lunes, 16 de noviembre de 2015

RAMÍREZ: ¿QUÉ HACER?

   ¿QUÉ  HACER?


          Hoy trataremos un tema que si bien no se vincula directamente con la guerra de civilizaciones tiene implicancia en ella puesto que se refiere, nada más ni nada menos, con lo que podemos y debemos hacer los íbero-americanos, a partir de nuestra realidad religiosa, cultural, histórica y geopolítica, para contribuir a lo que los heroicos guerreros del fundamentalismo islámico están haciendo en los campos de batalla en lejanos lugares. La guerra contra el mundo moderno debe ser universal de manera que no es cuestión de ser simples observadores y pasivos contempladores.
     Como ya hemos expresado en otras oportunidades nuestros esfuerzos deben ir encaminados a la formación de una Orden heroica, viril y guerrera, que nada tiene que ver con un partido político o con una simple organización. La Orden debe sostenerse sobre principios de la Tradición que nada tiene que ver con cierto tradicionalismo vago y licuado propio del tradicionalismo católico, que como bien lo dijo el maestro Julius Evola es un tradicionalismo a medias.
     Esto nos lleva en primer lugar a la cuestión religiosa, o sea, ¿cuál debe ser la religión de la Orden? El catolicismo ha sido a lo largo de los siglos la religión que ha configurado nuestro contexto social, político, usos y costumbres y vida cotidiana. Pero ¿cuál catolicismo? Y aquí viene una cuestión decisiva sobre la cual hay que tomar partido desde el comienzo, de lo contrario el árbol crecerá torcido. Desde el Medioevo se diferenciaron dos catolicismos: el güelfo encabezado por la Iglesia Católica, y el gibelino cuya cabeza fue el Sacro Imperio Romano Germánico. Triunfó el güelfo que así escindió la autoridad espiritual del poder político y pretendió subordinarlo al Papado. Este es el catolicismo que sigue vigente a través de la Iglesia y que ya ha caído en un culto femíneo, llorón, pacifista y cobarde dedicado a la mera asistencia social y cada vez más compenetrado con el mundo moderno y el nuevo orden que se pretende imponer.
     La Iglesia Católica ya no se va a reformar cuando tuvo muchos ocasiones de hacerlo y en mejores condiciones. No se visualizan en los grupos integristas y sedevacantistas posibilidad alguna puesto que siguen siendo güelfos. Menos aún se trate de crear una iglesia nueva que desembocaría en una nueva casta sacerdotal; de lo que se trata es  que no haya casta sacerdotal; que la Orden asuma el catolicismo gibelino con sus monjes guerreros al frente y abandonar a su suerte a la Iglesia Católica y a sus Papas y sacerdotes. Pero no arrojemos el agua sucia de la bañera junto con el niño: rescatemos y mantengamos en alto los dogmas doctrinarios de la religión católica tales como el de la Santísima Trinidad hoy olvidado, y que constituye la piedra angular de nuestra religión y el que nos diferencia de las otras religiones abrahámicas por su concepción de Dios.
     Para muchos resultará difícil concebir una religión sin iglesia y sin jerarquías sacerdotales pero es cuestión de liberarse de ataduras que se transforman en una cárcel sin barrotes que nos hacemos nosotros mismos.
     Los nacionalistas católicos deberían meditar sobre esta cuestión que es una de las que los limitan junto con su adoración al estado-nación, y aventemos toda mala interpretación: no se trata de atacar a la religión sino de expulsar sus excrecencias que desde los conflictos medievales han venido corroyendo lo más glorioso de la civilización occidental que alguna vez fue cristiana. En ese sentido la Iglesia Católica fue la que abrió las puertas a la modernidad. No se puede pues combatir al mundo moderno sin un ajuste de cuentas con esa institución.
     La Orden de monjes guerreros que sostendrá el catolicismo gibelino, heroico y viril será la que debe dar el tono a la restauración de la sociedad, y será el puente entre el Cielo y la Tierra. Íberoamericanos, a la tarea.

San Carlos de Bariloche, 9 de noviembre del 2015.

JULIÁN  RAMÍREZ     

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