martes, 24 de diciembre de 2013

GHIO: EL SANTO GRIAL EN EVOLA

EL CARÁCTER UNIVERSAL DEL SANTO GRIAL EN EVOLA


 

Desde hace mucho tiempo que nos tenemos que abocar a la increíble tarea de tener que explicar cosas demasiado obvias, como ser que el autor que fuera nuestro maestro y guía, Julius Evola, no era adepto a ninguna forma de particularismo, sea de carácter religioso, como étnico o racial. Que así como no fue ni buddhista, ni pagano, ni cristiano, ni de ninguna otra forma religiosa que se quisiese imaginar, aunque en función de la doctrina de la unidad trascendente de las grandes religiones, compartida con Guénon y con Schuon, consideró que de todas ellas había que rescatar un trasfondo metafísico común, reputó también que ninguna de las culturas o razas existentes en el planeta tenían algún tipo de superioridad ontológica respecto de las restantes. Aun reconociendo el origen divino de la especie humana, en contraste ello con la religión democrática y evolucionista, en boga en sus tiempos y en nuestros días, reputó que aunque el mismo se hubiese hallado en su pureza en una determinada raza originaria hiperbórea de color rojo de piel * y ubicada geográficamente en un continente ya inexistente, ello no significaba en modo alguno que sus descendencias y valores fuesen hallables hoy en día en exclusividad en algún lugar o raza en particular, si bien pudiese reconocerse que algunas de ellas hubiesen representado en determinados momentos de la historia rasgos y caracteres superiores a otras. Es decir que no reputó nunca que hubiese razas actuales que fuesen superiores a las restantes, y menos aun atribuyó tales caracteres a la propia.
Esto es justamente lo que no sucede con las personas antes mentadas. Nos hemos enterado de que se acaba de reeditar en castellano la importante y fundamental obra de Evola, El Misterio del Grial, lo cual sería algo muy bueno siempre y cuando se haya respetado en la traducción el espíritu del texto original del italiano, el que prometemos revisar cuando tengamos a mano tal edición. Lo que sí haremos ahora, en tanto ha sido publicada como anticipo por internet, es remitirnos a la introducción que de tal obra ha efectuado el Sr. Martín Resurrección, un viejo conocido nuestro con el cual debatiéramos en diferentes oportunidades. El aludido pertenece a ese grupo de pensadores llorones que se han multiplicado como hongos por toda Europa en los últimos tiempos y que se encuentran en relación estrecha con la imagen patética que nos viene brindando desde hace mucho tiempo tal continente, el que no ha sabido resolver por su cuenta, al menos desde los últimos 100 años, ninguna de sus crisis internas sin tener que acudir para ello a alguna ayuda foránea a fin de poder apaciguarse y ordenarse. El lloriqueo consuetudinario de todos ellos consiste aquí en considerar que la culpa de todo lo que les viene pasando la tienen otros y no ellos mismos. Si la civilización europea ha decaído, los responsables de ello en última instancia no habrían sido los europeos al haber incurrido en severas desviaciones en sus costumbres, sino que en cambio habrían sido otros, especialmente  los pueblos semitas con sus inmigraciones los que lo echaron todo a perder. En un primer momento ello habría sido a través de la presencia de los judíos y de los cristianos quienes  dieron cuenta primero del imperio romano y luego hicieron lo mismo con el más puro paganismo vernáculo que era su sustrato último cuando viniera desde el norte germano y escandinavo, es decir de aquella civilización y raza de la que, por su proximidad geográfica hiperbórea, ellos se consideran los auténticos herederos. Ahora el problema lo tienen con una segunda oleada semítica que es la musulmana que presentaría caracteres muy similares a los anteriores y que significaría ya el último zarpazo para terminar del todo con lo que quedaría de hiperbóreo e indoeuropeo y que debemos reconocer que cuesta mucho de encontrar hoy en día.
Esta costumbre de lloriquear tiene una serie de antecedentes históricos, pero si tuviésemos que detenernos en un pensador más reciente tendríamos que pensar en Rosenberg, el ideólogo del nacional socialismo alemán, al cual Resurrección, aunque no lo manifieste en voz alta, adhiere fervorosamente. Sin embargo debe reconocerse que Rosenberg, a pesar de todas sus limitaciones, era un intelectual honesto. Cuando se refería al pensamiento de Evola, con quien contrastaba en sus ideas, tenía bien en claro y se lo reprochaba, sea él en forma directa como varios de sus discípulos, que se trataba de un autor universalista y no particularista como él, y hasta se llegaba a decir que era un católico infiltrado. Comprendía perfectamente que cuando el italiano se refería a raza espiritual por ejemplo no estaba pensando de ninguna manera en los valores que fuesen propiedad de un determinado pueblo en particular, fuere ario o europeo, como por ejemplo el suyo, sino que en cambio se remitía a una herencia trascendente presente en grados distintos en todas las etnías hoy existentes. Y más aun, en tanto que no era determinista como Rosenberg, consideraba que el fenómeno de la decadencia era el producto de una decisión interior acontecida en el seno de una determinada raza al producirse un corto circuito entre esa herencia espiritual y el propio acontecer histórico y no por la presencia de otra a la que se reputara como responsable. Y más aun, muchas veces la presencia de elementos extraños a lo propio, lejos de producir una decadencia puede por el contrario actuar como elemento galvanizador de aquellos valores que se hubiesen adormecido o aletargado. Así pues, al referirse a lo acontecido en la Edad Media en donde se produjera la confluencia y síntesis entre pueblos bárbaros germánicos, romanos del Mediterráneo y cristianos de origen semítico, los dos autores tienen posturas radicalmente diferentes. Mientras que el alemán considera como una cosa mala dicha síntesis acontecida y repudia la actitud de ciertos antepasados suyos, como el caso de Carlomagno, que habrían sucumbido al influjo espiritual de Roma y del cristianismo y no se hubiesen mantenido firmes en sus creencias originarias, tal como hiciera en cambio Wilkund y que, como esta última actitud fuera finalmente la que perdiera, entonces esto sería lo que explicaría la decadencia. Para Evola es exactamente al revés: el cristianismo lejos de haber sido la causa de la decadencia europea, produjo por el contrario un acontecimiento de despertar espiritual entre pueblos que habían decaído, aunque a su vez él mismo fuera también transformado por tal síntesis.
Resurrección en la aludida introducción, que ya por su mero título delata fines que no son los de Evola al escribir su obra (El misterio del Grial y la quintaesencia de Europa), haciendo pensar así falsamente, de acuerdo a su costumbre, que Evola es un autor particularista y en este caso europeo, tiene conceptos muy similares a los de Rosenberg cuando considera al cristianismo como una infiltración asiática acontecida en el occidente y por lo tanto, al aludir al tema del Grial específicamente, se encarga de ponernos el acento en el hecho de que tal mito es de origen europeo y para nada cristiano y semítico y que si bien el mismo estuviera presente especialmente en el período de la Edad Media en el que primara el Sacro Romano imperio, ello habría sido sin más determinado por el factor  germánico que lo constituyera y no por el elemento cristiano. Lo increíble es que todas estas cosas las diga en la introducción a la obra de Evola, la cual, a no ser que haya sido totalmente deformada en su traducción, cosa que nos parecería muy extraño que hubiese sucedido, dice exactamente lo contrario de lo que manifiesta Resurrección.
Vayamos por partes. Si bien Evola rechaza a aquellos que quieren reducir el mito del Grial al cristianismo, también lo hace con los que lo quieren efectuar con cualquier otra tradición, sea persa, hindú, etc. y, si bien puede aceptar el origen céltico del mismo, de ninguna manera ello es lo que agota la totalidad de su sentido. La idea principal que nuestro autor quiere inculcar es que independiente de las formas culturales que el mismo haya podido asumir durante la historia, lo que se trata de hacer notar es que el Grial representa un misterio de carácter universal y metafísico y que como tal se encuentra por encima de todas las manifestaciones históricas y religiosas aunque conserve y asimile de todas ellas elementos comunes. En el mismo podemos hallar pues conjuntamente elementos cristianos, célticos, persas, hindúes y hasta mogoles como el caso del concepto del Señor del mundo o Gran Khan que es incluso retomado por Dante. El Grial es por lo tanto, a diferencia de lo que dice el prologuista, una figura suprahistórica, supraracial, suprareligiosa y de carácter metafísico por la que se pretende dar a conocer la idea de un Emperador universal, de un Señor del mundo representativo de una instancia trascendente y rectora del devenir humano. Si bien la misma expresa la condición hiperbórea superior de nuestra especie, lo esencial a desatacar aquí es que ésta, a diferencia de lo que manifiestan los diferentes pensadores particularistas, no se puede encontrar en exclusividad en el seno de ninguna raza ni en ningún lugar geográfico como en cambio sostiene R. Y al respecto Evola es por demás contundente: “Las diferentes tradiciones (que hablan del Grial) tienen un alcance más que local e histórico e incluso los datos geográficos que figuran en las mismas tienen frecuentemente un significado meramente simbólico” (pg. 27 de la versión italiana, la traducción es nuestra).
R. sostiene que según Evola el Grial sería contrario al cristianismo aunque pueda haber asumido de éste algunas formas, las que en el fondo serían puramente exteriores y usadas simplemente para despistar, cuando en realidad lo que afirma nuestro autor es lo contrario. Para Evola el elemento cristiano es esencial en la formulación de tal mito durante el Sacro Imperio Romano Cristiano Germánico. Sin embargo, y aquí es donde encontramos el factor específico del mismo, tal forma de catolicismo presente en tal misterio se remite a una tradición que no es expresamente la de la Iglesia. José de Arimatea, quien según el relato habría llevado desde Palestina tal copa misteriosa hacia Inglaterra para esconderla en un lugar seguro, luego de pasar por suelo provenzal, habría recibido una iniciación, expresada a través de la figura simbólica del cáliz, directamente de Jesús, sin pasar por la intermediación del clero. Por lo tanto quiere significarnos con ello que el Grial, en tanto perteneciente a una tradición universal y suprahistórica, es también católico pero correspondiente a una rama determinada de tal religión, el gibelinismo, contrastando únicamente con la versión güelfa y pro eclesiástica de la misma. Tal rama combatirá tal misterio en tanto verá en el mismo un principio luciférico y esotérico quitando a la Iglesia la exclusividad en lo relativo al carácter de sacralidad.
Lo que habría que destacar aquí es que en el fondo, muchas veces sin darse cuenta, estos grupos particularistas indoeuropeos, que consideran la superioridad de la propia cultura y raza sobre las restantes, comparten con los güelfos la misma actitud exclusivista, aunque uno pueda ser cristiano y otro en cambio pagano. Por ello no resulta en nada casual que en su embate en contra del catolicismo soslayen la presencia de tal disidencia esencial. Podría decirse entonces que si bien ellos son anticatólicos, en el fondo no son antigüelfos y hemos visto muchísimas veces a exponentes del güelfismo hacer migas y compartir objetivos comunes en especial en su embate actual en contra del Islam, unos por tratarse de una nueva infiltración semítica en el propio continente, los otros en cambio por reputarlo como una falsa religión.
La confluencia de espiritualidades disímiles como elemento constitutivo del Santo Grial, que es negada tajantemente por R. inspirándose en Rosenberg, es en cambio sostenida por Evola en forma contundente y expresa. Lejos de haberse considerado aquí un contraste entre lo germánico nórdico y lo cristiano, nuestro autor manifiesta que: “En su contacto con el cristianismo éste vivificó en los pueblos bárbaros el sentimiento genérico de una trascendencia y de un orden sobrenatural que se hallaba agotado en tales pueblos”. (ibid. pg. 136). Es decir que, lejos de haber sido un elemento semítico de perversión como sostenían al unísono Resurrección y Rosenberg, el cristianismo significó por el contrario un 'elemento galvanizador' (ibid.).

* En una réplica aparecida en cierto Foro en el cual Resurrección suele participar -y en donde dice que no quiere debatir con nosotros- nos hace notar que cuando Evola se refiere a la raza roja en realidad lo está haciendo con los Atlantes, que serían una derivación decadente de los Hiperbóreos. Aceptemos que Evola no ha hablado entonces del color de piel de éstos posiblemente entre otras cosas porque resulta imposible saberlo ya que no han quedado restos fósiles de los mismos y ni siquiera menciones puntuales y precisas respecto de su pigmentación. Sin embargo la idea principal de que se trataba de una humanidad sustancialmente diferente de la nuestra Evola la encuentra en un hecho aun más significativo recabado de la tradición china de que tal raza estaba compuesta por seres de huesos blandos, es decir de cartílago, por lo cual no ha podido dejar rastros. Indudablemente un elemento más sustancial que el color de la piel para significar la no correspondencia con los actuales pueblos europeos, cuyos integrantes, salvo casos muy particulares como el del aludido, no se califican a sí mismos como descendientes directos de los hiperbóreos.

Marcos Ghio



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