lunes, 14 de octubre de 2013

GHIO: LA ENFERMEDAD DEMOCRÁTICA

REALIDAD ARGENTINA
LA ENFERMEDAD DEMOCRÁTICA


A la Argentina, como con seguridad a tantos otros países, lo que hoy le está faltando es un conjunto de pensadores valientes, capaces de decir las más crudas verdades y en voz alta aunque éstas puedan doler y, lo principal de todo en estos tiempos, no tener escrúpulo alguno en ser impopulares y de escaso o nulo rating en tanto sostenedores de consignas incapaces de otorgar el más mínimo éxito electoral.
El gran mal es y será siempre la democracia en cualquiera de las expresiones en la que ésta se formule, aun fuera en su manifestación más moderada y ‘racional' con la que se la haya querido ensayar, en tanto que la misma es en última instancia la raíz y la causa de los problemas futuros. La democracia se funda en un error conceptual de grandes dimensiones el cual, en tanto se desarrolle con el tiempo, conducirá indefectiblemente a la quiebra y disolución de todo orden social normal. Dicho error fue inculcado en el mundo a partir de la Revolución Francesa y se trata del famoso principio de la igualdad. Según el mismo, y en contraste con lo que siempre se opinó en cualquier tipo de sociedad a lo largo de la historia, los hombres, en tanto serían sustancialmente iguales, estarían por lo tanto en condiciones no sólo de gobernarse a sí mismos, sino también al mismo Estado, no necesitando de otro que lo haga en su lugar. Que si de hecho tal situación hoy no acontece debido a que la realidad nos demuestra insistentemente lo contrario, es decir que hay un conjunto importante de humanidad que no solamente no es capaz de gobernar al resto de sus contemporáneos, sino ni siquiera puede hacerlo consigo misma, entonces se considera que existe un contraste entre tal situación de hecho y una de derecho, es decir entre lo que es y lo que debería ser. En pocas palabras que no es que existan seres humanos incapaces de gobernarse por naturaleza propia, sino que lo que sucede es que ciertas situaciones, tales como la condición económica y  la educación, son las que impiden que tal principio se concrete en la realidad. Pero como esta última es mutable y por lo tanto sometida a puntos de vista dispares, los demócratas estuvieron divididos desde sus comienzos entre dos especies diferentes pero en última instancia no contrastantes en lo esencial. Aquellos que consideraron que la democracia se obtenía con una mayor educación del 'soberano' y estos fueron los liberales, o los otros que en cambio, sin negar tal hecho, pusieron el acento en el mejoramiento de la situación económica de las masas, lo que iba a obtener la plena plasmación de tal principio, y éstos fueron los socialistas. 
Socialistas y liberales fueron aquellos que en la Argentina constituyeron principalmente el espectro de lo que se denominara como el  ‘antiperonismo’. Los antiperonistas tienen su antecedente  en la generación romántica del 37' integrada entre otros por Echeverría, Alberdi y Sarmiento. Enamorados éstos de los logros de la civilización europea, de sus máquinas y democracias, producidas a partir de las revoluciones francesa, inglesa y norteamericana, y al ponerlas en contraste con la situación actual del gaucho y del cholo indoamericano presente en el propio terruño, consideraron que no se podía aplicar aquí una democracia plena puesto que había un severo antagonismo entre el pueblo real, de carácter instintivo e irracional, respecto del yanqui laborioso y amante del trabajo y la civilización, prefigurado apenas por una minoría culta en nuestro suelo. Pero esto era sin embargo apenas un problema circunstancial y soluble con el tiempo a través de los procedimientos novedosos proporcionados por la nueva educación generada en tales países 'civilizados'. Si bien la democracia era el gobierno del pueblo, no era pues lo mismo la voluntad del pueblo irracional e inculto en que se componía la inmensa mayoría que la del racional producido por nuestras escuelas públicas, laicas y obligatorias. Pero muy pronto los demócratas entraron en severo conflicto respecto de sus aseveraciones y en especial al ver que los resultados preanunciados por sus profetas y promotores distaban mucho de consumarse. Si bien había unanimidad en considerar que la educación era necesaria, el conflicto aquí estribaba en saber en cuál momento habría de producirse propiamente el pasaje del pueblo irracional e instintivo al del racional y educado. Hubo al respecto varios conflictos y revoluciones entre dos bandos antagónicos en que se dividió la democracia argentina, la que fue muy parecida a la que en la edad media se desarrollara entre voluntaristas e intelectualistas respecto de la naturaleza de la divinidad. Así pues, a pesar de que el demócrata ha sustituido al antiguo concepto de Dios por el más tangible de pueblo, se encontró sin embargo con el mismo problema que afligió por siglos a nuestra teología católica en el sentido de poder saber si en Dios primaba la voluntad o la razón, lo cual consistía en poder determinar si una cosa era buena en tanto Dios la quería, y aquí primaba pues el voluntarismo, o si por el contrario Dios quería algo en tanto esto era bueno, y henos aquí entonces ante el intelectualismo que limitaba la voluntad divina sujetándola a normas morales. El gran dilema de nuestros demócratas fue entonces, una vez que se ha aceptado el dogma de la soberanía popular, el de determinar si algo era democrático simplemente en tanto expresaba la voluntad del pueblo soberano a través del voto o si lo era tan sólo cuando éste lo hacía de acuerdo a los principios morales y racionales a los que hubiese previamente adherido a través de la educación. Éste fue pues el trasfondo del gran conflicto en que se dividiera nuestra historia entre peronistas y antiperonistas. Los primeros fueron el equivalente a los voluntaristas de nuestra teología y los segundos en cambio los intelectualistas. Estos últimos eran los que estaban convencidos de que, en tanto fuese convenientemente educado por la escuela, el pueblo iba finalmente a ser racional; subordinaba así democracia a la racionalidad, en cambio los populistas o peronistas consideraron que una cosa era racional y buena cuando era la voluntad del soberano la que elegía. Tal como vemos en nuestra historia, el voluntarismo democrático triunfó en el año 1915 cuando se impuso la ley Sáenz Peña y se implantó el voto universal y obligatorio. Con el tiempo, en la medida que la democracia es un fenómeno expansivo que, de acuerdo a sus cultores, se cura y perfecciona con siempre más democracia, el mismo se fue haciendo cada vez más universal en tanto su manifestación voluntarista, en este caso el peronismo, fue ocupando más espacios de poder. Primero se le otorgó el voto a la mujer, quitándole así a los racionales el argumento de si podía valer más el voto de un casado que el de un soltero. Luego se avanzó más con la edad límite bajándola a los 16 años y días pasados hemos tenido preanuncios de nuevos perfeccionamientos democráticos con el famoso caso del acatamiento del Estado argentino a la voluntad de un niño de seis años de querer cambiar su sexo. El paso siguiente con seguridad será el de otorgársele también el voto a fin de que pueda por lo tanto resolver, tal como ahora hacen sus pares de 16, sobre los grandes problemas de la política nacional e internacional.
El voluntarismo democrático implantado por el peronismo ha invertido pues las reglas de toda política normal. Una vez que se ha convencido al pueblo de que su voluntad ‘soberana’ es la verdad, de la misma manera que lo son las decisiones del dios, el arte del político se ha modificado radicalmente. No se trata en este caso de mejorar al soberano, es decir gobernarlo, sino de obtener la coincidencia entre su voluntad propia y la de éste, siendo ello parecido al accionar del sacerdote en las antiguas religiones, el cual, a través de ritos, trataba de convocar hacia sí la voluntad del dios.  Y así como éste se volcaba hacia aquel que efectuaba las mejores ofrendas, sucede actualmente igual con el pueblo, el cual ‘vota’ al que le entrega las más suculentas ‘conquistas sociales’ y prebendas. Por supuesto que jamás votará por aquel que en cambio le proponga sacrificios y renuncias a cosas no tan necesarias por el bien de las generaciones futuras.
Presenciamos así un lamentable espectáculo de recíproca prostitución. El político se prostituye en tanto renuncia a sus principios en función de obtener el voto de las multitudes buscando a cualquier precio ser popular y a su vez la masa, como una fémina solícita, entrega su voto al que mejor la retribuye o le promete.
Este cáncer que es la democracia expresada siempre en su modo más abismal y caótico por el peronismo*, que es la forma perfeccionada y argentina del fenómeno de la democracia total, ha tenido como bien sabemos sus distintos momentos de crisis que fueron a su vez las instancias en que se pretendiera corregir el mal. Pero lamentablemente las dos revoluciones victoriosas que se le hicieron, en 1955 y en 1976, se efectuaron con las mismas banderas democráticas que fueron las que en última instancia dieron lugar al mismo peronismo con el tiempo. Se partió en los dos casos de la idea de que la democracia se podía curar, siendo el peronismo una democracia enferma. Allí es donde estribó el error. Toda democracia es en sí misma una anomalía y enfermedad y conduce necesariamente a su momento de metástasis que es propiamente el peronismo. Por eso en los dos casos, luego de haberse intentado sanear tal sistema antinatural pero con remedios del mismo tenor, se terminó siempre cayendo nuevamente en el peronismo. La nueva revolución argentina si querrá tener verdaderamente éxito, deberá ser abiertamente antidemocrática, deberá sostener un sistema en el cual no se levante como bandera la soberanía del pueblo, sino la del bien y la verdad en las cuales el pueblo debe ser educado y gobernado.

* No han faltado personas que, incurriendo en un notorio maniqueísmo, han querido decirnos que todos estos últimos regímenes peronistas que hemos tenido en el fondo no habrían sido tales y que el único verdaderamente ‘peronista’ es el futuro que deberemos seguir ensayando sine die. No se dan cuenta de que el oportunismo notorio de su líder, sintetizado en su famosa expresión ‘la realidad es la única verdad’, es compartido plenamente por todos los presidentes de tal signo que hemos tenido, los que han hecho alarde de cambiar, como verdaderas banderolas, de bando de acuerdo a sus conveniencias relativas a la ‘realidad’ que siempre varía. A su vez también resulta notorio constatar la presencia de tantos nacionalistas católicos güelfos en el seno del peronismo o en sus adyacencias; eso resulta comprensible en razón del carácter moderno y oportunista del güelfismo que nunca ha condenado plenamente a la democracia, sino que ha tratado también de constituir una ‘democracia buena y sana’.
Marcos Ghio

13/10/13

1 comentario:

Anónimo dijo...
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