jueves, 31 de marzo de 2016

ALGO MÁS SOBRE LA NEGACIÓN DE LA DOCTRINA DE LA UNIDAD TRASCENDENTE DE LAS RELIGIONES

NOTA 3


ALGO MÁS SOBRE LA NEGACIÓN DE LA DOCTRINA DE LA UNIDAD TRASCENDENTE DE LAS RELIGIONES EFECTUADA POR LOS PSEUDOEVOLIANOS



Vuelve a insistir el informante del grupo de Alcántara en relación a tal concepto.

Schuon es para nosotros un autor más cercano, en ciertos aspectos, a una especie de New Age "ilustrada" que otra cosa, y… el concepto de "tradición universal y unánime" (una y única para todos) es de cuño moderno, tanto más lo de la "unidad trascendente de todas las religiones". Para agregar:

Concordamos con Evola en que el "fenómeno religioso" arranca en sí mismo con la degeneración que se inicia con la Edad de Plata (El Misterio del Grial, cap. VI).
La multitud de tradiciones (de muchos talantes y niveles, en concordancia con la naturaleza del grupo humano que las vehicula) para nada necesita ser imaginada como estando éstas necesitadas (valga la redundancia) de estar íntimamente vinculadas entre sí.
En cambio esto es lo que dice Evola para contestarles a tales falsificadores:

“La idea básica es la noción de una tradición primordial metafísica unitaria más allá de toda tradición o religión en particular. El término “metafísico” es aquí tomado no en el sentido abstracto que tiene en la filosofía sino con referencia a un saber alrededor de lo que no es “físico” en la acepción más amplia, y a una realidad que trasciende al mundo meramente humano con todas sus construcciones. Dicha tradición habría tenido en las diferentes tradiciones históricas tantas manifestaciones en mayor o menor medida completas, con adaptaciones a las distintos condicionamientos ambientales, históricos y raciales, realizados a través de vías que escapan a la investigación profana. En tal presupuesto estaría dada en verdad la posibilidad de volver a hallar elementos constantes y homologables en las enseñanzas, en los símbolos y en los dogmas de tales tradiciones históricas particulares y remitirse a un superior plano de objetividad y de universalidad. Ideas de tal tipo se habían asomado también en el teosofismo y en algunos ambientes de la masonería, aunque en forma inadecuada; es justamente la escuela guénoniana la que ha sabido presentarlas y desarrollarlas en modo serio y riguroso, con la correspondiente tesis de la “unidad trascendente de las religiones” (la expresión es de F. J. Schuon y el título de un muy interesante libro suyo). Se debe subrayar que aquí no se trata de un “sincretismo” (como en cambio sostiene el falsificador) y ni siquiera de aquellas correspondencias que a veces efectivas, pero siempre empíricas y exteriores, pueden ser resaltadas por la corriente de la historia de las religiones. El presupuesto es un método opuesto, deductivo, basado en conocimientos fundamentales y sobre principios que, casi como por la definición del triángulo, se pueden deducir de teoremas valederos para los diferentes casos, así como permiten comprender cómo bajo ciertas condiciones y en relación a una variedad de posibles formas expresivas, además que en vista de diferentes exigencias, de ciertos significados y símbolos de la tradición una se arribe a uno o a otro corpus de enseñanzas, creencias, dogmas, mitos e incluso supersticiones, permaneciendo tales “constantes” por encima de cualquier diversidad e incluso de cualquier aparente contraste.”
Asimismo esto es también factible con el caso del catolicismo que según el falsificador habría sin más sido descartado por Evola.
Y bien, la primera integración “esotérica” del catolicismo consistiría justamente en esto: partiendo de las doctrinas y símbolos de la Iglesia saber percibir lo que en éstos, por ser verdaderamente “católico”, es decir, universal (katolikós significa universal), va más allá del catolicismo, captando también nexos que iluminan respecto de un carácter, por decirlo así, “intertradicional”. Ello implicaría no alterar aquellas doctrinas católicas, sino hacer valer sus contenidos esenciales sobre un plano superior al de aquel que es simple religión, sobre un plano metafísico y con prospectivas realizativas que pueden ir en contra de quien aspire a lo trascendente 1. Aunque hay que tener cuidado en no invertir el procedimiento –como lamentablemente ya ha acontecido– al asumir como elemento primario las doctrinas católicas en sus limitaciones específicas para yuxtaponerles alguna referencia “tradicional”. Son en vez estas referencias las que deberían constituir el elemento primario y el punto de partida. Es decir rechazar el exclusivismo religioso.
No es necesario decir que únicamente en esta perspectiva “tradicional” (o supratradicional) podría valer el axioma de la Iglesia: “Quod ubique, quod ab omnibus et quod semper”, no por cierto sobre el plano de aquella apologética católica que se podría muy bien denominar como “modernista”, en cuanto la misma desde los comienzos ha insistido fanáticamente sobre el carácter de la novedad y de la irrepetibilidad del cristianismo, con la única reserva de anticipaciones y de “prefiguraciones” a referirse sobre todo al pueblo hebraico cual pueblo elegido por Dios. La “novedad” puede ser concebible en lo relativo meramente a una particular adaptación de la doctrina que es nuevamente sólo porque se refiere a nuevas condiciones existenciales e históricas (las cuales sin embargo impusieron la exposición de la enseñanza para nada en una forma superior). Para poder afirmar sensatamente el axioma católico antes citado, la actitud debería ser la opuesta: en vez de insistir en la “novedad” de las doctrinas, casi como si esto fuese un título de mérito, se debería tender a poner en luz su carácter arcaico y su perennidad, justamente mostrando la medida en la cual las mismas pueden ser referidas en su esencia a un cuerpo superior de enseñanzas y de símbolos que es en verdad “católico” (=universal) para no dejarse encerrar en ningún tiempo y en ninguna forma particular, aun permaneciendo en la base de cada una de éstas, sea en el mundo precristiano como en el no cristiano, occidental y no occidental, sea en tradiciones extinguidas o pasadas a formas involutivas y nocturnas, como es el caso relativo a creencias conservadas entre las mismas poblaciones salvajes. El catolicismo admite la idea de una “revelación primitiva” y “patriarcal” hecha al género humano antes de que aconteciesen el diluvio y la dispersión de todos los pueblos 2. ….
En cuanto al origen de los contenidos que en el catolicismo se muestran susceptibles de una asunción “tradicional” y en cuanto a la singularidad de muchas correspondencias –en mitos, nombres, símbolos, ritos, instituciones de fiestas y así sucesivamente– con muchas otras tradiciones esparcidas en el tiempo y en el espacio, las cuales hacen pensar en algo más que en el simple caso a lo cual pueden conducir los esfuerzos de las investigaciones históricas y empíricas, las investigaciones de los teosofistas, los cuales ven por todas partes la acción personal de “Maestros” y de “Grandes Iniciados”, es demasiado simplista. En cambio es necesario tener en cuenta también una acción no perceptible y no vinculada siempre a personas, a una influencia “subliminal”, la cual, sin que los formadores de la tradición católica lo sospechasen, puede haber hecho en manera tal que éstos, muchas veces en la idea de hacer algo diferente o también de ser impulsados por circunstancias exteriores, se convirtiesen en los instrumentos de la conservación de la tradición, de la transmisión de algunos elementos de una sabiduría primordial y universal que así –tal como dice Guénon– pueden reencontrarse en “estado latente” en el catolicismo, escondidos detrás de la forma religiosa, mítica y teológico-dogmática. Por lo demás, una tal concepción podría ser en parte aceptada por la ortodoxia católica, sólo si la misma comprendiese en términos más concretos aquella acción del Espíritu Santo que, a través de la historia de la Iglesia, habría desarrollado la “revelación” primitiva estando invisible e inspirativamente presente en cada Concilio. Al formarse toda gran corriente de ideas se debe tener en cuenta lo que se puede haber debido a influencias de tal tipo (pero en tal caso de otra naturaleza) más de lo que el hombre común lo puede imaginar……
Desde el punto de vista esotérico, lo que en los eventuales encuentros entre símbolo y realidad tiene más valor, no es el aspecto realidad, sino más bien el aspecto símbolo, a través del cual se puede arribar a algo universal, suprahistorico e iluminador…..
Un catolicismo que se eleve al nivel de una tradición verdaderamente universal, unánime y perenne, en donde la fe pueda integrarse en una realización metafísica, el símbolo en una vía para el despertar, el rito y el sacramento en acción de dominio, el dogma en expresión de un conocimiento absoluto e infalible puesto que no-humano y como tal viviente en seres disueltos del vínculo terrestre a través de una ascesis, en donde el pontificado revista su función mediadora originaria – un tal catolicismo podría suplantar todo espiritualismo presente o futuro.”
Aunque agrega seguidamente constatando la realidad de hecho de la Iglesia actual;

“Pero si observamos la realidad, ¿acaso esto es algo más que un sueño?” (Máscara y rostro del espiritualismo contemporáneo, pgs. 117 y sig.)
Por último agreguemos que en su obra el Misterio del Grial Evola no rechaza el fenómeno religioso sino solamente aquel que ha venido a predominar en el Occidente, es decir, un catolicismo güelfo que ha negado la instancia esotérica de tal religión.
Tal como vemos este grupo de falsificadores tiene a su cargo la función de deformar el pensamiento evoliano a fin de quitar a las personas el acceso de la única doctrina tradicional alternativa al sistema.
M.G.



miércoles, 30 de marzo de 2016

LOS PSEUDOEVOLIANOS Y LA UNIDAD TRASCENDENTE DE LAS RELIGIONES

NOTA 2

LOS PSEUDOEVOLIANOS Y LA UNIDAD TRASCENDENTE DE LAS RELIGIONES


El grupo del pseudoevoliano Alcántara acaba de refutar nuestra nota sobre la Unidad trascendente de las religiones, la que demostráramos era sustentada por el maestro Evola, con los siguientes argumentos.
1) tal doctrina 'resulta inoperante por innecesaria' ya que las religiones tradicionales son 'autónomas' y 'para nada necesitaban sentirse vinculadas entre sí para la consecución de sus fines'
2) La formulación de la misma por parte de autores como Guenon, Evola o Schuon 'sólo tiene sentido en el mundo moderno' aunque no aclara las razones de ello.
3) La misma termina 'presentando más los rasgos problemáticos del sincretismo'. (?)
4) Un autor como Mircea Eliade jamás la sustentó. (Acotemos que independientemente de los méritos eruditos de tal autor no dejó de ser un catedrático del sistema que se preocupó sobremanera por ocultar públicamente cualquier vínculo con Evola ya que, como acotara muy bien G. de Turris, tal cosa podía interferir con su gran objetivo finalmente fallido de conseguir el premio Nobel. Es decir que en el fondo se trataba de un burgués el cual obviamente no debía encontrarle sentido alguno a tal doctrina).
5) Le asigna tal postura al catolicismo el cual según él sería adepto de la misma y no así los pueblos arios indoeuropeos del cual tal grupo se siente heredero en tanto sostenía valores metafísicos e incluso físicos distintos de las razas inferiores con las cuales es imposible estar unidas.
Respuesta: 1) A diferencia de lo sustentado por el informante de tal grupo dicha doctrina es sumamente necesaria y operante justamente en un tiempo como el actual en donde las grandes religiones por sus elites deben estar unidas en un frente único en contra del mundo moderno.
2) Que el mundo moderno se ve sumamente favorecido por posturas exclusivistas como la sostenida por el grupo indoeuropeísta. Para el mismo, en connivencia con el sionismo, solamente las naciones modernas pueden unirse en un gran frente, tal como acontece ahora en la actual guerra de civilizaciones en donde se ha formado un bloque de 60 naciones en contra del fundamentalismo. Mientras ello sucede tal grupo sostiene que el bando tradicional debe estar dividido manteniendo sus diferencias como una cosa esencial puesto que según él entre un ario y un semita no hay nada en común.
3) El falso que el catolicismo, al menos el oficial romano, sostenga tal doctrina pues de la misma manera que los pseudoevolianos es exclusivista considerando a la propia como el único camino válido y verdadero.
4) Por último con el rechazo hacia la unidad trascendente de las religiones ha quedado en claro el carácter no evoliano de tal grupo ya que la misma era sostenida por Evola en forma permanente y constante y hasta diríamos que era una de sus consignas esenciales.

M.G.

martes, 29 de marzo de 2016

GHIO: PERÓN, UN POLÍTICO AMIGO DE LOS ESTADOS UNIDOS

PERÓN, UN POLÍTICO AMIGO DE LOS ESTADOS UNIDOS

                                Embajador Braden, 'enemigo' de Perón

Una de las mayores parodias presentes en la política argentina es la del pretendido carácter antiimperialista y específicamente antiyanqui expresado por el peronismo, en especial durante su primer gobierno el cual estaría en contraste con todas las experiencias posteriores del mismo signo que se han caracterizado, en grados dispares, por un sometimiento claro y evidente a la política norteamericana. Para abonar tal teoría se nos recuerda hasta el hartazgo el hecho de que el embajador norteamericano en 1945, Spruille Braden, se entrometió en la política argentina de manera ostensible con la finalidad de impedir el triunfo de Perón en tanto que veía en éste la continuidad histórica del fascismo derrotado en la guerra; por lo que de tal manera habría quedado sellado definitivamente el hecho de que se trataba de un gobierno marcadamente contrario a tal imperialismo. Esta postura fue incluso abonada por autores decididamente liberales y admiradores acendrados de la sociedad norteamericana, como Carlos Escudé en su obra EEUU y la declinación argentina (1983), para quien Perón habría sido el responsable del gran desencuentro y desconfianza que durante décadas existiera entre Argentina y EEUU en razón de su política marcadamente antinorteamericana.
Sin embargo es de recordar que la Revolución de 1955 que lo derrocara a Perón tuvo como una de sus consignas principales, levantada en especial por dirigentes sea nacionalistas como radicales del estilo de Frondizi, la de que estaba entregando el patrimonio nacional al imperialismo norteamericano. Un dato valioso aportado al respecto -y que sirve como anticipo para aventar tal falso mito- es la anécdota citada por el pensador nacionalista Walter Beveraggi Allende en su obra Epitafio para la viveza argentina, Buenos Aires 1983, quien en sus pgs. 28-36 nos relata que, participando en los EEUU en 1951 de una conferencia, fue accedido por Archibald Mac Leish quien había sido hasta hacía muy poco subsecretario de asuntos latinoamericanos, y por lo tanto superior a Braden en cuanto a jerarquía, quien le dijo textualmente que, para evitar que la Argentina llegase a ser una potencia y que pusiese coto a la expansión de los EEUU, ‘nosotros seleccionamos y pusimos en el poder a Juan Domingo Perón’.
Esto fue por supuesto rechazado varias veces por autores de marcada simpatía peronista que acusaron de falsa tal aseveración. Sin embargo queremos resaltar aquí que hace pocos años se han publicado los archivos secretos desclasificados del Departamento de Estado de los EEUU en donde se puede ver a ciencia cierta cómo el gobierno de Perón no fue en manera alguna antinorteamericano, sino lo contrario. Citamos a continuación algunos pasajes de los mismos aparecidos en la obra de M. Rapoport y C. Spiegel, Relaciones tumultuosas, EEUU y el primer peronismo. (Bs. As. 2009 pgs. 465 y sig.)
‘Perón es habitualmente representado por la caricatura de un demagogo nazifascista y un dictador. Pero esto es demasiado simplista. Inteligente, inescrupuloso y perseverante, Perón es un hábil oportunista cuya capacidad no debe subestimarse’. (Informe secreto dirigido al departamento de Estado del encargado de negocios en la embajada argentina, John Cabot, el 9 de enero de 1946 a un mes de las elecciones que le darían el triunfo a Perón). Es decir que, mientras el embajador Braden publicaba el Libro Azul denunciado a Perón como nazi y estimulando a no votarlo, con más realismo su encargado de negocios informaba a la superioridad que ello no era así y que era un político a tener en cuenta por parte de los EEUU.
Es cierto que durante el gobierno hubo una prédica verborrágica en contra de los EEUU, en especial por la presencia en el peronismo de ciertos sectores nacionalistas, pero la misma con el tiempo se fue diluyendo, en especial cuando Norteamérica fue entrando cada vez más en conflicto con la URSS y vio en el gobierno de Perón a un aliado para un encuadramiento en su contra. Fue así como en 1954. ya en la última etapa de su gobierno, esto es lo que la Inteligencia norteamericana opinaba del mismo. ‘Para fines de 1952 Perón llegó a la conclusión de que una política antiestadounidense ofrecía poco rédito… y más aun aparentemente llegó a la conclusión de que se hacía necesario un importante apoyo económico externo para sus metas económicas internas, lo cual era a su vez una precondición para su permanencia en el poder… El momento que Perón eligió para buscar un reacomodamiento con los EEUU también estaba condicionado en parte por su mayor control político interno, el que lo hacía menos dependiente de los elementos antinorteamericanos (que estaban en su partido)…'
Y agregaba: ‘Actualmente la propaganda argentina antiestadounidense prácticamente ha cesado. La línea de Tercera Posición virtualmente ha dejado de existir’ (Evaluación de Inteligencia Nacional Washington DC, 9 de marzo de 1954).
Pero lo más insólito es el mismo informe de la CIA del 21 de julio de 1955, es decir cuando hacía poco más de un mes que se había producido el fallido golpe de Estado del 16 de junio. En el mismo se consideraba que Perón tenía la situación perfectamente controlada y no preveía ni remotamente la nueva intentona, la definitiva, que habría de producirse menos de dos meses más tarde. Por lo cual resulta a todas luces notorio que EEUU no tuvo incumbencia directa en la Revolución de septiembre de 1955.
La develación de tales informes pues ratifican una vez más que estaba en lo cierto W. Beveraggi Allende cuando calificaba al gobierno de Perón como no enemigo, sino como amigo de los EEUU.



GHIO: ACERCA DE LA UNIDAD TRASCENDENTE DE LAS RELIGIONES

NOTA 1

ACERCA DE LA UNIDAD TRASCENDENTE DE LAS RELIGIONES



En un debate con un integrista para el cual sólo el catolicismo es la religión verdadera, éstas son las palabras de Evola:
“En el plano de las religiones tiene valor tan sólo la unidad trascendente, efectuada desde lo alto: la unidad que puede resultar del reconocimiento de la Tradición Una existente más allá de sus varias formas particulares e históricas, de los contenidos metafísicos constantes que se presentan según diferentes vestimentas – casi como en la traducción de diferentes “lenguas” – en las distintas religiones y tradiciones sagradas del mundo. El presupuesto imprescindible aquí es pues la asunción “esotérica” de aquello que se presenta según la opaca y a veces incluso contrastante variedad de las formas exotéricas, exteriores e históricas, de las religiones y de las tradiciones. El encuentro, por lo tanto, podrá acontecer únicamente en el vértice, al nivel de las elites capaces de comprender la dimensión interna y trascendente de las correspondientes tradiciones, en función de la cual la unidad resultaría por sí misma y podrían desarrollarse “diálogos” sin perturbar los límites propios de cada una de ellas en el nivel de la “base” y de la doctrina externa. (pg. 214)
El fundamento del “tradicionalismo” es la idea… de una unidad trascendente de todas las religiones (para decirlo mejor, de todas las grandes tradiciones espirituales, puesto que nosotros insistimos en indicar la oportunidad de limitar la designación de “religión” a ciertas formas particulares de tales tradiciones). Desde el punto de vista tradicional, éstas se presentan como “homologables”, como formas varias, más o menos completas, de un conocimiento único, de una sapientia perennis, emanaciones de una tradición primordial atemporal: toda diferencia refiriéndose al aspecto contingente, condicionado y caduco, y ninguna de éstas pudiendo pretender, en cuanto tal, de representar como un monopolio a la verdad absoluta”. (El arco y la clava, pgs. 228 y sig. Ediciones Heracles)
Pero además de los exclusivistas católicos los hay también los 'indoeuropeos' para los cuales solamente los arios, es decir su raza propia, estarían en la verdad y los demás en cambio, en razón de su inferioridad ontológica, no podrían en cambio formar parte de tal contexto. Lo grave del caso es que algunos de ellos llegan a incluir al maestro Evola en tal forma de particularismo y nacionalismo cuando el mismo ha sido contundente en negar y rechazar abiertamente tal postura. Así pues son sus palabras:
“Cuanto más puede decirse que los indoeuropeos fueron los pueblos que más que cualquier otro han sabido RECONOCER y aplicar un ideal de jerarquía orgánico funcional… PERO ESTE IDEAL SIN EMBARGO MANTIENE UN VALOR OBJETIVO Y NORMATIVO QUE DE NINGUNA MANERA PUEDE CONSIDERARSE COMO LA CREACIÓN DE UN DETERMINADO GRUPO HUMANO” (La Tradición romana, pg. 82).
Lo que hay en común pues entre los indoeuropeístas y los integristas católicos es que en ambos caso se niega la unidad trascendente de las religiones y así como unos manifiestan la superioridad del cristianismo respecto de las restantes religiones, otros en cambio sostienen la superioridad de la raza aria sobre las demás. .

lunes, 21 de marzo de 2016

EVOLA: EL FASCISMO EN LA ERA “DEMOCRÁTICA”

EL FASCISMO EN LA ERA “DEMOCRÁTICA”




Presentamos a continuación partes del capítulo XIII de la obra Más allá del Fascismo, pgs.112-120 con algunos comentarios añadidos con la finalidad de adecuarla a los tiempos actuales.


Casi como una conclusión del mismo podemos indicar, resumiendo, cuáles son los rasgos más esenciales del tipo de Estado y de régimen que podría definirse partiendo de un movimiento de carácter “fascista” el cual superase en un sentido decididamente de Derecha las diferentes oscilaciones y confusiones presentes en las anteriores corrientes reconstructivas. Como punto de referencia debería por lo tanto ser considerado no aquello que el fascismo italiano y movimientos similares fueron en su realidad de hecho, en su simple “historicidad” no repetible. Aquello que sobrevive del “fascismo” y puede mantener un valor y una actualidad son sus potencialidades. Tal como alguien ha dicho con justeza, es aquello que “el mismo podía y debía ser” si ciertas condiciones se hubiesen realizado.
La precisa toma de postura en contra de toda democracia y de todo socialismo es la primera característica del Estado del cual hablamos. El mismo pondrá fin a la estúpida infatuación, a la vileza y a la hipocresía de todos aquellos que hoy se llenan la boca con la palabra “democracia”, que proclaman la democracia, que exaltan la democracia. La democracia no es sino un fenómeno regresivo y crepuscular.
El fascismo nunca fue un movimiento democrático. No llegó al poder a través de elecciones, sino a través de una revolución conservadora. La democracia sigue siendo en todo momento un límite al accionar de cualquier movimiento que reivindique del fascismo su mejor tradición.

El verdadero Estado será luego orientado sea contra el capitalismo como contra el comunismo. En el centro del mismo se hallarán un principio de autoridad y un símbolo trascendente de soberanía. La encarnación más natural de tal símbolo es la monarquía. La exigencia de conferir un crisma a tal trascendencia es de un valor fundamental.
Justamente en tanto no es democrático, la soberanía no emana del pueblo sino de lo alto. Se trata de un principio trascendente y su mejor forma de expresión es la monarquía siendo el paso previo de la institución de la misma un tipo de gobierno que le confiera un prestigio necesario que le permita ser reconocido y respetado por la comunidad entera.

La monarquía no es incompatible con una “dictadura legal”, casi como según el antiguo derecho romano. El soberano puede conferir poderes excepcionales unitarios a una persona de una particular estatura y calificación, siempre sobre la base lealista, cuando deban ser superadas situaciones especiales o emprenderse tareas excepcionales.
La fórmula del “constitucionalismo autoritario” puede ser aceptada. La misma implica la superación del fetichismo y de la mitología del denominado “Estado de derecho”. El derecho no nace de la nada hecho y derecho y con caracteres de eterna e inmutable validez. En el origen de todo derecho se encuentra una relación de fuerzas. Aquel poder que está en el origen de todo derecho puede intervenir suspendiendo y modificando las estructuras vigentes allí donde la situación lo reclame, atestiguando con ello que en el organismo político existen siempre una voluntad y una soberanía que el mismo no se ha reducido a algo de abstracto, mecánico y sin alma.
Ante la carencia de una monarquía, tal como acontece en nuestro medio, es necesaria una ‘dictadura legal’ que instaure tal principio educando a la comunidad respecto del valor del mismo.

El Estado es el elemento primario ante la nación, el pueblo y la “sociedad”. El mismo –y con ello todo lo que es propiamente orden político y realidad política– se define esencialmente sobre la base de una idea y no de factores naturalistas y contractualistas.
No el contractualismo, sino las relaciones de fidelidad, de obediencia, de libre subordinación y de honor son las bases del verdadero Estado. El mismo no conoce la demagogia y el populismo.
El Estado en tanto principio trascendente no queda subordinado a la sociedad a través de un contrato efectuado por partes iguales, postura ésta sostenida en simultaneidad por todas las ideologías modernas desde el suarismo güelfo jesuítico hasta el liberalismo y el marxismo, sino que es el elemento formativo de la misma siendo su función la de elevarla desde su condición individual y gregaria a la de persona, es decir un ente libre y espiritual.

El Estado es orgánico y uno, sin ser “totalitario”. Las relaciones aquí mencionadas son la premisa para la posibilidad de un vasto margen de descentralización. La libertad y las autonomías parciales se encuentran por lo tanto en relación con la fidelidad y la responsabilidad, de acuerdo a una precisa reciprocidad. Cuando aquellas relaciones son infringidas, el poder recogido en el centro, manifestando la propia naturaleza, intervendrá pues con una severidad y dureza tanto mayores cuanto más grande era la libertad concedida.
Se trata de lo opuesto exacto del Estado moderno que, a pesar de pregonar la libertad de las partes, se ha convertido en un órgano elefantiásico receptor de todas las diferentes clientelas electorales y por tal motivo subordinado al poder de las finanzas y al que se obliga sucesivamente a endeudarse en función de poder mantenerlo. El Estado tradicional es físicamente pequeño pero metafísicamente omnicomprensivo en tanto penetra con su espíritu hasta la más mínima actividad de los ciudadanos.

El verdadero Estado no conoce el sistema de la democracia parlamentaria y la partidocracia. El mismo puede admitir tan sólo representaciones corporativas diferenciadas y articuladas por una Cámara Baja o Cámara Corporativa. Por encima de ésta, como instancia superior que garantice la preeminencia del principio político y de fines superiores, no tan sólo materiales e  inmediatos, se encontrará una Cámara Alta.
La Cámara Alta o senado (antiguamente el consejo de ancianos) estaba compuesto por los sabios de la comunidad que lo integraban con carácter vitalicio. En cambio en la actualidad, en donde las jerarquías han desaparecido y la cantidad numérica es lo que prima, se ha convertido en un organismo parecido a un mercado de prebendas. Quienes lo integran, los representantes de las provincias, en la Argentina, lejos de ser personas calificadas son simples mercaderes que comercian con el poder central el reparto de los bienes económicos (generalmente dinero) de los que se dispone y que son distribuidos por banqueros habitualmente foráneos. En función de tal reparto y no de principios es que se votan todas las leyes en este sistema inmoral que se nos ha impuesto.

Con una resuelta reacción se deberá tomar por lo tanto posición en contra del aberrante sistema del sufragio universal indiscriminado y parificado, que ya incluye al mismo sexo femenino. La fórmula “politizar a las masas” debe ser sin más rechazada. La mayor parte de una nación sana y ordenada no se debe ocupar de política. El trinomio fascista “autoridad, orden y justicia” mantiene para el Estado verdadero una validez inmarcesible.
La política debe volver a ser una disciplina a ser ejercida por aquellos que saben y que constituyen una clase especializada y no un atributo perteneciente a todos por igual y determinado por el número. El voto debe ser calificado de acuerdo a la función. El pueblo no debe ocuparse de política del mismo modo que no debe hacerlo de medicina o de arquitectura. Debe volver a aceptar la existencia de personas calificadas para tal función y no dejarse arrastrar por los cantos de sirena de los demagogos.

El partido político, órgano necesario de un movimiento en un período de transición y de lucha para la conquista del poder y para la estabilización acontecidas no debe dar lugar a un “partido único”. La meta será la de constituir en vez algo similar a una Orden que participa con dignidad y autoridad y que asume ciertas funciones que en los anteriores regímenes tradicionales tuvo la nobleza cual clase política en los puestos clave del Estado: ejército, diplomacia, para lo cual actuaba de premisa una ética más severa y un particular estilo de vida. Este núcleo actuará también como custodio y guardián de la idea del Estado y prevendrá el aislamiento “cesarista” de aquel que reviste la suprema autoridad.
La esfera política y del poder debe ser, por su misma naturaleza y función, libre de condicionamientos por parte de grupos y de intereses económicos. Podría ser recordada aquí la famosa frase de Sila, el cual dijo que no era su ambición la posesión del oro, sino tener poder sobre los que lo poseen.
Una vez más no debe ser la economía la que gobierne a la política, sino al revés.
La reforma corporativa debe conducirse en el seno del mundo del trabajo y de la producción, es decir en las empresas, para un nuevo dimensionamiento orgánico de las mismas y una decidida eliminación del clasismo, de la lucha de clases, así como también de la mentalidad sea “capitalista” como proletaria o marxista. El sindicalismo, el mayor instrumento de todas las subversiones de los tiempos últimos, verdadero cáncer del Estado democrático, debe ser rechazado. De acuerdo a la concepción fascista será el Estado el que actuará como árbitro, moderador y ejecutor en el caso de contrastes y disfunciones entre las partes. La objetividad y el rigor de esta superior instancia, la que debe ser concretada en adecuadas estructuras, permitirán también la abolición del instrumento de la huelga, cuyos abusos, cuyo empleo chantajista y cuyas finalidades políticas más que económicas, se hacen cada vez más evidentes e insoportables.
Este verdadero cáncer conocido especialmente en nuestro país por el sindicalismo peronista, habitual chantajista de todos los gobiernos y al mismo tiempo gestor de una burocracia de multimillonarios, debe desaparecer. Lo mismo que el denominado ‘derecho de huelga’ o el lock out patronal. Así como no se acepta que se presione a un juez para que dicte una sentencia justa no se ve por qué haya que presionar al Estado para que laude respecto de los derechos del trabajador y del empresario.

La defensa del principio de una verdadera justicia implicará la denuncia de lo que hoy es continuamente exaltado como “justicia social”: justicia esta última que se encuentra tan sólo al servicio de los estratos más bajos de la sociedad, de las denominadas “clases trabajadoras” y en detrimento de las otras, por lo que conduce habitualmente a una verdadera injusticia. El Estado verdadero será jerárquico también y sobre todo porque sabrá reconocer y hacer respetar la jerarquía de los verdaderos valores, dando la primacía a los que son de carácter superior, no material e instrumental, y admitiendo correspondientes, legítimas desigualdades o diferencias de posiciones sociales, de posibilidades, de dignidades. El mismo rechazará como aberrante la fórmula del Estado del Trabajo, por más que éste sea presentado como “nacional” o algo semejante.
La condición vital para el Estado verdadero es un clima bien determinado: el clima de una tensión lo más alta posible, pero no de forzada agitación. Se deseará que cada uno ocupe el lugar que le corresponde, que tenga un goce por una actividad que sea conforme a la naturaleza propia y a su vocación, por lo tanto libre y querida por sí misma antes que por fines utilitarios y por la insana voluntad de vivir por encima del propio estado. Si bien no a todos se les podrá reclamar de seguir una “concepción ascética y militar de la vida”, se podrá sin embargo apuntar a un clima de recogida intensidad, de vida personal, que hará preferir un mayor margen de libertad a un bienestar y a una prosperity pagados con la consecuente limitación de tal libertad a través de los inevitables condicionamientos económicos y sociales.
Es decir depurar una vez más a la política de la demagogia y del inmediato interés. Es preferible ser libre antes que apacentado y satisfecho materialmente tal como pregonan en cambio nuestro ‘políticos’.

La autarquía, en los términos subrayados por nosotros, es una fórmula fascista válida. Válida es también una línea de viril y medida austeridad. Lo es finalmente la de una disciplina interna para la cual se tenga un gusto, y para una orientación antiburguesa de la vida. Ninguna ingerencia pedagogizante e impertinente de lo que es público en el campo de la vida privada. También aquí el principio debería ser una libertad vinculada a una similar responsabilidad y, en las grandes líneas, un relieve a dar a los principios de la “gran moral” frente a los de la “pequeña moral” conformista.
Vivir con lo propio y no estar sometido a los intereses de los banqueros que inducen a consumir cada vez más generando a su vez zonas de profunda miseria y desorden económico. No al pago de deudas externas producidas ex profeso para mantener sometidos a las naciones y anular en éstas lo que es el Estado verdadero.

En sustancia, el clima del verdadero Estado debe ser personalizador, espiritual y libre. Una fuerza interior debe producir una potencial gravitación de los sujetos, de los grupos, de las unidades parciales y de los hombres de una Orden alrededor de un centro. Es una gravitación de la cual se debería reconocer el carácter “anagógico” e integrativo, también en relación con el hecho para nada paradojal de que la verdadera personalidad se realiza sólo allí donde actúen referencias hacia algo más que personal. En definitiva, sobre este plano, para el surgimiento y la vida del Estado verdadero entran en juego ciertos “imponderables”, casi como algo predestinado, puesto que ninguna iniciativa pesada y directa puede crear y mantener el clima mencionado.
En el marco de un Estado semejante y en el contexto de la correspondiente concepción de la vida, un pueblo puede desarrollarse y alcanzar una calma, una fuerza interna y una estabilidad: estabilidad que no significa estaticismo o estancamiento, sino equilibrio de un poder concentrado que, ante una apelación, puede hacer poner rápidamente de pie a todos y convertirlos en capaces de un compromiso absoluto y de una acción irresistible.
Una doctrina del Estado puede tan sólo proporcionar valores para poner a prueba las afinidades electivas y las vocaciones predominantes o latentes de una nación. Si un pueblo no sabe o no quiere reconocer los valores que nosotros hemos llamado “tradicionales” y que definen a una verdadera Derecha, el mismo merece ser abandonado a sí mismo. Cuanto más se le pueden indicar las ilusiones y las sugestiones de las cuales ha sido o es la víctima, debidas a una acción general y muchas veces sistemáticamente organizada y a procesos regresivos. Si ni siquiera con esto arribará a resultado alguno, ese pueblo entonces padecerá el destino que, haciendo uso de su “libertad”, el mismo se ha creado.
Es decir, una vez más, basta de demagogia y de querer seducir al pueblo! Simplemente hay que ofrecerle la verdad en su mayor pureza y si quiere recibirla, bienvenido sea. De lo contrario él será el único responsable de haber incurrido en el error a pesar de habérsele avisado de las ilusiones que el mismo conllevaba. Está presente pues el dicho platónico de que no es el político el que debe correr detrás del pueblo, sino a la inversa es el que no está en condiciones de gobernarse a sí mismo el que debe buscar al que lo gobierne.



lunes, 14 de marzo de 2016

EL 'CATECISMO REAL' DE SAN ALBERTO

 EL 'CATECISMO REAL' DE SAN ALBERTO



Fray José Antonio de San Alberto fue arzobispo de La Plata (actual Sucre) entre 1786 y 1801 habiendo ejercido la docencia en distintas escuelas y universidades de lo que fuera el Virreynato del Río de la Plata. Fue un notorio crítico de la Revolución Francesa y de la doctrina jesuítica suarizta que le asignaba al pueblo el origen de la soberanía del Estado. A él se le debe una importante obra de refutación al liberalismo y la democracia, en ese entonces en plena expansión en estas tierras y que tuviera su primera secuela con la revuelta de Tupac Amarú. El texto titulado Catecismo Real fue lectura obligatoria de las escuelas de la colonia. Hoy lamentablemente es inhallable en su totalidad y solamente nos han quedado algunos fragmentos alguno de los cuales aquí reproducimos.


LECCIÓN I - Del principio y origen de los Reyes. Sea pues, la conclusión que el origen de los reyes es la misma Divinidad, que su potestad procede de Dios y que sus tronos son tronos del mismo Dios.

P. ¿Quién, pues es el origen de los Reyes?
R. Dios mismo, de quien se deriva toda potestad.


LECCIÓN IV - De la superioridad del Rey y de sus oficios. Un rey dentro de su reino no reconoce en lo civil y temporal otro Supremo que a Dios... El Rey no está sujeto, ni su autoridad depende del pueblo mismo sobre quien reina y manda.

P. ¿Quién es superior al Rey?
R. Solo Dios en lo civil y temporal de su reino.

P. ¿El Rey está sujeto al pueblo?
R. No; que eso sería estar sujeta la cabeza a los pies.

LECCIÓN V - De la potestad legislativa del Rey. Quien no obedece al gobernante no obedece a Dios, porque la ley eterna de Dios manda que se obedezcan las leyes del Rey o del Gobernante.

P. ¿Puede el Rey poner leyes que obliguen en conciencia?
R. Sí, según aquello del Apóstol: Estad sujetos, no sólo por temor de la ira, sino también por obligaciones de la conciencia.

P. ¿Para que obliguen las leyes reales, es menester que el pueblo las acepte?
R. No; porque esto más sería gobernarse por su voluntad que por la del Soberano.


LECCIÓN X -Del honor que los súbditos deben a su Gobierno. Su dignidad, su preeminencia, su poder, su soberanía y majestad nos están exigiendo de justicia el honor, la veneración y el respeto. El súbdito que sintiese bajamente de su Gobierno, aun en los más secreto de su corazón, por solo esto queda ya reo y culpable en los ojos de Dios, quien penetra en lo más secreto de los corazones y tiene dicho: «No murmuréis del Rey en tu pensamiento, ni lo maldigas en el secreto de tu aposento, porque tu voz la llevarán las aves del cielo».
P. ¿Qué pecado es juzgar y sentir bajamente del Soberano?
R. Grave o leve, según fuere el juicio o la materia.

P. ¿Y si el Soberano fuese malo?
R. También, porque su dignidad siempre es buena y digna de honor. (Es decir nunca se confundía la función con quien la ejercía, tal como acontece ahora)

LECCIÓN XI - Del respeto que los súbditos deben a su Soberano. Hay pues obligación, no sólo de honrar al Soberano sintiendo bien de su persona, de su dignidad y de su gobierno, sino también de venerarlo y respetarlo exteriormente con palabras y con obras, hablando siempre bien y nunca murmurando de su persona, ni de sus providencias... Dios ha puesto en ellos un destello de su divinidad.


LECCIÓN XIV - Del temor que los súbditos deben tener a su Soberano. Tema maquinar contra su persona o contra su vida, aunque sea en lo más escondido de su casa y en lo más secreto de su corazón; porque escrito está: Que las aves del cielo llevarán su voz y delito hasta los oídos del soberano; y que nada hay oculto que al fin no se revele.

LECCIÓN XV - De la obediencia que los súbditos deben a su Soberano. Para el buen vasallo esta proposición: El Rey lo manda, ha de ser un equivalente de esta otra: Dios te lo manda, siendo de fe que si los Reyes mandan, es por la potestad que Dios les ha concedido para que manden.

Hemos dicho, si fuera ciertamente malo lo que mandan; porque en caso de duda, siempre está la justicia de parte del superior; y se ha de juzgar que lo que manda es bueno, sin que este juicio quede al arbitrio del inferior, a quien no pertenece el juzgar, sino callar y obedecer, según aquellas palabras de Moisés: Oid Israelitas; aprended y obrad.

P. ¿Hay obligación de obedecer a los Magistrados?
R. Sí; porque Dios les ha dado potestad para mandar.

P. ¿Y si lo que mandan es duro o dificultosos?
R. También; porque en lo difícil tiene mayor mérito la obediencia.

LECCIÓN XIX - De la obligación que tienen los súbditos de asistir al magistrado con sus personas cuando hay guerra. Las causas que hacen justa una guerra son la defensa propia, vindicar los agravios hechos a su Majestad o a la Patria y recuperar los dominios o derechos usurpados.

P. ¿Qué cosa en guerra?
R. Disensión entre Príncipes, ordenada a la pelea con multitud armada.


P. ¿Toca al soldado averiguar si la guerra es justa o no?
R. No le toca sino suponer que lo es y obedecer.



jueves, 10 de marzo de 2016

EVOLA: UN TABÚ DE NUESTROS TIEMPOS: LA ‘CLASE TRABAJADORA’

UN TABÚ DE NUESTROS TIEMPOS: LA ‘CLASE TRABAJADORA’



Uno de los principales tabúes de nuestros tiempos es la así llamada ‘clase obrera’. Guay de quien la toque, guay de quien hable de ella si no es con el más profundo respeto. Adularla, mimarla, hacerle cualquier tipo de promesas es una obligación de todo partido democrático. Para ésta todo es lícito, en tanto que su causa es sacrosanta. ¿El marxismo y sus compañeros de ruta no han proclamado acaso que la clase trabajadora es el verdadero sujeto de la historia y que el progreso de la civilización se identifica con la avanzada y el ascenso de la clase trabajadora?
La intangibilidad de la clase trabajadora, además de ser un hecho moral, se ha convertido incluso en algo físico. La demostración más patente de ello nos ha sido proporcionada por los recientes acontecimientos de Avola. Se lo recordará: aun antes de haber abierto una investigación, de averiguar respecto de la veracidad de los hechos y de las efectivas responsabilidades, un comisario fue destituido y la empresa de televisión ha inmediatamente presentado el hecho, de manera textual, como una repudiable “represión policial de la lucha sindical, sinónimo de progreso civil”, haciéndose a su vez eco de todo esto una cadena entera de periódicos. ¿Qué importa que haya habido víctimas entre las fuerzas del orden las cuales, a punto de ser linchadas por los pacíficos propulsores de la ‘lucha sindical’, los cuales se habían presentado con cantos y flores, fueron obligadas a hacer uso del elemental derecho de defensa de la propia vida? Tan sólo el ‘trabajador’ es sacrosanto e intangible. Si tal cosa no sucede, la consigna será entonces: écrasez l’infame.
Pero aquí es sobre todo sobre el aspecto general de este tabú que nosotros queremos hacer alguna consideración. En primer lugar debe denunciarse la generalización que se hace hoy en día del concepto de ‘trabajador’. Es evidente que el papel reconocido al ‘trabajador’ se encuentra en estrecha relación con el moderno mito del ‘trabajo’, con la utilización abusiva del concepto de ‘trabajo’ convertido en una categoría universal referida a cualquier tipo de actividad. El trabajo ha dejado de ser aquello que en cualquier civilización normal siempre ha sido y siempre debería ser: una actividad de orden inferior, condicionada por lo bajo, anodina, vinculada esencialmente con la parte material, ‘física’ de la existencia, con una necesidad y una carencia.
La jerarquía cualitativa de las actividades, propia de las civilizaciones tradicionales y en primer lugar en el mundo clásico (se vea por ejemplo a Cicerón), jerarquía en la cual el trabajo en sentido propio ocupa el lugar más bajo, ha sido desconocida, es más, invertida. Y en forma paralela con el proceso degenerativo a través del cual justamente los intereses materiales de la sociedad se han convertido en los predominantes, un carácter de trabajo ha sido atribuido a todo tipo de actividad, sin advertir la contaminación que tal cosa conlleva. De este modo se ha podido incluso hablar de ‘trabajadores intelectuales’, así como también se ha elaborado el concepto aberrante de un ‘Estado del trabajo’, y hasta se ha enarbolado un ‘humanismo del trabajo’.
Es pues por una especie de némesis histórica, por un cierto boomerang, que en razón de la hipertrofia de aquella parte material del organismo social a la cual el trabajo se refiere, los exponentes del mismo se han encontrado siempre más en condiciones de imponerse, de dictar leyes: siempre más en tanto éstos se encuentran organizados. De aquí pues la claudicación, el temeroso generalizado homenaje a la ‘clase trabajadora’, la adulación de ésta, el tabú de la ‘clase trabajadora’.
Por lo demás, es justamente el mito del trabajo aquello que en primer lugar debería ser rechazado, distinguiendo de manera neta una actividad de otra, oponiendo a las actividades materiales, opacas, vinculadas a intereses también materiales, aquellas que son libres y desinteresadas. El término ‘trabajo’ debe ser reservado exclusivamente a las primeras, independientemente de toda la extensión fáctica que las mismas puedan adquirir. Actuar, crear, no es ‘trabajar’. El que crea, el héroe, el asceta, el científico puro, el gran organizador, el hombre político de rango superior, no ‘trabajan’, sino ‘actúan’. Y también este punto debe ser puesto de relieve: mientras que en las sociedades tradicionales incluso el ‘trabajo’ pudo asumir a veces los caracteres de una ‘acción’, de una ‘obra’ y de un ‘arte’ cuando se presentaba como una actividad libre y personalizada (tal como acontecía entre el artesanado corporativo aun no comercializado), en los tiempos modernos acontece que también las actividades de orden superior asumen el carácter de ‘trabajo’, es decir de una actividad vinculada, degradada, opaca e interesada desarrollada en base no a una vocación sino a la necesidad, y sobre todo en vista de la ganancia, del lucro. Hoy toda actividad, casi sin excepción ¿no se encuentra enrolada, directa o indirectamente, en una ‘civilización de los consumos’?
Una vez establecido aquello que propia y legítimamente debe comprenderse como ‘clase trabajadora’, su desacralización es lo que se impone. Es una broma, tal como hace Georges Sorel, el hablar de ‘ascetismo heroico’ de la clase obrera. Hoy en día el trabajador se nos presenta tan sólo como un ‘vendedor de la mercancía trabajo’, por cuya venta trata de recabar todo el provecho posible, sin escrúpulos y apuntando tan sólo a un nivel de vida burgués. Han pasado los tiempos del proletariado miserable de la primera época industrial, que justificaba sin más una protesta en nombre de la humanidad. Y si bien existen aun zonas de indigencia, la línea de desarrollo es sumamente clara. En tanto se haya especializado un poco o cuando trabaja por cuenta propia, un ‘trabajador’ hoy en día se encuentra mucho mejor que tantos intelectuales, que un catedrático, que un empleado estatal de rango inferior, que muchos integrantes de la clase media (se sabe el miedo que se tiene cuando uno se encuentra obligado a hacer venir al propio domicilio a un operario para alguna reparación). El trabajador moderno piensa tan sólo en sí mismo y sus organizaciones se preocupan únicamente de los ‘intereses del grupo’.
Envenenado por el clasismo marxista o por ideologías sociales equivalentes, el trabajador moderno no conoce más la solidaridad en la unidad de producción y la ambición por formar parte de la misma, no conoce más relaciones de devoción y de libre y personalizado compromiso, desprecia aquello que se ha denominado como ‘paternalismo’ como si se tratara de una ofensa, no ve más allá de su pequeño horizonte. A él no le interesa para nada que sus ‘reivindicaciones’ desordenadas agraven el desequilibrio y la quiebra de la economía nacional, desarrollen indefinidamente la deletérea espiral de los aumentos de salarios y de precios.
La utilización a ultranza de las huelgas asume siempre más el aspecto de un auténtico chantaje social, con lo cual lo que recaba provecho es justamente aquel sistema capitalista o ‘burgués’ contra el cual la ideología marxista despotrica: puesto que en la medida que este sistema fuese abolido, en la medida que los pretextos ofrecidos por el mito de la ‘explotación’ del trabajador fuesen quitados y el trabajo fuese rigurosamente planificado y encuadrado justamente en un ‘Estado del trabajo’ marxista y totalitario, sin más huelgas, sindicatos y ‘reivindicaciones’, con cada uno puesto en su lugar a marchar derecho, la hermosa fiesta habría terminado.
Debería verse con claridad todo esto. A la ‘justicia social’ en sentido único, para uso y consumo de la sola ‘clase trabajadora’, se le debería oponer una concepción más vasta y completa de la justicia, fundada en una jerarquía efectiva, cualitativa, de los valores y de las actividades. Qué es lo que sea aun posible hacer en tal sentido, dada la situación actual, dado que se ha dejado vía libre a desarrollos deletéreos, es algo sumamente difícil de establecer.
Pero lo menos que se puede solicitar a los hombres de una verdadera Derecha es de no ceder sobre el plano ideal, de combatir en contra de la tabuización de la ‘clase trabajadora’, de desacralizar a esta nueva divinidad, de volver a poner al desnudo esta gris realidad.
Por lo demás, se recite también un mea culpa. Hay un proverbio extremo oriental que dice: “Las mallas de la red del Cielo son amplias, pero nadie pasa por ellas”. Las conquistas de una civilización materialista, de una civilización en la cual, para decirlo con René Guénon, el hombre se ha separado de los cielos con la excusa de dominar la tierra y de tal modo ha dado primacía a los bienes materiales, tarde o temprano se tendrán que pagar. Tal como hemos dicho, uno de los precios más pesados es justamente el crecimiento, la avanzada y el poder de la ‘clase trabajadora’ en el mundo moderno. Hemos llegado al límite de que la misma puede bloquear como quiere el organismo de un Estado: en especial cuando, como en Italia, el mismo se encuentra en manos de hombres pávidos, irresponsables, privados de espina dorsal, incapaces de crear aquellas estructuras orgánicas en las cuales aun las actividades más materiales pueden personalizarse y participar, en un cierto modo y grado, de un significado superior.


El burgués, 6/03/69

martes, 8 de marzo de 2016

EVOLA: EEUU COMO ARQUETIPO DE DECADENCIA

 Los Estados Unidos como arquetipo de decadencia y descomposición




La mediocridad materialista yanqui ejemplificada en forma espontánea y paradigmática por el candidato Trump ratifica lo manifestado por la Tradición en el sentido de que EEUU es la vanguardia de la decadencia y de la sociedad del paria. Se agrega además el hecho singular de que su contraste con su pretendido rival, la Rusia eslava ayer crudamente bolchevique y hoy con tintes 'nacionalistas', también ha desaparecido en el hecho de que primero con Obama y ahora con tal candidato ambas naciones concuerdan en un frente en contra del fundamentalismo islámico, tal como ayer aconteciera con el fascismo. Trump ha manifetado al respecto su admiración por Putin la cual fue retribuida con un acto de reciprocidad. Por tal razón distintos exponentes del 'nacionalismo' sea europeo, como yanqui y ruso (Le Pen, Duke y Dugin) hoy concuerdan calurosamente en su apoyo a dicho candidato exponencial.

Si el bolchevismo, según las palabras de Lenin, consideró en el mundo romano-germánico “el mayor obstáculo para el advenimiento del hombre nuevo” y, recabando ventaja del enceguecimiento de las naciones democráticas en “cruzada”, ha tenido manera de eliminar prácticamente a aquel mundo en lo referente a la dirección de los destinos europeos, éste, en tanto ideología ha visto en los Estados Unidos una especie de tierra prometida. Habiendo partido los antiguos dioses, la exaltación del ideal técnico-mecánico tenía que tener como consecuencia una especie de “culto de la América”. “La tempestad revolucionaria de la Rusia soviética debe unirse al ritmo de la vida americana”. “Intensificar la mecanización ya en acto en América y extenderla a todos los campos, es el deber de la nueva Rusia proletaria”, han sido directivas prácticamente oficiales. Así Gasteff había proclamado el “superamericanismo” y el poeta Majakowsky había dirigido a Chicago, “electro-dinamo-mecánica metrópolis”, su himno colectivista. Aquí evidentemente Norteamérica como la odiada plazoleta del “imperialismo capitalista” pasa a un segundo plano respecto de Norteamérica cual civilización de la máquina, de la cantidad y de la tecnocracia. Las referencias a una congenialidad, lejos de ser extrínsecas, pueden hallar confirmación en elementos de muchos otros dominios.
Cuáles y cuántas sean las divergencias entre Rusia y Estados Unidos en materia étnica, histórica, de temperamento, etc., ello es conocido por cualquiera y no necesita ser puesto de relieve. Tales divergencias no pueden sin embargo nada frente a un hecho fundamental: partes de un “ideal”, que en el bolchevismo no existe todavía que como tal, o es impuesto con medios crudos, en Norteamérica se han realizado por un proceso casi espontáneo, tanto de revestir caracteres de naturaleza y de evidencia. Así en un ámbito también más vasto de lo que pensase Engels se ha realizado una profecía suya ya recordada, o sea de que justo el mundo del capitalismo habría ido a allanar el camino al del Cuarto Estado.
También los Estados Unidos, en el modo esencial de considerar a la vida y al mundo, han creado una “civilización” que representa la precisa contradicción de la antigua tradición europea. Ellos han introducido definitivamente la religión de la práctica y del rendimiento, han puesto el interés por la ganancia, por la gran producción industrial, por la realización mecánica, visible, cuantitativa, por encima de cualquier otro interés. Ellos han dado lugar a una grandiosidad sin alma de naturaleza puramente técnico-colectiva, privada de cualquier trasfondo de trascendencia y de cualquier luz de interioridad y de verdadera espiritualidad; también ellos han opuesto a la concepción en la cual el hombre es considerado como cualidad y personalidad en un sistema orgánico, aquella en la cual él se convierte en un mero instrumento de producción y de rendimiento material en un conglomerado social conformista.
Mientras que en el proceso de la formación de la mentalidad soviético-comunista el hombre masa, que ya vivía místicamente en el subsuelo de la raza eslava, ha tenido una parte de relieve, y de moderno no tenemos sino el plan para su encarnación racional en una estructura política omnipotente, en Norteamérica el fenómeno deriva del determinismo inflexible por el cual el hombre, en el acto de desapegarse de lo espiritual y de darse a la voluntad de una grandeza temporal, más allá de cualquier ilusión individualista cesa de pertenecerse a sí mismo para convertirse en parte dependiente de un ente que él termina por no poder dominar más, que lo condiciona de manera múltiple. Justamente la conquista material como ideal rápidamente asociado al del bienestar físico y de la “prosperity”, ha determinado las transformaciones y la perversión que presenta Estados Unidos. Justamente ha sido dicho que, “en su carrera hacia la riqueza y el poderío, América del Norte ha desertado del eje de la libertad para seguir el del rendimiento... Todas las energías, comprendidas las del ideal y hasta de la religión, conducen hacia el mismo fin productivo: se está en presencia de una sociedad de rendimiento, casi como de una teocracia del rendimiento, la cual tiende más a producir cosas que hombres”, o hombres, sólo en cuanto más eficaces productores de cosas. “Una especie de mística exalta, en los Estados Unidos, los derechos supremos de la comunidad. El ser humano, convertido en medio más que en fin, acepta esta parte de rueda de la inmensa máquina, sin pensar un instante que pueda ser por ella disminuido”, “de allí pues un colectivismo de hecho, el cual, querido por las élites y desprejuiciadamente aceptado por las masas, en forma subrepticia mina la autonomía del hombre y canaliza así de manera estrecha su acción, de modo que, sin sufrirlo e incluso sin saberlo, confirma él mismo su propia abdicación”. De aquí, “ninguna protesta, ninguna reacción de la gran masa americana contra la tiranía colectiva. Ella la acepta libremente, como una cosa que va por sí misma, casi fuese justamente lo que le conviene”.
Sobre esta base, afloran temas iguales, en el sentido de que también en el campo más general de la cultura se determina necesariamente y en modo espontáneo una correspondencia con los principios informadores del nuevo mundo soviético.
Así pues si EE.UU. no piensa en proscribir todo aquello que es intelectualidad, es sin embargo cierto que en lo relativo a ésta, y en la medida en que no se traduzca en instrumento para algo práctico, alimente un instintivo desinterés, casi como hacia un lujo, en el cual no debe emplearse demasiado quien está empeñado en cosas más serias, que serían el go to get quick, el service, la campaña en nombre de ésta o de aquella ridiculez social y así sucesivamente. En general, mientras los hombres trabajan, son sobre todo las mujeres, en EE.UU., las que se ocupan de “espiritualismo”: de allí su fuerte porcentaje en las mil sectas y sociedades en las cuales espiritismo, psicoanálisis y doctrinas orientales falsificadas se mezclan con el humanitarismo, el feminismo y el sentimentalismo, puesto que, además del puritanismo socializado y el cientificismo, no muy distinto es el nivel yanqui de “espiritualidad”. Y aun cuando se vea a EE.UU. acaparando con sus dólares a exponentes y obras de la antigua cultura europea, y ésta se use gustosamente para el relax de los señores del Tercer Estado, el centro verdadero se encuentra siempre afuera. En EE.UU. es un hecho que el inventor y el descubridor de algún nuevo utensilio que multiplique el rendimiento será siempre más considerado que el tipo tradicional del intelectual; que todo lo que es ganancia, realidad y acción en sentido material nunca sucederá que en la balanza de los valores tenga menor peso con respecto a lo que puede venir de una dirección de dignidad aristocrática. Así pues si EE.UU. no ha puesto, como el comunismo, en proscripción a la antigua filosofía, ha hecho algo mejor en cambio: por boca de William James ha declarado que lo útil es el criterio de lo verdadero y que el valor de cualquier concepción, incluso metafísica, debe medirse por su eficacia práctica, la cual luego, en el marco de la mentalidad norteamericana, termina casi siempre queriendo decir económico-social. El llamado pragmatismo es uno de los signos más característicos para la civilización yanqui; y se vincula con estos signos también la teoría de Dewey y el llamado behaviorismo: es la correspondencia exacta de las teorías recabadas, en la URSS, de las visiones de Pavlov acerca de los reflejos condicionados y, como ésta, excluyente de todo el Yo y de la conciencia como un principio sustancial. La consecuencia de esta teoría típicamente “democrática” es que todos pueden llegar a ser todo a condición de un cierto adiestramiento y de una cierta pedagogía, o sea que el hombre, en sí mismo, es una sustancia informe plasmable de la manera como el comunismo quiere que sea, cuando, en biología, considera como antirevolucionaria y antimarxista la teoría genética de la cualidades innatas. La potencia que en Norteamérica tiene la publicidad, el advertising, se explica por lo demás con la inconsistencia interna y la pasividad del alma americana que por tantos aspectos presenta las características bidimensionales, no de la juventud, sino del infantilismo.
El comunismo soviético profesa oficialmente el ateísmo, Norteamérica no llegó a tanto, pero, sin darse cuenta, es más, estando muchas veces convencida de lo contrario, corre a través de una pendiente en la cual nada más queda de lo que en los mismos marcos del catolicismo había significado religión. Se ha ya visto aquello a lo cual con el protestantismo se reduce la religiosidad: rechazado todo principio de autoridad y de jerarquía, liberada de cualquier interés metafísico, de dogmas, ritos, símbolos y sacramentos, ella se ha rebajado a un mero moralismo que en los países anglosajones, sobre todo en EE.UU., pasa al servicio de la colectividad conformista.
Con razón revela Siegfried que “la sola religión americana es el calvinismo, como aquella concepción para la cual la célula verdadera del organismo social no es el individuo, sino el grupo” y en donde al ser considerada la misma riqueza a los ojos de sí mismo y de los demás como un signo de elección divina, “se convierte difícil discernir entre aspiración religiosa y mera caza de la riqueza... Se admite así como moral y deseable que el espíritu religioso se convierta en factor de progreso social y de desarrollo económico”. Consecuentemente las virtudes requeridas para cualquier fin sobrenatural terminan apareciendo inútiles y nocivas. A los ojos de un yanqui puro el asceta no es sino un perdedor de tiempo, un parásito de la sociedad; el héroe en el sentido antiguo, no es sino una especie de loco peligroso al que hay que eliminar con oportunas profilaxis pacifistas y humanitarias, mientras que el moralista puritano fanático es rodeado de una fúlgida aureola”.
¿Todo ello quizás está muy lejos del principio de Lenin de eliminar “toda concepción sobrenatural o aunque fuese extraña a los intereses de clase”; de destruir como un mal contagioso cualquier resto de espiritualidad independiente; no nos encontramos quizás en el mismo camino del hombre terrenalizado omnipotente que —en EE.UU. como en URSS— toma la forma de la ideología tecnocrática?.
También el punto siguiente debe ser tomado en consideración. Con la NEP (* Nueva Política Económica) en Rusia no se había abolido el capitalismo privado sino para sustituirlo por un capitalismo de Estado: se tiene así un capitalismo centralizado sin capitalistas visibles, lanzado, por decirlo así, hacia una mastodóntica empresa sin fondo. Teóricamente, todo ciudadano soviético es simultáneamente obrero y accionista del trust omnipotente y omnicomprensivo del Estado socialista. Prácticamente, él es sin embargo un accionista que no recibe dividendos: prescindiendo de lo que le es dado para vivir, lo recaudado de su trabajo va al Partido que lo vuelve a lanzar en otras empresas de trabajo y de industria sin permitir que se detenga y haciendo en vez que el resultado sea siempre la más alta potencia del hombre colectivo, no sin una precisa relación con los planos de la revolución y de la subversión mundial. Ahora bien, se recuerde lo que se dijo acerca de la ascesis del capitalismo —fenómeno sobre todo norteamericano—, acerca de la riqueza que en EE.UU. en vez de ser el fin del trabajo y el medio para una grandeza extraeconómica, o tan siquiera para el libre placer del sujeto, se convierte en medio para producir nuevo trabajo, nuevos provechos y así sucesivamente, en procesos en cadena que se llevan siempre más allá y que no permiten detenerse. Teniendo presente esto, se llega nuevamente a constatar que en USA, por aquí y por allí, de manera espontánea y en un régimen de “libertad”, viene a afirmarse el mismo estilo que de manera violenta las estructuras del Estado comunista tienden a realizar. Por lo tanto, en la grandeza desfalleciente de las metrópolis yanquis en donde el sujeto  —“nómade del asfalto”— realiza su nulidad ante el reino inmenso de la cantidad, de los grupos, de los trusts y de los estandards omnipotentes, de las selvas tentaculares de rascacielos y fábricas, mientras que los dominadores son encadenados a las cosas que ellos dominan, en todo ello lo colectivo se manifiesta más todavía, en una forma aun más sin rostro que en la tiranía ejercida por el régimen soviético, sobre elementos muchas veces primitivos y abúlicos.
La estandarización intelectual, el conformismo, la normalizacion obligatoria y organizada en grande son fenómenos típicamente norteamericanos, pero sin embargo colindantes con el ideal soviético de un “pensamiento de Estado” con valor colectivo. Ha sido justamente resaltado que todo norteamericano —se llame Wilson o Roosevelt, Bryan o Rockefeller— es un evangelista que no puede dejar en paz a sus semejantes, que constantemente siente el deber de predicar y de darse ocupación para convertir, purificar, elevar a cada uno al nivel moral estándar de los Estados Unidos, que él no duda que es el más alto. Se ha comenzado con el abolicionismo en la guerra de secesión y se ha terminado con la doble “cruzada” democrática wilsoniana y rooseveltiana en Europa. Pero también en pequeña medida, aunque se trate de prohibicionismo, de propaganda feminista, pacifista o naturista hasta el apostolado eugenésico y así sucesivamente, el espíritu es siempre el mismo, siempre la misma es la voluntad de estandarizar, la intrusión petulante de lo colectivo y de lo social en la esfera individual. Nada más falso es suponer que el alma norteamericana sea “abierta”, desprejuiciada: no existe otra que tenga tantos tabúes. Pero ella los ha incorporado de un modo tal que ni siquiera se da cuenta.
Se ha ya mencionado que una de las razones del interés alimentado por la ideología bolchevique hacia EE.UU. derivaba del hecho de que ella había visto de qué tan buen modo contribuya el tecnicismo de esta última civilización al ideal de despersonalización. El estándar moral corresponde al espíritu práctico del norteamericano. El confort al alcance de todos y la superproducción en la civilización de los consumos que caracterizan a EE.UU. han sido pagadas con el precio de millones de hombres reducidos al automatismo del trabajo, formados según una especialización a ultranza que restringe el campo mental y embota toda sensibilidad. En lugar del tipo del antiguo artesano, para el cual cada tarea era un arte, de modo de que cada objeto llevaba una huella de personalidad y, en cada caso, al ser producido por sus mismas manos, presuponía un conocimiento personal, directo, cualitativo de aquel oficio, se tiene una horda de parias que asiste estúpidamente a mecanismos de los cuales uno solo, el que los repara, conoce los secretos, con gestos automáticos y uniformes casi como los movimientos de sus utensilios”. Aquí Stalin y Ford se dan la mano y, naturalmente, se establece un círculo: la estandarización inherente a todo producto mecánico y cuantitativo determina e impone la estandarización de quien los consume, la uniformidad de los gustos, una progresiva reducción a pocos tipos, que va al encuentro de aquella que se manifiesta directamente en las mentalidades. Y todo en Norteamérica concurre para este fin: conformismo en los términos de un matter-of-fact, likemindedness, es la consigna, sobre todos los planos. Así pues, cuando los diques no se hayan roto por el fenómeno de la delincuencia organizada y por otras formas salvajes de “supercompensación” (hemos ya mencionado la beat generation), aligerada con cualquier medio del peso de ser una vida remitida a sí misma, llevada por el sentir y el actuar sobre las vías ya hechas, claras y seguras de Babbit, el alma americana vuelve simple y natural como puede serlo una hortaliza, fuertemente protegida contra cualquier preparación trascendente por los parantes del “ideal de animal” y de la visión optimista-deportiva del mundo.
Así para la masa de los Norteamericanos se podría bien hablar de una confutación en grande del principio cartesiano “Cogito, ergo sum”: ellos “no piensan y son”, es más, no pocas veces, son como seres peligrosos, y en varios casos sucede que su primitivismo supere en gran medida el del eslavo no totalmente formado como “hombre soviético”.
La nivelación, naturalmente no deja de extenderse a los sexos. La emancipación soviética de la mujer concuerda con la que en EE.UU. la imbecilidad feminista, extrayendo de la democracia todas sus lógicas consecuencias, había ya desde hace tiempo realizado en correlación con la degradación materialista y practicista del hombre. Con los divorcios en cadena y en repetición, la disgregación de la familia en EE.UU. tiene un ritmo análogo al de esperarse en una sociedad que conozca sólo “compañeros” y “compañeras”. Mujeres que, habiendo abdicado de sí mismas como tales, creen ascender al asumir y ejercer la una o la otra de las actividades masculinas; mujeres que parecen ser incluso castas en su impudicia y sólo banales aun en las perversiones más avanzadas, y aquellas que piden al alcohol la manera de descargarse de las energías reprimidas o desviadas de su naturaleza; jóvenes y muchachas, en fin, que en una promiscuidad de camarada y deportiva parecen no conocer más que muy poco de la polaridad y del magnetismo elemental del sexo. Estos son fenómenos de pura marca americana, aun si su difusión infectiva en casi todo el mundo ya no deja más recordar el origen. En el estado actual, si una diferencia hay a tal respecto con la promiscuidad deseada por el comunismo, ésta se resuelve sólo en sentido peyorativo: está representada por un factor ginecocrático, en EE.UU., como en los países anglosajones en general, cada mujer y cada muchacha considera como algo totalmente natural que se le reconozca por derecho una especie de preeminencia y de intangibilidadad moral.
En los inicios del bolchevismo había habido quien había formulado el ideal de una música de base rumorista-colectiva para purificar también este campo de las concepciones sentimentales burguesas. Es lo que Norteamérica ha realizado en grande y ha difundido en todo el mundo con un fenómeno extremadamente significativo: el jazz. En las grandes salas de las ciudades yanquis en donde centenares de parejas se sacuden como fantoches epilépticos y automáticos ante los sincopados negros, es verdaderamente un “estado de muchedumbres”, es la vida de un ente colectivo que se vuelve a despertar. Es más, quizás pocos fenómenos son expresivos como éste, para la estructura en general del mundo moderno en su última fase: porque para tal estructura es característica la coexistencia de un elemento mecánico, sin alma, hecho esencialmente de movimiento, en una clima de turbia sensación (“una selva petrificada contra la cual se agita el caos” —H. Miller). Además, lo que en el bolchevismo había sido programado y realizado, ahora en un lugar, ahora en otro, al modo de representaciones “teatralizadas” del despertar del mundo proletario a los fines de una activación sistemática de las masas, en Norteamérica ha encontrado desde hace tiempo su equivalente en una más vasta escala y en forma nuevamente espontánea: es el delirio insensato de los meetings deportivos, centrados en una degradación plebeya y materialista del culto de la acción; fenómenos de irrupciones de lo colectivo y de regresión en lo colectivo, éstos, por lo demás, como es sabido, han surcado desde hace tiempo el océano.
Ya el norteamericano Walt Witman, poeta y místico de la democracia, puede ser considerado como un precursor de aquella “poesía colectiva” que empuja a la acción, que, como se ha dicho, es uno de los ideales y de los programas comunistas: pero un lirismo de tal tipo en el fondo, empapa muchos aspectos de la vida yanqui: deporte, activismo, producción, service. Así como en la URSS hay que esperar sólo que adecuados desarrollos resuelvan los residuos primitivos y caóticos de la antigua alma eslava,  en los Estados Unidos sólo hay que esperar que los residuos individualistas del espíritu de los rangers, de los pioneros del Oeste, y cuanto aun se desencadena y busca compensación en las gestas de los gangsters, de los existencialistas anárquicos y en fenómenos similares, sea reducido y retomado en la corriente central.
Si éste fuese el lugar, sería fácil ir más allá en la constatación de análogos puntos de correspondencia, los cuales permiten pues ver en Rusia y Norteamérica dos rostros de una misma cosa, dos movimientos, que, en correspondencia con los dos más grandes centros de poder del mundo, convergen en sus destrucciones. La una, realidad en camino de conformarse, bajo el puño de hierro de una dictadura, a través de una completa estatización y racionalización. La otra: realización espontánea (por ende todavía más preocupante) de una humanidad que acepta ser y quiere ser lo que es, que se siente sana, libre y fuerte y llega por sí misma a los mismos puntos, sin la sombra casi personificada del “hombre colectivo”, al que sin embargo tiene en su red, sin la entrega fanático-fatalista del eslavo comunista. Pero detrás de la una como de la otra “civilización”, detrás de una y otra grandeza, quien ve, reconoce igualmente los pródromos del advenimiento de la “Bestia sin Nombre” *.
No obstante ello, hay quien todavía se solaza con la idea de que la “democracia” norteamericana sea el antídoto contra el comunismo soviético, la alternativa del llamado “mundo libre”. En general, se reconoce el peligro cuando éste se presenta en la forma de un ataque brutal, físico, desde lo externo; no se lo reconoce, cuando éste toma los caminos que pasan desde lo interno. Europa desde hace tiempo ya que padece la influencia de Norteamérica, es decir de la perversión de los valores y de los ideales ínsitos en el yanqui. Ello por una especie de fatal contragolpe. En efecto, como alguien ha justamente dicho, Amé-rica no representa sino un “extremo Occidente”, el desarrollo ulterior hasta el absurdo de las tendencias-básicas elegidas por la moderna civilización occidental en general. Por esto, no es posible una verdadera resistencia cuando alguien se mantenga firme en los principios de una tal civilización y sobre todo en los espejismos técnicos y productivos. Y con el desarrollo de esta influencia aceleradora podrá pues acontecer que, al cerrarse la tenaza desde Oriente y desde Occidente alrededor de una Europa que, después de la segunda guerra mundial, privada ya de cualquier verdadera idea, ha cesado también políticamente de tener rango de potencia autónoma y hegemónica mundial, y no sea capaz ni siquiera de advertir un sentido de capitulación. El triunfo final podrá no tener siquiera los caracteres de una tragedia.
El mundo comunista y Norteamérica, en su actitud de estar persuadidos de tener una misión universal, expresan una realidad de hecho. Tal como se ha dicho, un mismo eventual conflicto entre ellos valdrá en el plano de la subversión mundial, como la última de las operaciones violentas, que implica el holocausto bestial de millones de vidas humanas, para que se realice a pleno la última fase de la involución y del descenso del poder de la una a la otra de las antiguas castas, hasta la más baja de éstas, y el advenimiento de una humanidad colectivizada. Y también, si no tuviese que verificarse la catástrofe temida por algunos en relación al uso de las armas atómicas, al cumplirse un tal destino toda esta civilización de titanes, de metrópolis de acero, de cristal y de cemento, de masas pululantes, de álgebras y máquinas encadenadoras de las fuerzas de la materia, de dominadores de cielos y de océanos, aparecerá como un mundo que oscila en su órbita y se dirige a desligarse de ella para alejarse y perderse definitivamente en los espacios, donde no hay más ninguna luz, salvo la siniestra encendida por la aceleración de su misma caída.

(Rebelión contra el mundo moderno, pgs. 425-434)