lunes, 17 de diciembre de 2012


HAY QUE DEMOCRATIZAR TAMBIÉN LA JUSTICIA”, (K.K.)

LA DEMOCRACIA TOTAL



La reciente propaganda lanzada desde medios gubernamentales relativa a la necesidad de ‘democratizar la justicia’, tomándose como excusa para ello un fallo absolutorio de 13 presuntos proxenetas, merece algunas reflexiones. En primer lugar queremos decir que este acontecimiento recuerda lo sucedido tiempo atrás con la supresión del servicio militar obligatorio, lo cual fue efectuado tomándose también como excusa un hecho de gran connotación periodística como fuera el asesinato de un recluta para, a partir de ello y aprovechando el estado de conmoción pública obtenido, arribar a la conclusión de que el servicio militar era una cosa dañina para nuestra juventud. En ese entonces, como también ahora, dijimos que, si bien, desde el punto de vista de los principios, la función militar debe ser ejercida por un grupo de personas calificadas especialmente para ello y no debe ser una actividad al alcance de cualquiera, sin embargo en las situaciones excepcionales en que vivía y más todavía vive ahora la sociedad argentina, de total disolución y descomposición de valores, ante la lamentable vacancia de otras instituciones como la escuela, el cuartel podía aun brindar a los jóvenes la presencia de principios que hoy han dejado de vivirse totalmente en el resto de la sociedad.
Del mismo modo nos encontramos ahora con una circunstancia muy similar. La justicia argentina -y podemos decirlo con conocimiento de causa- dista enormemente de ser una institución ejemplar. Los jueces en su gran mayoría, lejos de ser personas intachables, impasibles ante los avatares de su tiempo y absolutamente objetivos en sus resoluciones, en cambio, cuando no son sujetos acomodaticios, pasibles de múltiples corrupciones *, son personas sin espina dorsal, fácilmente presionables por parte de la opinión pública y el poder político en modo tal que gran parte de sus sentencias, en especial cuando se roza a alguna persona con funciones de gobierno o con notorias influencias sociales, suelen representar verdaderos dislates y absurdos. De hecho ya se ha convertido en un lugar común la idea de que si algún funcionario público comete una tropelía -lo cual bien sabemos que representa una cosa sumamente habitual- puede ser condenado solamente el día en que su partido deje de gobernar o que el poder político le haya quitado alguno de sus resguardos mafiosos. Pero como por lo general los partidos suelen protegerse entre sí, de acuerdo al dicho de que ‘hoy a ti, mañana a mí’, prácticamente resulta hoy en día imposible que se condene a un dirigente político, y cuando por alguna circunstancia excepcional se hubiese llegado a una instancia judicial, casi nunca se ha pasado de la  relativa a la simple instrucción**.
Pero en este caso aquí aludido nos hemos encontrado con un hecho realmente excepcional, el de tres jueces que en la provincia de Tucumán se animaron a absolver a un grupo de imputados a los cuales todo el mundo, desde los medios de difusión en su totalidad hasta el mismo poder político, había condenado anticipadamente en absoluta unanimidad. Ante ello, sin descartar por supuesto la posibilidad de que estas personas hubiesen preferido renunciar a su fama y profesión a cambio de una importante suma económica que les hubiese resuelto sus problemas de por vida, sin embargo no queda para nada excluido lo contrario –y el hecho de que hayan sido tres los jueces que votaran en absoluta unanimidad abonaría dicha tesis-, de que hubiesen podido actuar en honestidad con los principios judiciales y que hubiesen querido hacer primar la justicia por encima de la propaganda y la popularidad.
Es de lamentar al respecto cómo en la sociedad argentina no se alzó una sola voz, no digamos de defensa ya que no se conocen aun los fundamentos del fallo, sino simplemente de duda respecto del accionar de estas personas que habrían podido llegar a significar un verdadero estado de excepción ante este clima de tanta mediocridad reinante. Pero lo más indignante de todo es que, en vez de suceder tal cosa, se quiera utilizar dicho acontecimiento para motorizar lo que la presidenta ha difundido a grandes voces como el proyecto de ‘democratizar la justicia’. Al respecto digámoslo una vez más: así como la democracia en cualquier esfera que se aplique representa una verdadera aberración, más lo es todavía en instituciones jerárquicas como la justicia en donde se deben aplicar principios esenciales para el buen funcionamiento del todo. Y esto lo es aquí en un doble sentido. En primer lugar porque suponer que un jurado compuesto por ciudadanos comunes -tal es justamente una de las principales consignas de la democratización- es una garantía mayor de justicia que en cambio un tribunal integrado por jueces especializados en la materia no resiste el menos análisis. Suelen decir al respecto los defensores de tal proyecto, pretendiendo manifestar con ello una cuota de ‘realismo’ en relación a la naturaleza humana, que, como la corrupción es la situación normal en una especie que amaría por sobre todas las cosas el dinero y los bienes materiales, va a ser mucho más difícil sobornar a 15 personas que forman un jurado que a tres jueces. Esto es sumamente absurdo desde cualquier punto que se lo mire. En primer lugar porque la especie humana no es un fenómeno cuantitativo como puede ser una manada o un panal, sino que tiene que ver con la calidad que poseen los individuos que la integran. Cuanto más elevada sea una persona, cuantos más principios posea, más difícil será ésta de corromper, aunque se trate de una sola, que una multitud entera sin principio superior alguno. Y al respecto es de suponer que aquel que ha estado durante toda su vida en contacto con la justicia y la ciencia del derecho se encuentra más en condiciones de juzgar que el ciudadano común que actúa habitualmente en función de sus emociones resultando así más presionable, en cualquier sentido que ello sea, que cualquier otro, por los efectos especiales producidos, sea por la prensa modeladora de la opinión pública como por algún que otro discurso brillante o impactante emitido por fiscales o abogados defensores con deseos de progresar en su carrera.
Pero dejando a un lado esta circunstancia a la que pareciera haberse reducido la problemática actual de la ‘democratización de la justicia’, existe otro problema de fondo mucho más importante que es la filosofía en que se funda la que sin lugar a dudas y ante todas las evidencias se ha convertido ya en la peor de todas las formas de gobierno posibles. Bien sabemos que el principio esencial en que se basa tal sistema es el de la igualdad y que por lo tanto para el mismo no existen diferencias esenciales de derecho entre aquellos que gobiernan y los que son gobernados. Que en consecuencia su ideal de político no es el aristócrata, aquel que por ser más se encuentra en una situación de superioridad y elevación con respecto al simple pueblo, sino al contrario alguien que se destaque por ser uno más del montón. Es decir que es una convicción esencial del demócrata, en función de su religiosa adhesión al principio de la igualdad, que el ser humano en su totalidad se encontraría en condiciones de gobernarse a sí mismo y que, si esto no sucede plenamente hoy en día, no es por una circunstancia de sentido común por la que una mera observación nos hace ver que hay seres que, en tanto determinados por sus pasiones, pertenecen a la condición de individuos masificados a diferencia de los que en cambio son personas que  están en condiciones de determinarse a sí mismas, sino que ello acontecería por una insuficiente aplicación de la democracia. Es decir que como en razón del principio de la igualdad la función del gobierno ha sido relegada a un plano subordinado, lo que debe en cambio tratar de asegurarse aquí es una adecuada e igualitaria representación que sería aquello que como consecuencia garantizaría la existencia de un buen gobierno.
La democratización de la justicia no es pues sino una fase necesaria del proceso de democratización de la sociedad en su conjunto.  Se opina así, de la misma manera que en el contexto social, que los males de la justicia no estribarían en que los jueces se dejan influir muy democráticamente por la opinión pública modelada por los grandes grupos de poder, sino al revés: que el mal es que habría todavía poca democracia; por lo tanto, en la medida que la misma por su propia esencia pretende ser total y absoluta, luego del juicio por jurados, el paso siguiente será que el pueblo elija a los jueces y fiscales, del mismo modo que en las escuelas, una vez que la democracia ha logrado constituir consejos resolutivos en los cuales su mayoría, en este caso los alumnos, ‘decide’, el paso siguiente de tal proceso de descomposición será que elija al director y a sus docentes.
Cuando se llegue finalmente a esto y el caos se haya instaurado en forma definitiva entonces se cerrará el ciclo, entonces se comprenderá que ante la democracia total el remedio no puede ser otro que la dictadura necesaria, que para suplantar el partido y a la corrupción consuetudinaria será indispensable cuanto antes constituir una orden de probos. El camino será largo y difícil, pero los demócratas, sin saberlo y en su afán por enriquecerse en dinero y poder, también ayudarán para la consumación de un rápido final.


* Días pasados los argentinos hemos sido testimonios del hecho inverosímil de que un notorio juez, al que se le imputan todo tipo de corrupciones, fue literalmente abucheado por la concurrencia a un partido de tenis obligándolo a huir despavorido del lugar. Ni qué pensar lo que hubiese sucedido de haber concurrido a un estadio de futbol del que con seguridad no habría salido vivo.
** El único caso conocido de un político que llegó a ser condenado en juicio oral fue el notorio de María Julia Alzogaray. Al parecer la aludida, que ocupara funciones importantes en el gobierno de Menem, en un único acto de dignidad y por fidelidad a su fallecido padre, un famoso dirigente liberal y ‘gorila’, no quiso afiliarse al partido peronista y ello le habría significado la pérdida de cualquier protección mafiosa una vez concluido su mandato.

Marcos Ghio
16/12/12

1 comentario:

Anónimo dijo...

Otro certero análisis de la putrefacción que el kirshnerismo(que no peronismo)ha provocado en la Argentina. Supongo que en Chile vamos para lo mismo, pues imitamos todo lo malo.
Cordiales saludos!