viernes, 31 de mayo de 2013

HOMENAJE    A    MADINA    ALIEVA
 


En una información suministrada por la Agencia Informativa Kaliyuga hace pocos días, ha llamado nuestra atención un hecho ocurrido en el Emirato Islámico del Cáucaso, específicamente en Daguestán. El 25 de mayo pasado, una joven llamada Madina Alieva, de 25 años de edad, se inmoló voluntariamente haciendo estallar un cinturón que llevaba en torno a su cuerpo provocando así la muerte de 25 policías servidores de los ocupantes rusos y varios heridos graves de la misma calaña. Madina Alieva era viuda de un guerrero mujahideen que había caído en combate martirizado por los rusos.
En el mundo tradicional se pueden recabar muchos casos de mujeres que entregaron su vida por una causa superior.  El más notable y conocido es la “sati”,  la autocremación de la viuda en la India tradicional, en la misma pira funeraria en que ardía el cadáver de su esposo fallecido, rito que si bien fue abolido por las autoridades británicas en 1829, aún hoy día tiene sus manifestaciones. Los británicos, con su mentalidad europea y modernista, lo consideraban una costumbre bárbara, propia de salvajes. Ocurre que el mundo moderno ya no sabe de la naturaleza de la mujer, que se realiza a través de un darse, de una entrega a otro sin condiciones ni límites, siendo el varón su punto de referencia supremo. Pero todo esto viene a menos cuando ya es muy difícil encontrar varones auténticos en el más alto sentido tradicional; tema éste del que nos hemos ocupado en una nota anterior relativa a la feminización del mundo moderno.
     Ahora veamos que tiene que ver esto con Madina Alieva. Como mujer islámica tradicional su  esposo era su punto supremo de referencia en la vida, era su Señor al cual debía entrega total y absoluta y al morir él en combate Madina perdió el sentido de su vida, y la única manera de restablecer la unión, de volver a reunirse con su amado era ingresar en el Paraíso en que él se encontraba. Y la manera d hacerlo era sacrificar su vida eliminando enemigos que eran los mismos de su esposo y simultáneamente reunirse con él.
Madina jamás habría pensado en tomar las armas puesto que la guerra es ajena a la naturaleza de la mujer,  pero en ella había un móvil superior: la entrega total a su varón. En Madina se reveló en su plenitud la naturaleza de la mujer.
    Lo que estamos relatando jamás será comprendido por esos seres deformados que son las feministas y las manadas de hombrecitos que conforman la progresía moderna, pero valgan nuestras palabras como testimonio del pensamiento  tradicional.
     Nuestro homenaje a  Madina, sin tristeza, con  una calma alegría, porque la sangre de esta heroína abona el árbol de la Victoria.
 
San Carlos de Bariloche, 28 de mayo del 2013
 
JULIÁN  RAMÍREZ
 

miércoles, 29 de mayo de 2013

LA TIPOLOGÍA DEL ARIANO ANTIGUO



Para comprender lo que significa lo ario en Evola y en la tradición y poder diferenciarlo de las fantasías y abusos efectuados por los mistificadores de la 'raza europea', henos aquí un esclarecedor texto de Evola sobre el tema del cual podemos recabar lo siguiente.
1) ario no se refiere a la actual raza europea en sus potencialidades ocultas en su memoria de la sangre, sino a una casta superior que puede existir en cualquier comunidad de carácter tradicional.
2) Sostener lo ario no significa sostener la apología de la raza blanca. Cuando se refiere a blanco Evola hace alusión a la casta solar, que materialmente en el caso de la India es de piel dorada.
3) De acuerdo a lo que se desprende del texto en relación a las peculiaridades físicas del ario (2 metros de estatura por ejemplo) ninguno de nosotros es ario, pero tampoco lo serían personas como los integrantes del Colectivo Evola a quienes he conocido personalmente y puedo por lo tanto dar testimonio de ello.
M.G.



Quizás la mayoría ignore que el término ‘ariano’ o ‘ario’, tan en boga en los tiempos actuales, deriva de una palabra, ariya,  que nos remite esencialmente a las antiguas civilizaciones indogermánicas del Oriente, sobre todo a la civilización hindú e irania, la cual sin embargo designaba no a una raza en el sentido moderno, estrictamente biológico, sino a una casta, definida tanto por la superioridad de la sangre, como por una superioridad espiritual. En la antigua casta aryapuede decirse que había una rigurosa correspondencia entre raza biológica y del espíritu. En lo relativo a la primera, los antiguos códigos arios contenían prescripciones muy minuciosas e indicaban una serie de atributos, a los cuales debía corresponder el puro tipo ario. Creemos que no se encuentra privado de interés reproducir de los antiguos textos esta descripción propia de un racismo tal como existiera hace algún milenio. La premisa es aquí estrictamente clásica: se pensaba que una determinada cualidad espiritual debía expresarse en cualidades y características corporales bien señaladas, así como en un determinado estilo: esto hasta el límite que estas características pudiesen valer como señal y símbolo de valores interiores y por lo tanto presentarse como algo fatídico. Tal es la base de la denominada teoría de los ‘treinta y dos atributos’.
 Hagamos mención a alguno de ellos de acuerdo a los expresado por elMajjhimanikajo (X, 1).
Es alto el tipo del noble ario –‘cerca de dos metros’, allí se dice – y bien plantado sobre sus pies. Él tiene mentón de león, con espaldas amplias e igualmente bien formadas. La longitud de su cuerpo corresponde a la apertura de sus brazos. Largos son sus dedos, finos sus tobillos, pies bien arqueados, manos venosas. A él le pertenece el ‘color del oro’: lisa y como el oro es su piel, lisa y seca, en modo tal que ni el polvo ni el sudor ensucian su cuerpo. Amplia frente y prominente, ojos muy negros. Voz armoniosa, nariz fina, dentadura completa, igual, sin intersticios y sumamente blanca.
En forma recta él camina. Caminando él va adelante con el pie derecho. No alarga ni acorta el paso, no va ni demasiado rápido ni demasiado lento. Mientras camina, la parte inferior del cuerpo del noble ario no oscila ni se mueve por la fuerza del cuerpo mismo. Cuando mira, él mira con el cuerpo de un solo golpe: no mira hacia arriba, no mira hacia abajo, ni tampoco camina mirando de reojo por todas partes. Cuando se sienta lo hace con compostura, no se abandona con el cuerpo. Cuando está sentado no realiza movimientos inútiles con las manos y los pies; no entrecruza sus piernas, no apoya el mentón sobre su mano. Su voz es clara e inteligible, concisa y determinada, profunda y sonora. Él es calmo, privado de temblor, se mantiene aislado.
En lo relativo a sus atributos corporales, De Lorenzo ha notado que alguno de ellos recuerdan marcadamente a los que Suetonio nos refiere de Julio César: traditus fuisse excelsa statura, colore candido, tertibus membris, ore paulo pleniore, nigris vegetis oculis, etc. En general en los antiguos textos la oposición entre arios y no arios es dada por una estirpe ‘blanca’ y una estirpe ‘oscura’ krshna. Sin embargo debe señalarse que el color blanco se referiría a un significado simbólico, referido más a la raza del espíritu que a la del cuerpo,puesto que en tales tradiciones el blanco tiene referencia con la naturaleza luminosa y radiante.
Esto nos conduce a la doctrina aria de los tres atributos sattvarajas ytamas, doctrina cuanto más compleja, a la cual sólo podemos hacer una mención. Se trata en general de tres modos de ser, que se manifiestan sea en el mundo de las cosas como en el humano y en el suprasensible, en formas analógicas. Sattva es el modo de ser de aquello que, en modo eminente, se puede definir como ‘realidad’ (sat), identificada también por la luz intelectual (por lo cual en ciertas expresiones, ‘verdad’ y ‘realidad’ son una misma cosa). Rajas indica un modo expansivo –hoy se diría dinámico– de ser, asimilado al fuego: es ‘actuosidad’, ímpetu, acción. Finalmente tamas es el modo de ser propio de la materia y se refiere a todo lo que es torpe, contraído, obtuso, caótico. En particular, los textos indican la oposición entre los dos atributos extremos, es decir entre sattva y tamas, en los términos de una tendencia hacia el ascenso confrontada con otra hacia el descenso y la caída.
De acuerdo a estas doctrinas arias hay hombres ‘sattvicos’, ‘tamásicos’ y ‘rajásicos’ y pueden hallarse minuciosas descripciones características de cada uno de ellos. Naturalmente puesto que antiguamente en las castas no se veía una división artificial sobre una base simplemente social y convencional, sino la consecuencia natural de diferentes modos de ser, existe una relación entre las teorías de los tres atributos y la de las castas, relación que da pues lugar a ulteriores determinaciones de un racismo sui generis, es decir de un racismo que considera no tan sólo a la raza del cuerpo, sino también a la del espíritu: de acuerdo a la terminología por nosotros utilizada oportunamente se trata de racismo de segundo y de tercer grado.
Al haber hecho mención que a sattva le corresponde la tendencia ‘ascendente’, es decir toda fuerza de elevación, de ascenso, debe notarse que en sánscrito la raíz ar de arya, es decir de ario, tenía también la idea de mover, de ascender, de conducirse hacia lo alto.  Se podría entonces ver aquí una interesante convergencia de significados. Resulta suficientemente claro por los testimonios que nos han llegado que en la antigua jerarquía aria las castas superiores, que eran las propiamente arianas, comprendían a los hombres del modo de ser ‘sattvico’ y ‘rajásico’, es decir los seres que, en sentido eminente, ‘son’ y tienen la luz del verdadero conocimiento, y los de naturaleza guerrera; mientras que el elemento ‘tamásico’ era relegado a la casta no-aria de los sudra: siervos, no por violencia, sino porque su modo de ser es el de los siervos y ellos no conocen otra cosa que la materialidad y la oscura necesidad.
Calma, señoría de sí mismo, pureza, paciencia, austeridad, rectitud, sabiduría, son las cualidades que proceden del modo de ser ‘sattvico’, de acuerdo a textos como el Baghavad-gita (XVIII); valor, gloria, firmeza, intrepidez, son cualidades de los ‘guerreros’, que a su vez remiten al modo ‘rajásico’ de ser o por lo menos, a su mejor aspecto, a su aspecto estabilizado a través de una referencia al atributo que le es inmediatamente superior, es decir a sattva. Los textos proceden a minuciosas descripciones de las cualidades y de las prerrogativas correspondientes a estos variados tipos, en cuyo orden de cosas se reafirma por lo demás también una idea que se insinúa en el racismo moderno; es decir que el modo de concebir las cosas, el culto, el mismo sacrificio deben comprenderse de manera diferenciada; diferenciada en función de la propia naturaleza y, podría decirse, de la raza interior, que en los diferentes seres no es la misma, también en una misma raza de la sangre. Así pues la religión del ser sattvico no es la misma de la del ser rajásico y ésta a su vez se diferencia netamente del modo oscuro y casi demónico de comprender lo divino y de ser religiosos propio de los seres tamásicos. En el plano social, la natural consecuencia de tales concepciones es el ius singulare, es decir un derecho diferenciado y no ‘universalmente válido’. Es el romano suum cuique.
Esta rápida excursión en el antiguo mundo ario dará un sentido de interesantes horizontes. Se confirma sobre todo la idea de que en un tal mundo era propia una concepción superior y totalitaria de la raza, que tenía sus premisas metafísicas, que comprendía la consideración sea de la parte natural y biológica del ser humano como la espiritual, interior, y en un cierto sentido se podría decir incluso sobrenatural.

Julius Evola
Corriere Padano 24/08/39


ACERCA DE LO ARIO Y LO INDOEUROPEO


Un autor perteneciente al autodenominado Colectivo Evola ha manifestado tiempo atrás lo siguiente:
Julius Evola es un autor “de raza”, un indoeuropeo por nacimiento y por naturaleza cuya obra siempre tuvo en sus miras el renacimiento del espíritu indoeuropeo, que por muy decaído que hoy día pueda exteriormente parecer, encierra en la “memoria de su sangre” potencialidades internas definitorias susceptibles de despertar y actualizarse a través de las vías y vocaciones espirituales que le son propias (siendo precisamente éste uno de los rasgos definitorios característicos de la concepción evoliana frente a otros “tradicionalismos”).

Acotemos que eso de la 'memoria de la sangre' no es un concepto propiamente evoliano, pero aun así no alcanzamos a percibir, tal como bien nos hacía notar Ramírez, en qué lugar del continente europeo se encuentran esas potencialidades susceptibles de despertar. ¡Alguna pista por favor! Lo que vemos es todo lo contrario. A diferencia de las demás etnías y pueblos, la raza europea nos ha producido en los últimos tiempos las peores aberraciones históricas y culturales que puedan haberse conocido, tales como el marxismo, el capitalismo y el sionismo. Por otro lado es totalmente errado decir que los europeos actuales tengan algo que ver con lo ario o aun con lo indoeuropeo como algo propio y exclusivo. Para Evola lo ario no es una cuestión geográfica, sino un universal a priori. Tampoco tiene que ver con el color de piel de las personas. No existe en manera alguna una apologética de la raza blanca. Se pone bien en claro por los textos que publicitaremos en este Foro, algunos de ellos inéditos, que nuestro autor hace ver que cuando los textos clásicos arios se referían a la raza blanca como superior, se remitían a un color simbólico del carácter solar por opuesto a lo negro como sinónimo de nocturno, lo cual insistimos no tiene nada que ver con el color de la piel de las personas. Incluso cuando se refiere a las características físicas de los ariya nos dice que tienen una piel dorada y brillante. Pero estas cosas las iremos analizando en textos sucesivos. En primer lugar reproducimos el capítulo 1 de la parte IV de la obra La raza del espíritu (2ª ed. pgs. 133-135) en la que se puede vislumbrar lo que Evola entendía por ario a diferencia de las concepciones racistas en boga en su tiempo y compartidas por los dos miembros del aludido 'colectivo'.



I. Qué quería decir "ARIO".


Veamos ahora el término “ario”. De acuerdo a la concepción hoy convertida en corriente, tiene derecho a decirse “ario” quienquiera que no sea judío o de raza de color, ni tenga ascendientes de tales razas. En Alemania ello abarcaba hasta la tercera generación. A los fines más inmediatos de la política racial esta visión puede tener una cierta justificación, en el sentido de punto de referencia para una primera discriminación. Sobre un plano más alto y también a nivel histórico la misma aparece  en vez como insuficiente ya por el hecho de que ella se agota en una definición negativa que indica lo que no se debe ser, no lo que se debe ser; por lo cual, una vez satisfecha la condición genérica de no ser ni negro, ni judío, tendría el mismo derecho de decirse ario, sea el más hiperbóreo de los Suecos, que un tipo seminegroide de las regiones meridionales. Por otro lado si se confronta este significado reducido de la arianidad con el que la palabra tuvo originariamente, habría que pensar casi en una profanación, puesto que la cualidad aria, en su origen, coincidía esencialmente con aquella que, como se ha mencionado, la investigación de tercer grado puede atribuir a formaciones de la raza restauradora, de la “raza heroica”. Por ende el término “ario” en su concepción corriente actual no puede aceptarse sino a los fines de la circunscripción y separación de una zona general, en lo interno de la cual debería sin embargo tener lugar toda una serie de ulteriores diferenciaciones, en tanto nos queramos acercar, aunque fuese aproximativamente, al nivel espiritual que corresponde al significado auténtico y originario del término en cuestión.
El racismo -es verdad- en sus expresiones filológicas se ha empeñado en una búsqueda comparativa de palabras que en el conjunto de las lenguas indoeuropeas contienen la raíz ar de “ario” y que expresan aproximadamente cualidades de un tipo humano superior. Herus en latín y Herr  en alemán significan “señor”, en griego aristos quiere decir excelente y areté significa virtud; en irlandés air significa honrar y en el alemán antiguo la palabra êra quiere decir gloria; así como en el moderno Ehre quiere decir honor, etc.; y todas estas expresiones, como muchas otras, parecen justamente extraerse de la raíz ar de ario. Además el racismo ha creído hallar esta misma raíz también en Eran, antiguo nombre para la Persia, en Erin y Erenn, an-tiguos nombres de Irlanda, además de otros muchísimos nombres propios que se encuentran frecuentemente en las antiguas estirpes germánicas. Sin embargo, desde un punto de vista riguroso el término “ario” -de ârya- con certeza puede ser sólo referido a la civilización de los conquistadores prehistóricos, de la India y de Irán. En el Zend-Avesta, texto de la antigua tradición iránica, la patria originaria de las estirpes, a la cual tal tradición le fue propia, es llamada airyanem-vaêyô, que significa “semilla de la gente aria” y de las descripciones que se hacen resulta claramente que es una misma cosa que la sede ártica hiperbórea. En la inscripción de Behistum (520 a. C.) el gran rey Darío habla así de sí mismo: “Yo, rey de reyes, de raza aria” y los “arios”, a su vez, en los textos se identifican con la milicia terrestre del “Dios de Luz”: cosa ésta que nos hace aparecer a la raza aria en un significado metafísico, como aquella que, sin tregua, en uno de los varios planos de la realidad cósmica, lucha incesantemente contra las fuerzas oscuras del anti-dios, de Arimán.
Este concepto espiritual de la arianidad se precisa en la civilización hindú. En la lengua sánscrita ar significa “superior, noble, bien hecho” y evoca tanto la idea de mover como la de ascender, de dirigirse hacia lo alto. Con referencia a la doctrina hindú de los tres guna, una idea semejante plantea acercamientos interesantes. La cualidad “ar” corresponde a rajas, que es la cualidad de las fuerzas ascendentes, superior y opuesta a tamas, que es la cualidad en vez de todo lo que cae, lo que va hacia lo bajo, mientras que la cualidad superior a rajas es sattva, la cualidad propia de “lo que es” (sat) en sentido eminente, podría decirse, el principio solar en su carácter olímpico. Ello puede pues dar un sentido al “lugar” metafísico propio de la cualidad aria. De esta raíz ar, ârya como adjetivo indica luego las cualidades de ser superior, fiel, óptimo, estimado, de buen nacimiento; y como sustantivo designa a “quien es señor, de noble estirpe, maestro, digno de honor”: éstas son deducciones a nivel de carácter, a nivel social y, en fin, de “raza del alma”.
Todo esto vale desde un punto de vista genérico. En sentido específico ârya era sin embargo esencialmente una designación de casta: se refería colectivamente al conjunto de las tres castas superiores (jefes espirituales, aristocracia guerrera y “padres de familia” en tanto propietarios legítimos, con autoridad sobre un cierto grupo de consanguíneos) en su oposición con la cuarta casta, la casta servil de los çûdra. Hoy quizás habría que decir: con la masa proletaria.
Ahora bien, dos condiciones definían la cualidad aria: el nacimiento y la iniciación. Arios se nace; tal es la primera condición. La arianidad sobre tal base es una propiedad condicionada por la raza, por la casta y por la herencia, la misma se transmite con la sangre de padre a hijo y no puede ser sustituida por nada, del mismo modo como el privilegio que, hasta ayer, en Occidente tenía la sangre patricia. Un código particularmente complicado, que desarrolla una casuística hasta en sus más pequeños detalles, contenía todas las medidas necesarias para preservar y mantener pura esta herencia preciosa e insustituible, considerando no sólo el aspecto biológico (raza del cuerpo), sino también el ético y social, la conducta, un determinado estilo de vida, derechos y deberes, por ende toda una tradición de “raza del alma”, diferenciada luego para cada una de las tres castas arias.
Pero si el nacimiento es la condición necesaria para ser arios, el mismo no es sin embargo todavía suficiente. La cualidad innata es confirmada a través de la iniciación, upanayâna. Así como el bautismo es la condición indispensable para hacer parte de la comunidad cristiana, del mismo modo la iniciación representaba la puerta a través de la cual se entraba a formar parte efectiva de la gran familia aria. La iniciación determina el “segundo nacimiento”, ella crea el dvîja, “aquel que ha nacido dos veces”. En los textos ârya aparece siempre como sinónimo de dvîja, renacido o nacido dos veces. Por lo cual, ya con esto se entra en un dominio metafísico, en el campo de una raza del espíritu. La raza oscura, proletaria                   -çudrâ varna- llamada también enemiga -dasa- no-divina y demónica                         -assurya-varna- posee sólo un nacimiento, el del cuerpo. Dos nacimientos, el uno natural, el otro sobrenatural, uránico, tiene en vez el ârya, el noble. Tal como en varias ocasiones lo hemos recordado, el más antiguo código de leyes arias, el Mânavadharmaçâstra, llega hasta el límite de declarar que quien ha nacido ario no es verdaderamente superior al çûdra, al siervo, antes de haber pasado a través del segundo nacimiento o cuando su pueblo haya metódicamente descuidado el rito determinante de este nacimiento, es decir la iniciación, la upanayâna 1.
Pero también se encuentra la parte contraria. No cualquiera es apto para recibir legítimamente la iniciación, sino sólo quien ha nacido ario. Si ésta es impartida a otros es delito. Nos hallamos así con una concepción superior y completa de la raza. La misma se distingue de la concepción católica puesto que ignora un sacramento apto para suministrarse a cualquiera, sin condiciones de sangre, raza y casta, de modo tal de conducir a una democracia del espíritu. Al mismo tiempo, la misma supera también al racismo materialista puesto que, mientras que aquí se satisface a las exigencias del mismo y se lleva el concepto de la pureza biológica y de la no-mezcla hasta la forma extrema relativa a la casta cerrada, la antigua civilización aria consideraba insuficiente al mero nacimiento físico: tenía en vista una raza del espíritu a ser alcanzada -partiendo de la sólida base y de la aristocracia de una determinada sangre y de una determinada herencia natural- a través del renacimiento, definido por el sacramento ario. Aun más arriba se encontraba el tercer nacimiento, o, para usar la designación correspondiente a las tradiciones clásicas, la resurrección a través de la “muerte triunfal”. Como ideal supremo el antiguo ario consideraba en efecto la “vía de los dioses” -deva-yâna- llamada también “solar” o “nórdica”, a través de la cual se asciende y “no se vuelve”, no la “vía meridional” de la disolución en el tronco colectivo de una determinada estirpe, en la sustancia confusa de nuevos nacimientos (pitr-yâna): cosa ésta que basta para imaginarse en cuál cuenta podría tener el hombre ario a la llamada reencarnación, concepción, ésta, que, como se ha dicho, fue propia de razas extrañas, prevalecientemente “telúricas” o “dionisíacas”.

Es decir que queda perfectamente en claro de este texto evoliano escrito en pleno período del nazi fascismo que ario no se refiere a una determinado grupo étnico, sino a una casta superior, la cual puede existir en el seno de cualquier raza, no necesariamente la europea a la que privilegian los aludidos, en una actitud francamente sorprendente al percibir la realidad actual que vive el propio continente.


EL MITO AUSTRAL


En una reciente nota publicada en el foro Traditio et revolutio y mencionada en nuestro anterior texto, uno de los foristas principales, Javier Martín, elabora un artículo relativo a la manera como según él Evola debe ser considerado de manera ‘seria’. Luego de referirse a cosas comúnmente aceptadas relativas a su doctrina, enfila de lleno en su concepción racista e indoeuropeísta relativa a la superioridad de la etnía a la cual tanto él como el expulsador del foro pertenecerían. Dice al respecto:

Axiomático resulta asimismo que la Tradición en sentido eminente, la Tradición Primordial, es de origen nórdico (hiperbóreo). En este contexto, el Norte detenta un significado no tan sólo geográfico, sino sobre todo -y al mismo tiempo- metafísico (simbolismo del Centro y del Origen)....
Ante lo cual... 
resulta evidente que no todas las razas son de origen hiperbóreo, y que no todas las tradiciones revisten el carácter de primordialidad. En efecto, frente a un origen nórdico encontramos otra “polaridad” austral, generadora a su vez de otro tipo de estirpes y pueblos, de otro tipo humano (los “hijos de la tierra” en sentido estricto); una de las ramas de las primeras migraciones árticas –tras la pérdida de la sede polar- entró en confluencia con este segundo tipo humano en tierras atlánticas hoy desaparecidas, dando lugar –entre otras- a una nueva gran corriente (la Luz del Sur) que se difundió preponderantemente por la cuenca mediterránea y norte de Africa para penetrar en Asia, desgajándose en varias tradiciones secundarias, híbridas o derivadas (básicamente de tipo “lunar”, o devocional-contemplativo).

Como nosotros somos un pueblo austral, pero además reacio en dejarse menoscabar por otros que se consideran superiores e hiperbóreos, permítaseme publicar partes de otro brillante texto publicado tiempo atrás en El Fortín por nuestro siempre apreciado Julián Ramírez y que se titulara El mito austral.



LA ANTÁRTIDA: NUESTRA HIPERBÓREA
RETÓRICOS Y CONVENCIDOS. EL MITO
En los tiempos que corren no sirven ya las palabras, los razonamientos y los argumentos. En esta situación nos encontramos no sólo los argentinos, sino también los hispanoamericanos en general. El filósofo Carlos Michelstaedter decía que hay dos clases de hombres: los retóricos y los convencidos. Hoy sobreabundan los retóricos y ejemplo de ello son los políticos. Su vida se limita a vomitar cataratas de palabras, discursos, argumentaciones cuyo fin es engañar y distraer imitando a los teros: dan el grito en un lado para poner los huevos en otro. O, como se dice en el Martín Fierro: son como los caranchos: "sobre el cuero y a los gritos". Algún pensador expresó que la palabra se inventó para engañar. A éstos no nos dirigimos, pues sería arar en el mar. Queda la otra clase de hombres, la minoría de los convencidos, que intuyen y presienten lo que está más allá de la retórica estéril y vacua. Los que comprenden lo que no se enseña en ninguna universidad ni en Internet. A esta minoría le proponemos un mito.

EL MITO Y EL SÍMBOLO DE HIPERBÓREA
Según la tradición, en una época anterior a la historia, durante la edad de oro, habría existido en el extremo norte de la tierra una isla o tierra mosteriosa, morada de seres poseedores de una trascendente espiritualidad más que humana. Se la conoce como Hiperbórea y con diversos nombres simbólicos está presente en casi todas las grandes tradiciones, herederas parciales de una Tradición primordial de la humanidad. La progresiva caída y derrumbe de esa espiritualidad original fue dando paso a ciclos posteriores a la edad de oro: la edad de Plata, la edad de Bronce, una era conocida como la de los Héroes y, finalmente, la edad del Hierro, que es aquella en la que nos encontramos, en la cual los vínculos con lo trascendente, lo espiritual y lo sagrado están totalmente disueltos y la humanidad sumida en el más crudo materialismo. Lo que tuvo su origen en Hiperbórea se encuentra en su fase final, pero no terminará hasta que una minoría viril y guerrera no le dé fin y restablezca el puente entre el cielo y la tierra.


EL MITO DEL ORIGEN AUSTRAL
Julius Evola en una nota de su obra Rebelión contra el mundo moderno (pg. 242, Ed. Heracles, Bs. As.) cita un ensayo de R. Quinton, titulado Los dos polos, hogares de origen, al que califica de notable. En ese ensayo se parte de la "hipótesis de un origen no boreal, sino austral". Según Evola tal hipótesis se refería a las tradiciones relativas a Lemuria, que se vincularían a un ciclo tan remoto que no puede ser incluido en su obra citada. Es decir que no podemos descartar uno o varios ciclos anteriores a la edad de oro de Hiperbórea. Ocurre también que los que vivimos en el hemisferio austral hemos estado siempre supeditados a todo lo que procede del hemisferio norte. Tradiciones, religión, historia, idiomas, costumbres, concepción del mundo, todo ello viene del norte y se ha internalizado en nosotros como una segunda naturaleza sin darnos cuenta de tal subordinación. Se ha repetido constantemente que el norte está "arriba" y el sur "abajo". Que el norte es el principio geográfico y el sur el fin de la tierra. Una novela de Julio Verne se titula El faro del fin del mudo, refiriéndose al instalado en la Isla de los Estados; a Tierra del Fuego se la ha calificado como "el último confín de la Tierra" y así podríamos dar varios otros ejemplos. Todo ello nos pone en una situación de total subordinación psicológica que nos lleva a esperar siempre lo que viene de "arriba", es decir, de la supuesta cabeza que dirige los destinos de la humanidad.
Ahora bien, cabe preguntarse si todavía podemos seguir esperando algo superior y espiritual de la civilización que tiene su epicentro en el norte y que hoy se encuentra transitando su etapa final de modernidad. A esta altura de los tiempos la respuesta negativa se impone. La civilización moderna liderada por Occidente ya ha contaminado a todo el mundo siendo cada vez menores las reacciones. La globalización, bajo un signo de crudo imperio de lo material y lo económico, lo arrasa todo. Los bastiones tradicionales han caído. Frente a este panorama nos preguntamos si la edad de oro o la edad de plata o la era de los héroes no puede restaurarse en el sur de la tierra. Aquí tendría nacimiento el mito que titula esta nota.
INVIRTIENDO EL MAPA
Creemos que en el espacio no existe el "arriba" o el "abajo". Se trata de denominaciones convencionales. Las fotos satelitales nos muestran a la tierra en cualquier posición. Que los mapas ubiquen al norte arriba es pues una pura convención establecida por el "norte" como una manifestación de su supremacía. En los tiempos de la cristiandad medieval, los mapas se dibujaban con Jerusalén "arriba", lo cual simbolizaba la primacía de la religión y de lo espiritual.
Tomemos un mapa que represente a Sudamérica y a la Antártida conjuntamente y démosle vuelta. Lo que está arriba abajo y viceversa, e inmediatamente tendremos una nueva visión, una diferente perspectiva. Ahora está el sur arriba y el norte abajo. En un globo terráqueo casi desaparecen las masas continentales del hemisferio boreal.
Ahora veremos una sucesión de triángulos con vértice hacia el sur. Primero, los triángulos antárticos de Argentina y Chile, luego el triángulo de la Patagonia, después, comprendiendo a éste, el triángulo de la Argentina, finalmente y a escala continental, el triángulo del continente sudamericano. Esto desde ya es sugestivo; el triángulo con el vértice hacia arriba es un simbolismo de las doctrinas herméticas y esotéricas que representa el ascenso, lo superior, el fuego, lo viril. Todo lo contrario del triángulo con el vértice hacia abajo que simboliza lo descendente y femíneo.
El triángulo antártico y el espacio ocupado por los pueblos sudamericanos aparecen así como lo que se dirige hacia arriba abandonando la decadencia del norte.
LA ANTÁRTIDA
La Antártida, ese vasto continente cubierto de hielo, nieve y cordilleras inmaculadas, puede ser también asociado a la mitología universal común a muchas tradiciones, que ubicó a las cumbres nevadas como morada de los dioses, como por ejemplo el monte Meru entre los hindúes y el Olimpo entre los griegos.
Sobre la Antártida ha flotado siempre una atmósfera de misterio que ha sido recogida en una literatura. Tenemos por ejemplo el relato de Lovecraft, Las montañas de la alucinación, la novela de Bajarvel, La noche de los tiempos, el cuento de John M. Leahy, En la tienda de Amundsen. Hay también un cuento del argentino Liborio Justo (conocido por su seudónimo Lobodón Garra) y un par de relatos de Edgar Allan Poe. Recordemos también una historieta de Oesterheld, inconclusa, titulada "La guerra de los antartes". Tampoco es ajeno a este tema algún relato del Almirante Byrd en sus vuelo sobre la Antártida en la década de 1930.
Se dirá que todo esto es literatura de ficción, pero también es cierto que así se desarrollan los mitos. Muchas veces los hombres son vehículos inconcientes a través de la literatura, de verdades que no se pueden expresar de otra manera, En alguna de estas obras –en el caso de Lovecraft y Bajarvel– se supone a la Antártida como sede original de antiquísimas civilizaciones y habitada por razas superiores. Esto no deja de provocarnos una asociación de ideas con la cita que hemos hecho más arriba de la referencia de Julius Evola al ensayo de R. Quinton.
LAS MALVINAS

Nuestros archipiélagos australes también se asocian a este mito, fundamentalmente luego de la guerra de Malvinas.
Esa guerra no se disputó por los recursos económicos, ni por necesidad de espacio vital, ni por razones étnicas o raciales. Más allá de las motivaciones políticas de sus protagonistas, allí inconcientemente se enfrentaron dos concepciones del mundo. Por un lado la del Occidente decadente, materialista, imperialista en el peor sentido de la palabra, burgués y mercantilista. Por otro lado la de un pueblo en busca de un destino, apoyado por el conjunto de las naciones hispanoamericanas, salvo las dos excepciones conocidas de Chile y de Colombia. Los argentinos presentimos en ese momento, aunque fuera en forma confusa, que la cuestión Malvinas era muy importante y que valía la pena la guerra. La ola de simpatías a favor de la Argentina en el resto de Hispanoamérica fue evidente.
Esa guerra inconclusa marcó a nivel mundial dos tendencias claras: una la de los países del norte que marchaban en forma acelerada hacia la globalización que hoy nos agobia, la otra la de los países hispanoamericanos que vieron en el sur una posibilidad común.
Por esa época una pequeña agrupación política, el Partido de la Independencia, usó dos consignas que son de plena actualidad: "ni occidentales ni orientales: australes" y, "nuestro norte es el sur".
Malvinas es pues un aporte decisivo al mito austral, es un símbolo clarísimo de la tendencia aun confusa y distorsionada de generar una nueva perspectiva para la humanidad, esta vez desde el sur.
RECAPITULANDO
Alguna vez se dijo que los poetas inspiran a los pueblos, cosa cierta si recordamos el caso de Homero. Los mitos también sirven de fuente de inspiración y de guía, fundamentalmente si son esgrimidos por élites decididas, viriles y guerreras que los infundan en el corazón de los hombres y den un sentido a su vida a través de una concepción del mundo trascendente y espiritual.
El mito antártico y austral sirven pues para eso, porque como todo los grandes mitos nos revela una verdad para ser comprendida, no enseñada. Y esto no solamente vale para los argentinos, sino también para todos los hispanoamericanos.
El ciclo iniciado en Hiperbórea asiste ya a sus últimos tiempos, Sus posibilidades hace tiempo que están agotadas y, si perdura aun, es porque no está formada todavía la orden que le dará fin, La civilización moderna es un cadáver del cual ya ha desaparecido el "rigor mortis" y en ella avanza en consecuencia la putrefacción. No en balde, tal como se ha tratado en diversos artículos de El Fortín, se va afianzando el Quinto Estado, el de los parias.


25  DE  MAYO  DE  1810 :  CAÍDA  DE  UN  IMPERIO  Y TRIUNFO  DE  LA  SUBVERSIÓN

Días pasados en la República Argentina se efectuaron nuevas celebraciones respecto del 25 de mayo de 1810, fecha en la que, de acuerdo a  lo que nos hace notar brillantemente Julián Ramírez, se iniciara el proceso de dependencia de Gran Bretaña y por lo tanto el ingreso a la modernidad, solamente suspendido en el breve lapso de 1833-52 y con la heroica gesta de las Malvinas. Pero al parecer esto, que se hace comprensible y tolerable escuchar en un ámbito abiertamente moderno, resulta sin más repudiable leerlo en cierto foro que se califica a sí mismo como ‘evoliano’. Acotemos que tal cosa es formulada en el contexto de la exégesis de un artículo allí publicado de Javier Martín -y del cual hablaremos en notas sucesivas- en el cual, como es su costumbre, se quiere vincular al autor Julius Evola con la reivindicación de un caduco nacionalismo europeo. 
Queremos señalar aquí que el racismo allí mentado es perfectamente coherente con los hombres que inspiraron mayo de 1810. Éstos también querían mejorar la raza argentina, haciéndola más europea, especialmente ario británica, y menos chola y criolla. Pero qué mejor que para rendir nosotros nuestro verdadero homenaje a dicha fecha nefasta reproducir el artículo que hace 3 años, al cumplirse su segundo centenario publicara en El Fortín nuestro siempre apreciado Julián Ramírez.

       
Esta nota viene a propósito de cumplirse en la Argentina el bicentenario de la Revolución  del 25 de mayo de 1810 que comenzó en este país el proceso de la independencia política con respecto a España. Pero lo que diremos puede aplicarse en líneas generales a todo el proceso histórico de la “emancipación”  hispanoamericana.
        Julius Evola en el capítulo XIII de “Los hombres y las ruinas” analiza el tema de la guerra oculta, y que es el verdadero trasfondo que se encuentra detrás de todo el proceso emancipador. Este tema va más allá de lo que trata la historiografía conocida en la cual el común de los historiadores  se refiere a hechos y personas, es decir, dos dimensiones. Se ignora totalmente una tercera dimensión, la oculta e invisible para el hombre común; pero que a través de entresijos, muchas veces insospechados, se manifiesta a través de ciertos efectos de las verdaderas causas que los provocan. En esto divergimos con las interpretaciones históricas propias del liberalismo, del marxismo y del revisionismo histórico propio del nacionalismo, aunque en este último caso algunos de sus representantes lo han intuido y sospechado.
      Se ha vertido mucha tinta sobre las causas políticas, sociales, económicas e ideológicas de la Revolución de Mayo pero no se ha ahondado entre bambalinas. Decía un personaje de una novela de Disraeli: “El mundo está gobernado por personas muy diferentes que ni imaginan aquellos cuya mirada no se dirige detrás de los bastidores”.
      Desde nuestra perspectiva tradicional consideramos la Idea de Imperio como la de “hacedor del puentes” entre el cielo y la tierra, el que debe conducir a las almas hacia un destino trascendente, idea totalmente alejada de su inversión, es decir de” imperialismo”, que es la que predomina en nuestros días, totalmente dedicada a una visión materialista, economicista y consumista de la vida. Insistimos en la idea de Imperio ya que nuestro pasado lo fue a través de los imperios Maya, Azteca, Incaico e Hispánico a lo largo de siglos y tal como lo plantea el Centro Evoliano de América (C.E.D.A.).  La democracia es planta importada que apenas tiene 200 años y cuyo arraigo genera marcado escepticismo. Imperio es Tradición y fue propio de sociedades cuya total actividad estaba orientada hacia lo trascendente y sagrado.  Contra lo tradicional se encuentra el mundo moderno en un conflicto de orden metafísico que se reproduce a lo largo de la historia a través de múltiples manifestaciones. El Imperio Hispánico fue una de esas manifestaciones y contra él se alzó la modernidad mediante una acción que al comienzo fue sutil, oculta y solapada a través de la masonería, el racionalismo, el iluminismo y la ilustración y finalmente desencadenando la guerra total con las banderas de la Revolución Francesa  y el liberalismo.
     A través de la acción emancipadora se destruyó al último gran imperio cristiano de Occidente y cuya presencia pesaba en el mundo- “en nuestro Imperio no se pone el sol”-  para reemplazarlo por una veintena de republiquetas dominadas por masones, liberales, y anglófilos y ahora también, por democráticos en mayor o menor medida globalizadores que acatan el gobierno mundial de yanquis y sionistas y presidido por el poder total del dinero y el economicismo.  En esto terminó la acción de nuestros “libertadores” conciente o inconcientemente.
     A lo largo del siglo XVIII el Imperio hispánico y desde la introducción de la dinastía borbónica, ya arrojaba visibles signos de decadencia. Los Reinos de Indias (porque éramos reinos y no otra cosa)  comenzaron paulatinamente a transformase en las “colonias” de América. La acción de la guerra oculta trabajó sin pausa para carcomer a la hispanidad. Todo esto no hubiera ocurrido si el Imperio hubiere estado conducido por monarcas dignos y por una nobleza  fiel al espíritu  aristocrático y guerrero.
       Una de las tácticas más usadas por la subversión moderna la señala Julius Evola en su obra citada supra. Se trata de hacer confundir el principio con los representantes del mismo. Y nos dice al respecto: “Cuando los representantes de un determinado principio se revelan indignos, se hace de modo tal que el proceso en contra de éstos se extienda en seguida contra el principio en sí mismo, es más, se lleva sobretodo contra éste. En vez de limitarse a constatar que determinadas personas no están a la altura del principio y exigir que éstas sean substituidas por hombres calificados, por lo cual la situación de normalidad sea renovada, se afirma que el principio en sí mismo es falso, corrupto o decadente, que el mismo debe ser sustituido por un principio diferente.”
      Esta cita de Evola nos da una idea clara y contundente de todo lo que fue el proceso de la independencia hispanoamericana. Ante una monarquía indigna, prevaricadora, carente de todo sentido imperial  se erigieron los falsos principios republicanos , liberales y modernos promovidos por la masonería y los intereses británicos. Ésta fue la obra de nuestros “próceres” y “libertadores” y los hombres de Mayo comenzaron en estas tierras la demolición.
         Lo subversivo se manifiesta por signos visibles
bien claros. Veamos algunos:
1.      Cinco de los miembros de la Primera Junta de 1810 (la mayoría) eran de filiación masónica ( Moreno, Belgrano, Castelli, Matheu y Larrea) miembros de la logia “Independencia”
2.      El Virrey Cisneros había establecido la fecha del 19 de mayo de 1810 para el retiro o expulsión de los barcos y comerciantes ingleses de Buenos Aires. Comenzaba la Semana de Mayo. (Ver Arturo Sampay en “Las Constituciones de la Argentina” , Editorial Universitaria de Bs.As., junio 1975, pág. 11. Este ensayo de Arturo Sampay está firmado por el autor el 31-12-1973. Sampay al pie de página cita sus fuentes. Cabe recordar que Sampay fue el autor intelectual de la Constitución de l949 sancionada bajo el primer gobierno de Perón. Los peronistas actuales en cambio celebran la Revolución de Mayo).
3.      Los revolucionarios del 25 de mayo fueron ayudados por los marinos y los comerciantes ingleses con armas y municiones. (ver Sampay obra citada, pg 12).
4.      El día anterior al 25 de mayo se había formado una junta presidida por el Virrey Cisneros, pero éste se vio obligado a renunciar por ser enemigo de los intereses ingleses (Ver nuevamente la obra de Sampay, ibid.)                             
5.      El día 26 de mayo la recién instalada Junta ratificó ante el jefe de la flota inglesa fondeada en la rada del puerto de Buenos Aires el Acta de Libre Comercio con Gran Bretaña y resistida por el Virrey Cisneros (ver obra de Sampay, ibid.).
6.     El mismo día los barcos ingleses fueron empavesados (¿con qué bandera?) e hicieron salvas de artillería. El comandante inglés Fabian se jactaría  ante su gobierno “de haber arengado al pueblo diciendo que los ingleses dejarían su isla para venir a habitar estas hermosas regiones” ( Historia Argentina de José María Rosa tomo II, Ed. Oriente, Bs.As. 1974. pág. 198).
7.     El “santo patrono” de los periodistas argentinos, Mariano Moreno, merece un capítulo aparte. Traductor al castellano del “Contrato Social” de J.J. Rousseau, una de las “biblias” del modernismo liberal y masón, pretendió que se lo enseñara en las escuelas en reemplazo de la religión. Su anglofilia era manifiesta y en su “Plan de Operaciones” ofrecía entregarle a los ingleses la isla Martín García para que fuera una pequeña colonia o puerto franco para el comercio inglés. (J.M. Rosa obra citada  tomo II, pág. 210).Frente a todo  esto digamos irónicamente que el virrey Cisneros fue más patriota que los así titulados.
8.     También señalemos la pertenencia a la masonería de los “libertadores”, caso de San Martín, Bolívar, Miranda, Sucre, O’Higgins, Alvear y otros.
     Los pocos ejemplos que señalamos, ya que no pretendemos escribir un libro de historia, materia de eruditos y especialistas, son evidentes signos y símbolos de un proceso desencadenado tras la invasión napoleónica de España, pero proceso ya en marcha desde mucho antes: la guerra oculta del mundo moderno contra la Tradición..
      La Iglesia Católica tuvo un papel ambivalente frente a la insurgencia de Hispanoamérica.  El Papado condenó las sublevaciones: todavía había vestigios de tradición en la Iglesia, pero gran parte del clero se sumó a la guerra revolucionaria colaborando con la subversión en marcha.
       Historiadores del revisionismo nacionalista frente a la evidencia de los datos  han pretendido dar una explicación a la conducta de los revolucionarios como de que fue algo producto de las circunstancias y del momento. Que las concesiones a Gran Bretaña lo eran para conseguir ayuda económica y financiera. Los resultados están a la vista. Se inició el ya largo camino del verdadero coloniaje ahora no solamente inglés sino bajo un poder mundial angloyanqui-sionista. No se recapacitó acerca de que las concesiones al enemigo de pactar con él eran totalmente contraproducentes ya que con la subversión no hay arreglo posible, y así estamos.
      Digamos también algo del revisionismo histórico nacionalista que ha hecho invalorables aportes a nuestra historiografía siendo una de las grandes expresiones culturales de la Argentina y totalmente ignorado en nuestro mediocre medio “intelectual”.  Este revisionismo histórico tiene dos grandes limitaciones. La primera de ellas es que su horizonte no supera los conceptos modernos y naturalistas de “patria” y “nación”. No se plantea en profundidad la Tradición en su más alta expresión porque la Tradición tiene su patria en dónde ella está cualquiera sea el lugar en que se manifieste y a través de cualquier religión, civilización o cultura. La segunda limitación es su aferramiento al catolicismo güelfo causante  y gran responsable de la decadencia de Occidente.
        1810 es el período menos estudiado de nuestra historia  Pero partiendo de la Tradición se aclara todo, pero para ello hay que superar las limitaciones naturalistas, güelfas, emocionales y aldeanas.  Entonces sí asomará el Imperio.
                                             
JULIÁN RAMÍREZ
                 Secretario del C.E.D.A. por la Argentina



lunes, 20 de mayo de 2013


ACERCA   DEL   INDIGENISMO

 
    En su obra magna “Rebelión contra el mundo moderno” (pág. 29 Ediciones Heracles) nos dice Julios Evola: “ En la presente obra debemos limitarnos a dar principios cuya aplicación y desarrollo adecuado requeriría tantos volúmenes como son los capítulos escritos como base para ordenar y profundizar ulteriormente…”
     Esta tarea de desarrollo de la temática evoliana es la que deben afrontar hoy día los tradicionalistas. El padre Leonardo Castellani, nacionalista argentino, decía que el deber de la intelectualidad era pensar la Patria. Evola nos propone ampliar ese horizonte, es decir, pensar la Tradición.
     Todo esto viene a cuento de que en nuestra América se desarrollan fenómenos sociales y políticos que deben ser interpretados a la luz de  los principios tradicionales; y una de esas cuestiones es la del indigenismo.
     Pululan en nuestro continente corrientes marxistas y progresistas que han erigido al indígena en el “buen salvaje” de Rousseau- Un ser impoluto, bondadoso, ingenuo, que desde hace 500 años es vilmente explotado y esclavizado por los malos europeos empezando por los españoles. Y esto tiene un objetivo claro que, consciente o inconscientemente, apunta a socavar y derrumbar lo  que podemos rescatar de nuestro pasado imperial- Y aquí tenemos que hacer una crítica a Julius Evola.  En una poco feliz frase  que se lee en ·”Jerarquía y democracia” ( pág. 17 Ediciones Teseo) y refiriéndose a las civilizaciones que se conservaron en estado de momias, J.E. dice :  “ Entre los más conocidos. un caso típico es el ofrecido por el Perú antiguo, por ese magnífico e inmenso imperio que para ser destruido fue suficiente apenas con un puñado de aventureros”.  Por nuestra parte comentamos: ¡Vaya aventureros que trajeron nuestra religión católica y nuestro idioma castellano¡
     Y esto lo decimos porque un progresista, basándose en esa frase ya nos dijo que J.E. era indigenista. De todas maneras, ese dicho aislado no afecta para nada las líneas generales del pensamiento evoliano. J.E. no fue historiador, y nuestra América y el Imperio Hispano casi no se mencionan en su vasta obra. Somos nosotros los que tenemos que completar la tarea aplicando las categorías del mundo tradicional a nuestro continente indio, mestizo, negro y blanco, mal que les pese a las actuales corrientes europeas racistas y prosionistas.
     En una nota anterior siguiendo los lineamientos generales de la selección de las tradiciones conforme las orientaciones de J.E. hemos indicado la importancia de nuestro pasado imperial, es decir los imperios maya, azteca, incaico e hispánico. Esa referencia nos pone por encima de las falsas alternativas modernas que se nos presentan. Por un lado la exaltación del indígena en contraposición con la herencia hispánica; por otro lado  la exaltación de lo hispánico y el desprecio de la indígena. La primera corriente sustentada por marxistas y progresistas, la segunda por el nacionalismo católico. Ambas deben ser criticadas por lo que es superior. Nos seguiremos ocupando del tema en próximas notas
 
San Carlos de Bariloche, 14 de mayo del 2013
 
JULIÁN  RAMÍREZ  
 

El gran dilema argentino en referencia a la elección de jueces


DEMOCRACIA O ARISTOCRACIA TOTAL

Hace algunos años, cuando me desempeñaba en la enseñanza media y mientras vivíamos la euforia democrática en la Argentina, una diputada, en un despliegue desaforado de tal religiosidad providencial, encargada de resolvernos todos los problemas (‘Con la democracia se cura, se come y se educa’), nos proponía una ley por la cual la comunidad educativa, es decir el ‘pueblo’ que compone el establecimiento escolar, pudiese elegir al director. Recuerdo aun que, ante las objeciones que se escuchaban en su contra, la aludida efectuó este simpático razonamiento. ¿Cómo puede ser, nos decía, que se acepte que el pueblo pueda elegir a los gobernantes del Estado y no pueda hacerlo en cambio con un simple director de escuela?
Actualmente, luego de tantas décadas de democracia transcurrida, se sigue razonando de la misma forma ante la no respondida inquietud de la diputada. Días pasados la presidenta argentina formuló un pensamiento de similar envergadura. ¿Cómo puede ser, nos decía, que se acepte que un joven de 16 años, así como el resto de la población, pueda determinar quién decidirá el destino de nuestra nación para el futuro y el presente, y en cambio no lo pueda hacer con un simple juez que resuelve cosas menores tales como si un ciudadano puede o no divorciarse, puede o no sacar un documento, puede o no pagar una deuda?
No podemos menos que decir ahora, tal como lo pensamos hace tantos años, que en el fondo la presidenta tiene razón en lo que dice. Representa a todas luces un verdadero absurdo el hecho de que se pueda elegir a un diputado y no a un director de escuela o a un presidente y no a un simple juez ordinario. Pero el problema pasa en cambio por saber si es correcto o no el principio democrático antes de tener que debatir respecto del alcance de su aplicación. Es decir, si es correcto que el  pueblo elija a los que lo deben gobernar, sean éstos estadistas, jueces, o directores de escuela, o si en cambio deben hacerlo quienes están capacitados para ello: en el caso de un director y de un juez, un cuerpo colegiado, compuesto por sus pares de mayor experiencia y capacidad. Por lo cual el razonamiento debería formularse a la inversa. ¿Por qué debe haber tan sólo cuerpos colegiados para elegir a jueces, arquitectos, médicos o docentes en sus diferentes jerarquías y no en cambio para cosas más sustanciales e importantes como ser las referidas al buen gobierno de una comunidad? ¿Por qué también en el cuerpo político no puede existir una aristocracia como la hay en otras actividades? Esta cosa tan elemental y obvia que nunca se discute y ni siquiera suele formularse por miedo al ridículo o a sentirse adosar encima el mote de reaccionario, de poco actualizado u oscurantista, que se atreve a valorar en positivo esa palabra maldita que es aristocracia, por supuesto que nunca va a tener respuesta como tampoco la tendrá jamás, de aceptarse el dogma democrático, el sensato razonamiento de la presidenta y de la diputada hace tantos años.
Pero nosotros, que no tenemos ese temor, pues no pensamos presentarnos a ninguna elección, formulemos inversamente con ejemplos concretos cómo es la normalidad y no nos resignemos a pensar que, en tanto estamos condenados a vivir en la corrupción y en el absurdo, cada vez tengamos que tener siempre más democracia. Siglos atrás, cuando formábamos parte de un imperio, como podía haber sido el Incario o el Español, quienes nos gobernaban no eran personas que simplemente debían tener los 21 años cumplidos, sino seres que habían previamente pasado por el largo aprendizaje de una orden. Por lo general, para pertenecer a tal aristocracia, se precisaba de una herencia, es decir, haber sido parte de una estirpe que desde el mismo nacimiento había recibido la sensación de lo que significa lo relativo al Estado, como cosa diferente del mero lazo familiar o del simple trabajo, del mismo modo que en cualquier otra profesión u oficio. Aunque justamente por tratarse de una orden, es decir de una escuela de aprendizaje, no quedaban excluidas tampoco otras personas que demostrasen algún talento especial para el ejercicio de la función de mando. Y el hecho de que el virrey o el inca fuesen delegados de un poder superior y ajenos habitualmente al territorio o etnía en donde ejercían sus funciones, era sumamente provechoso a fin de obtener la objetividad necesaria para el ejercicio del mando por tratarse de un árbitro ajeno a los intereses de las partes que integraban el lugar. Por supuesto que hubo malos virreyes o incas: pero ante la pregunta respecto de los principios, de si era mejor la democracia por haber aparecido un pésimo gobernante, se sabía siempre que, del mismo modo que no era conveniente desprenderse de un cuerpo por haber padecido una penosa enfermedad, luego de haberse agotado todos los recursos del reclamo, el mismo iba a pasar; en cambio un sistema perverso, al ser antinatural, podía llevar a la sociedad a la corrupción de todas sus costumbres y por siglos enteros en forma cada vez más acelerada, tal como lo vemos en la actualidad.
Menos aun que la democracia se podía aceptar la otra utopía colindante, la republicana, que es la alegada por los más tímidos objetores de la democracia total, es decir por los que la sostienen a medias por no atreverse aun a tanto menos malo de los sistemas posibles, o simplemente por hallarse circunstancialmente en la ‘oposición’, tal como ha acontecido con tantas instituciones que han desertado de sus principios esenciales. Ante ello vale esta categórica afirmación: un poder que es limitado por otro es impotencia*. Una libertad coartada en su despliegue, no es libertad, sino coerción. Los hombres deben ser libres en función de sus posibilidades existenciales. La libertad del adolescente, que elige al presidente, es coerción para el sabio y en última instancia esclavitud para la nación toda. De hecho la doctrina del ‘control de poderes’ o división tripartita del mismo, además de ser una perfecta utopía pues por lo general no se cumple nunca, es la fuente de la anarquía y consecuentemente del paso último y final, el de la democracia total. Por encima del monarca no puede haber otro poder que se le equipare o sobreponga, salvo el de la Trascendencia que, a través del mismo, debe expresarse. No existe la fantasía del pueblo libre y soberano que elige. De hecho las multitudes, carentes de voluntad propia no son verdaderamente libres y deciden lo que otros poderes han elegido por ellas. Y estos poderes son hoy en día el dinero y la corrupción.

·        En la república Argentina, país en vías de asumir el sistema de la democracia total, jamás ha existido verdaderamente la limitación de poderes, es decir el principio republicano, a pesar de que nominalmente se lo pregone. Los jueces, aun sin ser elegidos por el pueblo, no son independientes del poder político. Nunca han condenado, y ni siquiera investigado seriamente, a un gobernante corrupto por temor a los consecuencias que acarrearía tal hecho. Los diputados han sido varias veces corrompidos por el poder ejecutivo con importantes sumas de dinero para votar leyes contrarias a sus principios. Es decir, el republicanismo es una falacia en la medida que no es con un simple tecnicismo como se resuelven los problemas. La única solución posible es la existencia de una clase política incorruptible educada para tal función en una escala de valores jerárquicos, a la cual no se le ponga límite alguno en el ejercicio de sus funciones. En pocas palabras, una persona que gobierna es o no es corrupta y no deja ni llega a serlo por la existencia o no de límites en el ejercicio del poder.

Marcos Ghio
20/05/13

miércoles, 1 de mayo de 2013

¡ARRIBA ESPAÑA Y ABAJO EUROPA!



El Sr. Alcántara desde un blog del que nos ha expulsado por carecer de argumentos para defender su delirio consistente en sostener que la raza europea, a la que él pertenece, es superior a todas y, lo más grave todavía, querer comprometer en ello nada menos que a la figura de Julius Evola quien, en citas puntuales por nosotros señaladas y las que nunca pudo refutar, decía exactamente lo contrario, nos acusa de incurrir por ello en posturas ‘de corte cosmopolita, igualitarista y democratizante según las cuales a todas las razas se les asigna igualdad de potencialidad en el plano del Espíritu’ en tanto que nos negaríamos a reconocer que los únicos que tendrían propiamente un espíritu divino serían los pertenecientes a la misma etnía de Alcántara. Todo este absurdo es manifestado por él en tanto que en su momento hemos afirmado la evidencia de que hoy en día es entre razas de color y no propiamente europeas en donde se manifiestan posturas más acordes con la Tradición que él reivindica verbalmente. Estas mismas, a diferencia de la situación que hoy vive la Europa consumista y materialista que conocemos, formulan y ponen en práctica la guerra santa en contra del mundo moderno y en contra también de ese adefesio que es la Unión Europea, institución tan reivindicada por el aludido como por sus amigos, tal como veremos. Y esto es justamente lo que sucede en Irak, en Siria, en Somalia, en Malí, en Pakistán, o en Afganistán entre otros lugares en donde se combate a fuerzas invasoras integradas muy democráticamente entre otros por su propio país junto a una cincuentena de estados satélites y laderos de los EEUU. Pero agreguemos que, para convalidar su punto de vista en la aludida nota, acude a un material escrito por un estrecho colaborador suyo, el ya por todos conocido Enrique Ravello, quien aporta datos interesantes e inverosímiles a su racismo europeo. Esto acaba de aparecer en una publicación difundida por Alcántara en donde se publica una nota de Ravello titulada Evola y Romualdi, que es una copia ampliada de una conferencia por éste brindada hace unos nueve años cuando pretendió homenajearlo a Julius Evola en un nuevo aniversario de su muerte atribuyéndole, como un verdadero contrabandista, principios totalmente antitéticos respecto de los que sostuviera el maestro italiano y que fueran en su momento refutados puntualmente en un texto titulado Evola y los nacionalistas europeos que aparece como capítulo de nuestra obra En la era del paria. Este nueva nota tiene la ventaja de ampliar algunos conceptos de la anterior poniendo más en claro lo que Ravello y su adlátere Alcántara pretenden decirnos, teniendo además por vía transitiva valor sumo al poner en evidencia la situación de tremendo marasmo en la que hoy se encuentra su país.
Digamos al respecto que la cada vez más incesante crisis que vive nuestra madre patria, con ya el 30% de su población desocupada, nos hace pensar siempre más si no tenía razón Franco cuando decía que España tenía que mantenerse alejada de los demás países de Europa contaminados de protestantismo y de marxismo y permanecer en cambio firme y decidida en su catolicismo raigal, cerrada en sus fronteras para adentro y mirando en cambio a otros continentes con los cuales existían afinidades ancestrales, como el nuestro.
Claro que no es eso lo que manifiestan los grupos denominados identitarios europeos, o indoeuropeos, o más directamente sionistas europeos en tanto que, tal como veremos, concuerdan estrechamente con Israel en que se debe combatir sin más y con todas las armas al alcance al ‘terrorismo internacional’, es decir al fundamentalismo islámico. Y esto mismo está formulado en la plataforma del partido catalán antiespañol integrado por ambos.
El Sr. Ravello, que suele mencionarme y con razón, ya que nos encontramos en posturas antitéticas, opina exactamente al revés de nosotros sobre dicho tema. Él piensa muy mal de lo que fuera el gobierno de Franco criticándolo no en los errores por todos nosotros reconocidos, sino justamente en las cosas más acertadas que ha tenido. Así pues nos dice textualmente en el aludido artículo que lo que caracterizaba negativamente a su régimen era:
1. Una idea de España cerrada, cubierta de una retórica neo-imperial pero realmente extremadamente jacobina, y consecuente liberalista, igualitaria y uniformizadora, hasta tal punto que hace literalmente imposible la presencia de esta derecha radical en territorios como Cataluña, País Vasco y Galicia.
2. Un catolicismo axfisiante (
sic) convertido en moral y en moralina pequeño burguesa que obsesionó a varias generaciones de españoles con el temor al “pecado” y el castigo divino hasta extremos que, de contarlos aquí, parecerían cómicos, pero que en absoluto lo son.
3. Hispanoamericanismo/Africanismo. España se reconocía en comunión con Hispanoamérica continente muy parcialmente poblado por descendientes de europeos, excepto los casos de Uruguay y Argentina y zonas concretas del resto de países. Viendo, a su vez, en África el lugar natural de expansión y alianzas de España.

4. Antieuropeísmo. Todo lo que venía de Europa, era concebido como pecado como posible alienación de la reserva espiritual de Occidente, o, incluso como racismo.

Todas estas cosas, que para Ravello serían tremendamente malas, insistimos, nos parecen realmente extraordinarias y hacen que cada vez lo queramos más a Franco. Con respecto al punto 1) consideramos que el gran valor de éste ha sido el de poner por encima de todos los intereses de las partes, en este caso las regiones, los distintos grupos sociales, etc.,  a la Nación como entidad suprema e integradora. Justamente ello ha estado en contraste claro con los separatismos localistas de los diferentes grupos regionales. No casualmente sea R. como A. forman parte como dirigentes o simpatizantes del grupo separatista Plataforma por Cataluña que promueve por diferentes vías la escisión de Cataluña respecto de España para integrarse como Estado confederado en la Unión Europea. Acotemos además que tal postura no es para nada antiliberal, pues el liberalismo es hoy en día también separatista de la misma manera que los aludidos identitarios.
2) Una de las cosas que más reivindicamos de Franco fue justamente esa ‘moralina’ que el mismo sostuviera por contraste y rechazo hacia la Europa del destape, coincidiendo en esto en gran medida con el fundamentalismo islámico que tiene entre sus metas principales, de la misma manera que en su momento Franco, la de volver a vestir a la mujer, la de hacerla regresar al hogar y a la crianza de los hijos y que el sexo vuelva al seno del matrimonio, como atributo esencial de la reproducción de la especie y no como obsesión patológica, tal como se vive y fomenta en estos días. Una vez más lo opuesto exacto a lo afirmado por los identitarios. Así como también resaltamos como positivo un deseo ferviente a fin de que España regrese a su catolicismo y repudie los arrebatos paganizantes (del peor paganismo) sustentados por tales grupos.
3) y 4) Lo esencial. Fue muy grande ese ideal de que España volviese a su meta imperial y buscara la cercanía con los que en su momento y no hace tantos siglos, integraran junto a ella un imperio que, al decir de Carlos V, ‘era tan grande que nunca se ponía el sol’, como contraste pleno ante la Europa caduca contra la cual Franco luchó y que finalmente no pudo evitar que invadiera su territorio como ahora. Por ello ¡qué grande fue el antieuropeísmo de Franco y qué minúsculo representa en cambio el europeismo de tales personajes nefastos de la nueva derecha! Pero lo más grave y molesto es que, en su racismo europeísta, Ravello y Alcántara repudien nuestra composición racial pues según ellos en América sólo habría muy pocos europeos, por lo que sería un continente muy poco recomendable para ellos tal como lo sería en cambio Europa repleta de arios rubios y de ojos azules. América -y los aludidos nos lo recuerdan siempre- está llena de negritos y ‘sudacas’ que al parecer influyen mucho en los descendientes europeos que allí fueron para civilizarla. Resaltemos la incongruencia de que los dos identitarios, a pesar de llenarse tanto la boca de antiliberalismo, tal como vemos, coinciden con nuestros liberales vernáculos, como Sarmiento y Alberdi, que querían saturarnos de europeos para evitar el influjo excesivo de los cholos y gauchos perezosos.
Casualmente este tema es traído nuevamente a colación cuando Ravello en ocasión de querer tomar falsamente a Julius Evola como un contraste respecto de la derecha franquista, se refiere a mi persona. Pero digamos en primer término que, contrariamente a tales conceptos errados, Evola concibió siempre a Franco y a Oliveira Salazar de Portugal como sabios gobernantes y con palabras muy parecidas a los nuestras. Según R. y A, en cambio el autor italiano sería sin más un pensador europeo. Sin embargo el primero debe reconocer en su escrito que fue un argentino, es decir una persona perteneciente a un país de raza inferior, muy cholo y no suficientemente ario y europeo, el que difundió a Evola en su propio país, aunque aclarando falsamente, como para querer corregir un poco el inconveniente, que eso aconteció ‘de su mano’. Lo cual es falso totalmente pues cuando presenté las primeras obras del italiano en España y lo conocí a Ravello en una conferencia, éste era un muchacho casi adolescente que prácticamente se informaba de tal obra a través de mi persona, y que en todo caso lo que sucedió fue que participó en su distribución  algunos años más tarde. Lo insólito es que agregue, como para explicar tal hecho, que el suscripto, a pesar de ser argentino, sería de origen lombardo (ni siquiera dice italiano puesto que de la misma manera que rechaza a España también lo hace con Italia, en consonancia con sus amigos de la impúdica Lega), pero que una vez más, debido a mi condición nacional inferior, tras haber sido pretendidamente expulsado de la enseñanza por defender la dictadura militar, fui lo mismo recompensado con un salario, ‘pues tales cosas solamente pueden suceder en un país como la Argentina’, debido justamente a su condición no suficientemente indoeuropea y laboriosa, lo cual sin embargo habría permitido dedicarme en mi ocio a la traducción de las obras de Evola.
Aclarémosle al racista Ravello que no es cierto que haya defendido el gobierno militar, sino que fui un  opositor del mismo, tanto de haber sido excluido de la enseñanza universitaria durante ese período. Que tampoco fui expulsado de la enseñanza media como él dice, ni se me pagó sueldo alguno por no trabajar como afirma falsamente. Que no soy hijo de lombardos por ninguna rama, sino simplemente de italianos de diferentes regiones. Que soy por lo tanto antieuropeo, del mismo modo que Evola y Franco. Que es mentira, tal como él dice, que haya dicho que el 11 M fue un hecho tradicional, sino un acto de guerra justificable plenamente en razón de la participación de su país en la entente yanqui europea que invadiera Irak produciendo casi un millón de muertos en 10 años de ocupación. Con seguridad que con Franco estas cosas no habrían sucedido. Que estoy a favor de lo que él llama en forma condenatoria el terrorismo internacional, en coincidencia con Obama y Netanyahu. No por nada la Europa que él tanto defiende ha sido servil a tales poderes. Y con respecto a sus aseveraciones, respaldándose en Romualdi y no compartidas en nada por Evola e incluso criticadas con suma dureza*, de que el europeo ‘sería el pueblo destinado a portar el logos… la raza olímpica por excelencia”, hay que ser muy ciego o muy crédulo -y estamos convencidos de que ni Ravello ni Alcántara en el fondo se la creen- como para sostener tales cosas observando la realidad actual de Europa. Nosotros no solamente no creemos que los europeos sean una raza privilegiada, sino por el contrario pensamos que en estos momentos representan lo peor de todo, del mismo modo que Rusia, Israel y Norteamérica, sus productos finales, en tanto que tanto el capitalismo, como el marxismo y el sionismo tuvieron una matriz europea originaria.
Por eso volviendo a lo primero que dijo Alcántara en el sentido de que éramos cosmopolitas porque no creíamos en la superioridad de su raza sobre todas las restantes, queremos aclararle que es todo lo contrario: no lo somos en tanto estamos convencidos de que la misma no sólo no es superior, sino que es inferior a las demás.


* Dice al respecto Evola en relación a la exaltación de lo indoeuropeo efectuada en su momento por Romualdi y actualmente por Alcántara y Ravello: En cuanto a la capacidad de conjunto de los valores ‘indoeuropeos’ ... de poder operar como una nueva solidaridad y unidad supranacional occidental, dados los tiempos actuales por los que transitamos, a diferencia de lo que dice Romualdi (y agregaríamos Alcántara y Ravello), somos sumamente escépticos: no creemos para nada que pueda visualizarse algún suelo apto de resonancia y cristalización.
Il Conciliatore, agosto 1970.






Marcos Ghio


1/05/13