra total implementada por el moderno consiste en haber tratado de sustituir en la mayor medida posible al hombre por la máquina ya que éste en la guerra que él lleva a cabo en contra de la guerra lo que busca en última instancia es seguir estando vivo a cualquier precio para seguir disfrutando de la vida, el kamikaze en cambio no lucha en contra de la guerra, sino que ve en ésta un camino para conquistar el cielo. Esto permite desplegar un heroísmo superior del que la fuerza moderna carece totalmente. En el artículo aludido el autor hacía notar sin embargo con un cierto pesimismo que dicha acción fracasó por haberse emprendido demasiado tarde cuando ya la guerra estaba concluyendo y como una estrategia última y desesperada a fin de defender posiciones que ya se daban por perdidas. Esto es justamente lo que no sucede ahora en la actual etapa de la guerra total en los diferentes frentes abiertos especialmente en el mundo musulmán. Allí el kamikaze o mártir está presente desde el comienzo de la misma en la medida en que se pretende de esta manera contrarrestar la abrumadora superioridad de la máquina que presenta el enemigo moderno en su contienda produciéndole daños incalculables. Desde nuestro punto de vista ésta será el arma a la que no podrá hacer frente el mundo moderno y lo que tarde o temprano representará el comienzo de su final y será el camino idóneo paradojalmente para terminar con esta anomalía de guerra total.


(1) Causa verdadero asombro, cuando no repugnancia, leer cómo en medios que tendrían que ser afines a estos principios que aquí sustentamos se siga calificando a personas como Bin Laden y a otras de su misma orientación como ‘terroristas’ haciendo así pensar que los que los persiguen y combaten en cambio no lo serían. En realidad lo que habría que decir es que si se reputan como terroristas las acciones bélicas de Al Qaeda por haber acontecido en ciudades y contra objetivos en algunos casos civiles, ello no ha sido causado por tal organización sino que se trata de un procedimiento de represalia ante acciones similares efectuadas en diferentes países del mundo musulmán por parte de la aviación norteamericana. Y las acciones de represalia siempre fueron lícitas en todas las guerras.

Marcos Ghio
29/05/11

lunes, 23 de mayo de 2011

LA OLA DEMOCRÁTICA


En cualquier caso las distintas rebeliones democráticas que se suceden, sea en el mundo árabe como en Europa, nos resultan sumamente satisfactorias por razones que obviamente no son las mismas que sustentan los modernos.
Quizás el mejor ejemplo de cómo el mismo hecho pueda recibir adhesiones contrastantes ha sido el caso notorio conocido en esta semana de las declaraciones emitidas sea por el presidente Obama como el propalado cassete del último mensaje del asesinado Osama demostrando ambos su conformidad e incluso entusiasmo con las rebeliones que se estaban sucediendo específicamente en el norte del África desencadenadas a partir de las revueltas callejeras estalladas en las distintas plazas Tahir. Pero por supuesto las razones que impulsaron a ambos han sido sumamente diferentes. Mientras que el yanqui ve en tales revueltas la confirmación de la utopia moderna para la cual el mundo marcha espontáneamente hacia el triunfo de la democracia a la cual se considera como el reino de la jauja universal y el progreso, Bin Laden en cambio opinaba que representan el camino apropiado para que el fundamentalismo, es decir el régimen que rechaza tal sistema en tanto sostiene el califato y la Sharia, pueda prosperar. Y al respecto nos recuerda el caso específico de Irak. Antes, con la dictadura de Saddam, el fundamentalismo no existía en tal país, pero ahora, gracias a la invasión norteamericana y a la ‘democracia’ que allí se ha instalado, se ha convertido en la fuerza política alternativa y en el gobierno paralelo existente. Ya en Túnez, Egipto y principalmente en Libia dicho movimiento, que también antes no existía o era irrelevante, está de a poco comenzando a ocupar espacios en modo tal de convertirse en la verdadera alternativa en el proceso revolucionario (1). Por ejemplo se han conocido varios hechos que avalan tal tendencia. En Egipto, luego de la rebelión ‘democrática’, han quedado en libertad los principales miembros de la organización fundamentalista, algunos de los cuales incriminados en el atentado que diera con la vida del ex presidente Sadat. En Túnez el partido islamista, otrora proscripto por el régimen destituido, ha retornado a la actividad presentándose como la principal fuerza en el próximo proceso electoral. Y el acontecimiento principal lo hemos vivido en Libia en donde no han sido casuales las denuncias efectuadas por Gaddafi en el sentido de que es Al Qaeda la fuerza que está dirigiendo la rebelión en su contra y que en la localidad de Verna en Cirenaica ya está funcionado un emirato. Y se podría continuar con ejemplos similares y aun más significativos como en Yemen en donde Al Qaeda ya controla una región del país o en Jordania y hasta en la misma Siria en donde se manifiesta una participación activa en las protestas populares.
Pero nosotros queremos referirnos aquí a las recientes revueltas democráticas que hoy acontecen en distintas ciudades europeas y que han tenido su origen en un movimiento espontáneo de jóvenes autoconvocados por Internet en la plaza del Sol de Madrid el pasado 15 de mayo. Se ha querido al respecto vincular tal movimiento con lo acontecido en las plazas Tahir del norte del África y se ha dicho, al mejor estilo de Obama, que esto es una nueva expresión de la primavera democrática que sacude al mundo entero. Sin embargo hay que hacer aquí algunas aclaraciones indispensables. La situación que hoy se vive en Europa no es por supuesto la misma del mundo árabe. Mientras que en este último caso la consigna es la salida del poder de regímenes dictatoriales estrechamente vinculados con el ‘mundo libre’ y enfrentados a la fuerza islamista en modo tal de haber sido impulsados por éste en su momento como una forma de contención, allí es en cambio a la inversa lo que sucede. La rebelión es contra gobiernos que son también democráticos y a los cuales se quiere desplazar sustentando justamente el mismo principio en que éstos se fundan: la idea de la democracia universal omnicomprensiva y como bien supremo y absoluto. Los jóvenes y los que no lo son tanto que hoy protestan no lo hacen porque quieran por primera vez implantar una democracia como sustituto de una dictadura, como en cambio sucediera en el Norte del África, sino que lo que los ha motivado a hacerlo ha sido la profunda crisis que vive el país acontecida en el contexto de un sistema democrático. Y al respecto no ha sido casual que haya sido en España el lugar en donde se ha desencadenado tal movimiento en tanto que es aquel que está padeciendo esta situación en su forma más dura con cerca del 20% de su población activa desocupada.
Yendo ahora al problema que nos importa relativo a los principios que se sostienen en tales revueltas, habría que explicar que lo que dicho movimiento no intuye ni siquiera remotamente es que el verdadero mal que ha sacudido a la población europea no ha sido la falta de democracia, sino a la inversa la existencia en exceso de tal sistema perverso, el cual como tal, como un verdadero cáncer, tiende siempre a propagarse, siendo ellos mismos, sin darse cuenta, una verdadera consecuencia y no una negación del proceso. La democracia se basa en una falacia fundamental que es la de considerar que el hombre no necesita ser gobernado, sino que solamente precisa contar con una buena administración de los recursos que tiene a su alcance. Y al respecto, en tanto se basa en una verdadera impostura, ha gestado una maliciosa confusión semántica al identificar entre sí a tales términos opuestos, administración y gobierno, del mismo modo que lo ha hecho también con los de individuo y persona, como si se tratasen de una misma cosa. Resaltemos una vez más que entendemos por gobierno la acción efectuada para hacer primar en el hombre la parte superior de sí mismo por sobre la inferior, lo racional sobre lo sensitivo, la voluntad libre por sobre el mero instinto o capricho, es decir de lo espiritual sobre lo material. Y esto, que sólo en algunos puede ser efectuado por uno mismo, en la mayoría debe ser realizado por otros, consistiendo en esto justamente la función de gobernar, la que se basa en el principio opuesto que rige en la democracia, el carácter desigual de las personas en tanto, tal como se afirma desde Platón, se encuentran aquellos que por una disposición superior han sido capaces de gobernarse a sí mismos y la inmensa mayoría que en cambio, en tanto no es capaz de hacerlo, necesita de otro que la guíe y conduzca para tal fin.
La idea tradicional es pues la de que el hombre debe ser rectificado en su naturaleza, que la existencia no es una cosa dada de manera definitiva, sino que es un combate incesante para hacer primar en éste su condición superior de persona por sobre la de mero individuo gregario y animal y que, como se trata de una lucha, hay algunos que ganan y otros que sucumben, hay algunos que alcanzan a ser personas y otros que en cambio consumen toda su vida sin siquiera haber rozado mínimamente un rasgo de tal condición. Lo cual es exactamente al revés de lo que sucede con la democracia instaurada en nuestro mundo a partir de la revolución francesa, aunque con claros antecedentes en movimientos anteriores. Para ésta por el contrario, la naturaleza que se trae al nacer no debe ser modificada, es decir educada y gobernada, sino en cambio a la inversa la función del gobierno (en realidad de la administración) es la de facilitar su libre despliegue, evitando todos los obstáculos ‘autoritarios’ y ‘fachistas’ que interfieran con el mismo. Sucederá entonces que al habérsele vedado al hombre la esfera espiritual más alta, la que era una cosa espontánea y libre solamente en las aristocracias en el verdadero sentido del término, las que actuaban como un faro de luz para el resto, la humanidad democrática ha quedado recluida a la dimensión de la materia y la economía por lo cual hoy en día se entiende por buen gobierno ya no más el que conduce al hombre hacia las dimensiones superiores que conviertan a los gobernados en seres libres y personas, sino a aquel que por su mayor destreza y astucia despliega las mejores posibilidades en la función de llenar el vientre de los habitantes, sin importar en tal caso la estatura espiritual que pueda tener. Eso es también lo que explica que sea recién en el momento en que el estómago comience a crujir y cuando no se posean más las capacidades propias del consumo absoluto que la democracia promete sea entonces allí que las personas se den cuenta de que los gobernantes son ladrones y corruptos. Y esto tiene una explicación muy clara. Como el mundo que propone la democracia no es el espiritual, no es más el paraíso en el cielo, sino en la tierra, la materia y esta existencia se convierten en el absoluto que debe ser colmado siempre más con bienes y placeres, el reino de lo cuantitativo que incluso se expresa numéricamente con los votos, en modo tal de que si a esto le asociamos las campañas propagandísticas para consumir siempre más cosas y ocupar y aturdir nuestro tiempo libre siempre con más objetos y tecnologías superfluas, además de las severas destrucciones al medio ambiente que se produce en razón de tal compulsión, sería necesario hoy en día tener un planeta al menos cincuenta veces más grande para satisfacer todas las necesidades que se han creado en función del nuevo cielo que se promete para que pueda ser disfrutado por todos los habitantes.
No casualmente estos movimientos piden más democracia en tanto que no solicitan que se les brinde una forma diferente de ser, alguien que los gobierne indicándoles un camino superior al de este mundo en crepúsculo por el que transitan, sino por el contrario poder realizar con menos gobierno que antes, es decir con más democracia, lo que ésta les prometía y no lograba hacer. Es indudable que todo esto, que debe acompañarse también de un desaforado pacifismo en tanto la guerra sería un obstáculo para el placer y el consumo que solicitan a gritos, así como por un rechazo por toda forma de fascismo y ‘autoritarismo’ es decir por toda cosa que refrene sus desórdenes, esté destinado a profundizar aun más la crisis del sistema sumiéndolo en una situación de caos y parálisis irreversibles. Y en tal aspecto debemos considerarlo positivo, pues se trata como el síntoma de un proceso terminal, en tanto que el nuevo árbol sólo brotará de las ruinas del mundo anterior y bien sabemos que para que éste crezca con mayor rapidez y vigor el abono cumple una adecuada función.


(1) Esta circunstancia real e irrebatible ha hecho que un notorio agente del sistema como el francés Thierry Meyssan, encargado a través de su página Voltaire de desprestigiar al movimiento fundamentalista considerándolo falsamente como agente de la CIA, haya dicho que porque ahora Al Qaeda se habrá de convertir en la fuerza que se pondrá en la cresta de la revuelta contra los gobiernos árabes, que los EEUU quieren desalojar del poder en tanto se han convertido en sumamente impopulares, entonces habría vuelto a convertirse en buena, tal como lo fuera antes cuando combatiera al comunismo en Afganistán. Y que por tal razón se habría desembarazado de Bin Laden, en tanto era la representación del factor malo y antinorteamericano de tal fuerza. En su esquematismo personas como Meyssan no pueden concebir que existan seres libres que no tengan por qué obedecer a alguno de los poderes en pugna, ni al poder norteamericano contra el cual él se ubica ni al ruso, la otra cara del sistema, al cual sirve desde hace tantos años.

Marcos Ghio
23/05/11

martes, 3 de mayo de 2011

¡GLORIA AL HÉROE!


No han pasado ni 48 horas de la muerte del ‘guerrero de Dios’ (son palabras del líder de Hamas) que ya la prensa venal, junto a una serie de comunicadores a sueldo, se ha encargado de emponzoñar su figura hasta poniendo en duda que realmente hubiese existido*.
Ya decía Carl Schmitt que en política hay dos tipos de personas: los amigos y enemigos. Y al respecto, en tanto la guerra es además psicológica, existen también dos tipos de discursos diferentes, uno para los amigos y otro para los enemigos. Y esto Norteamérica, que es una potencia política, lo ha venido aplicado desde su misma existencia. Al amigo en este caso se lo entusiasma con el discurso relativo a la muerte de Bin Laden así como antes se lo escandalizara con las muertes acontecidas en los atentados del 11S y al enemigo, que agrupa a ese vasto contexto de personas que no quieren de ninguna manera a los EEUU, en cambio se lo desmoraliza convenciéndolo de que no existe en la tierra un poder suficiente para derrotarlo y menos aun alguien que lo haya podido hacer con escasez de recursos como en el 11S en donde se invirtieron nada más de 500.000 dólares y se inmolaron apenas 19 mártires para producir la primer catástrofe militar de grandes proporciones en territorio yanqui. A ese enemigo hay que convencerlo por lo tanto de que no es cierto lo que Bin Laden decía de que se trataba de un tigre de papel y que en cambio todo fue un montaje hecho por ellos mismos en tanto son los únicos con capacidad suficiente como para propinarse un daño semejante. Y así como el 11S se puso el pasaporte intacto de M. Atta entre las ruinas de uno de los aviones que impactó en las torres a fin de que se pudiese decir que fue un montaje, ahora tiran al mar la salma del mártir para que esas mismas personas duden del hecho y que se diga o que no existió nunca alguien con capacidad de vencerlos o que por esa misma razón ya estaba muerto; total a los miles de imperialistas que salieron a las calles ya los entusiasmaron con la verdad, ahora de lo que se trata una vez más es de desalentar a los enemigos con la mentira que varios crédulos o maliciosos se encargarán de difundir especialmente. Y ello es porque no quieren un Che Guevara fundamentalista, sino un vulgar agente de la CIA al cual no se pueda venerar.
A tales periodistas venales que han dicho tantas veces que fue agente de tal organización habría que pedirles que de una vez por todas que se decidan a presentarnos pruebas de ello. Los más serios analistas como Paul Bergen, que fue uno de los pocos que lo entrevistara en vida, lo rechaza rotundamente por una razón similar agregando también que Bin Laden en plena guerra de Afganistán ya se manifestaba en contra de Norteamérica.
¡Qué estúpida debe haber sido entonces la CIA para haber financiado a un antiyanqui! Pero su estupidez al parecer continuó más tarde. En 1993 la CIA, que aparentemente es adepta al masoquismo y la autoflagelación, siempre a través de tal agente produjo el operativo Halcón Negro en Mogadiscio que significó la más humillante derrota de los norteamericanos de toda su historia por lo que el que la llevó a cabo pudo manifestar que destruir al imperio norteamericano es más fácil que hacerlo con el ruso, cosa que había hecho antes en Afganistán. Basta tan sólo producirle mil guerras para desgastarlo. Así fue como la CIA, contando siempre con la colaboración de tal agente, produjo el famoso 11S años más tarde con resultados altamente halagadores para tal organización que, como recordamos una vez más, es masoquista. Antes de esa fecha EEUU era la potencia universal sin rivales de ningún tipo, al menos de acuerdo a los que nos pintaban los panelistas de tal organización de todas las tendencias, pero después se demostró de una incompetencia sin límites. No ha sido capaz ni siquiera con la alianza de 43 naciones de derrotar a una simple banda armada en Afganistán a pesar de haber empleado 10 años para ello. Las guerras se les fueron sumando de a poco, Irak, Pakistán, Somalia, Yemen, Magreb, etc. y si seguimos llegamos a las mil que nos prometía el mártir. Y los resultados hoy están a la vista aun en el terreno que más les interesa a los modernos. Antes del 11S el oro costaba 300 dólares la onza hoy vale casi 1.600. EEUU era el país acreedor del mundo entero, hoy le debe a todos y si a China se le ocurriera desprenderse de sus reservas en dólares en pocos días se derrumba el imperio norteamericano y por extensión también el europeo que también luego de esa fecha ha comenzado su rumbo descendente por haberse asociado a las aventuras norteamericanas . Y podríamos seguir por lo que la consecuencia a recabar de todo esto es la siguiente: o la CIA es estúpida o nosotros no somos lo suficientemente inteligentes como para comprender sus planes o también, lo que resulta más convincente, que sea la misma CIA la que se encarga a través de una falange de asalariados o idiotas útiles de difundir campañas de desprestigio hacia la única fuerza que realmente los está derrotando.
Hoy ante esta muerte queremos decir que Bin Laden fue un verdadero mártir. Perteneciente a una familia de multimillonarios no quiso ser como su padre amigo de la familia Bush, sino derrotar al gran Satán, el mismo que diera cuenta a través de sus esbirros nativos de su maestro Sayid Qtub. Su concepción era la de un mundo en el cual lo sagrado primara sobre lo profano y la vida fuese concebida en función de una dimensión trascendente. Y como además de mártir fue un gran estratega comprendió que para derrotar a ese imperio de perversión el primer paso consistía en eliminar al falso enemigo que en los bastidores le daba la mano. Fue así como estuvo entre aquellos que integrara la Legión Árabe que batió al imperio soviético en Afganistán. Lo demás lo hemos dicho en el párrafo anterior, su organización fue la única que logró producir una verdadera derrota al imperio norteamericano y su muerte de ninguna manera significa un menoscabo a dicha lucha. Es cuestión solamente ahora de llevar a cabo la batalla propagandística contra aquellos que empeñados en defender al imperio norteamericano, a veces ocultando sus verdaderas intenciones, quieren desmerecer al único que lo ha podido derrotar.
¡Gloria al héroe!

• Es de destacar que esta actitud de duda razonable sustentada por el Movimiento talibán que exige mayores evidencias debido a que varias veces se inventaron muertes de combatientes por razones propagandistas no tienen nada que ver con las de aquellos que en cambio lo sostienen basados en la inexistencia de Al Qaeda y Bin Laden, sugestión ésta creada especialmente por la CIA.

CENTRO EVOLIANO DE AMÉRICA

lunes, 2 de mayo de 2011

ARGENTINA: A PROPÓSITO DE LA NUEVA DISYUNTIVA ELECTORAL

DEMOCRACIA E IMPOSTURA


Si las cosas no son modificadas a último momento con algún imprevisto, ya sabemos con anticipación de varios meses que los argentinos deberán ‘elegir’ para las próximas elecciones entre dos figuras que llevan los apellidos de los principales líderes políticos de los últimos años de democracia. Y en tanto no queremos entrar en mayores detalles respecto de un tema que nos interesa relativamente en cuanto a su valor, digamos que como nos encontramos con un sistema que para existir debe basarse en la impostura esencial de que el pueblo puede gobernarse a sí mismo, como consecuencia de la misma todo aquí resulta mentira y corrupción, así como deben ser también corruptos sus principales mentores.
Nunca podré olvidar al respecto que cuando enseñaba resultaba prácticamente imposible explicarles a jóvenes que no lo habían vivido que cuando el presidente Illia fue tumbado por una rebelión militar, además de percibirse en toda la sociedad una sensación de gran alivio por haberse liberado de un inepto, salvo unos 20 exaltados que lo rodearon en señal de apoyo en el momento de ser detenido, las plazas del país en unanimidad estuvieron silenciosas y hasta el principal jefe del partido de oposición llamó a respaldar al nuevo gobierno militar a fin de no quedar descolocado ante los nuevos hechos. Claro, ¿cómo se podía responder con esta evidencia irrebatible frente a la impostura televisiva que mostraba por el contrario, para referirse al mismo hecho, plazas colmadas, represiones, matanzas y otras sagas similares elaboradas meticulosamente por una intelectualidad servil que, lejos de seguir los postulados propios de su función que es la de indagar y difundir la verdad, se ocupa en cambio, a la manera sofista y mercantil, de utilizar todos los medios tecnológicos a su alcance para hacer triunfar el discurso predominante fundado en la mentira y en la intención de perpetuarse. Y esto se hace extensivo a la gran mayoría de nuestros historiadores que se encargan de relatarnos hechos que, en tanto no los hemos vivido tampoco nosotros, resultan aun mucho más fáciles de deformar.
Pero la impostura hoy llega a límites insospechados siempre gracias a los aludidos medios de desinformación y estupidización colectiva. Cualquiera con un mínimo de conocimiento sabe y es un lugar común aceptado por todos, que la clase política democrática que nos gobierna es corrupta ya que, además de pensar en su propio beneficio, para poder perpetuarse en el poder debe sobornar a gran parte de sus electores a fin de que los sigan votando. Que esta exacción de patrimonio público, que según cálculos optimistas alcanza a unos 20.000 millones de dólares anuales, debe traducirse forzosamente en endeudamientos, encontrándose allí el verdadero origen, que suele habitualmente ocultarse, de nuestra deuda externa. Y también se sabe, en tanto se lo ha vivido, que estas verdaderas exacciones cada tanto suelen pagarse con crisis galopantes que pueden llevar a caídas estrepitosas de los gobiernos habiendo sido precedidas por verdaderos actos de violencia producidos por la desesperación que tiene la gente por no tener siquiera para poder comer al día siguiente. En lapsos muy breves de tiempo la Argentina vivió 2 de estas crisis terminales, en 1989 cuando gobernaba Alfonsín y en 2001 cuando lo hacía la dupla De la Rúa-Cavallo, recordando que este último, con su famoso plan de convertibilidad, había sido previamente impuesto por el peronista Menem (1). En ambos casos la situación llegó a un plano de dramatismo nunca visto antes en nuestra historia habiéndose las dos veces puesto en duda seriamente la continuidad del sistema. Y en las dos circunstancias los gobernantes tuvieron que huir del poder entregándolo en forma anticipada y, como la situación fue agudizándose cada vez más, en el último caso la fuga fue más dramática pues literalmente el presidente tuvo que escaparse en helicóptero con la plaza ocupada por manifestantes enfurecidos dispuestos a hacer justicia con sus manos. Ahora bien, en ambas situaciones en las que la democracia entró en crisis el país tuvo oportunidades adecuadas para liberarse definitivamente de este sistema y suplantarlo por otro que se base en la verdad y no en la impostura, en aquel que haga ver que la función de gobierno debe ser ejercida por una elite calificada y que su fin debe ser más que el de expresar el de transformar la voluntad del pueblo para convertirla en libre. Es decir, liberarla de imposturas, comenzando por aceptar la realidad tal como es y no como la que se ha venido construyendo a través de constantes actos de demagogia. Y es aquí en donde hay que hacer notar la carencia lamentable que hemos tenido de una élite capaz de sostener tales principios que fuesen alternativos al sistema. Cuando en plena crisis del gobierno de Alfonsín se sublevara el coronel Seineldín y las circunstancias se hicieran parecidas a las que se vivieran en 1966, el aludido, lejos de cumplir con el deber que le exigían los grandes acontecimientos que se vivían, consistente en transformar el sistema rectificando el rumbo de manera radical, entró en enjuagues políticos con el partido de la oposición para gestar una nueva salida electoral y democrática. Pero para esto hay que explicar que dicho militar respondía a una vertiente muy arraigada en nuestras fuerzas armadas de sectores vinculados al clero católico. Los mismos llevaron adelante la postura asumida en forma expresa por la Iglesia en el Concilio Vaticano II de conciliar con el mundo asumiendo sus valores intentando ‘cristianizarlos’; por ello tal institución, incluso antes de este acontecimiento, no negó nunca la democracia, sino que pretendió vanamente ‘espiritualizarla’ con los resultados que hoy se encuentran a la vista (2). De este modo el régimen, a pesar de tal intento por ser ‘cristianizado’ y ‘nacionalizado’, pudo así seguir hasta con sus mismos nombres y Alfonsín que llevara el país al colapso de 1989 fue a su vez gestor junto al peronista Menem del más gran desfalco de nuestra historia que se consumara en 1994 cuando, con la excusa de prolongar el mandato del presidente y tener más senadores y cargos para repartir, la nación argentina renunció al ejercicio de la soberanía sobre sus recursos naturales dando así cabida a la aparición de oligarquías de provincias, especialmente patagónicas como la que hoy nos gobierna, que manejan a su antojo recursos multimillonarios.
Pero la gran tarea de reblandecimiento colectivo ejercida sobre un pueblo que como tal no está capacitado para ejercer ningún tipo de soberanía política, sino que en cambio necesita ser gobernado, hace que no sólo puedan transformarse los hechos del pasado que no se ha vivido, sino aun los del que se ha padecido en forma reciente y de manera dramática. Resulta ser que el líder político que llevó al país a una de sus peores catástrofes hoy resulta, luego de su muerte, convertido en un gran prócer en modo tal que su hijo, en vez de vivir apartado y avergonzado por llevar tal apellido, tal como hubiera sucedido en situaciones de normalidad, hoy puede se nominado como candidato presidencial incluso sin internas solamente por tener el ‘privilegio’ de portar ese nombre. Ni qué decir de la esposa del otro finado líder, verdadero producto de las grandes debacles que viviera el país como la convertibilidad que lo encontrara como uno de sus principales defensores, así como la reforma de 1994 que le permitiera usufructuar de beneficios económicos inconmensurables tales como los que le permitieran candidatearse sin necesidad de ayudas foráneas (3).
En fin aquí la disyuntiva que a los que quieren cambiar verdaderamente las cosas les queda es o esperar que se cumpla fatalmente el mandato histórico de la nueva crisis de los 10 o 13 años o por el contrario, rompiendo tal cadena, tratar de cambiar el sistema definitivamente comenzando ya desde ahora con la constitución de una nueva elite que se formule seriamente plantear un orden alternativo a la democracia, lo cual por supuesto, aunque resulte redundante decirlo, no tiene nada que ver con los acontecimientos del pasado, es decir los distintos golpes de Estado, que lejos de querer sustituirla se formularon meramente sanearla, lo cual, tal como se ha visto hasta el hartazgo, es una cosa imposible pues se basa en una profunda impostura.


(1) En realidad, para ser rigurosos, las crisis del sistema que concluyen con la caída estrepitosa de gobiernos en la Argentina se producen siempre en un lapso que dura entre 10 y 13 años con desenlaces dispares. 1930, 1943, 1955, 1966, 1976, 1989, 2001. Esta situación de verdadero absurdo ha hecho que varios analistas económicos, con una desfachatez sin igual, aconsejen por los medios invertir en nuestro sistema bancario hasta 10 años después de la última crisis porque después no se sabe lo que pueda llegar a suceder.
(2) En otras oportunidades hemos hecho notar cómo ninguna de las corrientes que pretenden expresar a la derecha católica en nuestro país –y tomamos los casos sintomáticos de Beccar Varela y Caponnetto que se ensartaron en un debate sobre el tema- niegan la democracia en forma absoluta y radical. El caso más sintomático es el de Caponnetto en su obra La perversión democrática en donde, a pesar del acertado título empleado, dedica largas páginas para explicarnos la democracia buena que defiende la Iglesia en su magisterio. Digamos que en esto no discrepan en lo esencial con las distintas variantes de toda la intelectualidad izquierdista que hoy debate acerca de la crisis del sistema y que concuerda con los autores anteriores en considerar que se trata de algo que debe ser resuelto con una forma mejor de la misma; para personas como Caponnetto obviamente dentro de los cánones de lo que propone tal magisterio, mientras que para el marxista lo es dentro de el de la doctrina de Carlos Marx, pero siempre lo que se acepta es alguna forma de democracia.
(3) Es de destacar que antes de la aludida reforma constitucional que provincializara el subsuelo, Menem para poder llegar a ser presidente, además de la ayuda del católico Seineldín, la tuvo del líder libio musulmán Gaddafi quien subvencionó muy generosamente su campaña. Kirchner en cambio no tuvo necesidad de tales ‘aportes’ pues ya para el 2003 se había aplicado el ‘federalismo’ y habían ido a parar a sus arcas unos mil millones de dólares por regalías. Y no sólo eso, en un informe reciente publicado en la revista Noticias se explica que en una reunión sostenida en Santa Cruz, cuando nadie apostaba nada por él ya que era un ilustre desconocido, le compró su candidatura a Duhalde. Tal como vemos en la democracia para poder hacer política hay que tener mucha plata.

Marcos Ghio
2/05/11